Nadine Gordimer - La Hija De Burger
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– ¿Ya lo pensabas cuanto te fuiste?
La mujer se incorporó lentamente, gozando del apalancamiento de sus músculos, frotándose los brazos marcados por la hierba, como un gato que se acicala después de un baño de arena.
– No lo sé. Lo acepto. Pero está el mundo entero… he olvidado que alguna vez pensé así de mí misma -la chica podía sentir curiosidad por alguna vieja aventura amorosa-. Vivir con un hombre como Ugo… no sé cómo explicártelo. Vivía su vida como un pez en el agua, con él dejabas de asombrarte y de dar vueltas… en Europa ahora no saben lo que es un conflicto, Dios los bendiga.
En el bar la voz de Grosbois era siempre inconfundible; mientras hablaba mantenía la mano derecha ligeramente levantada y dispuesta a impedir las interrupciones de su esposa.
– ¿Treinta años? ¿Qué son treinta años? ¿Estamos todos muertos? ¿No tenemos memoria? ¿De qué tenemos que avergonzarnos los franceses que ya no celebramos aquello por lo que luchamos? Si a Giscard le preocupaba ofender a los alemanes, es una pena. A mí no me preocupa. El abuelo francés no está preocupado, eh? Se llevaron nuestros alimentos, ocuparon nuestras casas. Nos ocultábamos en sótanos y montañas y de noche salíamos a la calle para matarlos. ¿Debemos olvidar todo eso? En la casa de enfrente tomaron como rehén a un chico de diecinueve años y lo mataron… su madre vive allí. Caminé por París y vi las placas conmemorativas donde fusilaban a la gente en el cuarenta y cuatro.
– Tiene razón, él tiene razón.
– Sí, ¿pero qué significa la celebración anual del Ocho de Mayo? Apenas otro demonio en las calles…
– Exactamente,… no un reconocimiento público a la gloria de la nación francesa, todo eso es desechado. El presidente de la república lo considera vulgar, eh? Hace treinta años libramos a nuestro país de los nazis y eso es algo que hoy no merece una marcha callejera. Pero los estudiantes… los empleados de la Banque de France, de Correos, Telégrafos y Teléfonos… todos los alfeñiques que quieren ganar unos francos más por mes son un espectáculo para París.
– En Vincennes muestran películas fascistas a los estudiantes.
– Ah, no, Françoise. Eso es distinto. Significa advertirles…
– ¿Sí? Ella tiene razón. ¿Cuál es la diferencia entre el tipo de películas que verán y la forma en que ya se comportan? Estropean y destruyen sus propias universidades. Ellos… disculpa, se cagan en los escritorios de sus profesores. Las películas sólo pueden estimularlos.
– ¿A qué? Aparecen nazis pateando a los judíos y arrastrando mujeres hasta los campos…
– La gente ya no ve nada malo en la violencia. Desde mayo del 68, es la forma generalizada de obtener lo que se quiere. ¿Me equivoco? Ya lo viste anoche en la tele… Esa banda de Alemania. El juicio que ha empezado. Los lunáticos de la Baader-Meinhof son el resultado de lo que ocurrió en el 68. Hoy en día cada uno sólo desaprueba los objetivos de los demás, quizá. Todos emplean los mismos métodos, secuestros, raptos.
– ¿Cómo se llama aquel chico, el pelirrojo? Tendríais que ver cómo ha engordado y madurado -las mejillas hinchadas de Gaby en el espejo-. De veras. Publicaron una entrevista en «Elle».
– Se refiere a Cohn-Bendit.
– ¿En esa revista de mujeres? ¿Para qué lo desentierran?
– Es natural. Ponia ha levantado la interrupción que pesaba sobre él y ahora está en París firmando autógrafos en un libro que escribió.
– Pierre, te mostrará el artículo. Está en el cuarto de baño. Lo leí mientras daba tiempo a que me tomara el tinte. ¿Nadie se ha dado cuenta de mi pelo… no es un color muy sexy?
Un joven se aproximó para mirarla de cerca.
– ¿Qué usas? quiero hacerme mechitas.
– Me queda medio frasco, Gérard. Ven mañana por la mañana y te lo daré encantada.
– En Niza cobran sesenta francos. Y parece que tendré que mudarme de mi habitación.
– ¿Sí? ¿Por qué?
– La patrona puede sacar el doble en verano y ella también necesita dinero. Su marido vive de una pensión y la nieta quedó embarazada. Una estúpida, vi cómo se lo buscaba.
Un hombre al que Rosa Burger saludaba como a mucha gente con la que se cruzaba a menudo en la aldea, finalmente se dirigió a ella en el bar, con la formalidad con que los franceses abordan a las mujeres como preludio de sus expectativas de intimidad. ¿Querría tomar un café o una copa con él?
– ¿Eres inglesa? ¿Sí? Tuve un amigo del ramo de la construcción, como yo, que se instaló en esas tierras. Está ganando montones de dinero. Doce mil francos al mes… me refiero a francos nuevos. Pero por allí hay muchos problemas, eh? Yo no quiero tener problemas. ¿Te gusta Francia? La costa es hermosa. Por supuesto. Hay unos cuantos sitios muy buenos para ir a bailar. ¿Has estado en Les Palmiers bleus? Cerca de Cap Ferrat. ¿Tus amigos no te llevan a bailar?
Había visto a un hombre y a una chica en una cafetería arrojándose mutuamente flores; esa conversación, en cualquier idioma, era igualmente sencilla de manejar.
– Vivo con Madame Bagnelli.
– ¿La casa que está justo encima de la vieja Maison Commune? Pero esa señora es inglesa.
– Sólo el apellido es italiano.
– No, no, es de Niza, por aquí hay montones de franceses con esos apellidos. Yo me llamo Pistacchi, Michel Pistacchi. ¿Podrías haberlo adivinado? Te llevaré a Les Palmiers Bleus, te gustará. ¿De qué te ríes? ¿Me encuentras divertido?
– No podremos hablar… como ves no sé francés.
– Iré a pedirle permiso a Madame para llevarte a bailar.
– ¿Pedirle permiso? ¿Para qué?
Como a casi todos los hombres gregarios, le atraían las chicas que parecían apartadas de la compañía en que las encontraba. Como confirmando su intuición para estas cuestiones, la cara de la extranjera se abrió con vivida luminosidad, generalmente prometedora al reír.
Le llevó rosas a Madame Bagnelli. Fue a buscar a Rosa Burger con un elegante brazer azul marino, en un coche deportivo.
– No es mío pero prácticamente da lo mismo, ya me entiendes… cuando mi amigo encuentre una ganga con algún modelo nuevo, me dejará éste.
Pidió una cena copiosa y se empeñó en que cada uno probara los platos del otro.
– Esto es lo que me gusta, estar con una chica que sabe apreciar la buena comida, una atmósfera… no salgo si no es para ir a lugares de primera. Nada de discotecas.
Bailaba expertamente y sus intentos de caricias durante el baile también estaban expertamente calculados para no exceder el límite en el que de momento podían ser pasadas por alto. Ella entendía casi todo lo que decía; cuando no seguía sus palabras captaba la dinámica de sus movimientos, las actitudes y los conceptos que siempre derivaban en sus necesidades, temores y deseos personales. Se jactó ingenuamente de su familiaridad con el patrón -Todos los días voy a su casa para el casse-croüte - al tiempo que se quejaba de las responsabilidades que se esperaba asumiera en comparación con lo que ganaba, los impuestos que pagaba.
– ¿Pero vuestro sindicato no es fuerte en Francia?
No lo había entendido bien; él estaba ansioso por adivinarla más allá de sus errores. Hubo risas y por un instante la abrazó.
– Eres muy inteligente, sabes lo que ocurre en el mundo, me doy cuenta. Qué placer estar con una chica con la que se puede hablar… ¡y me dijiste que no sabes francés! Permíteme explicarte que los sindicatos… esos tíos no trabajan para nosotros, somos nosotros los que trabajamos y ellos engordan con nuestros esfuerzos.
El tema lo distrajo de la conciencia que tenía del cuerpo de Rosa y de su determinación a que ella tomara conciencia del suyo; la chica notó en su rostro que no quería quedar atrapado en una conversación de ese tipo, pero tampoco podía resistirse a ser escuchado.
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