Nicholas Sparks - Fantasmas Del Pasado

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Jeremy Marsh es un periodista especializado en desenmascarar fraudes con apariencia de hechos sobrenaturales. Allí donde parece darse un caso extraño que escapa a toda explicación lógica, él se empeña en demostrar que para encontrarla sólo hace falta investigar el caso a fondo y seguir en todo momento los dictámenes de la razón. Hasta ahora nunca se ha equivocado, y con esa determinación viaja a Boone Creek, una pequeña localidad de Carolina del Norte, en busca de la causa real que se esconde detrás de unas apariciones fantasmagóricas en el cementerio del pueblo. La leyenda local habla de una maldición y de almas que vagan con sed de venganza, pero ¿cuánto de verdad y cuánto de fábula hay en esa leyenda, como en todas las demás?
Sin embargo, Jeremy ha de enfrentarse a algo verdaderamente inesperado, para lo que esta vez su razón no tiene respuesta: el encuentro con Lexie Darnell, la nieta de la vidente del pueblo. Y es que Jeremy podía prever que Lexie lo ayudaría en sus pesquisas gracias a su trabajo como bibliotecaria, pero no que él acabaría enamorándose perdidamente de ella. El dilema no tardará en surgir: si la joven pareja quiere empezar a construir un futuro en común, Jeremy deberá arriesgarse a otorgar un voto de confianza a la fe ciega, en la que nunca había creído…

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Algunos creían realmente que las luces eran producto de los fantasmas, pero otros no. El alcalde, por ejemplo, Gherkin enfocaba el tema desde un ángulo diferente; veía la investigación de Jeremy como una especie de apuesta. Si Jeremy Marsh no encontraba la causa, sería bueno para la economía del pueblo, y ésa parecía la opción por la que apostaba el alcalde. Después de todo, Gherkin sabía algo que sólo unos pocos conocían.

Además de los estudiantes de la Universidad de Duke y del historiador local -quien parecía haber encontrado una explicación plausible, según la opinión de Lexie-, por lo menos otros dos individuos o grupos de personas no vinculadas con el pueblo habían investigado el misterio sin éxito. Gherkin había invitado a los estudiantes de la Universidad de Duke para que realizaran una visita al cementerio, con la esperanza de que tampoco encontraran una respuesta lógica. Y no se podía negar que desde entonces se había incrementado el número de visitantes a la localidad.

Lexie consideró que igual debería haber mencionado esa cuestión al señor Marsh. Pero puesto que él no había preguntado, ella no había visto la necesidad de darle ninguna explicación. Estaba demasiado ocupada intentando contrarrestar los claros intentos de ese seductor para ligar con ella y, al mismo tiempo, dejarle claro que no se sentía atraída por él. Tenía que aceptar que era encantador, pero eso no cambiaba su firme determinación de ser fuerte y no dejarse llevar por las emociones. Lo cierto era que se había sentido francamente aliviada cuando lo perdió de vista el día anterior.

Y entonces Doris soltó ese maldito comentario, que esencialmente venía a decir que pensaba que Lexie debería darle una oportunidad y conocerlo mejor. Pero lo que más la incomodaba era la certeza de que Doris no habría dicho nada si no hubiera estado absolutamente segura de que no se equivocaba. Por alguna razón que desconocía, su abuela había visto algo especial en Jeremy.

A veces odiaba las premoniciones de Doris. Aunque, claro, no tenía por qué escucharla. Después de todo, ya había sido cortés con ese forastero, y ahora estaba a punto de bajar a recibirlo de nuevo. A pesar de su determinación, tenía que admitir que se sentía un poco apabullada con todo ese asunto. Mientras seguía sumida en esas cavilaciones, oyó el chirrido de la puerta de su despacho al abrirse.

– Buenos días -saludó Jeremy al tiempo que asomaba la cabeza-. Me ha parecido ver luz debajo de la puerta.

Lexie dio media vuelta en su silla giratoria y se fijó en que él se había quitado la chaqueta y la llevaba colgando del hombro.

– Ah, hola -dijo ella educadamente-. Estaba intentando sacarme un poco de trabajo de encima.

Jeremy agarró la chaqueta con las dos manos.

– ¿Hay algún perchero donde pueda colgar esto? En la sala de los originales no hay espacio.

– Deme, ya se la guardaré yo. Hay un colgador detrás de la puerta.

Jeremy entró en el despacho y le entregó la chaqueta. Ella la colgó junto a la suya en la ristra de colgadores que pendía detrás de la puerta. Jeremy examinó el despacho con curiosidad.

– ¿Así que éste es tu laboratorio, eh? Desde aquí gestionas la biblioteca.

– Así es -confirmó ella-. No hay demasiado espacio, pero es más que suficiente para organizarlo todo.

– Me encanta tu sistema de clasificación -apuntó él, señalando hacia las pilas de papeles sobre la mesa-. Tengo uno muy parecido en casa.

Una sonrisa se escapó de los labios de Lexie mientras él se acercaba a la mesa y miraba por la ventana.

– Y además, una vista fabulosa. ¡Vaya primer plano de la casa del vecino y del aparcamiento!

– Me parece que esta mañana está de un óptimo humor, señor Marsh.

– ¿Y cómo no voy a estarlo? He dormido en una cámara refrigeradora llena de animales muertos. O mejor dicho, apenas he dormido. Me he pasado la noche escuchando ruidos extraños procedentes del bosque.

– Me preguntaba si le habría gustado Greenleaf. He oído que es un sitio bastante rústico.

– No creo que «rústico» sea el adjetivo más apropiado para describir ese lugar. Y para colmo, esta mañana he coincidido con la mitad del pueblo a la hora del desayuno.

– Entonces supongo que ha ido al Herbs -dedujo ella.

– Pues sí, y no te he visto por allí.

– No, estoy demasiado ocupada. Prefiero empezar el día con un poco de paz.

– Tendrías que haberme avisado.

Lexie sonrió.

– No me lo preguntó.

Él se echó a reír, y Lexie hizo una señal hacia la puerta con la mano, como invitándolo a que la acompañara.

Mientras se dirigía a la sala de los originales con él, se fijó en que Jeremy estaba de muy buen humor a pesar de su indiscutible cansancio, pero ese detalle todavía no tenía suficiente peso como para confiar en él.

– ¿No conocerás por casualidad a Hopper, el ayudante del sheriff? -inquirió él.

Ella lo miró con evidente curiosidad.

– ¿Rodney?

– Sí, creo que se llama así. ¿Qué le pasa? Esta mañana me ha dado la impresión de que no le gusta nada mi presencia en el pueblo.

– Oh, pero si no es más que un corderito.

– Pues a mí no me lo ha parecido.

Lexie se encogió de hombros.

– Probablemente se ha enterado de que piensa pasar bastantes horas en la biblioteca. Siempre adopta esa actitud protectora conmigo. Le gusto desde hace años.

– Pues háblale bien de mí, si no te importa.

– No se preocupe, lo haré.

Jeremy esperaba algún comentario mordaz, pero cuando vio que Lexie respondía con tanta afabilidad, esbozó una mueca en señal de grata sorpresa.

– Gracias -le dijo.

– No hay de qué. Pero no haga nada que me obligue a cambiar de opinión.

Continuaron andando en silencio hasta la sala de los originales. Ella entró primero y encendió la luz.

– Le he estado dando vueltas a su proyecto, y creo que hay algo que debería saber.

– ¿Ah, sí?

Ella le refirió las dos investigaciones previas que se había llevado a cabo en el cementerio y acto seguido añadió:

– Si me concede unos minutos, creo que puedo encontrar esa información.

– Te lo agradeceré mucho. Sólo por curiosidad, ¿por qué no me lo contaste ayer?

Ella sonrió sin contestar.

– Deja que lo adivine… ¿Porque no te lo pregunté?

– Sólo soy una bibliotecaria, no puedo leer los pensamientos.

– ¿Como tu abuela? Ah, no, espera, tu abuela es adivina, ¿no?

– Pues sí. Y puede predecir el sexo de un bebé antes de que nazca.

– Eso he oído -dijo Jeremy.

Los ojos de Lexie destellaron con fiereza.

– Es cierto, Jeremy. Lo creas o no, puede hacer esas cosas.

– ¡Eh! ¡Me has tuteado! -exclamó él animadamente.

– Sí, pero no te hagas ilusiones. Tú mismo me pediste que lo hiciera, ¿recuerdas?

– Lo sé, Lexie -pronunció él.

– Tampoco te excedas en la confianza -proclamó ella, pero mientras hablaba, Jeremy se dio cuenta de que Lexie aguantaba la mirada más rato de lo normal, y eso le gustó.

Le gustó mucho.

Capítulo 7

Jeremy se pasó el resto de la mañana encorvado sobre una pila de libros y los dos artículos que Lexie había encontrado. El primero, escrito en 1958 por un profesor de folclore de la Universidad de Carolina del Norte y publicado en el Journal of the South, parecía haber sido concebido como una respuesta al relato de la leyenda por parte de A. J. Morrison. El artículo citaba algunas frases del trabajo de Morrison, resumía la leyenda y narraba la visita del profesor al cementerio durante más de una semana seguida. En cuatro de esas noches, había presenciado las luces. Por lo menos, el autor se había esforzado en intentar hallar la causa: se había dedicado a contar el número de casas en el área circundante (dieciocho en total, a un kilómetro y medio a la redonda del cementerio, y, sorprendentemente, ninguna en Riker's Hill) y también había anotado el número de coches que pasaron durante los dos minutos siguientes a la aparición de las luces. En dos casos, la diferencia de tiempo resultó inferior a un minuto. En los otros dos casos, no obstante, no pasó ni un solo coche, lo cual parecía eliminar la posibilidad de que los faros de los automóviles pudieran ser el origen de los «fantasmas».

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