John Irving - Una mujer difícil

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Nacida para sustituir, en cierto modo, a dos hermanos muertos en un accidente, Ruth Cole vive una infancia muy especial. En el verano de 1958, cuando ella tiene cuatro años, Marion, su madre, tras una tórrida aventura con un jovencito de dieciséis, abandona el hogar. Ruth se queda con su padre, con el que mantiene una relación de amor-odio marcada por la rivalidad. Pero, andando el tiempo, a sus treinta y seis años, Ruth se ha convertido en una mujer atractiva y en una escritora de éxito, y, pese a su personalidad compleja y difícil, cuatro años después no sólo se ha casado, sino que tiene un hijo, enviuda y, por si fuera poco, se enamora por primera vez. Lo que no podía prever era la reaparición de la inquietante Marion…

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– Buena suerte, chico -le dijo el camionero, súbitamente contento con su trabajo

En el último momento, poco antes de que Eddie subiera al transbordador, su padre fue corriendo al coche y regresó también a la carrera

– ¡Casi se me olvida! -gritó, tendiendo a Eddie un grueso sobre rodeado por una goma elástica y un paquete del tamaño y la blandura de una hogaza de pan

El paquete estaba envuelto en papel de regalo, pero algo lo había aplastado en el asiento trasero del coche, y ahora el obsequio parecía abandonado, algo que nadie desearía

– Es para la nena-le dijo Minty-. Tu madre y yo hemos pensado en ella

– ¿Qué nena? -preguntó Eddie

Se puso el regalo y el sobre bajo la barbilla, apretándolos contra el pecho, porque la pesada bolsa de lona y una maleta más pequeña y ligera requerían ambas manos. Así cargado, y tambaleándose un poco, subió a bordo

– ¡Los Cole tienen una niña, creo que de cuatro años! -gritó Minty. Se oía el traqueteo de las cadenas, el resoplido de las máquinas del barco, los pitidos intermitentes de la sirena. Otras personas se despedían a gritos-. ¡Tienen una nueva hija para sustituir a los chicos que se murieron!

Esta última frase llamó la atención incluso del conductor del camión marisquero, quien ya había aparcado su vehículo a bordo y ahora estaba apoyado en la barandilla de la cubierta superior

– Ah -dijo Eddie-. ¡Adiós!

– ¡Te quiero, Edward! -gritó su padre

Entonces Minty O'Hare se echó a llorar. Eddie nunca había visto llorar a su padre, pero aquélla era la primera vez que se iba de casa. Lo más probable era que su madre también hubiera llorado, pero Eddie no se había dado cuenta

– ¡Ten cuidado! -exclamó su padre, emocionado. Ahora todos los pasajeros apoyados en la barandilla de la cubierta superior les miraban-. ¡Cuídala! -gritó Minty

– ¿A quién? -gritó Eddie a su vez.

– ¡A ella! ¡Me refiero a la señora Cole!

– ¿Por qué? -replicó Eddie. Se estaban alejando, el muelle quedaba atrás, y la sirena del transbordador era ensordecedora.

– ¡Tengo entendido que no lo ha superado! -vociferó Minty-. ¡Es una zombi!

"¡Estupendo! ¡A estas alturas se le ocurre decirme eso!", pensó Eddie, pero se limitó a agitar el brazo. Ignoraba que la llamada zombi le estaría esperando en Orient Point, pues aún no sabía que al señor Cole le habían retirado el carné de conducir. A Eddie le había enojado que su padre no le hubiera permitido conducir durante el trayecto a New London, aduciendo que el tráfico con el que se encontrarían era "diferente del de Exeter". Eddie veía aún a su padre en la orilla de Connecticut, cada vez más alejada. Minty se había dado la vuelta y tenía la cabeza entre las manos. Estaba llorando

¿Qué significaba eso de que la señora Cole era una zombi? Eddie había esperado que fuese como su madre, o como las numerosas esposas de los profesores, en absoluto memorables, en las que se compendiaba casi todo lo que sabía acerca de las mujeres. Con un poco de suerte, tal vez la señora Cole tuviera algo de lo que Dot O'Hare llamaba "carácter bohemio", aunque Eddie no se atrevía a esperar encontrarse con una mujer que, con sólo verla, causara un placer como el que la señora Havelock proporcionaba

En 1958, los sobacos peludos y los pechos oscilantes de la señora Havelock eran lo único que ocupaba la mente de Eddie O'Hare cuando pensaba en mujeres. En cuanto a las chicas de su edad, no había tenido éxito con ellas, y además le aterraban. Como era hijo de un profesor, las escasas chicas con las que había salido eran de la población de Exeter, a las que conocía de la época en que iba a la escuela media elemental. Ahora aquellas muchachas habían crecido y, en general, se mostraban cautas con los chicos del pueblo que iban al centro Phillips. Era comprensible que esperasen ser tratadas con aires de superioridad

Los fines de semana, cuando había baile en Exeter, las chicas que no eran del pueblo le parecían a Eddie inabordables. Llegaban en trenes y autobuses, a menudo de otros centros o de ciudades como Boston y Nueva York. Vestían mucho mejor y parecían más femeninas que la mayoría de las esposas de profesores, con excepción de la señora Havelock

Antes de abandonar Exeter, Eddie había hojeado las páginas del anuario de 1953 en busca de las fotos de Thomas y Timothy Cole. Aquél era el último anuario en el que aparecían. Lo que vio allí le intimidó mucho. Aquellos chicos no habían pertenecido a un solo club sino que Thomas figuraba en los equipos juveniles de fútbol y hockey, y Timothy, a poca distancia de su hermano, aparecía en las fotos de los equipos cadetes de fútbol y hockey. El hecho de que supieran dar puntapiés al balón y patinar no era lo que había intimidado a Eddie, sino la gran cantidad de instantáneas, a lo largo del anuario, en las que aparecían los muchachos: estaban en las numerosas fotografías reveladoras que contiene un anuario, en todas las fotos en que los alumnos evidencian que se están divirtiendo. Thomas y Timothy siempre daban la impresión de que se lo pasaban en grande. Eddie se dio cuenta de que habían sido felices

Luchando con un montón de chicos en el "cuarto de las colillas" de la residencia (el salón de fumadores), haciendo el payaso con unas muletas, posando con palas quitanieves o jugando a las cartas, Thomas a menudo con un cigarrillo colgando de la comisura de su bonita boca. Y en el baile de fin de semana que organizaba la escuela, los hermanos Cole aparecían al lado de las chicas más guapas. En una foto, Timothy no bailaba sino que abrazaba a su pareja; en otra, Thomas besaba a una chica: estaban al aire libre, un día frío, con nieve, ambos con abrigos de pelo de camello, y Thomas atraía hacia sí a la chica tirando de la bufanda que ella llevaba alrededor del cuello. ¡Aquellos muchachos habían sido muy populares! (Y entonces se habían muerto.)

El transbordador pasó ante lo que parecía un astillero; algunas embarcaciones estaban en un dique seco y otras flotaban en el agua. Mientras el buque se alejaba de tierra, dejó atrás uno o dos faros. Mar adentro disminuyeron los veleros. El día había sido cálido y calinoso en tierra, incluso a primera hora de la mañana, cuando Eddie salió de Exeter, pero, en el mar, el viento del nordeste era frío y las nubes dejaban ver el sol y lo ocultaban a intervalos

En la cubierta superior, todavía cargado con la pesada bolsa de lona y la maleta más pequeña y ligera, por no, mencionar el regalo para la niña ya estropeado, Eddie reorganizó el equipaje. El envoltorio del regalo se estropearía aún más cuando lo metiera en el fondo de la bolsa, pero por lo menos no tendría que llevarlo bajo el mentón. Además, debía abrigarse los pies: se había puesto los zapatos sin calcetines, y ahora tenía los pies fríos. También sacó una sudadera para ponérsela sobre la camisa. Sólo entonces, aquel primer día fuera de la escuela, se dio cuenta de que tanto la camiseta como la sudadera llevaban estampado el nombre de "Exeter". Azorado por lo que le parecía una publicidad desvergonzada de su reverenciado centro docente, Eddie se puso la sudadera del revés. Ahora comprendía por qué algunos alumnos mayores tenían la costumbre de llevar las sudaderas del revés. La comprensión recién adquirida de esa distinguida moda le indicó que estaba preparado para encontrarse con el llamado mundo real, siempre que existiera realmente un mundo real donde lo mejor que podrían hacer los exonianos sería dejar atrás sus experiencias de Exeter (o volverlas del revés)

El hecho de llevar tejanos, en vez de los pantalones caqui que su madre le había aconsejado, pues los consideraba más "apropiados", le infundía ánimos. No obstante, aunque Ted Cole había escrito a Minty diciéndole que no hacía falta que el chico llevara consigo chaqueta y corbata, pues el trabajo veraniego de Eddie no requería lo que Ted llama el "uniforme de Exeter", su padre había insistido en que llevara un par de camisas de vestir, corbatas y lo que Minty llamaba una chaqueta deportiva "para todo uso"

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