Nadine Gordimer - Un Arma En Casa

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La vida de los Lingord, un matrimonio liberal de Suráfrica, sufre un vuelco cuando su hijo Duncan mata a uno de sus compañeros de piso. El joven ha confesado su autoría, pero no el motivo del crimen. Para afrontar el proceso, los Lingord recurren a un abogado negro recién regresado del exilio, una elección arriesgada en un país donde sólo formalmente se ha puesto fin a la discriminación racial.

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Conseguir que le den la bola.

Esta expresión tan vulgar procedente de la fraternidad criminal era la adecuada para la determinación con que estaban comprometidos: sí, como fuera, con las artimañas necesarias. Desde que Harald leía en voz alta a Claudia las noticias sobre juicios que nunca habían mirado, ya que no habían tenido nunca interés por experimentar sensaciones ajenas, eran conscientes de cómo los intersticios de la ley, las interpretaciones abstrusas del texto de la ley salvaban acusados que en todos los demás aspectos eran indudablemente culpables. Les daban la bola.

Mientras que antes Claudia acudía con desgana a las citas en el bufete del abogado, ahora ella y Harald acosaban a Hamilton Motsamai para que les dedicara un poco de tiempo. Lo que querían de él era astucia, un tipo especial de habilidad que un lego no podía tener y que la gente con prejuicios generalizadores que ambos acostumbraban a encontrar desagradables atribuía a los abogados que pertenecían a determinadas razas: judíos o indios, para ser exactos. ¿Un abogado negro podía tener los mismos recursos secretos? ¿Era una agudeza que se adquiría mediante la formación y la práctica legal? ¿O era algo que formaba parte de un estereotipo racial que tuvo su origen en la necesidad de estas razas concretas de encontrar medios para derrotar las leyes que los discriminaban? En ese caso, ¿por qué motivo no habría desarrollado Hamilton el instinto natural de una astucia y una habilidad salvadoras?, ¿quién mejor que él? ¿Por qué iba a suponerse que había renunciado a ello para siempre por la elevada rectitud profesional de un miembro ario de la abogacía que no había vivido nunca en el Otro Lado? ¿Estaba allí en su bufete, astutamente, bajo la mirada de las fotografías enmarcadas de su presencia entre los distinguidos colegas de Gray's Inn de Londres? Harald pensaba que sí; la manera en que había tratado a la chica, el modo en que había husmeado en sus motivaciones en la relación con su hijo le parecía una señal. Pero Claudia, en conflicto con la confianza que había entregado a aquel hombre, se preguntaba si uno de los otros, de aquellos de los que hablaban algunas personas con una admiración que era también menosprecio, no sería el abogado adecuado para utilizar cualquier medio, cualquiera, para defender a su hijo. Un judío, un indio. Aunque no lo decía, su marido lo entendía; muchas actitudes estereotipadas que rechazaban con facilidad en su vieja vida segura aparecían ahora que habían roto con los otros valores de esa época. Cuando se ha producido un asesinato, ¿qué otra cosa importa? Sólo lo que puede evitar otro. La ética de zona residencial de un médico o un ejecutivo es trivial.

Hamilton respondía con brío a la nueva actitud que percibía en ellos. Como si hubiera estado trabajándola desde el principio, ejeee… ejeee…, la honrada y decente pareja blanca procedente de un mundo ideal. No veía, o fingía no ver, que creían estar pidiéndole disimuladamente que hiciera algo, cualquier cosa poco ética (desde el punto de vista de ellos) para defender a su hijo. La ignorancia de la gente educada, tanto blanca como negra, sobre las convenciones de la ley no dejaba de sorprenderlo; probablemente, ella diría lo mismo sobre la gente y la práctica de la medicina. Todavía no entendían el ámbito que podía abarcar un destacado abogado en cuestión de tácticas de defensa. ¿De qué otro modo se podía representar a un asesino confeso?

– ¿No podrías utilizar a… cómo se llama… Julian, el que habló con nosotros, al que Duncan llamó en cuanto pudo aquella tarde? Tengo la sensación de que no le gusta la chica, ha estado presente en algunas escenas suyas que le han desagradado, cuando ella se comportaba, no sé, como una loca, provocando a Duncan de la manera que has dicho que sería importante.

– Sí, en eso baso mi argumentación. -Anima a Claudia.

– Puedes sacarle algo. Aunque me parece que es un poco reacio a hablar porque tiene una idea especial sobre el carácter confidencial de la amistad y todo eso. Lealtad a lo que sucedía en esa casa, quizá tiene miedo de que los demás se lo reprochen…

– ¡Oh!, tienes razón. He estado trabajando con él. Es un individuo retraído. Pero la cuestión está en lo que has dicho sobre la casa, sobre los que la frecuentaban o vivían allí; es cierto, le gusta llevarse bien con ellos, aunque está más ligado a Duncan, es Duncan quien le importa. Pero dudo que valga la pena citarlo como testigo.

Harald sigue pensando en el otro, Khulu.

– ¿No causa mejor impresión? Si yo fuera juez, le daría más importancia a lo que estuviera dispuesto a decir. Y es miembro de aquella casa, no es uno que trabaja con Duncan, un colega de fuera, un amigo que no estaba siempre por ahí para observar lo que pasaba, como Khulu.

– Y Khulu es homosexual. Ejeee… Conoce ese tipo de moral o como quieras llamarlo, lo que se hace y lo que no se hace, cómo viven su vida y arreglan las cosas entre ellos.

Quiero decir

Podría ser

Eso no

E]eee…

Quiero decir

Un momento

Pero si

Dejadme explicar

Se animan, es una consulta y, al mismo tiempo, un debate. Afortunadamente para estos clientes que pasan por un momento difícil, Duncan se ha convertido en un tema de discusión, ausente, presente entre ellos en la celda de su cárcel, como acostumbra suceder cuando sus padres están en el bufete.

El ayudante de fontanero y jardinero: ¿vale la pena citarlo?

¿Para qué? Puede llamarlo la acusación…

De repente, Motsamai resulta muy atractivo cuando ríe, algún personaje que guarda para otras ocasiones se escapa del protocolo, tal vez procedente de su casa, distinguido por el modo en que se recorta la breve barba, en un círculo propio de la antigua aristocracia, o tal vez resida en su dominio del otro, en la cordialidad fraternal entre colegas.

No utilizan la expresión coloquial: que le den la bola. Pero lo entienden todos, dentro de sus límites. Lo que le piden sus clientes es otra cosa; ellos y su abogado saben que no pueden hacer que Duncan salga libre; libre de lo que dice que ha hecho, libre de lo que lo contiene, tal como estuvo una vez contenido en el útero de su madre, oculto. Debe ser castigado, sea por la voluntad del Dios de su padre o por las leyes humanas de acuerdo con las que vive su madre. El término puede servir sólo como medio, y cualquier medio es válido para hacer que escape de lo que todavía está en la legislación del país. Su vida a cambio de una vida.

– Y voy a necesitar que me digáis más cosas. Ya lo sabéis. Ejeee… mucho más. En este sentido -un gesto amplio de la mano alzada en el aire-, todavía no hemos hablado bastante. Ni con mucho. Cómo era, de muchacho. De verdad. Cualquier problema que vierais entonces. Cualquier cosa que pudiera afectar más tarde a sus reacciones, conflictos y demás. Algunas de las cosas que habéis olvidado, que dabais por concluidas y liquidadas.

Era como si el acuerdo al que habían llegado en aquella habitación hubiera subido las persianas con ruido y una claridad sin sombras cayera sobre ellos.

Nunca hubo problemas.

Era un niño feliz.

Pero eso no se dijo.

SEGUNDA PARTE

¿Por qué Duncan no aparece en la historia? Es un vórtice en torno al cual, despedidos, a su alrededor, se encuentran todos los demás: Harald, Claudia, Motsamai, Khulu, la chica y el hombre muerto.

Su acto lo ha convertido en un vacío; un vacío es la antítesis de la vida. Si ellos no pueden entender cómo llegó a hacer lo que hizo, él tampoco puede. Excepto la chica; ella podría, ella lo haría. Ella estaba dispuesta a matar; a matarse. Eso es lo más cerca que uno puede estar de ese acto hecho a otro. El acto mismo, no su significado. El no recuerda el acto mismo; el abogado le cree o quiere creerle, necesita creerle, pero el fiscal, el juez y los asesores del tribunal no le creerán, ninguno de ellos. En las palabras de la pregunta del abogado, él no «premeditó» lo que hizo. Fue hecho tan deprisa, como un clímax que, en cuanto te das cuenta, ya ha pasado, la insoportable emoción es inaprensible, desaparece de inmediato. Puede recordar que vio el arma, pero eso fue la noche anterior, algún idiota hablaba de comprar una y había pedido que le enseñaran a usarla. El arma doméstica. Estaba siempre por ahí, carecía de sentido tenerla para protegerse si, llegado el momento, nadie podía recordar dónde estaba escondida. La ve en la mesa, olvidada entre las botellas y los vasos, la noche antes. Y cuando ellos -Jespersen, Natalie, los dos- lavaron los platos, recogieron, hicieron el amor en el sofá, la dejaron allí. Llegó el momento. La dejaron allí para que la encontrara él.

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