– No me quieras, Eddie -le dijo, con más seriedad de la que él había esperado-. Piensa sólo en mis prendas de vestir. Las ropas no pueden hacerte daño. -Se inclinó más hacia él, pero sin coquetería, y añadió-: Dime, ¿hay algo que te guste especialmente, quiero decir algo que suelo ponerme? -Él la miró de tal manera que la mujer repitió-: Piensa sólo en mis ropas, Eddie.
– Lo que llevabas cuando te conocí -le dijo el muchacho.
– Vaya, pues no creo recordar…
– Un suéter rosa, con botones delante.
– ¡Esa rebeca vieja! -exclamó Marion, a punto de echarse a reír
Eddie se dio cuenta de que nunca había oído su risa. La mujer le absorbía por completo. Si al principio no había sido capaz de mirarla, ahora no podía dejar de hacerlo
– Bueno, si eso es lo que te gusta-dijo Marion-, ¡tal vez te daré una sorpresa!
Marion volvió a levantarse con rapidez. Ahora el chico tenía ganas de llorar porque veía que la mujer iba a marcharse. Antes de bajar la escalera, Marion le dijo en un tono más firme:
– No te lo tomes tan en serio, Eddie. Hazme caso.
– Te quiero -repitió él
– No debes quererme -le recordó Marion
Ni que decir tiene que el muchacho estuvo aturdido el resto del día
Una noche, poco después del incidente, Eddie regresó de ver una película en Southampton y se encontró a Marion en su dormitorio. La niñera de la noche se había ido a su casa. Eddie supo al instante, lleno de pesar, que Marion no había ido allí para seducirle. Empezó a hablarle de algunas fotografías que colgaban de las paredes del dormitorio y del baño. Le dijo que sentía molestarle pero, por respeto a su intimidad, no quería entrar en su habitación y mirar las fotos cuando él estuviera allí. Pero había estado pensando en una de las fotos en particular, aunque no le dijo cuál era, y se había quedado a contemplarla un poco más tiempo del que se había propuesto
Cuando Marion le deseó buenas noches y se marchó, Eddie se sintió más desgraciado de lo que creía humanamente posible. Pero, poco antes de acostarse, observó que ella había doblado sus ropas desordenadas. También había quitado una toalla del lugar donde él solía dejarla, en la barra de la cortina de la ducha, y la había devuelto pulcramente a su lugar en el toallero. Por último, aunque era lo más evidente, Eddie observó que su cama estaba hecha. Él nunca la hacía, como tampoco Marion hacía nunca la suya, por lo menos en la casa alquilada
Dos días después, tras depositar el correo sobre la mesa de la cocina en la casa vagón, Eddie preparó café. Dejó la cafetera en el fogón y entró en el dormitorio. Al principio creyó ver a Marion en la cama, pero sólo era su rebeca de cachemira rosa. (¡Sólo!) La había dejado desabrochada y con las largas mangas colocadas detrás, como si una mujer invisible vestida con la rebeca hubiera juntado las manos invisibles detrás de la invisible cabeza. La parte delantera, desabrochada, dejaba ver un sostén. Era una exhibición más seductora que cualquiera de los arreglos que Eddie realizaba con la ropa de Marion. El sostén era blanco, lo mismo que las bragas, y ella los había colocado exactamente donde a Eddie le gustaba
En aquel verano de 1958, la joven madre de movimientos furtivos con la que Ted Cole se relacionaba en aquellos momentos, la señora Vaughn, era menuda, morena, con un aire salvaje. Durante un mes, Eddie sólo la vio en los dibujos de Ted, y únicamente los dibujos en los que posaba con su hijo, quien también era menudo, moreno y con un aire salvaje, lo cual sugería a Eddie que los dos podían sentirse inclinados a morder a la gente. Los rasgos de duende de la señora Vaughn y su corte de pelo demasiado juvenil no podían ocultar que había algo violento o por lo menos inestable en el temperamento de la joven madre. Y su hijo parecía a punto de escupir y sisear como un gato acorralado. Tal vez no le gustaba posar
Cuando la señora Vaughn acudió a posar sola por primera vez, los movimientos que realizó, desde su coche hasta la casa de los Cole y de vuelta al coche, eran especialmente sigilosos. Sobresaltada por el menor ruido, lanzaba miradas en todas las direcciones, como un animal que prevé un ataque. La señora Vaughn buscaba a Marion, por supuesto, pero Eddie, que aún no sabía que la señora Vaughn posaba desnuda, y menos aún que su fuerte olor era el que tanto él como Marion habían detectado en las almohadas de la casa vagón, llegó a la conclusión errónea de que aquella mujer menuda estaba nerviosa hasta el desquiciamiento
Por otro lado, los pensamientos de Eddie estaban demasiado centrados en Marion como para prestar mucha atención a la señora Vaughn. Aunque Marion no había repetido la travesura de crear aquella réplica de sí misma tan atractivamente dispuesta sobre la cama de la casa alquilada, las manipulaciones a las que Eddie sometía a la rebeca de cachemira rosa, impregnada del delicioso aroma de Marion, seguían satisfaciendo al muchacho de dieciséis años; en verdad, nunca se había sentido tan satisfecho
Eddie O'Hare vivía en una especie de paraíso masturbatorio. Debió haberse quedado allí, debió tomarlo como residencia permanente. Como no tardaría en descubrir, poseer más de lo que ya tenía con respecto a Marion no le parecería suficiente. Pero Marion controlaba la relación. Si iba a ocurrir algo más entre ellos, sólo ocurriría cuando ella tomara la iniciativa
Empezaron a salir juntos a cenar. Ella le llevaba y se ponía al volante, sin preguntar al muchacho si quería conducir. Era sorprendente, pero Eddie se sentía agradecido hacia su padre por haber insistido en que añadiera al equipaje unas camisas de vestir, corbatas y la chaqueta deportiva "para todo uso". Pero cuando Marion le vio vestido con su tradicional uniforme de Exeter, le dijo que podía prescindir de la corbata y la chaqueta, pues no las necesitaba para ir adonde iban. El restaurante, en East Hampton, era menos lujoso de lo que Eddie había esperado, y era evidente que los camareros estaban acostumbrados a ver allí a Marion. Le sirvieron las tres copas de vino que tomó sin que tuviera que pedírselo
Eddie desconocía hasta entonces que fuese tan habladora.
– Ya estaba embarazada de Thomas cuando me casé con Ted -le contó-. Sólo tenía un año más de los que tienes tú ahora. (La diferencia de sus edades era un tema recurrente en ella). Cuando naciste, yo tenía veintitrés. Cuando tengas mi edad, yo tendré sesenta y dos -siguió diciendo, y en dos ocasiones se refirió al regalo que le había hecho, la rebeca de cachemira rosa-. ¿Te gustó mi sorpresita? -le preguntó
– ¡Muchísimo! -balbució él
Marion se apresuró a cambiar de tema y le dijo que en realidad Ted no había abandonado Harvard. Le pidieron que tomara una excedencia temporal
– Por "incumplimiento", creo que lo llamaban -dijo Marion. En la nota biográfica que aparecía en las sobrecubiertas de sus libros, siempre se afirmaba que Ted Cole había abandonado Harvard. Al parecer, esa verdad a medias le complacía, pues daba a entender que había sido lo bastante listo para ingresar en Harvard y lo bastante original para que no le interesara terminar los estudios
– Pero lo cierto es que era perezoso -reveló Marion-. Nunca quiso esforzarse demasiado. -Tras una pausa, le preguntó a Eddie: ¿Qué tal te va el trabajo?
– No hay mucho que hacer -le confesó el muchacho
– Me extrañaría que lo hubiera -replicó ella-. Ted te contrató porque necesitaba un conductor
Marion no había finalizado la enseñanza media cuando conoció a Ted y quedó embarazada. Pero en el transcurso de los años, cuando Thomas y Timothy estaban creciendo, aprobó un examen equivalente al bachillerato superior, y fue completando cursos a tiempo parcial en diversos campus universitarios de Nueva Inglaterra. Tardó diez años en graduarse por la Universidad de New Hampshire, en 1952, sólo un año antes de que sus hijos se mataran. Estudió sobre todo cursos de literatura e historia, muchos más de los necesarios para obtener un título universitario. Su renuencia a seguir los otros cursos requeridos retrasó la licenciatura
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