Nicholas Sparks - Fantasmas Del Pasado

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Jeremy Marsh es un periodista especializado en desenmascarar fraudes con apariencia de hechos sobrenaturales. Allí donde parece darse un caso extraño que escapa a toda explicación lógica, él se empeña en demostrar que para encontrarla sólo hace falta investigar el caso a fondo y seguir en todo momento los dictámenes de la razón. Hasta ahora nunca se ha equivocado, y con esa determinación viaja a Boone Creek, una pequeña localidad de Carolina del Norte, en busca de la causa real que se esconde detrás de unas apariciones fantasmagóricas en el cementerio del pueblo. La leyenda local habla de una maldición y de almas que vagan con sed de venganza, pero ¿cuánto de verdad y cuánto de fábula hay en esa leyenda, como en todas las demás?
Sin embargo, Jeremy ha de enfrentarse a algo verdaderamente inesperado, para lo que esta vez su razón no tiene respuesta: el encuentro con Lexie Darnell, la nieta de la vidente del pueblo. Y es que Jeremy podía prever que Lexie lo ayudaría en sus pesquisas gracias a su trabajo como bibliotecaria, pero no que él acabaría enamorándose perdidamente de ella. El dilema no tardará en surgir: si la joven pareja quiere empezar a construir un futuro en común, Jeremy deberá arriesgarse a otorgar un voto de confianza a la fe ciega, en la que nunca había creído…

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– No es necesario…

– ¡Bobadas! -espetó Gherkin-. Es lo mínimo que podemos hacer. Y recuerda, algunas de las personas que invitaré han visto esos fantasmas con sus propios ojos, así que tendrás la oportunidad de recoger sus vivencias de primera mano. Probablemente sus historias te provocarán pesadillas.

Jeremy enarcó una ceja. El abogado y el médico lo observaban expectantes. Cuando Jeremy vaciló, el alcalde aprovechó para zanjar el tema.

– ¿Te va bien a las siete? -inquirió.

– Sí… Supongo que sí -convino Jeremy-. ¿Dónde será la cena?

– Ya te lo comunicaré más tarde. Supongo que pasarás el día en la biblioteca, ¿no?

– Seguramente sí.

Gherkin esbozó una mueca, haciéndose el gracioso.

– Entonces supongo que ya habrás conocido a nuestra adorable bibliotecaria, la señorita Lexie.

– Así es.

– Es realmente encantadora, ¿no te parece?

Por el tono, Jeremy interpretó que se refería a otra serie de posibilidades, algo más en la línea de los típicos comentarios que los hombres suelen hacer sobre las mujeres en los vestuarios de los gimnasios.

– La verdad es que me ha ayudado muchísimo -se limitó a decir Jeremy.

En ese momento Rachel los interrumpió.

– ¿Te dejo el desayuno en la mesa, cielo?

Jeremy miró al alcalde, como solicitándole permiso para marcharse.

– Ya hablaremos más tarde. ¡Ah, y que aproveche! -dijo Gherkin al tiempo que lo saludaba con la mano.

Jeremy se dirigió nuevamente a su mesa. Afortunadamente el ayudante del sheriff se había marchado, y Jeremy se dejó caer en la silla con pesadez. Rachel depositó el plato delante de él.

– Que aproveche. Le he pedido al cocinero que te prepare la tortilla con mucho cariño, porque vienes de Nueva York. ¡Me encanta ese lugar!

– ¿Has estado ahí alguna vez?

– No. Pero siempre he querido ir. Parece tan… glamuroso y excitante.

– Deberías ir. No hay ninguna otra ciudad igual en el mundo.

Ella sonrió, con aire coquetón.

– Pero bueno, señor Marsh… No me digas que me estás invitando.

La mandíbula de Jeremy se abrió involuntariamente.

– ¿Cómo?

Sin embargo, Rachel no pareció darse cuenta de su expresión pasmada.

– Bueno, quizás acepte tu oferta -proclamó ella-. Ah, y otra cosa: estaré encantada de enseñarte el cementerio la noche que quieras. Normalmente acabo de trabajar a las tres de la tarde.

– Gracias. Lo tendré en cuenta -balbuceó Jeremy.

Durante los siguientes veinte minutos, mientras Jeremy desayunaba, Rachel pasó por su mesa al menos una docena de veces, rellenando cada vez su taza con un chorrito de café y sonriéndole efusivamente.

Jeremy se encaminó hacia su coche, recuperándose de lo que se suponía que debía de haber sido un desayuno apacible. El ayudante del sheriff. El alcalde. Tully. Rachel. Jed.

Desde luego, esas pequeñas localidades en Estados Unidos podían ofrecer un sinfín de experiencias difíciles de digerir, incluso antes del desayuno.

A la mañana siguiente pensaba tomar café en cualquier otro sitio menos en el Herbs, aunque la comida fuera de primera. Y, tenía que admitir, era mejor de lo que había esperado. Tal y como Doris le había comentado el día previo, todo parecía fresco, como si los ingredientes procedieran directamente del huerto.

Sin embargo, mañana tomaría el café en otro sitio. Y tampoco pensaba hacerlo en la gasolinera de Tully, suponiendo que allí sirvieran café. No deseaba perder el tiempo en una conversación de la que no pudiera escapar cuando tenía cosas que hacer.

De repente se detuvo, sorprendido. «¡Cielo santo! Pero si estoy empezando a pensar como ellos», se dijo, sacudiendo la cabeza.

Sacó las llaves del coche de su bolsillo y reanudó la marcha. Por lo menos había conseguido acabar de desayunar. Echó un vistazo al reloj; ya casi eran las nueve. Perfecto.

Lexie se sorprendió a sí misma mirando por la ventana de su despacho en el momento exacto en que Jeremy Marsh aparcaba el coche delante de la biblioteca.

Jeremy Marsh. No podía dejar de pensar en él, por más que intentara concentrarse en su trabajo. Y ahí estaba de nuevo, esta vez vestido de un modo más informal, como si pretendiera pasar más desapercibido entre los lugareños, supuso ella. Y de algún modo lo había conseguido.

Bueno, ya era suficiente. Tenía que trabajar. Su despacho estaba abarrotado de cajas de libros, apiladas unas sobre las otras tanto en posición vertical como horizontal. Un archivador de acero gris emplazado en una de las esquinas era el único mobiliario que descollaba en la estancia, aparte de una mesa y de una silla típicamente funcionales. El despacho carecía de elementos decorativos, simplemente por falta de espacio. Había montones de papeles apilados por doquier: en los rincones, debajo de la ventana, en una silla apartada en una esquina. Y su mesa también estaba sepultada por enormes pilas de papeles, con todo aquello que consideraba urgente.

Había que presentar el presupuesto a final de mes, y tenía que repasar un montón de catálogos de diversos editores para realizar el pedido semanal. Además, todavía debía encontrar al ponente para la cena que organizaba la asociación de los Amigos de la Biblioteca en abril, así como planear todo lo referente a la «Visita guiada por las casas históricas» -en la que la biblioteca intervenía por ser uno de los edificios más emblemáticos del pueblo-, y apenas le quedaba tiempo para hacerlo todo. Contaba con dos empleados a jornada completa, pero había aprendido que era mejor no delegar temas importantes. Los empleados sabían recomendar los títulos más recientes y ayudaban a los estudiantes a encontrar lo que necesitaban, pero la última vez que permitió que uno de ellos decidiera qué libros debían solicitar, acabó con seis títulos diferentes sobre orquídeas, ya que, por lo que averiguó más tarde, ésa era la flor favorita del empleado que realizó el pedido. Previamente, antes de sentarse delante del ordenador, había intentado planificar sus tareas para ese día, pero no lo había conseguido. No importaba lo mucho que intentara concentrarse, sus pensamientos se desviaban hacía Jeremy Marsh. No quería pensar en él, pero Doris había dicho lo suficiente como para despertar su curiosidad.

«No es como te lo imaginas.»

¿Qué significaba eso? La noche anterior, cuando había intentado que Doris fuera más específica, su abuela se había cerrado en banda, como si no hubiera dicho nada. No volvió a mencionar la vida amorosa de Lexie durante el resto de la noche, ni tampoco a Jeremy Marsh. Las dos evitaron el tema: hablaron sobre el trabajo, sobre personas conocidas, sobre cómo se perfilaba la «Visita guiada por las casas históricas» para el siguiente fin de semana. Doris presidía la Sociedad Histórica local, y la visita era uno de los grandes eventos del año, aunque no precisara de una gran planificación. Prácticamente se trataba de mostrar la misma docena de casas que elegían cada año, además de cuatro iglesias y de la biblioteca. Mientras su abuela se afanaba por hablar sobre esas cuestiones, Lexie no podía dejar de pensar en su misteriosa declaración.

«No es como te lo imaginas.»

¿A qué se refería? ¿Al típico urbanita? ¿A su faceta mujeriega? ¿A alguien que sólo buscaba echar una cana al aire? ¿Alguien que se mofaría del pueblo tan pronto como se marchara de allí? ¿Alguien en busca de una historia sensacionalista, dispuesto a cualquier cosa por conseguirla, aunque ello supusiera hacer daño a alguien durante el proceso?

¿Y por qué demonios le preocupaba eso? Sólo se quedaría unos pocos días, y luego desaparecería y todo volvería a su cauce, afortunadamente.

Ya se había enterado de los cotilleos que circulaban por el pueblo. Y en la panadería donde se detenía cada mañana a comprar un mollete había oído a un par de mujeres hablar sobre él. Decían que gracias a ese periodista el pueblo se haría famoso, que las cosas mejorarían considerablemente, sobre todo para los comerciantes. Cuando la vieron, la avasallaron con mil y una preguntas acerca de él y emitieron sus propias opiniones sobre si finalmente descubriría el motivo de las misteriosas luces.

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