Diane Liang - El Lago Sin Nombre

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Cuando los tanques entran en la plaza de Tiananmen, la vida de Diane Wei Liang cambia para siempre. Estudiante de la Universidad de Pekín, ella y su amigo Dong Yi participan en una demostración pacífica que provoca la respuesta sangrienta y dura del gobierno chino. La condena política en todo el mundo no cambia el hecho de que esta terrible masacre ocurrió ante los ojos de millones de personas.
Los dramáticos acontecimientos del 4 de junio de 1989 pusieron fin a los sueños de una vida mejor, de democracia, libertad… y de amor de muchos jóvenes, chinos. Entre ellos, Diane y Dong Yi, que deben huir de Pekin y no vuelven a verse.
Siete años más tarde, Diane regresa a su país natal para tratar de encontrarlo. Entonces recuerda su infancia y juventud, sus años universitarios y aquellos trágicos sucesos.
El lago sin nombre es el relato de Diane que fue testigo de aquel traumático periodo. Nos presenta un viaje personal a su propio pasado, una historia de amor, así como un testimonio político que nos lleva desde la Revolución Cultural hasta un momento determinante en la historia reciente de China.

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– ¿Qué está pasando? -preguntó en voz alta uno de los estudiantes.

Habíamos llegado a la extensión de césped situada al este de la biblioteca cuando vi que una gran multitud avanzaba hacia nosotros. Al frente de la columna, una gran pancarta decía: «Universidad de Qinghua».

– ¡Qinghua, adelante! -gritaban-. ¿Dónde están nuestros compañeros de la Universidad de Pekín?

– ¡Democracia para China! ¡Libertad de expresión!

– ¡Cómo se atreven! -exclamó alguien entre la multitud que era entonces cada vez más numerosa frente a la biblioteca-. ¡ La Universidad de Pekín siempre va en cabeza!

Desde el Movimiento del 4 de Mayo de 1919, la Universidad de Pekín siempre ha estado orgullosa de su reputación de ser la cuna de la democracia y la libertad para China.

La noticia de que los estudiantes de la Universidad de Qinghua marchaban por el campus llamando a los estudiantes de la Universidad de Pekín para que participaran en el Movimiento a favor de la Democracia llegó a todos los rincones del campus. Miles de estudiantes de la Universidad de Pekín con pancartas y banderas de los distintos departamentos corrieron para encontrarse con las columnas de manifestantes de la Universidad de Qinghua.

– ¡Vamos a demostrarles quién es el líder del Movimiento Estudiantil! -gritó alguien al pasar por nuestro lado.

No tardaron en congregarse miles y miles de personas por el sendero principal que llevaba a la puerta sur, con las banderas ondeando y las pancartas en lo alto. Entonamos al unísono el himno nacional de China, «el pueblo chino ha llegado al momento más crítico…» y La Internacional Nuestros cantos resonaron entre los edificios y se elevaron hacia el cielo nocturno.

Más tarde también se sumaron estudiantes de otras universidades cercanas, como la Universidad Popular. Cuando el camino que conducía a la puerta sur estuvo hasta los topes de gente, decenas de miles de estudiantes salieron de la Universidad de Pekín hacia la plaza de Tiananmen. Dong Yi y yo saludamos con la mano y vitoreamos a nuestros compañeros estudiantes que marchaban por delante de nosotros. En una de las pancartas se leía «¡Larga vida a la democracia! ¡Larga vida a la libertad!». Otra decía «Llanto por el alma de China». Y otra «Castigad a los especuladores burocráticos». Las leí en voz alta, miré a Dong Yi y sonreí. Él me devolvió la sonrisa. Noté que el corazón me latía cada vez más fuerte y que estaba colorada; tanto fue el orgullo que sentí aquella noche.

Fuera, en las calles, los ciudadanos corrientes aclamaban a los estudiantes a su paso. Gritaban: «Larga vida a los estudiantes».

Aunque no quería abandonar la excitación de la Universidad de Pekín, aquella noche regresé al apartamento de mis padres tal como les había prometido. Cuando me levanté a la mañana siguiente, conecté el televisor para ver la retransmisión del funeral de Hu, que todos los canales emitían.

– Tienes que venir a ver esto -le dije a mi madre.

Debía de haber unos cien mil estudiantes sentados sobre las frías piedras delante de la Gran Sala del Pueblo, en la parte oeste de la plaza de Tiananmen. Había tres filas de policías armados sentados frente a frente con los manifestantes. La luz del sol se reflejaba en el Monumento a los Héroes del Pueblo y brillaba sobre los cuatro enormes caracteres, todos ellos de cuatro metros de alto y tres de ancho, que componían la palabra «dolor».

Desde una esquina de la plaza llegaba el sonido del himno nacional: «¡Construid otra Gran Muralla con nuestra carne y nuestra sangre! ¡China ha alcanzado un momento crítico! ¡Alzaos! ¡Alzaos!». Entonces se puso en pie la segunda oleada de estudiantes y continuaron el himno nacional. Después del himno vino La Internacional. «¡Arriba, parias de la tierra! ¡En pie, famélica legión!». Se izó la bandera nacional, que luego se arrió a media asta para rendir homenaje a Hu Yaobang.

Poco antes de las diez de la mañana, los altavoces que había en la plaza empezaron a transmitir en directo la ceremonia conmemorativa que tenía lugar en el interior, en tanto que todas las cadenas de televisión emitían la ceremonia oficial. Deng Xiaoping llegó a la Gran Sala y fue recibido por el secretario general del Partido Zhao Ziyang, el primer ministro Li Peng, hijo adoptivo del difunto Zhu Enlai, y otros de los miembros más antiguos del Partido. Zhao Ziyang pronunció el discurso conmemorativo en el que le faltó calificar a Hu Yaobang de «gran marxista» y, por tanto, héroe nacional, tal como habían sugerido su familia y algunos intelectuales destacados.

Al cabo de media hora, el funeral llegó a su fin. Los lujosos automóviles en los que viajaban los altos dirigentes del Partido se marcharon por detrás de las barreras de policía. Las cámaras se volvieron de nuevo hacia la plaza. La multitud de dolientes que allí había avanzó. Gritaban: «¡Queremos diálogo! ¡Queremos diálogo!». Unos cuantos representantes estudiantiles comenzaron a acercarse a la Gran Sala para presentar una petición. Mientras los estudiantes hablaban con el personal de la Gran Sala, los miles de dolientes de la plaza gritaba rítmicamente: «¡Que salga Li Peng! ¡Que salga Li Peng!».

«Qué irónica puede llegar a ser la historia», pensé al tiempo que miraba a mi madre, quien, trece años antes, había participado en el duelo público por el padre de Li Peng, el primer ministro Zhu Enlai, en la misma plaza.

En aquel momento apareció la imagen que llenó los ojos de lágrimas a todas las personas que había en la plaza y a los innumerables millones que estaban sentados en casa frente al televisor. Tres jóvenes se arrodillaron en los peldaños bajo las imponentes columnas de la Gran Sala sosteniendo una petición por encima de sus cabezas. La plaza se sumió en un repentino silencio y luego la multitud rompió en fuertes sollozos, como olas en un océano tormentoso.

Con las lágrimas rodando por sus mejillas, los jóvenes de la plaza les gritaban y chillaban a las tres diminutas figuras que había en los escalones de la Gran Sala: «¡Levantaos! ¡Levantaos! ¡Levantaos!».

– ¡Niños! -le gritó mi madre al aparato de televisión. Yo me quedé mirando fijamente la pantalla y se me obnubiló el pensamiento. De repente, las palabras parecían inadecuadas.

Los tres jóvenes no se movieron. Una escena que se había repetido durante dos mil años en China era interpretada, una vez más, a finales del siglo xx. Arrodillarse ante el emperador era el método por el cual los ciudadanos corrientes les suplicaban a sus gobernantes que recibieran sus quejas. Una acción semejante a menudo conllevaba la muerte del peticionario, pues disgustaba al emperador. A lo largo de la historia china, muchos de los valientes que habían osado realizar un acto como aquel habían perdido la vida. Ese día, mucha gente se preguntó si aquella generación de jóvenes chinos, al subir los peldaños de la Gran Sala, le estaba diciendo al mundo que estaba preparada para llevar a cabo un sacrificio similar.

Los tres jóvenes permanecieron de rodillas en los duros escalones de la Gran Sala del Pueblo durante cuarenta minutos. Su petición incluía tres demandas: (1) que se diera una vuelta a la plaza con el féretro para que los estudiantes pudieran presentar sus respetos al difunto por última vez; (2) que Li Peng mantuviera un diálogo con los estudiantes, y (3) que las noticias de las actividades estudiantiles de aquel día salieran publicadas en los periódicos.

Pero nadie salió a recibir su petición.

Capitulo 7: Divorcio

«Yo vivía en la cabecera del río Yangtsé, tú en la desembocadura… ¿Cuándo se detendrá el agua? ¿Cuándo terminará esta angustia?»

Li Zhi Yi, siglo ix

El día que fui a cenar con él, el 21 de abril, Dong Yi acababa de regresar de Taiyuan, donde había visto a Lan.

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