Jack Kerouac - Los Vagabundos Del Dharma

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Situada en California, esta novela expone el descubrimiento del budismo y de la vida del sufrimiento. Está escrita en la época en la que el autor se sentía un fracasado por no encontrar editor para sus libros. Presenta la forma de encarar el fracaso desde un punto de vista filosófico, así como la búsqueda del auténtico significado del Dharma por parte de jóvenes desarrapados y febriles. Expresa la comunión con la naturalesza en la cumbre de las montañas, la fraternidad y la poesía, todo ello entre orgías, marihuana y alcohol, donde Kerouac aparece como Ray Smith, aunque el auténtico protagonista de la obra sea el poeta y budista Gary Snyner, que figura bajo el nombre de Japhy Ryder. En la novela también se puede identificar facilmente a Allen Ginsberg y a Laurence Ferlinghetti, entre otros participantes en el movimiento literario llamado Renacimiento de San Francisco narrado en este libro. Esta obra elevó a Kerouac a la categoría de representante esencial del resurgir de una espiritualidad que también era un nuevo modo de relacionarse entre los seres humanos y que hoy, que se imponen las realidades virtuales y las rutas cebernéticas, supone un soplo de aire puro y un impulso hacia otros mundos igual de poco sustanciales, pero donde los sentimientos adquieren proporciones insólitas.

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estaban su mochila y otros trastos, fuera de la vista. De la arpillera de la pared colgaban hermosos grabados de antiguas pinturas chinas sobre seda, y mapas de Marin County y del noroeste de Washington y varios poemas escritos por Japhy y sujetos con chinchetas para que los leyera todo el que quisiera. El último poema superpuesto encima de los demás decía:

"Justo acaba de empezar con un colibrí deteniéndose encima del porche dos metros más allá de la puerta abierta. Luego se fue, interrumpiendo mi estudio, y vi el viejo poste de pino inclinado sobre el suelo, enredado en el gran arbusto de flores amarillas, más alto que yo, que tengo que apartar cada vez que entro. El sol formando una telaraña de sombras al atravesar sus ramas. Los gorriones coronados de blanco cantan incesantes en los árboles; un gallo, allá abajo en el valle, cacarea y cacarea. Sean Monahan, ahí fuera, a mis espaldas, lee el Sutra del Diamante al sol. Ayer leí Migración de las aves. La dorada avefría y la golondrina del Ártico son hoy esa gran abstracción a mi puerta, porque los jilgueros y petirrojos pronto se irán y los que cogen nidos se llevarán toda la nidada, y pronto, un día brumoso de abril, llegará el calor a la colina, y sin ningún libro, sabré que las aves marinas persiguen la primavera hacia el norte a lo largo de la costa: anidarán en Alaska dentro de seis semanas." Y lo firmaba: "Japhet M. Ryder, Cabaña de los Cipreses, 18, III, 56."

No quise tocar nada de la casa hasta que él volviera del trabajo, así que salí y me tumbé al sol sobre la verde hierba tan alta y esperé toda la tarde fantaseando. Pero luego se me ocurrió:

"Podría prepararle a Japhy una buena cena." Y bajé la colina y siguiendo carretera abajo fui a la tienda y compré judías, cerdo salado y algunas cosas más, y volví y encendí el fuego y preparé un guiso de Nueva Inglaterra con melaza y cebollas. Me asombró el modo en que Japhy guardaba la comida: simplemente encima de un estante: dos cebollas, una naranja, una bolsa de germen de trigo, latas de curry en polvo, arroz, trozos misteriosos de algas secas chinas, una botella de salsa de soja (para preparar sus misteriosos platos chinos). La sal y la pimienta estaban guardadas en pequeñas bolsas de plástico cerradas con una goma elástica. No había en el mundo nada que Japhy despreciara o perdiera. Ahora vo introducía en su cocina aquel sustancioso guiso de judías y cerdo, y quizá no le gustara. También, tenía por allí un buen trozo del pan moreno de Christine, y el cuchillo para cortarlo era una simple navaja clavada en una tabla.

Oscureció y esperé fuera, dejando la tartera de judías en el fuego para que se mantuviera caliente. Corté un poco de leña y la añadí al montón de detrás del fogón. Llegaban viento y niebla del Pacífico, los árboles se doblaban profundamente y bramaban. Desde la cima de la colina no se veía nada excepto árboles, árboles, un mar rugiente de árboles. Era el paraíso. Como había refrescado, me metí dentro y avivé el fuego, cantando, y cerré las ventanas. Las ventanas eran sencillamente unas placas de plástico opaco de quita y pon fabricadas hábilmente por Whitey Jones, el hermano de Christine, que dejaban entrar la luz, aunque desde el interior no se veía nada, y protegían del viento frío. Pronto hizo calor en la acogedora cabaña. De pronto, oí un "¡Ooh!" que procedía del rugiente mar de árboles de fuera. Era Japhy que volvía.

Salí a su encuentro. Venía por la alta hierba, cansado del trabajo, con el pesado andar de sus botas, la chaqueta echada sobre los hombros.

– Bueno, Smith, ya estás aquí.

– Te he preparado un buen plato de judías.

– ¿De verdad? -Estaba inmensamente agradecido-. Chico, qué alivio volver a casa del trabajo y no tener que hacerse la cena. Estoy agotado. -Atacó las judías con pan y el café que yo había hecho en un cacharro, al estilo francés, removiendo con una cuchara. Fue una cena estupenda y luego encendimos nuestras pipas y hablamos mientras las llamas crepitaban-.

– Ray, vas a pasar un verano maravilloso en el pico de la Desolación. Te hablaré de él.

– También pienso pasar una primavera estupenda aquí, en esta cabaña.

– Espera un poco, lo primero que vamos a hacer es invitar este fin de semana a dos chicas nuevas bastante guapas, Psyche y Polly Whitmore; espera un momento. ¡Joder!… No puedo invitarlas a las dos porque las dos están enamoradas de mí y tendrán celos. De todos modos, celebramos grandes fiestas todos los fines de semana, empezamos abajo, en casa de Sean, y terminamos aquí. Y mañana no trabajo, así que le cortaré a Sean un poco de leña. Es todo lo que tienes que hacer, no pide más. Pero si quieres trabajar con nosotros en Sausalito la semana que viene, puedes ganar diez dólares diarios.

– Estupendo… con eso compraremos judías y cerdo y vino.

Japhy sacó un bonito dibujo de una montaña.

– Aquí tienes la montaña que verás alzarse ante ti, el Hozomeen. Yo mismo la dibujé hace dos veranos desde el pico Cráter. En el cincuenta y dos fui por primera vez a esa zona del Skagit, haciendo autostop desde Frisco a Seattle, y luego, una vez allí, con una barba incipiente y la cabeza totalmente afeitada…

– ¡Con la cabeza afeitada del todo! ¿Y por qué?

– Para ser igual que un bikhu, ya sabes lo que dicen los sutras.

– Pero ¿qué pensaba la gente al verte haciendo autostop con la cabeza afeitada?

– Pensaban que estaba loco, pero todo el mundo me cogía y yo explicaba el Dharma, chico, y los dejaba iluminados.

– Me parece que también yo hice algo de eso cuando venía en autostop hacia aquí… Te hablaré de mi arroyo en las montañas del desierto.

– Espera un poco. Me pusieron de vigilante en la montaña del Cráter, pero como aquel año había tanta nieve en la cima de las montañas, tuve que trabajar antes durante un mes en una pista que estaban haciendo en la garganta del Granite Creek. Ya verás todos esos sitios. Luego, con una reata de mulas, cubrimos los diez kilómetros finales por una sinuosa senda tibetana, por encima de la línea de árboles, sobre las zonas nevadas hasta las escarpadas cumbres del final, y luego trepé por los riscos en medio de una tormenta de nieve y abrí la cabaña y preparé mi primera comida allí mientras aullaba el viento y el hielo se acumulaba en las dos paredes cara al viento. Chico, espera hasta que estés allá arriba. Aquel año, mi amigo Jack Joseph estaba en el Desolación, donde vas a estar tú.

– ¡Vaya nombre! ¡Desolación! ¡Joder! ¡Sí que es un nombre raro! ¡De verdad que…!

– Fui el primer vigilante de incendios que subió. Lo escuché por la radio en cuanto la encendí y todos los vigilantes me daban la bienvenida. Luego me puse en contacto con otras montañas, también te darán un emisor-receptor; es casi un rito que todos los vigilantes charlen de los osos que han visto y hasta te piden la receta de bollos u otra cosa y así todo el rato. Estábamos en la cima del mundo hablándonos todos por medio de una red de radio separados unos de otros por cientos de kilómetros. Es una zona muy primitiva la que vas a conocer, chico. Desde la cabaña veía las luces del Desolación una vez que había oscurecido. Jack Joseph leía sus libros de geología y durante el día nos comunicábamos por medio de espejos para alinear los prismáticos en busca de incendios según la posición de la brújula.

– Pues vaya, jamás conseguiré aprender eso, sólo soy un poeta vagabundo.

– Ya verás como aprendes, el polo magnético, la estrella polar y la aurora boreal… Jack Joseph y yo hablábamos todas las noches. Un día se le metió un enjambre de mariposas en la atalaya que había encima del tejado y el depósito de agua quedó lleno de ellas. Otro día fue a dar un paseo por los alrededores y se encontró con un oso dormido.

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