José Saramago - Memorial Del Convento

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Lo que sí se ha sabido al fin es que el rey ha perdido el pleito en que andaba, no él en persona, sino la corona, con el duque de Aveiro, desde mil seiscientos cuarenta, durante más de ochenta años metidas en tribunales las dos casas, la casa de Aveiro y la casa real, y no se trataba de un quitamealláesaspajas, no era cuestión de aguas o servidumbres, doscientos mil cruzados de renta, imagínense, tres veces los derechos que el rey cobra por los negros que van a las minas del Brasil. Al fin siempre hay justicia en este mundo, y, por haberla, va a tener el rey que restituir ahora al duque todos sus bienes, incluyendo la quinta de San Sebastián da Pedreira, llave, pozo, pomar y palacio, que al padre Bartolomeu Lourenço poco importan, lo peor es el chamizo de los aperos. Pero no vienen juntos todos los males, ha llegado la sentencia en buen tiempo, pues está rematada y dispuesta la máquina de volar, ya puede dar cuenta al rey, que tantos años esperó sin que se alterase su real paciencia, siempre afable de modos, siempre benévolo, pero ahora está el cura en aquella conocida situación del creador que no sabe separarse de su criatura, del soñador que va a perder su sueño, Cuando vuele la máquina, qué voy yo a hacer luego, cierto es que no le faltan ideas de invención, el carbón hecho de barro y zarzas, un nuevo sistema de molienda para los ingenios de azúcar, pero la passarola era su suprema invención, jamás habrá alas que igualen a éstas, excepto, las más poderosas de todas, las que nunca fueron sometidas a prueba de vuelo.

En San Sebastián da Pedreira, Baltasar y Blimunda quieren saber qué rumbo han de dar a la vida, que no tardarán los criados del duque de Aveiro en tomar posesión de la finca, Lo mejor sería que nos volviéramos a Mafra. Pero el padre dice que no, que hablará al rey un día de éstos, se probará entonces la máquina, y, si todo va bien, como espera, para todos habrá gloria y provecho, la fama llevará a todas las partes del mundo la noticia de la hazaña portuguesa, y con la fama vendrá la riqueza, Lo que sea mío es de los tres, que sin tus ojos, Blimunda, no habría passarola, ni sin tu mano derecha y tu paciencia, Baltasar. Pero el cura anda inquieto, se diría que no cree en lo que dice, o tiene lo que dice tan poco valor que no le alivia otras inquietudes, por eso Blimunda pregunta, en voz muy baja, es de noche, la fragua está apagada, la máquina sigue aún allí pero parece ausente, Padre Bartolomeu Lourenço, de qué tiene miedo, y el cura, así interpelado directamente, se estremece, se levanta agitado, va hasta la puerta, mira hacia fuera, y, habiendo vuelto, responde en voz baja, Del Santo Oficio. Se cruzan las miradas de Blimunda y Baltasar, y él dice, No es pecado, que yo sepa, querer volar, ni herejía, hace aún quince años hizo volar un globo en palacio, y de eso no le vino ningún mal, Un globo no es nada, respondió el cura, pero si vuela ahora la máquina, tal vez el Santo Oficio considere que hay en ello arte demoníaca, y cuando quieran saber qué partes hacen navegar la máquina por los aires, no podré responderles que hay voluntades humanas dentro de las esferas, para el Santo Oficio no hay voluntades, hay sólo almas, dirán que tenemos presas a las almas cristianas, impidiéndoles así subir al paraíso, bien sabéis que, en queriendo el Santo Oficio, son malas todas las razones buenas, y buenas todas las razones malas, y cuando unas y otras falten, allá están los tormentos del agua y del fuego, del potro y de la polea, para hacerlas nacer de la nada a discreción, Pero, estando el rey de nuestro lado, el Santo Oficio no va a ir contra el gusto y la voluntad de su majestad. El rey, siendo el caso dudoso, sólo hará lo que el Santo Oficio le diga que haga.

Volvió Blimunda a preguntar, De qué tiene más miedo, padre Bartolomeu Lourenço, de lo que pueda ocurrir o de lo que está ocurriendo, Qué quieres decir, Que quizá ya se esté acercando el Santo Oficio como se aproximó a mi madre, que conozco muy bien las señales, es como un aura que envuelve a quienes se han vuelto sospechosos a los ojos de los inquisidores, aún no saben de qué van a ser acusados y ya parecen culpables, Yo sí sé de qué me acusarán, si llega mi hora, dirán que me he convertido al judaísmo, y es verdad, dirán que me entrego a hechicerías, y es también verdad si hechicería es esta passarola y otras artes en las que no paro de meditar, y con lo que acabo de decir estoy en vuestras manos y perdido estaré si me denunciáis. Dijo Baltasar, Pierda yo la otra mano si tal hago. Dijo Blimunda, Si tal hago, que no pueda cerrar los ojos nunca y que siempre vean como en ayuno constante.

Encerrados en la quinta, Baltasar y Blimunda asisten al paso de los días. Ha acabado agosto, setiembre va mediado, ya andan las arañas tejiendo sus hilos en la passarola, levantando sus propias velas, añadiéndole alas, el clavicordio del señor Escarlata hace tiempo que no toca, no hay lugar más triste en el mundo que San Sebastián da Pedreira. Empieza a hacer frío ya, el sol se esconde muchas horas, cómo se ha de hacer la prueba de la máquina estando cubierto el cielo, si el padre Bartolomeu Lourenço ha olvidado que sin sol no se levanta la máquina del suelo y aparece con el rey, será la peor de las vergüenzas, capaz de ponerme la cara negra. No vino el rey, no vino el cura, el cielo apareció limpio otra vez, brilló el sol, y Blimunda y Baltasar volvieron a la misma ansiosa espera. Entonces llegó el cura. Oyeron fuera, en el portón, los cascos de la mula batiendo recio, insólito caso, que éste no es animal para arrebatos, habrá novedad, quizá al fin venga el rey a asistir al vuelo de la passarola pero así, sin aviso, sin que vengan primero criados de su casa a comprobar la limpieza del lugar, a asegurarse de las comodidades, a levantar pabellones, ha de ser otra cosa. Era otra cosa. El padre Bartolomeu Lourenço entró violentamente en el cobertizo, venía pálido, lívido, ceniciento, como alguien resucitado cuando ya iba medio podrido, Tenemos que huir, el Santo Oficio me busca, quieren cogerme, dónde están los frascos. Blimunda abrió el arca, apartó unas ropas, Aquí están, y Baltasar preguntó, Qué vamos a hacer ahora. El padre Bartolomeu Lourenço temblaba todo él, apenas podía sostenerse en pie, Blimunda lo sostuvo, Qué vamos a hacer, repitió, y gritó él, Huiremos en la máquina, después, como súbitamente asustado murmuró de manera casi inaudible indicando el artefacto, Huiremos en la máquina, Adónde, No lo sé, pero hay que escapar de aquí. Baltasar y Blimunda se miraron largamente, Estaba escrito, dijo él, Vamos, dijo ella.

Son las dos de la tarde y hay tanto que hacer, no se puede perder un minuto, retirar las tejas, cortar los tablones y los barrotes que no han podido arrancar, pero antes hay que colocar las bolas de ámbar en el cruce de los alambres, abrir las lonas superiores para que la luz del sol no caiga demasiado pronto sobre la máquina, transferir a las esferas las dos mil voluntades, mil a este lado, mil a aquél, que no suba de un lado más que del otro, con peligro de que la máquina dé un tumbo en el aire, y si al fin lo da, que sea por razones que no pudimos prever. Tanto trabajo aún, y tan escaso el tiempo. Baltasar está en el tejado, retirando las tejas y lanzándolas abajo, hay un montón de cascotes alrededor del chamizo, y el padre Bartolomeu Lourenço ha logrado vencer la postración en que estaba, y usa de sus flacas fuerzas para arrancar, desde dentro, las tablas más delgadas, que los barrotes requieren un vigor que le falta, ésos van a tener que esperar, mientras Blimunda, tranquila, como si en toda su vida no hubiera hecho más que volar, comprueba el estado de las lonas, si la brea está extendida por igual, y refuerza algunas vainas.

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