«¡Vaya con mi racha de suerte!», pensó.
La mañana siguiente, después de ducharse con un chorro de agua tibia, Jeremy se puso un par de vaqueros, un jersey y una americana marrón de piel, y se dirigió hacia el Herbs, que parecía ser el lugar más concurrido a esa temprana hora en el pueblo. Cuando entró, avistó al alcalde Gherkin charlando con un par de individuos trajeados, y a Rachel ocupada sirviendo algunas mesas. Jed estaba sentado en una de las mesas al final de la sala; parecía una mole. Tully ocupaba una de las mesas centrales con otros tres tipos, y como era de esperar, llevaba la voz cantante del grupo. La gente inclinó la cabeza cuando Jeremy se abrió paso entre las mesas, y el alcalde levantó la taza de café a modo de saludo.
– Vaya, vaya, buenos días señor Marsh -exclamó Gherkin en voz alta-. ¿Ya has considerado qué cosas positivas vas a escribir sobre nuestro pueblo?
– Seguro que sí -intervino Rachel inesperadamente.
– Espero que haya encontrado el cementerio -dijo Tully arrastrando las palabras. Se inclinó hacia el resto del grupo reunido en su mesa-. Ese es el médico del que os hablaba.
Jeremy saludó con la cabeza, intentando evitar que alguno de los presentes lo acorralara en una conversación. Jamás había sido una persona madrugadora, y para colmo no había pasado una buena noche. El frío, el olor a muerte y las pesadillas sobre serpientes podían provocar un imprevisto malestar en cualquiera. Ocupó un sitio en una de las mesas más alejadas, y Rachel se acercó eficientemente, con una cafetera en la mano.
– ¿Hoy no vas a ningún entierro? -se rio ella.
– No. He decidido optar por una línea más informal.
– ¿Café, cielo?
– Sí, por favor.
Rachel colocó una taza delante de él y la llenó hasta el borde.
– ¿Quieres la especialidad del día? Todos dicen que hoy está sabrosísima.
– ¿Cuál es la especialidad del día?
– Tortilla al estilo Carolina.
– De acuerdo -aceptó, sin tener la menor idea de qué era una tortilla al estilo Carolina; pero con el estómago vacío, cualquier cosa le parecía perfecta.
– ¿Acompañada con grits y una tostada?
– Los grits son cereales, ¿verdad? Venga, ¿por qué no?
– Enseguida vuelvo, corazón.
Jeremy empezó a juguetear con la taza de café mientras repasaba las noticias del periódico del día anterior. La publicación estaba compuesta por cuatro páginas en total, contando la historia que ocupaba toda la portada sobre una anciana llamada Judy Roberts que acababa de celebrar su centésimo cumpleaños, un hecho destacable que sólo conseguía el 1,1 por ciento de la población. Junto al artículo había una foto del personal del asilo de ancianos sosteniendo un pequeño pastel con una única vela, mientras que la señora Roberts yacía tumbada en la cama a su lado, con aspecto comatoso.
Jeremy desvió la vista hacia la ventana, preguntándose por qué caía siempre en la trampa de ojear la prensa local. Vio una máquina dispensadora del USA Today, y se disponía a buscar unas monedas sueltas en el bolsillo cuando el ayudante del sheriff se sentó justo en la mesa de enfrente de él.
El individuo tenía cara de pocos amigos, y daba la impresión de estar en una excelente forma física; parecía que sus bíceps hinchados fueran a reventar las costuras de las mangas de su camisa de un momento a otro, y lucía unas gafas de sol pasadas de moda con cristales de espejos. Sí, pensó Jeremy, las típicas que exhibían los sheriffs en las series televisivas. Su mano se apoyaba en posición de reposo sobre la pistola, y en la boca tenía un mondadientes, que pasaba de un lado a otro sin parar. No dijo nada; se limitó a observarlo quedamente, lo cual le dio a Jeremy la oportunidad de ver su propio reflejo durante un buen rato.
No podía negar que ese sujeto lo intimidaba.
– ¿Deseaba algo? -le preguntó Jeremy finalmente. El mondadientes se movió de un lado a otro de nuevo. Jeremy cerró el periódico, preguntándose qué diantre sucedía.
– ¿Jeremy Marsh? -preguntó el oficial.
– ¿Sí?
– Me lo había figurado.
Encima del bolsillo de la camisa del oficial, Jeremy distinguió una placa brillante con el nombre grabado. Otra chapa de identificación.
– Y usted debe de ser el sheriff Hopper.
– El ayudante del sheriff.
– Disculpe -dijo Jeremy titubeando-. ¿He cometido alguna infracción, oficial?
– No lo sé -repuso Hopper-. ¿Usted qué opina?
– Creo que no.
El palillo volvió a moverse en la boca del ayudante del sheriff.
– ¿Está pensando en quedarse por aquí una temporada?
– Sólo una semana, más o menos. He venido porque quiero escribir un artículo…
– Lo sé -lo interrumpió Hopper-. Pero quería confirmarlo. Me gusta charlar con los forasteros que tienen intención de quedarse unos días en nuestro pueblo.
Hopper recalcó la palabra «forasteros», haciendo que Jeremy sintiera que ser forastero era como una especie de pecado. No creía que pudiera aplacar la hostilidad del oficial con ningún comentario, así que se limitó a asentir.
– Ah.
– He oído que piensa pasar muchas horas en la biblioteca.
– Bueno, supongo que debería…
– Ya veo -murmuró el ayudante del sheriff, interrumpiéndolo de nuevo.
Jeremy asió la taza de café y tomó un sorbo, intentando ganar tiempo.
– Lo siento, oficial, pero lo cierto es que no sé qué le pasa.
– Ya veo -volvió a repetir Hopper.
– ¡Eh, Rodney! ¡Deja en paz a nuestro huésped! -gritó el alcalde desde la otra punta de la sala-. Es un invitado especial, que ha venido para escribir un artículo sobre las costumbres locales.
El ayudante del sheriff no parpadeó ni apartó la vista de Jeremy. Por alguna razón, parecía completamente enojado.
– Sólo estoy charlando con él, alcalde.
– Pues deja que el señor Marsh disfrute de su desayuno -lo amonestó Gherkin al tiempo que se levantaba de la mesa. Luego saludó con la mano-. Ven, Jeremy; aquí hay un par de personas que quiero que conozcas.
Hopper siguió mirando a Jeremy con cara de pocos amigos mientras éste se levantaba y se dirigía a la mesa del alcalde.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Gherkin lo presentó a los dos hombres que compartían mesa con él. Uno debía de ser el abogado más esquelético del condado, y el otro era un espécimen de médico sumamente grueso, que trabajaba en el hospital de la localidad. Ambos parecieron examinarlo con la misma mirada despectiva que el ayudante del sheriff; con reservas, como se solía decir. Entretanto, el alcalde se deleitaba explicando lo contentos que estaban todos en el pueblo con la visita de Jeremy. Se inclinó hacia los otros dos y asintió de forma conspirativa.
– Quizá salgamos en Primetime Live -susurró Gherkin.
– ¿De veras? -exclamó el abogado. Jeremy pensó que ese individuo parecía un esqueleto andante.
Jeremy empezó a balancearse, apoyando todo el peso de su cuerpo en un pie y luego en el otro de forma alternativa.
– Bueno, como ayer intentaba explicarle al señor alcalde…
Gherkin le propinó una fuerte palmada en la espalda, interrumpiéndolo rápidamente.
– ¡Qué ilusión aparecer en un programa de tanta audiencia! -exclamó Gherkin.
Los otros asintieron con expresión solemne.
– Y hablando del pueblo -agregó repentinamente el alcalde-, tengo el placer de invitarte a una cena privada esta noche, con un reducido grupo de amigos. Nada especial, no creas, pero puesto que sólo estarás unos días, me gustaría que conocieras a algunas de las personas más destacadas de la localidad.
Jeremy levantó los brazos.
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