El doctor Zajac sabía que, en efecto, las manos eran diferentes de los órganos. Pero Otto Clausen sólo tenía treinta y nueve años y no parecía hallarse a las puertas de la muerte. Zajac creía que un cadáver reciente, con una apropiada mano de donante, aparecería antes que la de Otto.
En cuanto a Patrick Wallingford, su deseo y necesidad de una nueva mano izquierda podría haberle colocado al comienzo de la lista de posibles candidatos del doctor Zajac incluso aunque no hubiera sido famoso. El doctor no era un hombre absolutamente falto de comprensión, pero también figuraba entre los millones que grabaron los tres minutos de imágenes del ataque del león. Para el doctor Zajac, aquellas imágenes eran una combinación de la película de horror que prefería un cirujano de las extremidades y un anticipo de su futura fama.
Baste decir que los rumbos de Patrick Wallingford y del doctor Nicholas M. Zajac avanzaban hacia una colisión que no prometía nada bueno desde el principio.
3. Antes de reunirse con la señora Clausen
Intenta ser un presentador que disimula su manquedad bajo la mesa del estudio y verás adónde te conduce esa actitud. Las primeras cartas de protesta fueron de personas que habían sufrido amputaciones. ¿De qué se avergonzaba Patrick Wallingford?
Incluso individuos provistos de ambas manos se quejaron: «Sé un hombre, Patrick -le escribió un hombre-. Demuéstranos que lo eres.»
Cuando tuvo problemas con la primera prótesis, los portadores de miembros artificiales le criticaron por no usarla correctamente. Mostraba la misma torpeza con una serie de dispositivos ortopédicos, pero su esposa se estaba divorciando de él, y no tenía tiempo para practicar.
Marilyn no podía olvidar su manera de «comportarse». En este caso, no se refería a las demás mujeres, sino a la manera en que Patrick se había comportado con el león. «Parecías tan… tan poco viril», le dijo Marilyn, y añadió que el atractivo físico de su marido siempre había sido «de tipo inofensivo, equivalente a una blandura insulsa». Lo que en realidad quería decir era que ningún aspecto de su cuerpo le había repugnado hasta ahora. («En la salud y en la enfermedad…», pero no cuando te falta algún miembro, concluyó Wallingford.)
Patrick y Marilyn habían vivido en un piso de Manhattan, en la calle Sesenta y dos, entre las avenidas Park y Lexington. Naturalmente, ahora el piso era propiedad de Marilyn. La única persona que no le había rechazado era el portero nocturno del que fuera edificio de Wallingford, y este portero nocturno estaba tan confundido que no tenía claro ni su propio nombre. Unas veces se llamaba Vlad o VIade, y otras Lewis. Incluso cuando respondía al nombre de Lewis, su acento seguía siendo una mezcla indescifrable del habla de Long Island con algún idioma eslavo.
– ¿De dónde eres, VIade? -le preguntó Wallingford en cierta ocasión.
– Me llamo Lewis -replicó Vlad-. Soy del condado de Nassau. En otra ocasión Wallingford le preguntó:
– ¿De dónde me dijiste que eras, Lewis?
– Del condado de Nassau. Y mi nombre es Vlad, señor O'Neill.
Sólo el portero confundía a Patrick Wallingford con Paul O'Neill, quien, en 1993, llegó a ser exterior derecho del equipo de béisbol de los Yankees de Nueva York. Ambos eran altos, morenos y guapos, con el característico mentón proyectado, pero ahí terminaba su parecido. El portero había comenzado a tomar a Patrick por Paul O'Neill cuando éste era todavía un jugador de los Reds de Cincinnati relativamente poco conocido.
– Supongo que me parezco un poco a Paul O'Neill -admitió Wallingford a Vlad o VIade o Lewis-, pero soy Patrick Wallingford, reportero de televisión.
Puesto que Vlad o VIade o Lewis era el portero nocturno, siempre estaba oscuro y a menudo era muy tarde cuando veía a Patrick.
– No se preocupe, señor O'Neill -le susurraba el portero en un tono de conspiración-. No se lo diré a nadie.
Así pues, el portero nocturno suponía que Paul O'Neill, jugador profesional de béisbol en Ohio, tenía una aventura con la esposa de Patrick Wallingford en Nueva York. Por lo menos así interpretaba Wallingford el pensamiento del pobre hombre. Al llegar a casa una noche, cuando Patrick aún tenía las dos manos y mucho antes de su divorcio, Vlad, VIade o Lewis estaba mirando una entrada suplementaria del partido que retransmitían a altas horas desde Cincinnati, donde los Mets jugaban contra los Reds.
– Bueno, Lewis -le dijo Wallingford al sorprendido portero, que tenía un pequeño televisor en blanco y negro en el guardarropa contiguo al vestíbulo-. Ahí están los Reds… ¡en Cincinnati, nada menos! Pero aquí me tiene a mí, a su lado. Esta noche no juego, ¿verdad?
– No se preocupe, señor O'Neill -le dijo el comprensivo portero-. No se lo diré a nadie.
Pero después de perder la mano, Patrick Wallingford se hizo más famoso que Paul O'Neill. Por otro lado, Patrick había perdido la mano izquierda, y Paul O'Neill batea y lanza con la izquierda. Como Vlad o VIade o Lewis sabría, O'Neill fue el campeón de bateo en la Liga de 1994; alcanzó un índice de bateo de.359 en la que sólo era su segunda temporada con los Yanks, y era un gran exterior derecho.
– Uno de estos días van a retirar al número veintiuno, señor O'Neill -aseguró testarudamente el portero a Patrick Wallingford-. Puede contar con ello.
Tras la pérdida de la mano izquierda, Patrick hizo una sola visita al piso de la calle Sesenta y dos, para recoger su ropa, sus libros y lo que los abogados especializados en divorcios llaman los efectos personales. Por supuesto, era evidente para todos los ocupantes del edificio, incluso para el portero, que Wallingford se mudaba.
– No se preocupe, señor O'Neill -le dijo el portero-. Las cosas que hacen hoy en rehabilitación… en fin, no se lo creería. Es una lástima que no haya sido la mano derecha… ser zurdo va a resultarle duro… pero ya se les ocurrirá algo, no le quepa duda.
– Gracias, VIade -le dijo Patrick.
El periodista manco se sentía débil y desorientado en su antiguo piso. El día que se mudó, Marilyn ya había empezado a cambiar la disposición del mobiliario. Wallingford miraba una y otra vez por encima del hombro, para ver lo que había a sus espaldas. No era más que un sofá trasladado desde otro lugar del piso, mas para Patrick aquella forma emplazada en un sitio imprevisto adoptaba las características de un león que se le aproximaba.
– Creo que el bateo será menos problemático que el lanzamiento a la base desde el jardín derecho -le decía el portero de los tres nombres-. Tendrá que empuñar bien tenso el bate, acortar el golpe, prescindir de las pelotas largas… no me refiero para siempre, sino sólo hasta que se haya acostumbrado a la nueva mano.
Pero no había ninguna nueva mano a la que Wallingford pudiera acostumbrarse. Las prótesis le frustraban, lo mismo que las continuas injurias que recibía por parte de su ex esposa.
– Nunca has sido atractivo para mí -le mentía Marilyn. (Así pues, era culpable de haber cedido a un espejismo… ¿qué quería?)-. Y ahora… en fin, sin una mano… ¡no eres más que un lisiado impotente!
La cadena de televisión especializada en noticias no le concedió a Wallingford mucho tiempo para que demostrara su valía como presentador. Ni siquiera en el Canal de los Desastres era Patrick un presentador notable. Pasó con rapidez del programa emitido a primera hora de la mañana al último de la noche, y acabó en un espacio de madrugada, donde Wallingford imaginaba que sólo le veían ciertos trabajadores nocturnos y algunos insomnes.
Su imagen demasiado televisiva era demasiado reprimida para un hombre a quien el rey de las fieras había arrebatado una mano. La gente deseaba verle una expresión más desafiante, en vez de la suya habitual, que irradiaba una débil humildad, un receloso aire de aceptación. Nunca había sido un mal hombre, sino sólo un mal marido, pero la falta de la mano transmitía la imagen de que se compadecía de sí mismo, le encasillaba en el tipo del mártir silencioso.
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