Nadine Gordimer - Un Arma En Casa

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La vida de los Lingord, un matrimonio liberal de Suráfrica, sufre un vuelco cuando su hijo Duncan mata a uno de sus compañeros de piso. El joven ha confesado su autoría, pero no el motivo del crimen. Para afrontar el proceso, los Lingord recurren a un abogado negro recién regresado del exilio, una elección arriesgada en un país donde sólo formalmente se ha puesto fin a la discriminación racial.

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Pero admitir eso era decir que el amor era un asunto complicado; había dificultades. Harald, Claudia, tenían que haberse dado cuenta. Pero ahí estaba la libertad, su derecho a su propia intimidad: su forma de amor por él.

El compromiso no tenía ningún valor.

Había sido el compromiso más importante de su vida. Sin él, todas las personas cuya vejez Claudia aliviaba, y los hombres, mujeres y niños cuyas heridas de diverso tipo cuidaba, no eran nada, y sin él, todo el amor a Dios de Harald no era nada. Y si él hubiera podido -no, hubiera querido- acudir a ellos, ¿habrían sido capaces de detener a tiempo lo que había sucedido? ¿En qué momento, en el desorden que estaba apoderándose de su vida, habría sido posible? ¿Cuando, cuál fue el punto a partir del cual ya no había retorno posible? Cuando la chica fue resucitada -la forma básica de decir «salvada»-, ¿podría haber sido prevenido, protegido, de su deseo de «salvarla» en el sentido último, reconciliarla con la vida, si resultaba obvio que la autodestrucción era la dinamo de ella, la energía misma que lo atraía hacia ella?

O había un punto anterior a la chica. Pensaron -todo esto iba saliendo a la superficie y hablaban de ello con frecuencia- en el episodio homosexual. Si es que era eso: un episodio. ¿Se trataba de algo que podía haber sido detenido? ¿Podía verse, diagnosticarse, como el principio de una desintegración de la personalidad? ¡Y acaso no era el suyo un juicio típicamente heterosexual, que consideraba la homosexualidad como una «desintegración»! Si les hubiera hablado de esa atracción, quién sabe si habría sido lo correcto aconsejarle en un tono mundano, sugerirle que sólo estaba bajo la influencia del ambiente de aquella casa, de una moda, de la seducción de un vínculo afectivo entre hombres en un período -su acceso a la edad adulta- y en un lugar donde los grupos sociales se encontraban en transición. En esa casa, como decía el dicho, no había problemas entre blancos y negros: en la cama todos somos hermanos.

Pudo ser eso.

Sin embargo, más tarde, Harald pensó en todo eso solo, por la noche, y volvió a la cama, donde la encontró despierta. Quizá si hubiéramos tenido una oportunidad, si hubiera podido acudir a nosotros en ese momento, habría sido un error ver el asunto con Jespersen como un episodio. Quizá, para él, suponía estabilidad.

Te refieres a la vida en la casa. De aquella manera.

Sí. Exceptuando a la chica: eso fue un intento para convertirse en algo que no es. Una persona como nosotros. No sé qué se siente cuando uno desea hacer el amor con un hombre. No sé si habría deseado huir de mí mismo. Cuando uno procede de un medio como el nuestro. Quizá debería haberse quedado con los hombres. Si eso era lo suyo. Si no con Jespersen, podría haber alguien más, y habrían tenido en la casita una vida juntos mejor que el lío sórdido en el que se metió con una mujer.

Ella se incorporó y se levantó de la cama de ambos.

¿Qué haces?

En la ventana, apartó las cortinas, la noche era negra y brillante, como carbón húmedo, y un avión de camino al aeropuerto llevaba consigo su propia constelación de luces de aterrizaje entre las estrellas. El mundo era testigo. ¿Crees que eso es lo que habría querido de nosotros?

Vuelve a la cama.

Lo que descubrían en el otro los había acercado, uniéndolos como no lo estaban desde que se conocieron, cuando eran jóvenes y se adentraban en la novedad de la peligrosa intimidad humana.

El Tribunal Constitucional está deliberando sobre el veredicto y Harald y Claudia no tienen información sobre cuánto tiempo puede durar eso.

Para ellos, su hijo ya ha sido sometido a juicio -ese juicio en un tribunal distinto de aquel ante el que tendrá que comparecer- y está esperando un Juicio Final por encima de cualquier otro que pueda estar dentro de la jurisdicción que se impondrá cuando se vea su propio caso. Motsamai se muestra comprensivo y condescendiente, y les reitera su seguridad.

– Ya sé que no me creéis. Ejeee… Ya sé lo que pensáis: ¿qué puedo saber yo si la cuestión ha sido discutida ante la más alta autoridad que tenemos, si exceptuamos al presidente del país y a Dios mismo, y si los jueces no han sido capaces de llegar a una conclusión? Pero pueden tardar semanas. Mi preocupación por mi cliente no abarca ningún temor sobre el resultado. La conclusión supondrá el fin de la pena de muerte. Me preocupa demostrar sin ninguna duda que este joven se vio arrastrado por las circunstancias a actuar de modo totalmente contrario a su naturaleza. ¡Esa mujer y el individuo que, en otra ocasión, fue algo más que amigo suyo, lo traicionaron hasta volverlo loco!

Había más gente en un momento difícil esperando ser recibida por él. Los acompañó hasta la puerta del bufete.

– Bien, quiero que conozcáis a mi mujer y a mi hijo: hemos pedido plaza para él en la facultad de medicina, no sé si vale para eso, ¿podrías darnos algún consejo, Claudia? ¿Qué os parece este viernes por la noche? Espero que la cena sea buena. Yo vendré del Tribunal de Apelación de Bloemfontein, así que podemos quedar hacia las ocho y media, más o menos.

El aplomo quitaba importancia con amabilidad a lo delicado de su situación; él sabía por lo que estaban pasando; seguramente, cada vez veían menos a sus amigos, cuyos rostros comprensivos sólo servían para alejarlos de aquello en lo que se basaba la vieja amistad, ahora que ya no compartían circunstancias. No siempre era necesario o deseable mantener la relación con los clientes en un plano de formalidad. Ocuparse de un caso implica afirmar la confianza en los sentimientos humanos, una especie de toma y daca con la familia de la vida que hay que defender, incluso mientras se mantiene la objetividad profesional. Aquella pareja blanca no tenía la resistencia que los negros han adquirido durante generaciones padeciendo dificultades por la naturaleza de su piel. Sabe cómo manejar a esos dos: tendrán la sensación de que pueden hacer algo por él porque les ha pedido consejo para la carrera de un hijo ambicioso.

Cuando están en la sala de visitas, ninguno de los dos deja traslucir su preocupación por las desconocidas deliberaciones del Tribunal Constitucional. No es la primera vez que tienen que actuar con tacto; hay tantos temas y reacciones que resulta inadecuado exhibir ante alguien que vive de modo inimaginable, a quien ves sólo durante media hora entre dos vigilantes. El preso es un desconocido al que no debe enfrentarse con lo que sólo puede tratarse desde la familiaridad de la libertad. Sin duda, Duncan sabe cuál es el tema que trata el Tribunal Constitucional en su primera sesión; tiene acceso a los periódicos, pero -también por tacto, todos han de poner de su parte si quieren hacer posibles esas visitas- tampoco habla de ello. O quizá es porque ni siquiera pueden empezar a comprender lo que deben de haber significado para él las actuaciones de ese Tribunal mientras seguía las noticias. Un hombre que se declara culpable, ¿está declarándose dispuesto a morir? ¿O se ve ya, como sólo él puede hacerlo, en las celdas de los condenados a muerte, junto con Makwanyane y Mchunu, afirmando su derecho a la vida, al margen de lo que haya hecho?

En lugar de hablar de esto, le preguntan si puede trabajar en los planos que está dibujando, y dice que sí, que sí, el trabajo va bastante bien.

– Es impresionante que lo hagas. -Harald está admirado; ésta es una forma de estímulo admisible.

– El único problema es que no puedo comentar las dificultades que surgen. Con los del estudio, como hacemos normalmente. De manera que el trabajo será sólo mío… a lo mejor de un modo un poco excéntrico, quién sabe.

– Quizá alguien de la empresa podría venir para comentarlo contigo. Por qué no. -Harald está dispuesto a pedir a los jefes que lo hagan (si su joven colega, Verster, hubiera sido la persona adecuada, seguramente Duncan lo habría mencionado); la cárcel no es una enfermedad, no hay nada infeccioso que uno deba evitar en esa sala de visitas.

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