José Saramago - Memorial Del Convento
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Para el deber de la misa no faltarían iglesias cerca, la de los agustinos descalzos, por ejemplo, que es la más cercana, pero si el padre Bartolomeu Lourenço, como acontece, tiene obligaciones de su ministerio o atenciones y servicios en la corte que lo ocupen más que lo acostumbrado de quien no necesitaría venir aquí todos los días, si no acude el padre a espabilar el fuego del alma cristiana que sin duda habita en Blimunda y Baltasar, él con sus hierros, ella con su lumbre y su agua, ambos con el ardor que los lanza sobre el jergón, no es raro que olviden el santo sacrificio y del olvido no queden arrepentidos, con lo que resulta al fin lícito dudar si en definitiva es cristiana la supuesta alma de ambos. Viven en el chamizo, o salen a tomar el sol, los cerca la gran finca abandonada donde los frutales van volviendo a su natural condición silvestre, los zarzales cubriendo los caminos, y en el lugar del huerto se encrespan selvas de panizos y ricinos, pero ya Baltasar, con la hoz, ha rapado la mayor, y Blimunda, con la azada, cortó y sacó al sol raíces, con el tiempo aún esta tierra dará cosa debida al trabajo. Pero tampoco faltan ratos de holganza, por eso, cuando la comezón aprieta, posa Baltasar la cabeza en el regazo de Blimunda y le cata ella los bichos, que no es asombroso que los tengan estos enamorados y constructores de aeronaves, si es que tal palabra se dice ya en estas épocas, como cada vez más se va diciendo armisticio en vez de paces. Blimunda no tiene quien la expurgue. Hace Baltasar lo que puede, pero aunque le llegan dedos y mano para descubrir el insecto, le faltan dedos y mano para sostener los pesados, espesos, cabellos de Blimunda, color de miel sombría, que apenas los aparta regresan, y esconden así la caza. La vida da para todos.
No siempre el trabajo va bien. No es verdad que la mano izquierda no haga falta. Si Dios puede vivir sin ella es porque es Dios, pero un hombre necesita las dos manos, una mano lava la otra, las dos lavan el rostro, cuántas veces ha tenido ya que venir Blimunda a limpiarle la suciedad que quedó agarrada en el dorso de la mano y no saldría de otro modo, son los desastres de la guerra, mínimos éstos, porque muchos soldados hubo que quedaron sin los dos brazos, o sin las dos piernas, o sin sus partes de hombre, y no tienen Blimunda que les ayude o por eso mismo dejaron de tenerla. Es excelente el gancho para trabar una lámina de hierro o torcer un mimbre, es infalible el espigón para abrir ojales en la lona, pero las cosas obedecen mal cuando les falta la caricia de la piel humana, piensan que han desaparecido los hombres a quienes se habituaron, es el desconcierto del mundo. Por eso viene a ayudar Blimunda, y, en llegando ella, se acaba la rebelión, Menos mal que has venido, dice Baltasar, o lo sienten las cosas, no se sabe cierto.
Alguna vez se levanta Blimunda más temprano, antes de comer el pan de todas las mañanas, y deslizándose a lo largo de las paredes para evitar poner los ojos en Baltasar aparta el paño y va a inspeccionar la obra hecha, descubrir la flaqueza oculta en el trenzado, la burbuja de aire en el interior del hierro, y acabada la inspección se pone al fin a masticar su mendrugo, poco a poco volviéndose tan ciega como la otra gente que sólo puede ver lo que a la vista está. Cuando hizo esto por primera vez, y Baltasar luego dijo al padre Bartolomeu Lourenço, Este hierro no sirve, tiene una caja por dentro, Cómo lo sabes, Lo vio Blimunda, el cura se volvió hacia ella, sonrió y miró a uno y otro, y declaró, Tú eres Sietesoles porque ves a las claras, tú serás Sietelunas porque ves a oscuras, y, así, Blimunda, que hasta entonces sólo se llamaba, como su madre, de Jesús, acabó siendo Sietelunas, y bien bautizada estaba, que el bautismo fue de cura, no un apodo cualquiera. Durmieron aquella noche los soles y las lunas abrazados, mientras giraban las estrellas lentamente en el cielo, Luna, dónde estás, Sol, adónde vas.
De tiempo en tiempo viene aquí el cura a probar los sermones que compone, por la bondad del eco que las paredes tienen, lo bastante para que quede redonda la palabra, sin resonancias excesivas que encabalguen los sonidos y acaben por empastar su sentido. Así debían de sonar las imprecaciones de los profetas en el desierto o en las plazas públicas, lugares sin paredes o que no las tienen próximas, y son así inocentes a las leyes de la acústica, está la gracia en el órgano que profiere la palabra, no en los oídos que la oyen o en los muros que la devuelven. No obstante, esta religión es de capilla regalona, con ángeles carnudos y santos arrebatados, y mucha agitación de túnicas, brazos rollizos, muslos adivinados, pechos que redondean, caídas de ojos, tanto está sufriendo quien goza como está gozando quien sufre, por eso no van a dar a Roma todos los caminos, sino al cuerpo. Se esfuerza el cura en la oratoria, tanto más cuando allí hay quien le oiga, pero, o por efecto intimidatorio del pajarraco o por frialdad egoísta del auditorio, o por faltar el ambiente eclesial, las palabras no vuelan, no retumban, se enredan unas en otras, parece impropio que el padre Bartolomeu Lourenço tenga tan gran fama de orador sacro, hasta el punto de haberlo comparado con el padre Antonio Vieira * , que Dios haya, y que el Santo Oficio hubo. Aquí ensayó el padre Bartolomeu Lourenço el sermón que fue a predicar a Salvaterra de Magos, estando allí el rey y la corte, aquí está probando ahora el que predicará en la fiesta de los desposorios de San José, que se lo encomendaron los dominicos, que al fin no le perjudica gran cosa la fama que tiene de volador y extravagante, que hasta los hijos de Santo Domingo lo demandan, y del rey no hablemos, que siendo tan mozo gusta aún de juegos, por eso protege al cura, por eso se divierte tanto con las monjas en los monasterios y las va preñando, una tras otra o varias al mismo tiempo, que cuando acabe su historia se contarán por decenas los hijos así engendrados, pobre reina, qué sería de ella de no ser por su confesor Antonio Stieff, jesuita, que le enseña resignación, y sin los sueños en que se le aparece el infante Don Francisco con marineros muertos colgados de los arzones de las mulas, y qué sería del padre Bartolomeu Lourenço si aquí entraran los dominicos que le han encomendado el sermón, y vieran esta passarola, y a este manco, y a esta bruja, y a este predicador burilando palabras y tal vez ocultando pensamientos, que ésos no los vería Blimunda ni aunque ayunara un año entero.
Acaba el padre Bartolomeu Lourenço su sermón, ni quiere saber de su religioso efecto, sólo pregunta, como si no le interesara demasiado la cosa, Qué, les ha gustado, y los otros responden, Claro que sí, señor, vaya si nos ha gustado, pero éste es hablar de dientes afuera, que el corazón no da muestras de haber entendido lo que oyó, y si el corazón no entendió, no llega a mentira lo que la boca habla, pero sí es ausencia. Volvió Baltasar a batir sus hierros, Blimunda barrió hacia el patio los fragmentos de mimbre que no servían, por el empeño parecían trabajos urgentes, pero el padre dijo de súbito, como quien no puede contener más su preocupación, Así nunca llegaré a volar, dijo con voz cansada, e hizo un gesto de tan profundo desánimo que Baltasar tuvo la instantánea percepción de la inutilidad de lo que estaba haciendo, por eso dejó el martillo, pero queriendo enmendar lo que podía ser tomado por renuncia, dijo, Tenemos que construir aquí una fragua, templar los hierros, si no el simple peso de la passarola los hará curvarse, y el cura respondió, Qué más da que se curven o que no se curven, el caso es que vuele, y así no puede volar si le falta éter, Qué es eso, preguntó Blimunda, Es de donde cuelgan las estrellas, Y cómo se puede traer aquí, preguntó Baltasar, Por arte de alquimia, pero en ella no soy hábil, pero sobre esto no digáis una palabra, pase lo que pase, Entonces, qué vamos a hacer, Iré a Holanda, que es tierra de muchos sabios, y allí aprenderé el arte de hacer bajar el éter del espacio para introducirlo en las esferas, porque sin él nunca volará la máquina, Qué virtud es ésa del éter, preguntó Blimunda, Pues es ser parte de la virtud general que atrae a los seres y a los cuerpos, y hasta a las cosas inanimadas y los libera del peso de la tierra, llevándolos al sol, Diga eso con palabras que yo entienda, padre, Para que la máquina se levante en el aire, es preciso que el sol atraiga el ámbar que ha de estar preso en los alambres del techo, que a su vez atraerá al éter que habremos introducido en las esferas, que a su vez atraerá a los imanes que estarán abajo, los cuales, a su vez, atraerán las laminillas de hierro de que se compone la osamenta de la barca, y, entonces, subiremos al aire con el viento, o con el soplo de los fuelles, si el viento falta, pero vuelvo a decir, faltando el éter nos falta todo. Y Blimunda dijo, Si el sol atrae al ámbar y el ámbar atrae al éter, y el éter atrae al imán, y el imán atrae al hierro, la máquina irá subiendo hacia el sol sin parar. Hizo una pausa y preguntó, como hablando consigo misma, Qué será el sol por dentro. Dijo el cura, No iremos al sol, para evitarlo están las velas de arriba, que podemos abrir y cerrar a voluntad, de modo que nos pararemos en la altura que queramos. Hizo una pausa también, y remató, En cuanto a saber cómo será el sol por dentro, si se levanta la máquina del suelo, el resto vendrá por añadidura, queriendo nosotros, y no contrariando insoportablemente a Dios.
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