Se prometieron que al menos intentarían escribirse de vez en cuando. Incluso tal vez llegaría el día en que Lisa la iría a visitar. Luego la joven se levantó, rodeó la mesa, abrazó a su madre y colocó la cabeza sobre su hombro, aspirando el perfume de un jabón que despertaba muchos recuerdos en ella.
– Ahora tengo que marcharme. Me voy a Canadá -dijo Lisa-. ¿Quieres bajar conmigo?
– No. Él no ha querido subir y creo que es mejor así.
– ¿Quieres que le diga algo?
– No -respondió Susan.
Lisa se levantó y se dirigió hacia la salida. Cuando estaba cerca de la puerta Susan la llamó:
– ¡Te has dejado la medalla sobre la mesa!
Lisa se dio la vuelta y le sonrió:
– No, mamá. Te lo aseguro. No me he dejado nada.
La puerta con el gran ojo de buey se cerró a sus espaldas.
El tiempo pasaba y Philip perdía la calma. Un sentimiento de pánico vino a sustituir su paciencia. Subió por la escalera mecánica y se cruzó con su hija, que bajaba. Ella le sonrió.
– ¿Me esperas abajo o te espero arriba? -preguntó Lisa en voz alta.
– Espérame, no te muevas. Bajo ahora mismo.
– ¡No soy yo la que se mueve, sino tú!
– Espérame abajo, eso es todo. Enseguida estoy contigo.
El ritmo de su corazón se aceleró. Empujó a varios pasajeros para abrirse camino en tanto el movimiento de la escalera mecánica los iba separando. En el punto donde los escalones desaparecen, levantó la vista y en el rellano vio a Susan.
– ¿Te he hecho esperar? -preguntó ella con una sonrisa de emoción en los labios.
– No.
– ¿Estás aquí desde hace rato?
– Ya no tengo la menor idea.
– Has envejecido, Philip.
– Muy simpática, gracias.
– No, te encuentro muy guapo.
– Tú también.
– Lo sé. También yo he envejecido. Era inevitable.
– No. Lo que quería decir es que tú también estás muy guapa.
– Es sobre todo Lisa la que está extraordinariamente guapa.
– Sí, es verdad.
– Es extraño que nos encontremos aquí, Susan.
Philip lanzó una mirada inquieta en dirección a la cafetería.
– Quieres que…
– No creo que sea una buena idea. Y, además, es posible que la mesa ya esté ocupada -añadió ella al tiempo que esbozaba de nuevo una sonrisa.
– ¿Cómo hemos llegado a esto, Susan?
– Lisa tal vez te lo explique. ¡O tal vez no! Lo siento mucho, Philip.
– ¡No, no lo sientes!
– Es verdad, es probable que tengas razón. Pero, sinceramente, ayer no quería que me vieses.
– ¿Cómo el día de mi boda?
– ¿Supiste que estaba allí?
– En el mismo segundo en que entraste en la iglesia. Conté cada paso cuando te fuiste.
– Philip, jamás ha habido mentiras entre nosotros.
– Lo sé, sólo algunas excusas y algunos pretextos que se confundían entre sí.
– La última vez que nos vimos aquí, aquella cosa tan importante de la que te había hablado en mi carta -inspiró hondo-, lo que había venido a decirte aquel día es que estaba embarazada de Lisa y…
El altavoz que resonó en el vestíbulo ahogó el final de la frase.
– ¿Y? -retomó él.
Una azafata anunció la última llamada para embarcar en el vuelo a Miami.
– Es mi avión -dijo Susan-. Last Call … ¿Te acuerdas?
Philip cerró los ojos. La mano de Susan rozó su mejilla.
– Has conservado la sonrisa de Charlie Brown. Baja deprisa. Ve junto a ella. Te mueres de ganas de hacerlo, y yo voy a perder mi avión si te quedas ahí plantado delante de mí.
Philip abrazó a Susan y le dio un beso en la mejilla.
– Cuídate mucho, Susan.
– No te preocupes, estoy acostumbrada. ¡Vete ya!
Puso el pie en el primer escalón y ella lo llamó una última vez.
– ¿Philip?
Él se dio la vuelta.
– ¿Susan?
– ¡Gracias!
Sus rasgos se distendieron.
– No es a mí a quien tienes que dar las gracias, sino a Mary.
Y antes de que desapareciese de su campo de visión, ella hinchó exageradamente sus mejillas para soplarle un beso con la mano, dejándole como última imagen ese tierno gesto de payaso.
En el vestíbulo del aeropuerto, sorprendidos, algunos viajeros miraban a una joven que esperaba a un hombre completamente empapado, con los brazos abiertos de par en par y al pie de una escalera mecánica cuyos colores se confundían en la memoria con los de un tobogán rojo.
Él la abrazó con fuerza.
– ¡Estás completamente mojado! ¿Llovía tanto ahí fuera? -dijo ella.
– ¡Un diluvio! ¿Qué quieres hacer?
– ¡Mi avión sale esta tarde! Llévame a casa.
Lisa cogió la mano de Philip y lo condujo hasta la puerta.
Desde lo alto de la escalerilla, el rostro de Susan se llenó de ternura al verlos salir juntos del recinto de la terminal.
Ya en el coche, Philip telefoneó a casa. Mary descolgó al instante.
– Está conmigo. Volvemos a casa. Te quiero.
El 22 de octubre Sam comunicó al nuevo director del CNH que una depresión sospechosa se estaba formando en el mar Caribe. Cuatro días más tarde el número 5 apareció sobre la pantalla delante de las tres famosas «S».
El más poderoso de los huracanes del siglo, con una amplitud de 280 kilómetros, empujaba sus vientos a más de 360 km/h en dirección a Centroamérica.
Susan había regresado hacía cuatro meses. Thomas había ingresado en la escuela secundaria. Lisa y Stephen vivían sus primeras semanas en la universidad y ella pronto se trasladaría al pequeño estudio de Manhattan. Philip y Mary a veces hablaban de irse de Montclair e instalarse otra vez en Nueva York.
Mitch llegó a las costas hondureñas el 30 de octubre, al final del día. Durante la noche las dos terceras partes del país quedaron destruidas, catorce mil cuatrocientas personas encontraron la muerte…
… Aquella misma noche, a unos miles de kilómetros de allí, «al otro lado del mundo», en la cafetería de un aeropuerto un camarero mexicano que acababa su servicio pasaba un último trapo por encima de una mesa que se hallaba junto a un ventanal.
Gracias,
por su presencia o sus consejos,
a Bernard Barrault, Kamel Berkane, Antoine Caro, Guillaume Gallienne, Pauline Guéna, Philippe Guez, Katrin Hodapp, Lisa y Emily, Daniéle y Raymond Levy, Lorraine Levy, Roseline, Jenny Licos, Colette Perier, Aliñe Souliers, y a Susanna Lea y Antoine Audouard;
por su generosa ayuda documental,
a Dany Jucaud, al detective Lucas Miller del NYPD, al señor Huc y a todo el equipo del Centro de Huracanes.
Marc Levy vive a caballo entre Francia y Estados Unidos, en donde dirige une studio de arquitectura.
Si bien se define a sí mismo como un «empresario que a lo largo de veinte años ha conseguido crear más de 250 puestos de trabajo», el éxito fulgurante de su primera novela Ojála fuera cierto (2000) inscribió su nombre en lo más alto del panorama narrativo francés. Los elogios y la proyección internacional que alcanzó Ojalá fuera cierto vinieron a desmentir la opinión expesada por su autor de que «sigo sin considerarme un verdadero escritor».
Tras su exitosa incursion en el mundo literario, Marc Levy decidió tomarse un año sabático antes de publicar la que hasta la fecha es su sengunda novela, La mirada de una mujer .
[1] Fue a las dos de la mañana de la noche del 16 al 17 de septiembre, mientras vigilaba su lugar de nacimiento a la luz de un único neón que zumbaba, inclinado sobre una mesa cubierta de hojas de exámenes, columnas de números y líneas que se podían confundir con electrocardiogramas, cuando el profesor Huc decidió que su evolución exigía que se le diese un nombre de inmediato, como para exorcizar así el mal que se estaba formando. Habida cuenta de las mutaciones sorprendentes, existían muy pocas posibilidades de que continuase como estaba. Su nombre había sido elegido incluso antes de su concepción: se llamaría Fifí . Entró en la historia el 17 de septiembre de 1974 a las ocho de la mañana, al sobrepasar la velocidad de 120 km/h. Fue entonces clasificado por los meteorólogos del Centro de Huracanes [1] de Ponte-á-Pitre y por sus colegas del Centro Nacional de Huracanes [2] de Miami como huracán de clase 1, con arreglo a la escala de Saffír Simpson. En el curso de los siguientes días cambiaría de categoría, pasando muy rápidamente a la clase 2 para desconcierto de todos los profesores que lo estudiaban. A las dos de la tarde Fifí desarrollaba vientos de 138 km/h, que de noche alcanzaron casi los 150 km/h. No obstante la mayor inquietud procedía de su posición, que se había modificado de forma peligrosa, situándose ahora a 16° 30' de latitud norte y 81° 70' de longitud oeste. Entonces se lanzó el aviso de alerta máxima. A las dos de la mañana del 18 de septiembre se aproximaba a las costas de Honduras, barriendo el litoral septentrional con ráfagas de vientos que alcanzaban los 240 km/h.
Centre des ouragans (Centro de huracanes)
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