Tres días después, a media mañana, el teléfono de Tertuliano Máximo Afonso sonó. No era la madre por causa de las nostalgias, no era María Paz por causa de su amor, no era el profesor de Matemáticas por causa de la amistad, tampoco era el director del instituto queriendo saber cómo iba el trabajo. Habla Antonio Claro, fue lo que dijeron al otro lado, Buenos días, Quizá estoy llamando demasiado temprano, No se preocupe, ya estoy levantado y trabajando, Si interrumpo, llamo más tarde, Lo que estaba haciendo puede esperar una hora, no hay peligro de que pierda el hilo, Yendo derecho al asunto, he pensado muy seriamente durante estos días y he llegado a la conclusión de que nos deberíamos encontrar, También ésa es mi opinión, no tiene sentido que dos personas en nuestra situación no quieran conocerse, Mi mujer tenía algunas dudas, pero ha acabado reconociendo que las cosas no pueden seguir así, Menos mal, El problema es que aparecer juntos en público está fuera de cuestión, no ganaríamos nada siendo noticia, saliendo en televisión y en la prensa, principalmente yo, sería perjudicial para mi carrera que se supiera que tengo un sosia tan parecido, hasta en la voz, Más que un sosia, O un gemelo, Más que un gemelo, Precisamente eso es lo que quiero confirmar, aunque le confieso que me cuesta creer que haya entre nosotros esa igualdad absoluta que dice, Está en sus manos salir de dudas, Tendremos que encontrarnos, por tanto, Sí, pero dónde, Se le ocurre alguna idea, Una posibilidad sería que viniera a mi casa, pero está el inconveniente de los vecinos, la señora que vive en el piso de arriba, por ejemplo, sabe que no he salido, imagínese cómo se quedaría si me viese entrar donde ya estoy, Tengo un postizo, puedo disfrazarme, Qué postizo, Un bigote, No sería suficiente, o ella le preguntaría, es decir, me preguntaría a mí, porque creería que está hablando conmigo, si ahora estoy huyendo de la policía, Tiene tanta confianza, Es ella quien me limpia y ordena la casa, Comprendo, la verdad es que no sería prudente, porque además está el resto del vecindario, Pues sí, Entonces, creo que tendrá que ser fuera de aquí, en un sitio desierto en el campo, donde nadie nos vea y donde podamos conversar tranquilamente, Me parece bien, Conozco un lugar que servirá, a unos treinta kilómetros saliendo de la ciudad, En qué dirección, Explicárselo así no es posible, hoy mismo le envío un croquis con todas las indicaciones, nos encontraremos dentro de cuatro días para dar tiempo a que reciba la carta, Dentro de cuatro días es domingo, Un día tan bueno como cualquier otro, Y por qué a treinta kilómetros, Ya sabe cómo son estas ciudades, salir de ellas lleva su tiempo, cuando se acaban las calles, comienzan las fábricas, y cuando las fábricas acaban comienzan las chabolas, por no hablar de las poblaciones que ya están dentro de la ciudad y todavía no lo saben, Lo describe muy bien, Gracias, el sábado le llamaré para confirmar el encuentro, Muy bien, Hay todavía una cosa que quiero que sepa, De qué se trata, Iré armado, Por qué, No lo conozco, no sé qué otras intenciones podrá tener, Si tiene miedo de que lo secuestre, por ejemplo, o de que lo elimine para quedarme solo en el mundo con esta cara que ambos tenemos, le digo que no llevaré conmigo ningún arma, ni siquiera un simple canivete, No sospecho de usted hasta ese punto, Pero irá armado, Precaución, nada más, Mi única intención es probarle que tengo razón, y, en cuanto a eso que dice, de no conocerme, me permito objetar que estamos en la misma posición, es cierto que a mí nunca me ha visto, pero yo, hasta ahora, sólo le he visto a usted como quien no es, representando papeles, por tanto estamos empatados, No discutamos, debemos ir en paz a nuestro encuentro, sin declaraciones de guerra anticipadas, El arma no la llevo yo, Estará descargada, De qué le sirve entonces, si la lleva descargada, Haga como que estoy representando uno de mis papeles, el de un personaje atraído a una emboscada de la cual sabe que saldrá vivo porque ha leído el guión, en fin, el cine, En la Historia es exactamente al contrario, sólo después se sabe, Interesante observación, nunca había pensado en eso, Yo tampoco, acabo de darme cuenta ahora mismo, Entonces estamos de acuerdo, nos encontramos el domingo, Espero su llamada, No me olvidaré, ha sido un placer hablar con usted, Lo mismo digo, Buenos días, Buenos días, y salude de mi parte a su mujer. Tal como Tertuliano Máximo Afonso, Antonio Claro estaba solo en casa. Avisó a Helena de que iba a telefonear al profesor de Historia y que preferiría que ella no estuviera presente, después le contaría la conversación. La mujer no se opuso, dijo que le parecía bien, que comprendía que quisiera estar a sus anchas en un diálogo que ciertamente no iba a ser fácil, pero él nunca llegará a saber que Helena realizó dos llamadas desde la empresa de turismo donde trabaja, la primera a su propio número, la segunda al de Tertuliano Máximo Afonso, quiso la casualidad que marcara cuando el marido y él ya estaban comunicando el uno con el otro, así tuvo la certeza de que el asunto seguía adelante, tampoco en este caso sabría decir por qué lo había hecho, va siendo cada vez más evidente que, después de tantas tentativas más o menos malogradas, por fin alcanzaríamos la explicación completa de nuestros actos si nos propusiésemos decir por qué hacemos eso que decimos que no sabemos por qué hacemos. Es de espíritu confiado y conciliador presumir que, en el caso de encontrar desocupado el teléfono de Tertuliano Máximo Afonso, la mujer de Antonio Claro habría cortado la comunicación sin esperar respuesta, ciertamente no se anunciaría Soy Helena, la mujer de Antonio Claro, no preguntaría Es para saber cómo está, tales palabras, en la situación actual, serían de alguna manera inapropiadas, si no inconvenientes del todo, porque entre estas personas, aunque ya hayan hablado la una con la otra dos veces, no existe bastante intimidad para que sea natural interesarse cada una por el estado de ánimo o por la salud de la otra, no pudiendo aceptarse como razón para disculpar un exceso de confianza que es a todas luces evidente la circunstancia de tratarse de expresiones normales, corrientes, de esas que en principio a nada obligan o comprometen, salvo si queremos afinar nuestro órgano auditivo para captar la compleja gama de subtonos que quizá las hubiesen sustentado, según la exhaustiva demostración que en otro párrafo de este relato dejamos para ilustración de los lectores más interesados en lo que se esconde tras aquello que se muestra. En cuanto a Tertuliano Máximo Afonso, fue patente el alivio con que se recostó en la silla y respiró hondo cuando la conversación con Antonio Claro llegó a su fin. Si le preguntasen cuál de los dos, en su opinión, en el punto en que nos encontramos, estaba conduciendo el juego, se sentiría inclinado a responder, Yo, aunque no dudaba de que el otro pensaría tener suficientes motivos para dar la misma respuesta si la pregunta le hubiese sido hecha. No le preocupaba que estuviera tan distante de la ciudad el lugar elegido para el encuentro, no le inquietaba saber que Antonio Claro pretendía ir armado, pese a estar convencido de que, al contrario de lo que le había asegurado, la pistola, con toda probabilidad sería una pistola, estaría cargada. De una manera que él mismo percibía como totalmente falta de lógica, de racionalidad, de sentido común, pensaba que la barba postiza que iba a llevar lo protegería cuando la tuviese colocada, fundamentando esta absurda convicción en la idea firme de que no se la quitaría en el primer instante del encuentro, sólo más adelante, cuando la igualdad absoluta de manos, ojos, cejas, frente, orejas, nariz, pelo, hubiese sido reconocida sin discrepancia por ambos. Llevará consigo un espejo de tamaño suficiente para que, retirada por fin la barba, las dos caras, al lado una de otra, puedan compararse directamente, donde los ojos pudieran pasar de la cara a la que pertenecían a la cara a la que podrían haber pertenecido, un espejo que declare la sentencia definitiva, Si lo que está a la vista es igual, también el resto deberá serlo, no creo que sea necesario ponerse en pelota para seguir con las comparaciones, esto no es una playa nudista ni un concurso de pesos y medidas. Tranquilo, seguro de sí mismo, como si esta partida de ajedrez estuviese prevista desde el principio, Tertuliano Máximo Afonso regresó al trabajo, pensando que, tal como en su arriesgada propuesta para el estudio de la Historia, también las vidas de las personas pueden ser contadas de delante hacia atrás, esperar que lleguen a su fin para después poco a poco ir remontando la corriente hasta el brotar de la fuente, identificando de paso los distintos afluentes y navegarlos, hasta comprender que cada uno, hasta el más escaso y pobre de caudal, era, a su vez, y para sí mismo, un río principal, y, de esta manera vagarosa, pausada, atenta a cada cintilación del agua, a cada burbujeo subido del fondo, a cada aceleración de declive, a cada pantanosa suspensión, para alcanzar el término de la narrativa y colocar en el primero de todos los instantes el último punto final, tardar el mismo tiempo que las vidas así contadas hubiesen efectivamente durado. No nos apresuremos, es tanto lo que tenemos para decir cuando callamos, murmuró Tertuliano Máximo Afonso, y continuó trabajando. A media tarde telefoneó a María Paz y le preguntó si quería pasarse por casa cuando saliera del banco, ella le dijo que sí, pero que no podría entretenerse mucho porque la madre no se encontraba bien de salud, y entonces él le contestó que no viniese, que en primer lugar estaba la obligación familiar, y ella insistió, Al menos para verte, y él concordó, dijo, Al menos para vernos, como si ella fuese la mujer amada, y sabemos que no lo es, o tal vez lo sea y él no lo sepa, o tal vez, se detuvo en estas palabras por no saber cómo podría terminar honestamente la frase, qué mentira o qué fingida verdad se diría a sí mismo, es cierto que la emoción le había rozado con suavidad los ojos, ella quería verlo, sí, a veces es bueno que haya alguien que nos quiera ver y nos lo diga, pero la lágrima delatora, ya enjugada por el dorso de la mano, si apareció fue porque estaba solo y porque la soledad, de repente, le pesó más que en las peores horas. Vino María Paz, intercambiaron dos besos en la mejilla, luego se sentaron a conversar, él le preguntó si era grave la enfermedad de la madre, ella respondió que felizmente no, son los problemas propios de la edad, van y vienen, vienen y van hasta que acaban quedándose. Él le preguntó que cuándo comenzaría las vacaciones, ella le dijo que dos semanas después, pero que lo más probable sería que no salieran de casa, dependía del estado de la madre. Él quiso saber cómo iba su trabajo en el banco, ella respondió que como de costumbre, unos días mejores que otros. Después ella le preguntó si él no se aburría mucho, ahora que las clases habían terminado, y él dijo que no, que el director del instituto le había encargado una tarea, redactar una propuesta sobre los métodos de enseñanza de la Historia para el ministerio. Ella dijo Qué interesante, y después se quedaron callados, hasta que ella le preguntó si no tenía nada que decirle, y él respondió que todavía no era el momento, que tuviese un poco más de paciencia. Ella dijo que esperaría todo el tiempo que fuese necesario, que la conversación que mantuvieron en el coche después de aquella cena, cuando le confesó que había mentido, fue como una puerta que se abrió durante un instante para luego volver a cerrarse, pero por lo menos ella quedó sabiendo que lo que los separaba era sólo una puerta, no un muro. Él no respondió, se limitó a afirmar con la cabeza, mientras pensaba que el peor de todos los muros es una puerta de la que nunca se ha tenido la llave, y él no sabe dónde encontrarla, ni siquiera sabe si la llave existe. Entonces, como él no hablaba, ella dijo, Es tarde, me voy, y él dijo, No te vayas todavía, Tengo que irme, mi madre me está esperando, Perdona. Ella se levantó, él también, se miraron uno al otro, se besaron en la mejilla, como habían hecho a la llegada, Bueno, adiós, dijo ella, Bueno, adiós, dijo él, llámame cuando estés en casa, Sí, se miraron una vez más, después ella le tomó la mano que él iba a ponerle en el hombro como despedida y, dulcemente, como si guiase a un niño, lo llevó al dormitorio.
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