Gao Xingjian - El Libro De Un Hombre Solo

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…Has escrito este libro para ti, un libro sobre la huida, el libro de un hombre solo. Eres a la vez tu Senor y tu apostol, no te sacrificas por losdemas y no pides que nadie se sacrifique por ti, no puede ser mas justo. Todo el mundo desea la felicidad, por que solo habria de pertenecerte a ti? Dehecho, la felicidad es bastante rara en este mundo? (Gao Xingjian).Un hombre recuerda el principio de su vida en China, su familia, su pais, sus aprendizajes y como esa vida placida desaparece de repente con el estallido dela Revolucion Cultural, que va a acabar con el pensamiento y la libertad. Cada uno va a convertirse desde ese momento en un hombre solo, una mujer sola, unser humano solo ante la desesperanza y el terror. Su supervivencia exige `que el cerebro desaparezca,` que no haya cerebro en las miradas ni en las palabrasni en los actos del dia, y, sin embargo, se puede violar a un ser humano, con violencia fisica o violencia politica, pero no se lo puede poseer porcompleto?, porque su mente siempre le pertenecera. Y esa es la gran belleza de El Libro de un hombre solo, que, reflejando hasta hacernos entremecer la cobardia, el lado oscuro y la tristeza, ha sabidointroducir asimismo la esperanza, se pequeno resplandor en una sociedad espesa como el barro?.La dulzura de los recuerdos y de la infancia, la violencia politica, el amor y tambien el erotismo se mezclan en esta novela sencilla y sorprendente, resumende la vida de un hombre solo y testimonio literario esencial y sublime.Gao Xingjian nacio en Jangsu (China) en 1940. Novelista, poeta, dramaturgo, director de teatro y pintor, como un artista del Renacimiento tiende a abarcarel arte en sus distintas disciplinas, y en cada una deellas investiga una forma personal de expresarse mezclando tecnicas, estilos y generos.

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– Ella no sabía chuparla, se limitaba a ofrecer su cuerpo; no sabía lo que era gozar…

– Todas las mujeres lo saben naturalmente, lo aprenden tarde o temprano…

Desvía la mirada, sus párpados con pestañas maquilladas se cierran.

Piensas en las ondulaciones de su cuerpo, rígido y dulce; su perfume, su respiración, su tibieza y su humedad reaniman tu deseo y le dices brutalmente que tienes ganas de hacer de nuevo el amor.

– ¡No! -dice categóricamente-. No es conmigo con quien quieres hacer el amor, pero buscas una simple compensación con mi cuerpo.

– ¿De qué hablas? ¡Eres realmente guapa, es cierto!

– No te creo.

Ella baja la cabeza y hace mover su vaso con el dedo, ese pequeño movimiento también es muy seductor luego se yergue riéndose, descubriendo el surco entre sus senos, que permanecía oculto por la sombra de su cabeza.

– Estoy demasiado gorda -dice.

Vas a contestar que es mentira, pero ella te interrumpe:

– Ya lo sé.

– ¿Qué sabes?

– Detesto mi cuerpo.

De pronto se muestra muy fría, y tras beber un trago añade:

– Bueno, ya está bien, no me entiendes en absoluto, mi pasado, mi vida, no sabes nada de nada.

– Bueno, pues háblame. -La haces rabiar-. Por supuesto que quiero comprenderte, quiero saberlo todo de ti, todo.

– No, lo único que quieres es acostarte conmigo.

Bueno, sólo puedes justificarte.

– ¿Eso es malo, quizás? Hay que vivir, y lo más importante es vivir el momento, el pasado es el pasado, hay que saber romper con él.

– Pero tú no lo consigues, tú no lo consigues -afirma obstinadamente.

– ¿Y si lo hubiera conseguido?

Haces una mueca.

Es una chica seria, debía de ser buena en matemáticas en el colegio.

– No, no has roto con los recuerdos, todavía están dentro de ti, y salen a la superficie por momentos. Claro que pueden entristecer, pero también pueden dar fuerzas.

Dices que los recuerdos quizá le den fuerzas a ella, pero que para ti son auténticas pesadillas.

– Los sueños no son reales, mientras que los recuerdos se basan en cosas que han ocurrido de verdad, es imposible hacer que desaparezcan -dice con convicción.

– Claro -suspiras tú-, y además no es seguro que no vuelvan alguna vez.

– Pueden volver en cualquier momento si no estás alerta; es lo mismo que ocurre con el fascismo. ¡Si no se habla de él, si no se denuncia, si no se le fustiga, se corre el riesgo de que reaparezca en cualquier momento!

Cuanto más habla, más se enfurece, como si el sufrimiento de todos los judíos pesara sobre ella.

– ¿Necesitas sufrir? -le preguntas tú.

– No se trata de que lo necesite o no, el sufrimiento está ahí, es real.

– ¿Y qué quieres, cargar con todo el sufrimiento de la humanidad? ¿O como mínimo con el sufrimiento de la nación judía entera? -replicas.

– No, esa nación ha desaparecido desde hace tiempo, está desparramada por el mundo entero, yo tan sólo soy una simple judía.

– ¿No es mejor? Es más humano.

Ella quiere confirmar su identidad, ¿y tú? Tú quieres justamente librarte de tu etiqueta de chino, no quieres el papel de un Jesucristo, no quieres que la cruz de esa nación te aplaste, ya has tenido suerte de que hasta ahora no te haya aplastado. Para hablar de política es demasiado tierna, y como mujer se calienta demasiado la cabeza; por supuesto, esas dos últimas frases no se las dices.

Unos jóvenes isleños modernos han entrado. Algunos llevan cola de caballo; todos son chicos. La acomodadora de alta estatura y de pelo rubio les hace tomar asiento cerca de vosotros. Uno de ellos dice algo a la acomodadora. La música está demasiado alta, la chica se inclina para poder oírlo, poco después suelta una carcajada, mostrando unos dientes de un blanco resplandeciente bajo los neones. Luego les acerca otra pequeña mesa redonda. Está claro que esperan a más gente. Dos chicos se acarician las manos, tienen un aspecto totalmente distinguido. Al poco, piden la bebida.

– ¿Crees que después de 1997 los homosexuales podrán reunirse así? -te pregunta ella al oído acercándose a ti.

– En China no sólo era imposible que los homosexuales se reunieran en algún lugar, sino que si descubrían a uno de ellos, lo enviaban al laogai, o incluso lo podían fusilar.

Tú ya has visto los informes de la policía de la época de la Revolución Cultural, que más tarde se publicarían como documentos internos.

Ella se echa atrás en su asiento y no dice nada más. La música continúa igual de alta que antes.

– ¿Qué te parece si vamos a dar una vuelta? -sugieres.

Ella empuja el vaso que no ha apurado y se levanta. Salís. La pequeña calle está demasiado iluminada por las luces de neón. Pasan muchas personas por ahí, y circulan en medio de una animación incesante por los distintos bares. También hay algunas pastelerías y cafeterías más distinguidas.

– ¿Y estos bares, continuarán existiendo? -Está claro que habla de después de 1997.

– ¿Quién sabe? Aquí tienen talento para los negocios, lo único que quieren es conseguir dinero. Esta nación es así, no tienen el mismo espíritu de arrepentimiento que los alemanes -dices tú.

– ¿Crees que los alemanes tienen espíritu de arrepentimiento? Después de lo que ocurrió en Tiananmen en 1989, han continuado sus negocios con China como si no hubiera pasado nada.

– ¿Podemos dejar de hablar de política? -preguntas tú.

– No puedes huir de eso -dice ella.

– ¿Podemos huir al menos un poco? -insistes intentando ser lo más educado posible, esbozando una sonrisa.

Entonces te sonríe después de haberte mirado de hito en hito; luego dice:

– Bueno, vamos a comer, tengo hambre.

– ¿Occidental o chino?

– Chino, por supuesto. Me gusta Hong Kong, siempre es tan vivo, y se come muy bien y barato.

La llevas a un pequeño restaurante con buena iluminación, muy animado, lleno hasta los topes. Ella habla en chino con el camarero regordete. Pides algunas especialidades y directamente un viejo vino de Shaoxing. El camarero trae una botella sumergida en un cubo de agua caliente; luego, después de colocar la botella y poner unas ciruelas confitadas en las copas, le dice a ella: «Habla chino realmente así…». Levanta el dedo pulgar y añade: «¡Es raro, muy raro!».

Se siente feliz. Comenta:

– En Alemania estoy demasiado sola. De todas formas prefiero China. En invierno en Alemania hay demasiada nieve. Al volver a casa, en la calle no hay nadie, cada uno se encierra en su casa; por supuesto, no son como en China, son grandes, no hay todos los problemas que has mencionado. En Francfort vivo en un ático, pero tengo una planta entera para mí sola. Si vienes, podrás quedarte en mi casa, tendrás tu propia habitación.

– ¿No me quedaré en tu habitación? -aventuras tú.

– Sólo somos amigos -dice ella.

A la salida del restaurante, la calzada está cubierta de charcos, tú caminas por la derecha, ella por la izquierda. Estáis separados durante el camino. Tus relaciones con las mujeres nunca son fáciles. No sabes por qué fracasan ni por qué acaban enfriándose. Probablemente ya no tienes remedio. Es más fácil acostarse con una mujer que conocerla, tan sólo consigues tener encuentros fortuitos, para apaciguar un poco tu soledad.

– Ahora no tengo ganas de volver al hotel, paseemos un poco -dice ella.

Un bar da a la acera. Su gran ventanal apenas está iluminado por unas velas colocadas sobre las pequeñas mesas llenas de hombres y mujeres.

– ¿Entramos? -preguntas tú-. ¿O vamos a la orilla del mar?, será más romántico.

– He nacido en Venecia y he crecido a la orilla del mar -replica ella.

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