La única sorpresa fue la tercera fotografía, que Doris había tomado sin que Wallingford lo supiera, en la que él aparecía durmiendo en la mecedora con su hijo.
Patrick no sabía cómo interpretar las observaciones de la señora Clausen en la nota que acompañaba a las fotografías, sobre todo la naturalidad con que le informaba de que había tomado dos fotos del pequeño Otto dormido en brazos de su padre y se había quedado con una. El tono de la nota, que al principio Wallingford había considerado malicioso, era también ambiguo. Doris había escrito: «A juzgar por la prueba adjunta, eres un buen padre en potencia».
¿Sólo en potencia? Estas palabras hirieron sus sentimientos. Sin embargo, leyó El paciente inglés con la ferviente esperanza de encontrar un pasaje para comentarlo con Doris, tal vez uno que ella hubiera subrayado, uno que les gustara a los dos.
Cuando Wallingford llamó a la señora Clausen para agradecerle el envío de las fotografías, creyó haber encontrado ese pasaje.
– Me ha encantado esa parte sobre la «lista de heridas», sobre todo cuando ella le pincha con el tenedor. ¿Lo recuerdas? «El tenedor que penetró detrás del hombro, dejando unas marcas como de mordedura que el médico sospechaba que habían sido causadas por un zorro.»
Doris permaneció silenciosa en el otro extremo de la línea.
– ¿No te gustó esa parte? -inquirió Patrick.
– Preferiría que no me recordaras tus propias marcas de mordedura y tus demás heridas -le dijo ella.
– Ah.
Wallingford siguió leyendo El paciente inglés . Sólo se trataba de leer la novela más concienzudamente. Sin embargo, prescindió de toda precaución cuando llegó al lugar en que Almásy dice de Katharine que «sentía más hambre de cambio de lo que yo había esperado».
Sin duda ésa era la impresión que tenía Patrick de la señora Clausen como amante: su voracidad en determinados aspectos le asombraba. La llamó de inmediato, olvidando que ya era muy tarde en Nueva York y que en Green Bay sólo era una hora menos.
No parecía la Doris de siempre cuando respondió al teléfono. Él se apresuró a disculparse.
– Perdona. Estabas dormida.
– No importa. ¿Qué quieres?
– Se trata de un pasaje de El paciente inglés, pero puedo hablarte de ello en otra ocasión. Llámame por la mañana, tan pronto como puedas. ¡Despiértame, por favor! le rogó.
– Léeme el pasaje.
– Es sólo algo que Almásy dice de Katharine…
– Vamos, léelo.
– «Sentía más hambre de cambio de lo que yo había esperado» -leyó Patrick.
Fuera de contexto, de repente el pasaje le pareció a Wallingford pornográfico, pero confió en que la señora Clausen recordara el contexto.
– Sí, conozco esa parte -dijo ella sin emoción. Tal vez aún estaba medio dormida
– Bueno… -empezó a decir Wallingford.
– Supongo que yo estaba más hambrienta de lo que esperabas. ¿Es eso? -le preguntó Doris. (Por el tono en que lo hizo, podría haberle preguntado: «¿Eso es todo?».)
– Sí -respondió Patrick, y pudo oír el suspiro que exhaló ella.
– Bien… -empezó a decir la señora Clausen, pero pareció cambiar de idea-. Desde luego éstas no son horas de llamar.
Lo único que pudo hacer Wallingford fue decirle que lo sentía. Tendría que seguir leyendo y confiando.
Entretanto, Mary Shanahan le llamó a su despacho, y Patrick no tardó en darse cuenta de que no era para decirle si estaba encinta o no. Mary quería hablarle de otra cosa. Aunque negociar el contrato de Wallingford por tres años como mínimo no gustaba nada a la cadena de televisión y aunque tampoco él estaba dispuesto a abandonar el puesto de presentador volver a la información sobre el terreno, la cadena estaba interesada siempre que Wallingford aceptara misiones informativas «ocasionales» sobre el terreno.
– ¿Significa eso que quieren que vaya prescindiendo por etapas de la tarea de presentador? -le preguntó Patrick.
– Si aceptaras, volveríamos a negociar tu contrato -siguió diciendo Mary, sin responder a su pregunta-. Naturalmente tendrías el mismo salario. -Hizo que el detalle de no ofrecerle a aumento de sueldo pareciese algo positivo-. Creo que la duración del contrato debería ser de dos años.
No podía decirse que ella se comprometiera a nada, y un contrato de dos años sólo superaba al acuerdo actual en seis meses escasos.
¡Hay que ver lo astuta que es!, pensaba Wallingford, pero dijo:
– Si tenéis la intención de sustituirme como presentador, por qué no me hacéis participar en la discusión? ¿Por qué no me preguntáis de qué manera me gustaría que se hiciese la sustitución? Puede que gradualmente sea mejor, pero también es posible que no. Por lo menos me gustaría conocer el plan a largo plazo.
Mary Shanahan se limitaba a sonreír. Patrick no podía evitar maravillarse de la rapidez con que se había adaptado a su poder nuevo e indefinido. Sin duda no estaba autorizada a tomar por sí sola decisiones de aquel calibre, y probablemente ni quiera sabía cuántas personas intervenían en el proceso, pero, por supuesto, no admitió nada de esto a Wallingford. Al mismo tiempo, era lo bastante lista para no mentir directamente. Jamás diría que no había ningún plan a largo plazo, como tampoco admitiría que había uno y que ni siquiera ella sabía cuál era.
– Sé que siempre has querido hacer algo relacionado con Alemania, Pat -le dijo, al parecer sin que viniera a cuento, pero Mary nunca decía nada que no viniera a cuento.
Wallingford había solicitado que le enviaran a Alemania para informar sobre la reunificación, nueve años después de la caída del Muro. Entre otras cosas, había sugerido explorar la manera en que había cambiado el lenguaje de la reunificación (ahora «unificación» en la mayor parte de la prensa oficial). Incluso The New York Times hablaba de «unificación». Sin embargo, Alemania, que fue un solo país, había estado dividida y volvía a estar unida. ¿Por qué no era eso una reunificación? Sin duda, la mayoría de norteamericanos consideraban a Alemania reunificada.
¿Cuál era la política de ese cambio no precisamente nimio en el lenguaje? ¿Y qué diferencias de opinión entre los alemanes seguían existiendo acerca de la reunificación o la unificación?
Pero ese tema no había interesado a la cadena de televisión. «¿A quién le importan los alemanes?», le preguntó Dick, y Fred había sido del mismo parecer. (En la sala de redacción neoyorquina siempre aseguraban estar «hartos» de algo: hartos de religión, hartos de las artes, hartos de niños, hartos de alemanes.) Ahora allí estaba Mary, la nueva jefa de redacción, mostrándole Alemania como la dudosa zanahoria ante el asno reacio.
– ¿Qué pasa en Alemania? -inquirió Patrick con suspicacia.
Por supuesto, Mary no le habría planteado el tema de la aceptación «ocasional» de tareas informativas sobre el terreno si no tuviera ya presente una de esas tareas. ¿Cuál era?
– En realidad se trata de dos asuntos -respondió Mary, como si dos asuntos en vez de uno fuese un incentivo.
Pero había llamado a las noticias «asuntos», lo cual puso en guardia a Patrick. La reunificación alemana no era un simple «asunto»… era un tema demasiado importante para llamarlo así. En la jerga de la sala de redacción, los llamados «asuntos» eran noticias triviales, diversiones estrafalarias de la clase que Wallingford conocía demasiado bien. Que Otto Clausen se volara los sesos en un camión de reparto de cerveza después de la Super Bowl… eso era un «asunto». El mismo hombre del león era un «asunto». Si la cadena tenía dos «asuntos» para que Patrick Wallingford los cubriera, era indudable que serían unas noticias de sensacionalismo estúpido o triviales en extremo… o ambas cosas a la vez.
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