Una vez más, Wallingford se sintió. como un idiota. Había intentado invadir un libro que entusiasmaba a la señora Clausen y una película que (por lo menos para ella) iba unida a unos recuerdos dolorosos. Pero los libros, y a veces las películas, son incluso más personales; es posible compartir el aprecio hacia ellos, pero las razones concretas para amarlos no se pueden compartir de una manera satisfactoria.
Las buenas novelas y películas no son como las noticias, o lo que se hace pasar por noticias, son algo más que «asuntos». Abarcan toda la gama de estados de ánimo que uno experimenta cuando las lee o las ve. Patrick creía ahora que uno no puede nunca imitar exactamente el cariño de otra persona hacia una película o un libro.
Pero Doris Clausen debió de percibir su desánimo y se apiadó de él. Le envió otras dos fotografías de los días que habían pasado juntos en la casa de campo a orillas del lago. Él había confiado en que le enviara la de sus bañadores uno al lado del otro en el tendedero. ¡Cuánto le alegraría tener aquella foto! La fijaría con cinta adhesiva en el espejo de su vestuario en el estudio. (¡Que Mary Shanahan hiciera alguna observación maliciosa! Que lo intentara…)
La segunda foto le sorprendió. Él aún estaba dormido cuando la señora Clausen la tomó, y era un autorretrato, con la cámara en mano y ladeada. Pero la posición no importaba, pues se veía claramente lo que ocurría. Doris estaba rasgando con los dientes el envoltorio del segundo condón. Sonreía, como si Wallingford fuese el cámara y ya supiera que ella iba a ponerle el preservativo.
Patrick no fijó esa fotografía en el espejo del vestuario, sino que la dejó sobre la mesilla de noche, al lado del teléfono, de modo que pudiera mirarla cuando le llamara la señora Clausen o cuando él lo hiciera.
Una noche, a altas horas, cuando él ya estaba acostado pero aún no se había dormido, sonó el teléfono y Wallingford encendió la lámpara sobre la mesilla de noche a fin de contemplar la foto mientras hablaba con ella, pero quien le llamaba no era Doris.
– Eh, señor manco.,… señor sin polla -le dijo Vito, el hermano de Angie-. Espero no interrumpir nada…
Vito llamaba a menudo, y nunca tenía nada que decir. Cuando Wallingford colgó, lo hizo con una sensación de tristeza que no era del todo nostalgia. Desde su regreso de Wisconsin, cuando estaba solo en el piso de Nueva York no sólo añoraba a Doris Clausen, sino que también echaba en falta aquella noche salvaje y aromatizada por el chicle de Angie. En esas ocasiones, incluso había momentos en los que añoraba a Mary Shanahan, la Mary de antaño, antes de que él conociera inevitablemente su apellido y ella ostentara la incómoda autoridad que ahora ejercía sobre él.
Patrick apagó la luz. Mientras iba sumiéndose en el sueño, trató de pensar en Mary con indulgencia. Recordó la letanía de sus rasgos más positivos en el pasado: su piel impecable, su cabello rubio sin adulterar, sus vestidos sensatos pero que realzaban su atractivo, sus dientes pequeños y perfectos. Y, puesto que Mary todavía confiaba en estar embarazada, supuso que no tomaba fármacos. A veces le había tratado con malevolencia, pero las personas no son sólo lo que parecen ser. Al fin y al cabo, él la había rechazado. Otras mujeres estarían mucho más resentidas de lo que estaba Mary.
¡Hablando del rey de Roma! El teléfono volvió a sonar y era Mary Shanahan, con voz llorosa: tenía la regla. Se le había retrasado un mes y medio, lo suficiente para darle esperanzas de que estaba embarazada. Pero al final se había impuesto la realidad.
– Lo siento, Mary -le dijo Wallingford, y ciertamente lo sentía por ella. En cuanto a sí mismo, experimentaba un júbilo inmerecido. Había esquivado otra bala.
– ¡Imagínate, precisamente tú… disparando proyectiles de fogueo! -exclamó Mary entre sollozos-. Te daré otra oportunidad, Pat. Tenemos que intentarlo de nuevo, en cuanto esté en periodo fértil.
– Lo siento, Mary -repitió él-. No soy tu hombre. Con proyectiles de fogueo o sin ellos, he tenido mi oportunidad.
– ¿Cómo?
– Ya me has oído. Te estoy diciendo que no. No volveremos a acostarnos, bajo ningún concepto.
Mary le lanzó una andanada de insultos pintorescos antes de colgar. Pero la decepción que la joven ejecutiva acababa de sufrir no le quitó el sueño a Patrick. Al contrario, durmió tan profundamente como no lo había hecho desde que se amodorró en los brazos de la señora Clausen y le despertó la sensación de los dientes de ella al colocarle el preservativo.
Aún dormía a pierna suelta cuando le llamó la señora Clausen. En Green Bay era una hora antes, pero el pequeño Otto tenía la costumbre de despertar a su madre un par de horas antes de que Wallingford estuviera despierto.
– Mary no está embarazada -le informó Patrick-. Acaba de tener la regla.
– Va a pedirte que lo intentes de nuevo -dijo la señora Clausen-. Eso es lo que yo haría.
– Ya me lo ha pedido, y le he dicho que no.
– Has hecho muy bien -comentó ella.
– Estoy mirando tu foto -dijo Wallingford.
– Imagino cuál es -replicó Doris.
El pequeño Otto balbuceaba cerca del teléfono. Wallingford permaneció un momento en silencio… le bastaba con imaginarlos a los dos.
– ¿Qué llevas puesto? -le preguntó entonces-. ¿Estás vestida?
– Tengo dos entradas para el partido del lunes por la noche -se limitó a decir ella.
– Quiero ir.
– Los Seahawks juegan contra los Packers en el estadio Lambeau -dijo ella en un tono reverencial que a él le pasó desapercibido-. Mike Holmgren vuelve a casa. No quiero perdérmelo.
– ¡Yo tampoco! -replicó Patrick, aunque no sabía quién era Mike Holmgren. Tendría que investigar un poco.
– Es el primero de noviembre. ¿Estarás libre de veras?
– ¡Estaré libre! -le prometió él. Trataba de parecer alegre, aunque en realidad se le partía el corazón por tener que esperar hasta noviembre para verla. ¡Sólo estaban a mediados de septiembre!-. ¿No podrías venir antes a Nueva York?
– No. Quiero verte en el partido -respondió ella-. No puedo explicártelo.
– ¡No tienes que explicármelo! -se apresuró a replicar él.
Ella cambió de tema.
– Me alegro de que te guste la foto.
– ¡Me encanta! Es estupendo lo que me hiciste.
– Bueno, no tardaremos mucho en vernos -concluyó ella, y colgó sin decirle siquiera adiós.
A la mañana siguiente, durante la reunión preparatoria del guión, Wallingford procuró no pensar en que Mary Shanahan se comportaba como una mujer que estaba atravesando un mal periodo, en todas las acepciones de la palabra, pero ésa era su impresión. Mary comenzó la sesión insultando a una de las redactoras. Se llamaba Eleanor Y por las razones que fuesen, se había acostado con uno de los estudiantes que seguían el programa de verano. El chico había regresado a la universidad, y Mary acusó a Eleanor de ligarse a un hombre mucho más joven que ella.
Sólo Wallingford sabía que, antes de que él cometiera la estupidez de intentar dejar embarazada a Mary, ésta había hecho proposiciones al mismo estudiante. Era un chico guapo y más listo que Wallingford, como lo demostraba el hecho de que hubiera rechazado la proposición de Mary. A Patrick no sólo le gustaba Eleanor por haberse acostado con el muchacho, sino que también sentía simpatía por el estudiante, cuya participación en el programa de verano no había carecido de una auténtica experiencia. (Eleanor era una de las casadas de más edad en la sala de redacción.)
Sólo Wallingford sabía que a Mary le importaba un bledo que Eleanor se hubiera acostado con el joven. Lo único que sucedía era que estaba enojada porque le había venido la regla.
Читать дальше