Elfriede Jelinek - Deseo

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PREMIO NOBEL DE LITERATURA 2004
ESTA NOVELA, QUE PROVOCÓ UN NOTABLE ESCÁNDALO EN SU PAÍS EN EL MOMENTO DE SU PUBLICACIÓN, SUPONE UN PRODIGIOSO EJERCICIO NARRATIVO TANTO DESDE EL PUNTO DE VISTA DEL ESTILO COMO DEL ESTRUCTURAL. EL LENGUAJE CRUDO Y PRECISO Y EL ELEVADO TONO ERÓTICO DE DESEO, ROMPE CON TODAS LAS CONVENCIONES DE LO QUE SE HA VENIDO LLAMANDO LA LITERATURA FEMENINA. EL DIRECTOR DE UNA FÁBRICA DE PAPEL, ATEMORIZADO POR LOS PELIGROS DEL SIDA, SE FIJA DE NUEVO EN SU ESPOSA PARA HACER USO DE ELLA COMO DE LAS PROSTITUTAS QUE HABÍA FRECUENTADO HASTA ENTONCES. EN LA CONFORTABLE RESIDENCIA DEL MATRIMONIO SE SUCEDEN UNAS ESCENAS DE EXTRAÑA OBSCENIDAD Y DE VIOLENCIA INUSITADA, BAJO LA MIRADA DE SU PROPIO HIJO, COMO UNA CRÓNICA DE LOS DIFERENTES MECANISMOS POSIBLES DE DOMINACIÓN EN EL SENO DE LA PAREJA. LA MUJER, DESESPERADA, ENCONTRARÁ OTRO AMANTE MÁS JOVEN QUE, A LA POSTRE, LE CONVERTIRÁ EN SU NUEVO VERDUGO.

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las ganancias conseguidas en la fábrica de papel. Horrorizadas, se quedan paradas ante su superior, al que no esperaban ver aquí, en el que apenas habían pensado. A menudo nos sorprenden en las puertas gentes con las que no habíamos contado, y se nos hace responsables de su alimentación. Barritas saladas, galletitas en forma de pez y patatas fritas es todo lo que podemos ofrecerles, en nuestras pobres sombras.

Abismos de estanterías se lanzan hacia el lejano horizonte. El racimo humano se divide, los últimos deseos de los clientes se escurren del cansancio matinal de los hombros, como los portadores de camisetas empapadas de sudor. Hermanas, madres, hijas. Y la santa pareja de directores se dirige otra vez, en eterno retorno, al establecimiento penitenciario de su sexo, donde se puede clamar cuanto se quiera por la redención. Pero de los labios y agujeros no se derrama en la celda y sobre sus manos tendidas más que una comida tibia y espantosa. El sexo, exactamente igual que la Naturaleza, no se puede disfrutar sin su apéndice, sin su pequeña banda de productos y producciones. Se le rodea amablemente con artículos de primera calidad de la industria del textil y de la cosmética. Sí, y quizá el sexo sea la naturaleza del ser humano, quiero decir, que la naturaleza del hombre consista quizá en correr detrás del sexo, hasta que, visto en su integridad y en sus limitaciones, se vuelve tan importante como él. Un símil le convencerá a usted: el ser humano es lo que come. Hasta que el trabajo le convierte en un sucio montón, en un muñeco de nieve fundida. Hasta que, lleno de cardenales desde su nacimiento, se le cierra hasta el último agujero en el que esconderse. Sí, los hombres, hasta que al fin son interrogados y conocen la verdad sobre sí mismos… Entretanto escúcheme: Estos indignos son importantes y hospitalarios un único día, cuando se casan. Pero ya un año después se les piden responsabilidades por sus muebles y vehículos. Sucede una detención masiva cuando ya no pueden pagar los plazos. ¡Pagan a plazos hasta las camas en las que se revuelcan! Sonríen a los rostros de los extraños que los llevan a sus pesebres, para que puedan hacer volar unas briznas de heno al aliento de su sueño, antes de seguir adelante. Pero nosotros tenemos que levantarnos todos los días a horas intempestivas, somos forasteros y estamos lejos, y solamente vemos nuestra pequeña calle, donde entretanto nuestras primorosas parejas son codiciadas y usadas por otros. Y en las mujeres debe arder un fuego. Pero no son más que muertos nidos de pasión, sobre los que la sombra del atardecer cae ya en la mañana, cuando desde las gargantas de sus camas en las buhardillas, donde tienen que atender a los niños, reptan directamente hasta el estómago de la fábrica. ¡Váyase a casa, si está cansada de esto! ¡No se le envidia, y hace mucho que su belleza ya no desarma a nadie, más bien la abandona con ligeros pasos y pone en marcha su coche allá donde cae el rocío y brilla bajo los primeros rayos, muy al contrario que su pelo romo!

La fábrica. Oh, cómo domina a los iletrados que afluyen a ella por inagotables tubos. ¡Cómo supera a los equipos estereofónicos en incansable ruido! ¡La casa de ese hombre, es decir, la casa del director en su celda para dos, que nos deja atrás, inefablemente refrescados, cada vez que accionamos las máquinas de Coca-Cola! Una carpa de luz y seres vivos en la que se fabrica papel. La competencia aprieta las clavijas a este lugar, y cepilla a todos los empleados hasta dejarlos convertidos en finas tablitas lo más iguales posible. El consorcio que posee la fábrica de la región vecina es más poderoso, y está situado en una arteria más productiva, en la que pueden ir a sangrar y agotar sus jugos. La madera es triturada hasta desaparecer, y llega a la fábrica de celulosa, y después la celulosa va a la fábrica de papel, donde otros triturados hasta desaparecer la elaboran, por lo menos eso he oído, y estoy contenta de que yo, que soy libre, puedo vomitar mi eco en el tranquilo bosque, en la hora en que aprieta el calor. El ejército de los que como yo, irresponsables, leen periódicos en las letrinas, arranca los árboles del bosque para poder sentarse en su lugar y poder desenvolver el papel con la comida. Por la noche la gente bebe y se preocupa. Si surge una discusión, la multitud se precipita, flatulenta y borracha, en profundidades nocturnas.

La fábrica ha llegado hasta el bosque, pero hace mucho que ansia otro país en el que poder producir más barato. Los divinos carteles en las carreteras de salida del país atraen a la gente, y ya se lanzan por los railes de sus trenes eléctricos. Se ajustan las agujas, y también el Señor Director está sujeto a una Instancia Superior, mientras engulle fondos públicos. La política del propietario, al que nadie conoce, es imprevisible. A las cinco de la mañana, la gente se duerme en los semáforos, cuando tiene que hacer cien kilómetros para ir a la fábrica, y en el último cruce sucumben a la sagrada luz roja, que juega con ellos, y son muertos por no quitar el pie del acelerador y el sueño de la diversión del sábado por la tarde. Nunca más verán los delicados movimientos en la pantalla de la que, resollando y pateando, han recibido el sustento durante años.

Por eso dejan a sus mujeres resonar una vez más, para no tener que oír las trompetas del Juicio Final por lo menos hasta el próximo primero de mes. En este lugar, los rumores y los tribunales no callan nunca, y los desahuciados por los bancos beben de las canaleras y se comen las últimas migajas. Y detrás de ellos hay una mujer que querría tener dinero para la casa, y libros y cuadernos nuevos para los niños. Todos ellos dependen del director, este niño grande de carácter apacible, pero que puede cambiar de pronto como una vela al viento y estallar, y entonces todos estamos en el mismo barco y nos lanzamos rápido sobre la borda grande y tempestuosa, a la que nos hemos lanzado en el último instante porque no sabemos emplear mejor nuestro canto coral de sirena. Incluso en la cólera se nos olvida, sólo crece la úlcera en nosotros, y crecemos como la mala hierba.

6

La mujer se aferra, no encontrando en su trastorno la salida de emergencia de sus recuerdos, a la cerca de un viejo almacén de bombas de los bomberos voluntarios. Corre libremente, sin correa. Su cabeza se ha librado de los cacharros sin fregar. Ahora ya no escucha el familiar chirriar y tintinear de las campanillas de sus riendas. Se alza en silencio sobre sí misma, como una llamarada. Así deja la alegre compañía de su bravo marido, en el que uno puede confiar con los ojos cerrados, y que sigue creciendo, pisando sin respeto las llamas que salen de sus genitales, así como la compañía de su hijo, patentado por el profesor de violín, para que los dos puedan gritar y aullar juntos. Ante ella sólo está el frío viento huracanado de la montaña; el campo está cubierto de débiles trazos de senderos que conducen al bosque. Oscurece. En sus celdas, las mujeres sangran por el cerebro y por el sexo al que pertenecen. Lo que ellas han criado, tienen ahora que cuidarlo y mantenerlo vivo con sus brazos, sobrecargados de todas formas por sus esperanzas.

La mujer se mueve sobre el canal helado del acceso al valle, se tambalea torpe sobre los congelados témpanos. Aquí y allá, las puertas abiertas de un establo dejan ver animales, y después nada más. Los anos de los animales están vueltos hacia ella, palpitantes cráteres de estiércol. El campesino no se apresura precisamente a rastrillar el cieno bajo sus cuartos traseros. En los establos masificados de las zonas más ricas, cuando cagan a destiempo reciben descargas eléctricas del yugo que llevan en la cabeza, el entrenador de vacas. Junto a las chozas, míseros haces de leña que se pegan a las paredes. Lo menos que aquí se puede decir del hombre y del animal es que la nieve los reclama suavemente. Siguen asomando plantas sueltas, hierbas duras. Ramas heladas juguetean con el agua. ¡Arribar precisamente aquí, donde hasta el eco se quiebra, a esta orilla convertida en hielo! En la Naturaleza está comprendida su grandeza, algo más pequeño que ella nunca suscitaría nuestro agrado, ni aguijonearía nuestra coquetería para hacernos comprar un vestido tirolés o un traje de cazador. Como vehículos a países lejanos, así nos acercamos nosotros, como astros, al Infinito de este paisaje. Sencillamente, no podemos quedarnos en casa; se nos ofrece posada, para que nuestros pasos hallen dónde pararse y la Naturaleza sea contenida en sus barreras, aquí hay un corral para renos domesticados, allá un sendero para principiantes. Y ya estamos al cabo de la calle. Ninguna roca nos rechaza iracunda, al contrario, miramos hacia la orilla, repleta de envases de leche y latas de conservas vacías, y conocemos los límites que la Naturaleza ha puesto a nuestro consumo. La primavera lo sacará todo a la luz. Esa pálida mancha de sol en el cielo, y en la tierra unas pocas especies. El aire es muy seco. La mujer… se le congela el aliento al salir de la boca, que cubre con una esquina de su pijama de nylon rosa. En principio, la vida está abierta a todo el mundo.

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