Lisa See - El Abanico De Seda

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En una remota provincia de China, las mujeres crearon hace siglos un lenguaje secreto para comunicarse libremente entre sí, el nu shu. Aisladas en sus casas y sometidas a la férrea autoridad masculina, el nu shu era su única vía de escape. Mediante sus mensajes, escritos o bordados en telas, abanicos y otros objetos, daban testimonio de un mundo tan sofisticado como implacable. El año 2002, Lisa See viajó a la provincia de Huan, cuna de esta milenaria escritura fonética, para estudiarla en profundidad. Su prolongada estancia le permitió recoger testimonios de mujeres que la conocían, así como de la última hablante de nu shu, la nonagenaria Yang Huanyi.
A partir de aquellas investigaciones. concibió esta conmovedora historia sobre la amistad entre dos mujeres. Lirio Blanco y Flor de Nieve. Como prueba de su buena estrella, la pequeña Lirio Blanco, hija de una humilde familia de campesinos, será hermanada con Flor de Nieve, de muy diferente ascendencia social. En una ceremonia ancestral, ambas se convierten en laotong -“mi otro yo” o “alma gemela”-, un vínculo que perdurará toda la vida. Así pues, a lo largo de los años. Lirio Blanco y Flor de Nieve se comunicarán gracias a este lenguaje secreto, compartiendo sus más íntimos pensamientos y emociones, y consolándose de las penalidades del matrimonio y la maternidad. El nu shu las mantendrá unidas, hasta que un error de interpretación amenazará con truncar su profunda amistad…

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El interior de la vivienda no sólo no era lo que cualquier transeúnte habría esperado encontrar tras ver la fachada, sino que no se parecía en nada a como Flor de Nieve me lo había descrito. Sin duda me había equivocado de casa.

Cerca del techo había varias ventanas, todas cegadas, excepto una por la que entraba un solo haz de luz que atravesaba la oscuridad. Cuando mi vista se acostumbró a la penumbra, vi a una mujer acuclillada junto a una palangana. Llevaba la ropa sucia y raída, como una modesta campesina. Cuando nuestras miradas se encontraron, se apresuró a desviar la vista. Cabizbaja, se levantó y se colocó bajo el haz de luz. Tenía un hermoso cutis, pálido y terso como la porcelana. Juntó los dedos de las manos e hizo una inclinación.

– Bienvenida, Lirio Blanco, bienvenida. -Hablaba en voz baja, pero no por deferencia a mi recién adquirida posición, sino más bien con miedo-. Espera aquí. Voy a buscar a Flor de Nieve.

Me quedé pasmada. Así pues, no me había equivocado, me encontraba en la casa de mi laotong. ¿Cómo era posible? Cuando la mujer cruzó la sala en dirección a la escalera, vi que sus lotos dorados eran casi tan pequeños como los míos, algo asombroso tratándose de una sirvienta.

Agucé el oído. Oí a la mujer hablar con alguien en el piso de arriba y, a continuación, algo a lo que me costó dar crédito: la voz de Flor de Nieve, con tono obstinado y discutidor. Me sentía cada vez más consternada. Por lo demás, en la casa reinaba un silencio inquietante. Y en medio de ese silencio noté que me acechaba algo parecido a un espíritu maligno del más allá. Todo mi cuerpo reaccionó para defenderse de esa sensación. Se me puso carne de gallina. Temblaba dentro de mi traje de seda verde claro, que me había puesto para impresionar a los padres de Flor de Nieve, pero que no me protegía del húmedo viento que entraba por la ventana ni del miedo que me producía hallarme en un lugar tan extraño, oscuro, hediondo y aterrador.

Flor de Nieve apareció en lo alto de la escalera.

– Sube -dijo.

Me quedé paralizada, tratando de asimilar lo que veían mis ojos. De pronto algo me tocó la manga y di un respingo.

– No creo que a mi amo le guste que te deje aquí -dijo Yonggang con gesto de preocupación.

– Tu amo sabe dónde estoy -repuse sin pensar.

– Lirio Blanco. -La voz de Flor de Nieve traslucía una triste desesperación que jamás había percibido en ella.

En ese momento acudió a mi mente un recuerdo reciente. Mi madre me había dicho que, como mujer, no siempre podría evitar la indignidad y que tenía que ser valiente. «Te has comprometido de por vida -me había dicho-. Sé la dama que te hemos enseñado a ser.» Comprendí que no se refería al trato carnal con mi esposo, sino a esto. Flor de Nieve era mi alma gemela para toda la vida. Yo le profesaba un amor mayor y más profundo que el que jamás sentiría por mi esposo. Ése era el verdadero significado de la relación de dos laotong.

Di un paso y Yonggang emitió un débil gemido. Yo no sabía qué hacer, porque nunca había tenido criadas. Le di unas palmaditas en el hombro, vacilante.

– Vete. -Adopté el tono que suponía utilizaban las señoras, aunque no sabía exactamente cómo era-. No pasa nada.

– Si por algún motivo tienes que marcharte, sal a la calle y pide ayuda -me aconsejó Yonggang, que estaba muy preocupada-. Aquí todo el mundo conoce a mi amo y a la señora Lu. Cualquiera te acompañará hasta la casa de tus suegros.

Le quité la cesta de las manos. Como seguía sin moverse, le indiqué por señas que se marchara. Ella dejó escapar un suspiro de resignación, hizo una pequeña reverencia, caminó de espaldas hasta la puerta, se dio la vuelta y salió.

Subí por la escalera, sujetando la cesta con una mano. Cuando me acerqué a Flor de Nieve, vi que las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Mi laotong, al igual que la otra mujer, llevaba prendas acolchadas de color gris, gastadas y remendadas. Me paré un escalón antes del rellano.

– Nada ha cambiado -dije-. Somos almas gemelas.

Ella me dio la mano, me ayudó a subir el último peldaño y me condujo a la habitación de las mujeres. En otros tiempos aquella estancia también debía de haber sido muy bonita. Parecía tres veces más amplia que la equivalente de mi casa natal. En lugar de una celosía con barrotes verticales, cubría la ventana una pantalla de madera delicadamente tallada. Por lo demás, la habitación estaba casi vacía; sólo había una rueca y una cama. La hermosa mujer a la que yo había visto abajo estaba sentada con elegancia en el borde de la cama, con las manos pulcramente entrelazadas sobre el regazo.

– Lirio Blanco -dijo Flor de Nieve-, te presento a mi madre.

Crucé la estancia, junté las manos y me incliné ante la mujer que había traído al mundo a mi laotong.

– Te ruego que disculpes nuestra pobreza -dijo la madre de Flor de Nieve-. Sólo puedo ofrecerte té. -Se levantó y añadió-: Tenéis mucho que contaros. -Dicho esto, abandonó la habitación con la sublime elegancia que proporciona un vendado de pies perfecto.

Cuatro días atrás, cuando salí de mi casa natal, yo había llorado de pena, alegría y miedo, todo a la vez. Ahora, sentada con Flor de Nieve en la cama de aquella habitación, vi en sus mejillas lágrimas de remordimiento, culpabilidad, vergüenza y turbación. Deseaba gritarle: «¡Cuéntame!», pero esperé a que ella hablara y me dijera la verdad, consciente de que cada palabra que saliera de sus labios le haría perder el poco prestigio que todavía conservaba.

– Mucho antes de que nos conociéramos -dijo por fin-, mi familia era una de las mejores del condado. Como ves -añadió señalando la estancia-, esta casa fue hermosa en otros tiempos. Éramos una familia muy próspera. Mi bisabuelo, el funcionario imperial, recibió muchos mou del emperador.

Yo la escuchaba atentamente, y mi mente no paraba.

– Cuando murió el emperador, mi bisabuelo cayó en desgracia y decidió retirarse aquí. Llevaba una vida tranquila. Cuando falleció, mi abuelo ocupó su lugar. Tenía muchos trabajadores y muchas criadas. También tenía tres concubinas, pero sólo le dieron hijas. Mi abuela tuvo por fin un hijo varón y se aseguró su lugar en la familia. Casaron a ese hijo con mi madre. Dicen que mi madre era como Hu Yuxiu, aquella mujer tan inteligente y adorable que sedujo a un emperador. Mi padre no era funcionario imperial, pero había estudiado los clásicos. Decían que un día sería el jefe de Tongkou, y mi madre así lo creía. También había quien vaticinaba un futuro diferente. Mis abuelos reconocían en mi padre la debilidad propia de los varones que crecen en una casa llena de hermanas y con demasiadas concubinas, mientras mi tía sospechaba que era cobarde y propenso a los vicios.

Flor de Nieve tenía la mirada perdida mientras rememoraba el pasado.

– Mis abuelos murieron dos años después de mi nacimiento -continuó-. Mi familia lo tenía todo: ropa lujosa, comida en abundancia, criados. Mi padre me llevaba de viaje; mi madre me llevaba al templo de Gupo. De niña vi y aprendí muchas cosas. Pero mi padre tenía que ocuparse de las tres concubinas de mi abuelo y casar a sus cuatro hermanas y a sus cinco hermanastras, las hijas de las concubinas. Además tenía que proporcionar trabajo, alimento y cobijo a los trabajadores del campo y a las criadas. Concertó la boda de sus hermanas y sus hermanastras. Intentó demostrar a todos que era un hombre importante. Cada vez hacía regalos más caros a las familias de los novios. Empezó a vender campos al gran terrateniente del oeste de nuestra provincia para comprar más seda y más cerdos con que obsequiar a los novios. Mi madre es una mujer muy hermosa, ya lo has visto, pero por dentro es como era yo antes de conocerte: mimada e ignorante de las tareas de las mujeres, con excepción del bordado y el nu shu. Y entonces mi padre… -Vaciló un momento, y soltó de corrido-: Mi padre se aficionó a la pipa.

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