Nadine Gordimer - Un Arma En Casa
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– Cómo podríamos echarle la culpa a ella. Él hizo lo que hizo.
– Porque a alguien hay que echársela. Tu hijo está en una situación difícil. Así es la naturaleza humana, ¿neee…? ¡Porque también yo tengo que echar la culpa a alguien! El abogado de Duncan tiene que demostrar circunstancias causales que repartan la culpa para que la carga recaiga sobre otros que nunca comparecerán ante el juez.
En la oleada de silencio que lo acompaña, allí, en la habitación familiar donde la inocencia y la culpa aparecen anotadas en tiritas de papel dentro de los tomos -ese despacho y la sala de visitas de la cárcel son ahora extensiones de su adosado-, Harald lo sabe: nosotros. Sobre nosotros. Harald y Claudia, que lo hicieron: los pájaros y las abejas no roban juguetes de otro, no leen nunca las cartas de los demás, no matarás.
– Tengo una política muy especial para con ella, por supuesto. Ejeee… -Los labios de Motsamai combaten contra algo parecido a la diversión y la satisfacción-. Con las mujeres, ya sabes lo que pasa: son muy astutas. Y ella empieza a chorrear encanto como si fuera un grifo cuando se siente acorralada. Tengo que dirigirla con paciencia, sin que se dé cuenta, para que se condene mientras cree que está hablándome de él. Hay que saber tratar a estas mujeres. Tan pronto son pobrecitas víctimas como se ponen a presumir de cómo pueden dominar a cualquiera en cualquier situación. El sexo débil nos da muchos problemas a los abogados, te lo aseguro.
Harald debe rechazar el desagrado que le produce el que suponga que, como si fuera un aparte confidencial entre varones, va a compartir una generalización condescendiente sobre las mujeres. Ahora no importa lo que ese hombre piense sobre cualquier cosa que no sea el caso que dice defender. Los prejuicios parecen carecer de importancia. A Duncan le enseñaron a no tener prejuicios contra los negros, judíos, indios, afrikáners, creyentes, no creyentes, todos los pecados fáciles presentes en el país donde nació.
– Qué te ha dicho.
– No te tomes muy en serio lo que dice. Dice que es un crío mimado. Ésas son sus palabras: un crío mimado. También utiliza palabras grandilocuentes, neee: «sobreprotegido», así que no está acostumbrado a ningún tipo de oposición, a nada que amenace su voluntad, el modo en que piensa que deberían ser las cosas. Sus normas son las válidas. Lo puse en duda: sugerí que el tipo de esquema que tiene esta gente joven es que no hay normas excepto las más básicas, ya sabes, quién tiene derecho a coger la cerveza de la nevera… y, naturalmente, tenían a aquel hombre negro, Petrus Ntuh, para que les hiciera el trabajo sucio. No, dice ella, sus normas eran para sí mismo, eso no quiere decir que fueran la clase de normas convencionales que podría pensar alguien como yo, un abogado. Entonces, ¿en qué consistían? Bien, pues eran sobre quién iba con quién y así. Relaciones sexuales, deduzco; pero ella insistió en que también hacían referencia a la amistad, el grupo que vivía en esa finca parecía tener amistades, lo que llamaríamos lealtades, complicadas. Él «estaba de acuerdo» con el modo en que todos vivían en la finca, pensaba que coincidía con sus ideas, sus normas, si prefieres, pero, al mismo tiempo, él era el «niño mimado» que no podía consentir que este estilo, inventado por él mismo, claro, entrara en conflicto con las otras normas de las que él se había liberado. Procedentes de la generación anterior. La vuestra. Ella dice que estas normas seguían vigentes en él, aunque él creía que no. Dijo algo más: ahora él está en la cárcel, pero nunca ha sido libre. Y, naturalmente, implica que ella sí es libre, claro.
– Eso no nos dice mucho sobre lo que sucedió entre ellos. De lo que me dices, se deduciría que ella no tiene nada que ver con la pareja que estaba en el sofá.
– ¡Eso es! ¡Eso es! De un modo u otro, se distancia. Ejeec.Y no parece sentir nada, por así decirlo, por el hombre que murió como consecuencia de su acto con él esa noche. No da muestra de sentir ninguna pena… por algo tan terrible. Lo que, naturalmente, es muy bueno para mi caso, excelente.
Cuando me toque a mí hacerle preguntas. Pudo haber muerto ella, ¿por qué no? Ni siquiera se lo plantea ¿Por qué no? Si no quieren dos… Sin embargo, no siente remordimientos por haber sido, por lo menos, la mitad de la causa de la muerte del hombre, si damos por hecho que él era consciente de que estaba con la novia de su amigo. Es difícil entender su distanciamiento. Como si estuviera convencida de que no habría podido ser ella la víctima. Me doy cuenta de que hay cosas que no le podré sacar, seguramente, ni siquiera con mis medios.
Suelta una breve carcajada, como un fogonazo, celebrando su habilidad y de inmediato regresa a la seriedad en la que el rostro del padre, clavado en el suyo, puede confiar.
Contar lo sucedido en una reunión como ésa con el abogado significa que Harald, que informa, y Claudia, que escucha, deben empezar diciéndose de nuevo, como muchas otras veces, cada día, que Duncan ha matado a alguien. Aceptarlo. El hombre estuvo en el depósito de cadáveres, se realizó una autopsia que confirmó que la muerte la provocó una bala en la cabeza y fue enterrado en un funeral dispuesto por los amigos con los que compartía la casa. Su cadáver no se ha enviado de regreso a Noruega; el hombre al que Duncan ha matado todavía está allí, bajo la tierra natal de Duncan.
Harald encontró a Claudia hablando por teléfono, haciendo preguntas y comentarios preocupados sobre la vida de otra persona; uno de los amigos cariñosos que se dedicaban a llamar regularmente a los Lindgard para demostrarles que seguían formando parte de la sociedad, aunque algo terrible los hubiera colocado fuera de sus límites. Ella lo mira fijamente mientras sigue hablando y sonriendo como si el amigo pudiera verla, sin ser consciente de lo que dice; quiere algo que él no tiene, que no puede dar. La contradicción entre la sonrisa y la mirada refleja una angustia tal que Harald debe endurecerse para observarla. Va a la cocina y mira cómo el agua desborda el vaso que sostiene como medida del tiempo. Cuando regresa, ella está en la terracita, esperándolo.
¿Hasta dónde ha llegado?
Qué sentido tiene la agresión de ella; como si él fuera responsable, con el abogado, de la petición de retraso del juicio para preparar las pruebas.
Hemos hablado de la chica casi todo el rato. El encuentra que tiene un carácter complicado. Ella no dice ni una palabra buena sobre Duncan -es un «crío mimado»-, pero Motsamai parece pensar que eso supone una ventaja. Para nosotros, es difícil seguir este tipo de razonamiento legalista. Él cree que va a conseguir que ella se condene con sus propias palabras, o algo parecido.
¡Condenarse, si no es ella a quien se juzga! Motsamai quiere demostrar lo hábil que es. ¿Y te has quedado tan contento con esto? ¡Eso es todo lo que hace!
Lo único que pasa es que la considera un testigo clave para la acusación. Tenemos que confiar en él, citó un montón de precedentes para el tipo de caso que está preparando. Ni tú ni yo sabemos nada sobre estas cosas. No tenemos ninguna experiencia, como mucho, hemos podido leer algo en los periódicos o hacer como si no existieran… De todos modos, está de acuerdo contigo, aunque no lo dice igual. Es una zorra. Cuanto más la induce a hablar, más claras están las «circunstancias atenuantes». Dice que se muestra totalmente fría en relación con el hombre que ha muerto, no tiene conciencia, ni siquiera la sensación de que habría podido ser ella. Parece tan segura de sí misma, de que no le pasaría nada hiciera lo que hiciera. Dios sabrá por qué.
Porque Duncan estaba enamorado de ella.
Ante lo que ella acaba de decir, Harald siente una oleada de desagrado, una tristeza que no puede reprimir.
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