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John Irving: Una mujer difícil

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John Irving Una mujer difícil

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Nacida para sustituir, en cierto modo, a dos hermanos muertos en un accidente, Ruth Cole vive una infancia muy especial. En el verano de 1958, cuando ella tiene cuatro años, Marion, su madre, tras una tórrida aventura con un jovencito de dieciséis, abandona el hogar. Ruth se queda con su padre, con el que mantiene una relación de amor-odio marcada por la rivalidad. Pero, andando el tiempo, a sus treinta y seis años, Ruth se ha convertido en una mujer atractiva y en una escritora de éxito, y, pese a su personalidad compleja y difícil, cuatro años después no sólo se ha casado, sino que tiene un hijo, enviuda y, por si fuera poco, se enamora por primera vez. Lo que no podía prever era la reaparición de la inquietante Marion…

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Si Eddie O'Hare no había pasado de la categoría cadete a la juvenil, tanto en cross como en marcha atlética, debía de ser porque no era ni muy rápido ni muy resistente. Pero al margen de la rapidez o la resistencia con que Eddie corriera, una vez más, y sin que Marion fuese siquiera consciente de ello, los hombros desnudos del muchacho llamaron su atención, y los contorneó con el dedo índice. El esmalte de uñas era de un rosa mate, a juego con el color de los labios, un rosa entreverado de plata. En el verano de 1958, tal vez Marion Cole fuese una de las mujeres más hermosas que existían

Y lo cierto era que, al recorrer la línea de los hombros desnudos de Eddie, no la movía ningún interés sexual consciente. Por aquel entonces, que su escrutinio compulsivo de jóvenes de la edad de Eddie pudiera llegar a ser sexual era tan sólo una premonición de su marido. Si Ted confiaba en su instinto sexual, Marion estaba muy insegura del suyo

Muchas esposas fieles toleran e incluso aceptan las dolorosas traiciones de un marido muy dado a galanteos. Marion, por su parte, aguantaba a Ted porque se daba cuenta de la nula importancia que sus muchas amantes tenían para él. Si hubiera tenido solamente una amante, alguien que ejerciera sobre él un hechizo perpetuo, Marion podría haber llegado al convencimiento de que debía abandonarle. Pero Ted nunca era ofensivo y, sobre todo después de la muerte de Thomas y Timothy, mostraba una constante ternura hacia ella. Al fin y al cabo, nadie salvo Ted podría haber comprendido y respetado su eterna aflicción

Pero ahora había una desigualdad horrible entre ella y Ted. Como había observado incluso Ruth, la pequeña de cuatro años, su madre estaba más triste que su padre. Marion tampoco podía confiar en que compensaría otra desigualdad, la de que, como padre, Ted era mejor para Ruth que ella como madre. ¡Y, en cambio, para sus hijos desaparecidos ella siempre había sido superior! Últimamente casi detestaba a Ted porque encajaba su dolor mejor de lo que ella podía encajar el suyo. Lo que Marion sólo podía conjeturar era que Ted quizá la detestaba por la superioridad de su tristeza

Marion creía que había sido un error tener a Ruth. En cada fase de su crecimiento, la niña era un doloroso recordatorio de las fases correspondientes de Thomas y Timothy. Los Cole nunca habían necesitado niñeras para sus hijos, y Marion les había prodigado unos cuidados maternales absolutos. En cambio, las niñeras de Ruth se habían sucedido sin cesar, pues aunque Ted demostraba una mayor disposición que Marion para cuidar de la criatura, era bastante torpe en la realización de las necesarias tareas cotidianas. Por incapaz que fuese Marion de realizarlas, por lo menos sabía en qué consistían y que alguien responsable debía encargarse de ellas

Hacia el verano de 1958, Marion se había convertido en la principal desdicha de su marido. Cinco años después de que fallecieran Thomas y Timothy, Marion creía que ella causaba a Ted más aflicción que la muerte de sus hijos. También albergaba el temor de que no siempre fuese capaz de reprimir el amor hacia su hija, y pensaba que, si se permitía amar a Ruth, no sabía qué haría si algún día le sucedía algo a la niña. Estaba segura de que no podría soportar la pérdida de otro hijo

Recientemente Ted le había dicho a Marion que quería "intentar la separación" durante el verano, tan sólo para comprobar si, viviendo separados, ambos podrían ser más felices. Durante algunos años, mucho antes de que fallecieran sus queridos hijos, Marion se había preguntado si debía divorciarse de Ted. ¡Y ahora era éste quien quería divorciarse! De haberse divorciado cuando Thomas y Timothy vivían, no hubiera cabido la menor duda acerca de cuál de ellos se hubiese quedado con los niños: eran los hijos de Marion, se habrían decantado por ella. Ted nunca hubiera podido rebatir una verdad tan evidente

Pero ahora… Marion no sabía qué hacer. Había ocasiones en que ni siquiera soportaba hablar con Ruth. Era comprensible que la niña quisiera a su padre

¿De modo que ése era el trato?, se preguntaba Marion. Él acaparaba lo que quedaba: la casa, a la que ella amaba pero cuya posesión no deseaba, y Ruth, a quien ella no podía, o no quería, permitirse amar. Ella se llevaría a sus chicos. Ted podría quedarse con el recuerdo de Thomas y Timothy. (Marion había decidido que ella se quedaría con todas las fotografías.)

El pitido de la sirena del transbordador la sobresaltó. El dedo índice, que había seguido contorneando los hombros desnudos de Eddie O'Hare, presionó demasiado la página del anuario y se le rompió la uña. Unas gotitas de sangre brotaron de la piel rasguñada. Marion contempló el surco que su uña había dejado en el hombro de Eddie. Un poco de sangre había manchado la página, pero ella se humedeció el dedo con la lengua y la elimino. Sólo entonces recordó que Ted había contratado a Eddie a condición de que el chico tuviera el permiso de conducir, y que el empleo veraniego de Eddie se había convenido antes de que Ted le hubiera dicho que quería "intentar la separación"

La sirena del transbordador retumbó de nuevo. Era un sonido tan intenso que anunciaba a Marion lo que ahora era evidente: ¡Ted sabía desde hacía cierto tiempo que iba a abandonarla! Pero, cosa que la sorprendía a ella misma, la conciencia de ese engaño de su marido no la encolerizaba. Ni siquiera estaba segura de sentir el suficiente odio hacia él como para indicar que alguna vez le había amado. ¿Se había detenido todo, o había cambiado para ella, cuando Thomas y Timothy murieron? Hasta entonces había supuesto que Ted, a su manera, todavía la amaba. Sin embargo, era él quien iniciaba la separación

Cuando abrió la portezuela y bajó para examinar más de cerca a los pasajeros que desembarcaban del transbordador, era una mujer tan triste como lo había sido ininterrumpidamente durante los últimos cinco años, pero su mente estaba más clara que nunca. Le diría a Ted que se marchara, incluso le permitiría que lo hiciera con su hija. Mejor, los abandonaría a los dos antes de que Ted tuviera ocasión de abandonarla. Mientras se encaminaba al muelle, iba diciéndose: "Todo menos las fotografías". Para alguien que acababa de llegar a aquellas trascendentales conclusiones, su paso evidenciaba una firmeza fuera de lugar. Para quienes la veían, su serenidad era innegable

El conductor del primer coche que salió del transbordador era un necio. Le asombró tanto la belleza de la mujer que caminaba hacia él que se desvió de la calzada y acabó en la pedregosa arena de la playa. Su vehículo permanecería allí atascado durante más de una hora, pero aunque comprendía lo apurado de su situación, no podía dejar de mirar a Marion; era superior a sus fuerzas. Ella no reparó en el incidente y siguió avanzando despacio

Durante el resto de su vida, Eddie O'Hare creería en el destino. Al fin y al cabo, en cuanto puso los pies en tierra, allí estaba Marion

Eddie está aburrido… y también caliente

Pobre Eddie O'Hare. Estar en público con su padre le hacía sentirse siempre profundamente humillado, y aquella vez no era una excepción: el largo viaje hasta los muelles del transbordador en New London y la espera, que pareció todavía más larga, en compañía de su padre, hasta que llegó el transbordador de Orient Point. En Exeter, los hábitos de Minty O'Hare eran tan conocidos como los caramelos de menta que chupaba para refrescarse la boca. Eddie había aprendido a aceptar que tanto los alumnos como los profesores huyeran sin disimulo de su padre. La capacidad del señor O'Hare para aburrir al público, a cualquier público, era notoria. Su soporífera manera de enseñar era célebre en las aulas. Los alumnos a los que el señor O'Hare había hecho dormir eran legión

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