Nadine Gordimer - Un Arma En Casa
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– Tú no crees que ése sea el caso, ¿no?
Claudia no pregunta, se adelanta con dureza para no hacerse ilusiones sin fundamento.
– No, no creo. No. Reitero, desde otro punto de vista, que sabemos que nuestro caso descansa sobre… circunstancias. Circunstancias que se revelarán en el juicio. Tal como ya lo he hablado con vosotros. Tal como he estado estudiando en el informe psiquiátrico. Tal como he ido siguiendo en las charlas que he mantenido con la gente que hice venir la semana pasada. Verster. David Baker y demás. La gente de la casa y los que la frecuentaban. Lo que debemos y lo que no deberíamos esperar del interrogatorio por ambas partes. Si creo necesario llamar a éste o a aquél como testigos.
– Sólo está el hombre ese, el jardinero. Si se puede decir que lo que dice que vio y no encontró es un testimonio.
Harald contrajo las pantorrillas contra la butaca para controlar su irritación contra Claudia. El abogado estaba preparándolos para decirles algo, fuera lo que fuera; lo indicaba el modo en que se echó hacia atrás y después adelantó el cuerpo, por encima del escritorio que lo mantenía a una distancia profesional de ellos, su gente, que pasaba por un momento difícil; una intimidad que, al mismo tiempo que inspira la confianza de ellos dos, debe permitir que su mente despejada quede por encima de ellos. Podría habérselo resumido así: la definición del mejor abogado disponible es aquel que piensa por los que no saben qué pensar.
– Los he tenido a todos en esta habitación, uno por uno. Con la excepción de Baker, el amante de Jespersen, no parecen sentir nada especialmente violento contra Duncan, y debo admitir que eso me ha sorprendido. Aunque creyeran que me lo estaban ocultando, soy capaz de ver a través de las expresiones que adopta la gente. Después de todo, uno de ellos ha muerto, se podría esperar que rechazaran absolutamente a Duncan, que no quisieran volver a verlo nunca. Ejeee…
– Uno de ellos ha ido a ver a Duncan. Nos tropezamos con él fuera.
Motsamai inclinó la cabeza hacia Claudia confirmándolo; debió de enviarlo él allí.
– Ejeee. Era necesario que fuera alguien. De la casa, los dos hombres que quedan del grupito que vivía en la finca. Algo así como una familia. No importa lo que haya podido suceder en la casa.
– No nos habló de Dladla, que acababa de estar con él.
– Supongo que fue una sorpresa. Pero también le dará valor, ya me entendéis. Más tarde. Cuando consiga pensar en ello, allí dentro. Uno tiene tanto tiempo, tantas horas, cuando está allí dentro… Bueno. Dladla estuvo conmigo la semana pasada y también ayer. Hemos hablado. Largas charlas. Me ha contado lo que Duncan no me contó y lo que no conseguí sacar a la chica. La señorita Natalie James no me contó los detalles de su relación con Duncan. Dladla dice que ella intentó matarse después de dar a luz. No sé exactamente qué hizo, si fueron pastillas, si se metió en el mar. Fue en Durban, dice, pero Duncan la encontró y la llevó al hospital. La devolvió a la vida. Literalmente. Le debe la vida a Duncan; o quizá se lo reprocha. Depende de cómo ella lo considere. Por la impresión que me ha causado, diría que podría castigarlo por ello. A eso pudo deberse la exhibición sexual del sofá. Claro. En una mujer como ella, de demostrado carácter inestable. Ya lo he dicho antes: sospecho que quería que él la descubriera. Y ahora resulta que existe otro motivo por el que podría escoger ese modo concreto para atacarlo.
El discurso va haciéndose más lento. Como si los tres estuvieran juntos en un vehículo temerario y éste fuera frenando a medida que se acerca al final de una cuesta peligrosa tras la cual tendría que producirse un nuevo movimiento.
– Bueno. Dladla, ayer. Sí. Estábamos hablando. En inglés y también, ayer, en nuestra lengua, cuando hay cosas difíciles de decir es mejor utilizar las palabras más cercanas.
Motsamai se dio una palmada en el pecho.
– Me contó muchas cosas. Yo creía que lo tenía todo claro tras las sesiones con Duncan, pero este hombre me contó más cosas. Me contó algo más. Creo que vosotros no lo sabéis, me lo habríais dicho, os habríais dado cuenta de que yo necesitaba saberlo.
Los mira a los dos con la compasión condescendiente de un adulto que sospecha que un niño no ha sido totalmente sincero. Tiene la cabeza inclinada hacia delante, pero el brillo de sus ojos bajo la frente arrugada refulge hacia ellos.
No sabían nada. Nada. ¡Eso era, así era! Era una acusación; no del abogado, sino del uno al otro, Harald, Claudia, otro asesinato, una vida normal atravesada por una lanza, derribada: tú, un padre que no sabía nada sobre su hijo, dejas que comparta un arma como si fuera un paquete de seis cervezas; tú, madre que no sabía nada sobre su hijo, dejas que la dispare.
Pero Hamilton, su Hamilton Motsamai, no participaba en estos feroces fogonazos de animosidad entre ellos aunque, en tanto que diagnosticador-sacerdote-confesor, podría haberlo captado, haber traído del Otro Lado este tipo especial de presciencia a modo de lengua materna.
– Khulu sabe algo más. -Los lanza, a los tres, por la empinada pendiente, no puede detenerlos. Que nadie hable-. Natalie no era la única pareja de Duncan que estaba en el sofá. Khulu dice que Duncan y Cari Jespersen habían sido amantes. Fue Jespersen quien rompió la relación, no Duncan. Khulu dice que Duncan lo pasó muy mal. No se fue de la casita, aunque el otro, Jespersen, que había vivido allí con él, volvió a vivir a la casa. Pero estaba dolido, Khulu dice que él se dio cuenta. Deprimido. Aunque quería demostrar que no era menos libre que los demás: «nosotros consideramos que la gente puede cambiar de pareja, sin problemas, seguir siendo amigos», así lo dice este individuo. En el fondo, Duncan no tenía la misma facilidad, la misma actitud. Y entonces sucedió que fue a la costa y encontró a la chica y la salvó. Se salvó a sí mismo. Khulu sugiere eso. No sabe si Duncan la conocía de antes, cree que es posible, en algún sitio, cuando ella estaba todavía con el otro hombre, el padre del crío que tuvo. De manera que volvió enamorado de una mujer y la llevó a aquel tinglado. A nadie le importó, no tenían prejuicios, era libre de hacer lo que quisiera, y todo va bien, la señorita Natalie James encaja muy bien. La pareja heterosexual vive en la casita del jardín, y el trío homosexual, en la casa. David Baker y Cari Jespersen son amantes, el lío de Jespersen con Duncan pertenece al pasado, tanto para Duncan como para los demás.
Y entonces… entonces… Jespersen es, precisamente, quien hace el amor con la mujer. La mujer de Duncan. Una esposa, diría yo, que vive allí, en la casita, como una pareja normal. ¡Ah!, nos dicen que ella tuvo otras aventurillas. Pero ésta es con Cari Jespersen. Quien primero rechaza al hombre y después hace el amor con la mujer de éste. ¡Ahí lo encuentra, encima de ella (disculpa, Claudia), en el sofá de la habitación donde son tan buenos amigos!
Motsamai oye los aplausos, la animación le agita los hombros bajo las hombreras de la americana que lo mantienen tan elegantemente anguloso. Una generación antes, de acuerdo con lo que la ley decretaba como su Lado, no habría tenido más recurso para su espíritu que el pulpito. Los ha dirigido de modo tan completo que ni siquiera han podido interrumpirlo; ahora espera que digan algo. Pero todo lo que hay en esa sala, familiarizada con las muchas emociones de las personas que pasan por situaciones difíciles, es su retórica; y el distanciamiento de sus clientes, que tampoco desean admitir ninguna reacción ante el otro.
Al final, fue Harald quien habló. Las palabras eran como piedras que caían una a una.
– Y qué importancia tiene a cuál de sus dos amantes disparara.
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