La carta de Antonio Claro llegó el viernes. Acompañando el croquis venía una nota manuscrita, no firmada y sin vocativo, que decía, El encuentro será a las seis de la tarde, espero que pueda encontrar el sitio sin dificultad. La letra no es exactamente igual a la mía, pero la diferencia es pequeña, donde más se nota es en la mayúscula, murmuró Tertuliano Máximo Afonso. El plano mostraba una salida de la ciudad, señalaba dos poblaciones separadas por ocho kilómetros, una a cada lado de la carretera y, entre ellas, un camino hacia la derecha que se adentraba en el campo hasta otra población de menor importancia que las otras según el plano. Desde allí, otro camino, más estrecho, se detenía, un kilómetro más allá, en una casa. Lo que la señalaba era la palabra casa, no un dibujo rudimentario, el esbozo simple que la más inhábil de las manos es capaz de trazar, un tejado con su chimenea, una fachada con la puerta en medio y una ventana a cada lado. Sobre la palabra, una flecha roja eliminaba cualquier posibilidad de equivocación, No vaya más lejos. Tertuliano Máximo Afonso abrió un cajón, sacó un mapa de la ciudad y de las áreas limítrofes, buscó e identificó la salida conveniente, aquí está la primera población, el camino que sale a la derecha, antes de llegar a la segunda, la población pequeña más adelante, sólo le falta el acceso final. Tertuliano Máximo Afonso miró otra vez el croquis, Si es una casa, pensó, no vale la pena que cargue con un espejo, de eso hay en todas las casas. Se había imaginado que el encuentro se produciría en un descampado, lejos de miradas curiosas, tal vez bajo la protección de un árbol frondoso, y resulta que iba a ser bajo techo, algo así como una reunión de personas conocidas, con la copa en la mano y frutos secos para picar. Se preguntó si la mujer de Antonio Claro también iría, si estaría allí para comparar el tamaño y la configuración de las cicatrices de la rodilla izquierda, para medir el espacio entre las dos señales del antebrazo derecho y la distancia que las separa, a uno del epicóndilo, al otro, de los huesos del carpo, y después decir No se aparten de mi vista para que no los confunda. Pensó que no, que no tendría sentido que un hombre digno de este nombre acudiera a un encuentro potencialmente conflictivo, por no decir llanamente arriesgado, baste recordar que Antonio Claro tuvo la delicadeza caballerosa de prevenir a Tertuliano Máximo Afonso de que se presentaría armado, llevando detrás a la mujer, como para esconderse entre sus faldas a la menor señal de peligro. Irá solo, yo tampoco llevaré a María Paz, estas palabras desconcertantes las pronunció Tertuliano Máximo Afonso sin tener en cuenta la abisal diferencia que hay entre una esposa legítima, exornada de todos los inherentes derechos y deberes, y una relación sentimental de temporada, por más firme que la afección de la mencionada María Paz nos haya parecido siempre, ya que del otro lado es lícito, si no obligatorio, dudar. Tertuliano Máximo Afonso guardó el mapa y el croquis en el cajón, pero no el billete manuscrito. Se lo colocó delante, tomó una pluma y escribió toda la frase en un papel, con una caligrafía que procuraba imitar lo mejor posible a la otra, principalmente la mayúscula, donde la diferencia más se notaba. Siguió escribiendo, repitió la frase hasta cubrir toda la hoja de papel, en la última ni el más experimentado grafólogo sería capaz de descubrir el más insignificante indicio de falsificación, lo que Tertuliano Máximo Afonso consiguió en aquella rápida copia de la firma de María Paz no tiene sombra de comparación con la obra de arte que acaba de producir. A partir de ahora sólo tendrá que averiguar cómo Antonio Claro traza las mayúsculas desde la A a la D y desde la F a la Z, y luego aprender a imitarlas. Esto no significa, claro, que Tertuliano Máximo Afonso esté alimentando en su espíritu proyectos de futuro que tengan que ver con la persona del actor Daniel Santa-Clara, se trata únicamente de dar satisfacción, en este caso particular, a un gusto por el estudio que lo incitó, joven todavía, al ejercicio público de la laudable actividad de magíster. Igual que puede llegar a resultar útil saber cómo se mantiene un huevo de pie, tampoco deberá excluirse que una correcta imitación de las mayúsculas de Antonio Claro le pueda llegar a servir de algo en la vida a Tertuliano Máximo Afonso. Como enseñaban los antiguos, nunca digas de esta agua no beberé, sobre todo, añadimos nosotros, si no tienes otra. No habiendo sido formuladas estas consideraciones por Tertuliano Máximo Afonso, no está en nuestra mano desmenuzar la relación que pese a todo pudiera existir entre aquéllas y la decisión que acaba de tomar y adonde alguna reflexión suya que no captamos ciertamente le ha conducido. Esta decisión manifiesta el carácter por llamarlo así inevitable de lo obvio, porque, disponiendo Tertuliano Máximo Afonso del croquis que lo llevará al lugar donde se realizará el encuentro, nada más natural que se le ocurra la idea de inspeccionar antes el sitio, de estudiar las entradas y salidas, de tomarle las medidas, si la expresión se nos autoriza, con la ventaja adicional no desdeñable de que, haciéndolo, evitará el riesgo de perderse el domingo. La perspectiva de que el pequeño viaje lo distraerá durante unas horas de la penosa obligación de redactar la propuesta para el ministerio, no sólo le despejó los pensamientos, como, de manera en verdad sorprendente, le descongestionó la cara. Tertuliano Máximo Afonso no pertenece al número de esas personas extraordinarias que son capaces de sonreír hasta cuando están solas, su natural se inclina más a la melancolía, al ensimismamiento, a una exagerada conciencia de la transitoriedad de la vida, a una incurable perplejidad ante los auténticos laberintos cretenses que son las relaciones humanas. No comprende satisfactoriamente las razones del misterioso funcionamiento de una colmena ni lo que hizo que una rama de un árbol haya brotado donde y como brotó, es decir ni más arriba, ni más abajo, ni más gruesa, ni más delgada, pero atribuye esa dificultad suya de entendimiento al hecho de ignorar los códigos de comunicación genética y gestual en vigor entre las abejas y, más todavía, los flujos informativos que más o menos a ciegas circulan por la maraña de la red de autopistas vegetales que ligan las raíces hondas del suelo a las hojas que revisten el árbol y en calma descansan o con el viento se balancean. Lo que no comprende en absoluto, por mucho que haya puesto la cabeza a trabajar, es que, desarrollándose en auténtica progresión geométrica, de mejoría en mejoría, las tecnologías de comunicación, la otra comunicación, la propiamente dicha, la real, la de mí a ti, la de nosotros a vosotros, siga siendo esta confusión cruzada de callejones sin salida, tan engañosa de ilusorias plazas, tan simuladora cuando expresa como cuando trata de ocultar. A Tertuliano Máximo Afonso tal vez no le importase llegar a ser árbol, pero nunca lo ha de conseguir, su vida, como la de todos los humanos vividos y por vivir, no experimentará jamás la suprema experiencia del vegetal. Suprema, imaginamos nosotros, porque hasta ahora a nadie le ha sido dado leer la biografía o las memorias de un roble, escritas por él mismo. Preocúpese pues Tertuliano Máximo Afonso de las cosas del mundo a que pertenece, este de hombres y de mujeres que vocean y alardean con todos los medios naturales y artificiales, y deje los arbóreos en sosiego, que ellos ya tienen bastante con las plagas filopatológicas, la sierra eléctrica y los fuegos forestales. Preocúpese también de la conducción del coche que lo lleva al campo, que lo transporta fuera de una ciudad que es modelo perfecto de las modernas dificultades de comunicación, en versión tráfico de vehículos y peatones, especialmente en días como éste, viernes por la tarde, con todo el mundo saliendo de fin de semana. Tertuliano Máximo Afonso sale, pero luego regresará. Lo peor del tráfico ha quedado atrás, la carretera que tiene que tomar no es muy frecuentada, dentro de poco estará ante la casa en que Antonio Claro, pasado mañana, le estará esperando. Lleva pegada y bien ajustada la barba, por si acaso al atravesar la última población alguien le llama por el nombre de Daniel Santa-Clara y lo invita a tomar una cerveza, si, como es presumible, la casa que viene a examinar es propiedad de Antonio Claro o por él alquilada, vivienda en el campo, segunda residencia, gran vida la de los actores secundarios de cine si ya tienen entrada en comodidades que aún no hace muchos años eran privilegio de pocos. Teme no obstante Tertuliano Máximo Afonso que el camino estrecho por donde llegará a la casa y que ahora está ante él no tenga más que ese uso, es decir, no continúe más allá o sirva para otras viviendas cercanas, entonces la mujer que se asoma a la ventana se estará preguntando, o en voz alta a la vecina de al lado, adónde irá ese coche, que yo sepa no hay nadie en casa de Antonio Claro, y la cara del hombre no me gusta, quien usa barba es porque tiene algo que esconder, menos mal que Tertuliano Máximo Afonso no la ha oído, pasaría a tener ahora otra razón para inquietarse. En el camino de macadán casi no caben dos coches, no se circulará mucho por aquí. Al lado izquierdo, el terreno pedregoso baja poco a poco hacia un valle donde una extensa e ininterrumpida hilera de árboles altos, que a esta distancia se diría que está formada por fresnos y chopos, señala probablemente el margen de un río. Incluso a la velocidad prudente a que va Tertuliano Máximo Afonso, no sea que le aparezca de frente otro coche, un kilómetro se vence en nada, y éste ya está vencido, la casa debe de ser ésa. El camino sigue, serpentea en la ladera de dos colinas encabalgadas y desaparece al otro lado, lo más probable es que sirva a otras viviendas que desde aquí no llegan a verse, finalmente la mujer desconfiada sólo parece preocuparse de lo que está cerca del lugar donde vive, lo que quede más allá de sus fronteras no le interesa. De la explanada que se abre ante la casa, baja hacia el valle otro camino todavía más estrecho y con el piso en peor estado, Será otra manera de llegar aquí, pensó Tertuliano Máximo Afonso. Es consciente de que no deberá aproximarse demasiado a la vivienda, no vaya algún paseante, o pastor de cabras, que tiene aspecto de haberlas por aquí, a dar la alarma, Vengan, que hay un ladrón, en dos tiempos aparecerá por ahí la autoridad policial o en su falta un destacamento de vecinos armados de hoces y chuzos, a la antigua. Tiene que comportarse como un paseante que se detiene un minuto para contemplar el panorama y que, ya que está allí, echa una mirada apreciativa a una casa, cuyos dueños, ahora ausentes, tienen la suerte de disfrutar de esta magnífica vista. La vivienda es simple, de un solo piso, una típica casa rural con aspecto de haberse beneficiado de una restauración con criterio, aunque presenta algunas señales de abandono, como si los propietarios viniesen por aquí poco y poco tiempo cada vez. Lo que se espera de una casa en el campo es que tenga plantas en la entrada y en los antepechos de las ventanas, y ésta apenas puede mostrarlas, sólo unos tallos medio secos, una flor marchita y unos geranios valientes todavía en lucha contra la ausencia. La casa está separada del camino por un muro bajo, y por detrás, con las ramas sobresaliendo por encima del tejado, hay dos castaños que, por la altura y por la longeva edad que no es difícil calcularles, parecen muy anteriores a la construcción. Un sitio solitario, ideal para personas contemplativas, de esas que aman la naturaleza por lo que es, sin diferenciar entre el sol y la lluvia, entre el calor y el frío, entre el viento y la calma, con la comodidad que nos dan unos y otros nos niegan. Tertuliano Máximo Afonso dio la vuelta por la parte trasera de la casa, por un jardín que en tiempos habría merecido ese nombre y ahora no pasa de un espacio mal murado, invadido por cardos y una maraña de plantas bravías que ahogan un manzano atrofiado y un melocotonero con el tronco cubierto de líquenes, unas cuantas higueras del infierno, o estramonios, que es la palabra culta. Para Antonio Claro, tal vez también para la mujer, la casa rural debió de ser un amor de poca duración, una de esas pasiones bucólicas que atacan a veces a los urbanos y que, como la paja suelta, arden con fuerza si se les acerca un fósforo, y luego no son nada más que cenizas negras. Tertuliano Máximo Afonso ya puede regresar a su segundo piso con vistas a uno y otro lado de la calle y esperar la llamada telefónica que le hará volver aquí el domingo. Entró en el coche, desanduvo por donde había venido y, para mostrar a la mujer de la ventana que no le pesaba en la conciencia ningún delito contra la propiedad ajena, atravesó con reposada lentitud el pueblo, conduciendo como si estuviese abriéndose camino por entre un rebaño de cabras acostumbradas a usar las calles con la misma tranquilidad con que van a pastar al campo, entre retamas y tomillos. Tertuliano Máximo Afonso pensó si valdría la pena, sólo por curiosidad, tomar el atajo que, delante de la casa, parecía bajar al río, pero reconsideró a tiempo la idea, cuantas menos personas lo viesen por ahí, mejor. También es cierto que después del domingo nunca más volverá aquí, pero siempre sería mejor que nadie recordara al hombre de barba. A la salida de la población aceleró, pocos minutos después estaba en la carretera principal, en menos de una hora entraba en casa. Se dio un baño que lo alivió de la solanera del viaje, se cambió de ropa, y, acompañado por un refresco de limón que sacó del frigorífico, se sentó ante el escritorio. No va a seguir trabajando en la propuesta para el ministerio, va, como buen hijo, a telefonear a la madre. Ha de preguntarle cómo le va, ella dirá que bien, y tú cómo estás, igual que siempre, sin razones de queja, ya me extrañaba tu silencio, perdona, es que he tenido mucho que hacer, se supone que estas palabras, en los seres humanos, son el equivalente de los rápidos toques de reconocimiento que las hormigas se hacen unas a otras con las antenas cuando se topan en el sendero, como si dijeran, Eres de los míos, ya podemos comenzar a ocuparnos de cosas serias. Y cómo van tus problemas, preguntó la madre, En camino de resolverse, no te preocupes, Qué dices, preocuparme, como si no tuviese nada más que hacer en la vida, Menos mal que no te tomas muy a pecho el asunto, Será porque no ves mi cara, Venga, madre, tranquilízate, Me tranquilizaré cuando estés aquí, Ya no falta mucho, Y tu relación con María Paz, en qué punto está en este momento, No es fácil explicarlo, Por lo menos puedes intentarlo, Es verdad que me gusta y que la necesito, Otros se han casado con menos razones, Sí, pero me doy cuenta de que la necesidad es sólo cosa de un momento, nada más que eso, si mañana deja de existir, qué hago, Y el gustar, El gustar es lo natural en un hombre que vive solo y tiene la suerte de conocer a una mujer simpática, de aspecto agradable, con buena figura y, como se suele decir, de buenos sentimientos, O sea, poco, No digo que sea poco, digo que no es bastante, Querías a tu mujer, No lo sé, no me acuerdo, ya han pasado seis años, Seis años no es tanto como para olvidarse, Creía que la quería, ella seguramente creía lo mismo a mi respecto, al final los dos estábamos equivocados, es de lo más común, Y no quieres que con María Paz suceda una equivocación idéntica, No, no quiero, Por ti, o por ella, Por ambos, Más por ti que por ella, en todo caso, No soy perfecto, es suficiente que le evite a ella lo malo que no quiero para mí, mi egoísmo, en este caso, no llega hasta el punto de no ser capaz de defenderla también a ella, Tal vez a María Paz no le importe arriesgarse, Otro divorcio, el segundo para mí, el primero para ella, madre, ni pensarlo, En cualquier caso, podría salir bien, no sabemos todo lo que nos espera más allá de cada acción nuestra, Así es, Por qué lo dices de esa manera, Qué manera, Como si estuviéramos a oscuras y hubieses encendido y apagado una luz de repente, Ha sido impresión tuya, Repite, Repito, el qué, Lo que has dicho, Para qué, Te pido que lo repitas, Hágase tu voluntad, así es, Di sólo las dos palabras, Así es, No es lo mismo, Cómo que no es lo mismo, No ha sido lo mismo, Madre, por favor, fantasear en demasía no es el mejor camino para la paz del espíritu, las palabras que he dicho no significan nada más que asentimiento, concordia, Hasta ahí alcanzan mis luces, cuando era joven también consultaba los diccionarios, No te enfades, Cuándo vienes, Ya te lo he dicho, en breve, Necesitamos tener una conversación, Tendremos todas las que quieras, Sólo quiero una, Cuál, No finjas que no entiendes, quiero saber qué te pasa, y por favor no me vengas con historias preparadas, juego limpio y cartas sobre la mesa es lo que de ti espero, Esas palabras no parecen tuyas, Eran más de tu padre, acuérdate, Pondré todas las cartas sobre la mesa, Y me prometes que el juego será limpio, sin trucos, Será limpio, no habrá trucos, Así quiero a mi hijo, Veremos qué me dices cuando te ponga delante la primera carta de esta baraja, Creo que ya he visto todo lo que había que ver en la vida, Quédate con esa ilusión mientras no hablemos, Es así de serio, El futuro lo dirá cuando lo alcancemos, No tardes, por favor, Tal vez esté ahí a mediados de la semana que viene, Ojalá, Un beso, madre, Un beso, hijo. Tertuliano Máximo Afonso colgó el auricular, después dejó vagar libremente el pensamiento, como si siguiese hablando con la madre, Las palabras son el diablo, creemos que sólo dejamos salir de la boca las que nos convienen, y de repente aparece una que se mete por medio, no vemos de dónde surge, no era allí llamada, y, por su causa, que a veces después tenemos dificultad en localizar, el rumbo de la conversación muda bruscamente de cuadrante, pasamos a afirmar lo que antes negábamos, o viceversa, lo que acaba de ocurrir es el mejor de los ejemplos, no era mi intención hablarle tan pronto a mi madre de esta historia de locos, si es que realmente pensaba hacerlo alguna vez, y de un minuto a otro, sin darme cuenta cómo, ella se hizo con la promesa formal de que se la contaré, en este instante, probablemente, estará marcando una cruz en el calendario, en el lunes de la semana que entra, no vaya a ser que aparezca de improviso, la conozco, cada día que señale es el día que estaba obligado a llegar, la culpa no será suya, si falto. Tertuliano Máximo Afonso no está contrariado, goza de una indescriptible sensación de alivio, como si de súbito le hubiesen quitado un peso de los hombros, se pregunta qué ha ganado guardando silencio durante todos estos días y no encuentra ni una respuesta justa, dentro de poco tal vez sea capaz de dar mil explicaciones, cada una más plausible que otra, ahora sólo piensa que necesita desahogarse lo más rápidamente posible, tendrá el encuentro con Antonio Claro el domingo, dentro de dos días, nada le impedirá, pues, tomar el coche el lunes por la mañana y mostrarle a la madre todas las cartas que componen este rompecabezas, verdaderamente todas, porque una cosa sería haberle dicho a la madre hace tiempo, Existe un hombre tan parecido a mí que hasta tú nos confundirías, y otra, muy diferente, será decirle, He estado con él, ahora no sé quién soy. En este mismo instante se evaporó el breve consuelo que caritativamente lo había estado acunando y, en su lugar, como un dolor que de repente se hace recordar, el miedo reapareció. No sabemos todo lo que nos espera más allá de cada acción nuestra, había dicho la madre, y esta verdad común, al alcance de una simple ama de casa de provincia, esta verdad trivial que forma parte de la infinita lista de las que no vale la pena perder el tiempo enunciando porque ya a nadie le quitan el sueño, esta verdad de todos e igual para todos puede, en algunas situaciones, afligir y asustar tanto como la peor de las amenazas. Cada segundo que pasa es como una puerta que se abre para dejar entrar lo que todavía no ha sucedido, eso a que damos el nombre de futuro, aunque, desafiando la contradicción con lo que acaba de ser dicho, tal vez la idea correcta sea la de que el futuro es solamente un inmenso vacío, la de que el futuro no es más que el tiempo de que el eterno presente se alimenta. Si el futuro está vacío, pensó Tertuliano Máximo Afonso, entonces no existe nada a lo que pueda llamar domingo, su eventual existencia depende de mi existencia, si yo muero en este momento, una parte del futuro o de los futuros posibles quedaría para siempre cancelado. La conclusión a que Tertuliano Máximo Afonso iba a llegar, Para que el domingo exista en la realidad es necesario que yo siga existiendo, fue bruscamente cortada por el sonido del teléfono. Era Antonio Claro preguntando, Ha recibido ya el croquis, Lo he recibido, Tiene alguna duda, Ninguna, Quedé en telefonearle mañana, pero supuse que la carta ya había llegado, así que quiero confirmar el encuentro, Muy bien, allí estaré a las seis, No se preocupe del hecho de tener que atravesar el pueblo, yo usaré un desvío que me lleva directamente a casa, así a nadie le extrañará que pasen dos personas con la misma cara, Y el coche, Cuál, El mío, No tiene importancia, si alguien le confunde conmigo pensará que he cambiado de coche, además, últimamente, he ido pocas veces a la casa, Muy bien, Hasta pasado mañana, Hasta el domingo. Después de colgar, Tertuliano Máximo Afonso pensó que le podría haber dicho que llevaría una barba postiza. Tampoco tiene importancia, me la quitaré en seguida. El domingo dio un gran paso adelante.
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