Cuando terminamos de comer ya había oscurecido y al salir hacía una noche fresca y brillante en la que las estrellas titilaban en el cielo como diamantes. Me llegaba el aroma de jazmín desde el otro lado de las paredes de la universidad. Hablamos de ir juntos al lago, como habíamos hecho tantas otras veces.
– Lo siento -dijo Ning-. No puedo ir al lago con vosotros. Tengo que volver al laboratorio para terminar un experimento.
– ¿No puedes terminar el experimento mañana? Es una pena, hace una noche realmente hermosa -le supliqué con dulzura.
– No. Se lo prometí a mi tutor. Está esperando el resultado -explicó Ning al tiempo que se movía de un lado a otro.
De modo que Dong Yi y yo nos despedimos de Ning y emprendimos nuestro camino entrando por la puerta sur hacia el lago Weiming.
La luna llena se cernía sobre la pagoda, como si alguien hubiera colgado un gigantesco farolillo blanco. Era una noche apacible, apenas hacía viento, aunque de vez en cuando unas suaves ondas afloraban desde alguna parte y desdibujaban el reflejo de la luna perfecta. En lo más profundo del bosque, el canto de los grillos era intenso. Había unas cuantas farolas repartidas alrededor del lago.
Nos alejamos del camino principal y bajamos hacia el lago mientras buscábamos algún lugar donde sentarnos. La mayoría de los bancos que había en el lago estaban bajo sauces llorones que se inclinaban sobre ellos o detrás de arbustos que llegaban a la altura de la cintura, lugares que, al abrigo de la oscuridad, eran los más privados del campus.
– Me temo que esta noche todos los bancos están ocupados -susurró Dong Yi mientras pasábamos junto a jóvenes enamorados fundidos en un estrecho abrazo. No podían ir a ningún otro sitio que no fuera a los bancos de alrededor del lago.
Nos detuvimos en el puente de piedra. La luna también se había detenido allí, debajo de nosotros, en el agua. Dong Yi se apoyó contra las columnas del puente, que tenían esculpidos en ellas leones en varias poses.
A su lado, notando el roce de mi piel contra la suya, me quedé mirando hacia el agua y la luna.
– ¿Y tú no has pensado en marcharte a Estados Unidos? -me preguntó.
– Nunca. Pero ahora que Ning se va, quizá también deba pensar en ello.
En aquellos tiempos muchos estudiantes querían irse a Estados Unidos, y algunos de ellos descuidaban sus estudios para concentrarse en los exámenes de ingreso de las universidades norteamericanas. Pero yo no era uno de ellos, si bien alguna que otra vez me había preguntado cómo sería el mundo fuera de China y pensaba que estaría muy bien verlo por mí misma algún día. Pero, hasta que Ning se marchó, no me sentía preparada para explorar aquel mundo lejano y desconocido.
– ¿Y qué me dices de ti? -pregunté, y me volví para mirar a Dong Yi. Lo que vi fue su sombra a la luz de la luna.
– Ya sabes lo que pienso, podemos hacer más por nuestro país si nos quedamos.
Dong Yi se mantenía firme. Yo conocía y siempre había respetado su deseo de retribuir a nuestra sociedad y de luchar para que China tuviera un mañana mejor.
– Es una lástima que se marchen de China tantas personas inteligentes y cultas. -Dong Yi suspiró-. Pero ¿quién puede culparles? Todo está prohibido: carteles, manifestaciones y debates políticos.
Irse a Estados Unidos se había puesto de moda desde principios de 1987, después de que el gobierno prohibiera las manifestaciones estudiantiles. Puesto que el entorno político era cada vez más represivo, las jóvenes generaciones de chinos perdieron la esperanza. Cada vez eran más los que se marchaban, principalmente como estudiantes de posgrado, a Estados Unidos.
– En mi clase hay mucha gente que se va a Estados Unidos este año, lo cual me hace pensar dos veces mis propias decisiones. Liu Gang se sorprendió al oírme decir esto. No creo que haya cambiado. Es que es muy difícil mantener viva la esperanza -prosiguió Dong Yi.
– Si te fueras, aún estarías más lejos de Lan -dije yo.
Dong Yi se dio la vuelta y también se apoyó en el puente. Debajo de nosotros, la luna parecía más real que la que había en el cielo.
– Supongo que sí -replicó en voz baja.
Ambos nos volvimos al mismo tiempo para mirarnos. Nuestros rostros estaban tan cerca que notaba el aliento de Dong Yi. La luna iluminaba su cara. Había algo en su mirada que me hacía estar segura de que el anhelo que yo tenía -de que se inclinara hacia delante, me abrazara, me susurrara palabras de amor, quizá incluso de que me besara- ardía en su interior tanto como lo hacía en el mío.
Entonces dio un paso atrás. Una ligera brisa alteró el reflejo de la luna y continuamos andando. Empecé a notar el peso de la bolsa con los libros y me la pasé al otro hombro.
– ¿Has escrito algún poema nuevo últimamente? -me preguntó.
– Sí. De hecho, ayer mismo terminé uno.
– ¿Lo tienes aquí, puedo leerlo?
– Bueno…, no estoy segura…, podría ser que no te gustara nada.
– No seas tonta. Me encantan tus poemas. Pienso sinceramente que deberías pensar en publicarlos. Quizá presentar algunos a una revista, ¿no? Yo no sé mucho de poesía, pero creo que tienes talento para las palabras.
– No sé, tengo una gama muy limitada. Todo lo que escribo es sobre el amor y la pérdida. A veces me pregunto si llegarán a interesarle a alguien.
– A todo el mundo. ¿Qué otras cosas hay en la vida aparte del amor, la felicidad, la pérdida y el dolor? No muchas, me parece a mí. Vamos, enséñamelo, por favor.
Le di el pedazo de papel en el que había escrito mi último poema. Nos quedamos debajo de una farola para que pudiera leerlo. Yo seguí sus ojos, que avanzaban por la página, y aguardé con nerviosismo su reacción. Me pregunté si sabía que escribía pensando en él.
A su paso por una ventana que da al sur
El sol esparce innumerables sombras
Junto a tu cama
Flor del limero que el viento perfuma
¿Te hace pensar en mí?
¿Igual que yo no puedo evitar pensar en ti?
– Es muy bueno, Wei. Mándalo al concurso literario. Estoy seguro de que ganarás -dijo con entusiasmo.
Alguien empezó a tocar la guitarra en la barca de piedra que había cerca de la pequeña isla del centro del lago. El canto de un ruiseñor resonó desde la colina de enfrente.
La luna había ascendido en el cielo por encima de la pagoda. La noche era apacible y cálida, como las manos de Dong Yi. Ojalá no hubiésemos estado andando junto al lago sino entre los que se esconden en la oscuridad, en algún lugar colina arriba, en los bancos bajo los álamos temblones. Ojalá él hubiera leído el poema no como crítico o amigo, sino como enamorado. Ojalá…
De repente, una luz brillante iluminó la oscuridad del bosque. Una joven volvió el rostro hacia la luz como un ciervo ante los faros de un automóvil. Estaba tumbada sobre el regazo de su novio. La mujer se sentó inmediatamente y trató de apartar la cara del haz de luz.
– ¿Qué estáis haciendo aquí arriba? -gritó el guardia de seguridad sin dejar de enfocar a la pareja con la linterna-. ¿Cómo os llamáis? ¿En qué departamento estáis?
La joven pareja se quedó allí sentada como si fueran estatuas y no respondieron.
– Déjelos, por favor. No son más que niños que tratan de estar juntos -dijo Dong Yi.
El guarda apuntó a Dong Yi con la linterna. Él levantó la mano y apartó la cara.
– Esto es un campus, no un sucio burdel. Tenemos la obligación de mantener limpia nuestra universidad -replicó el guarda, y volvió a dirigir la linterna hacia el bosque. El banco estaba vacío.
Se acercó a nosotros y continuó hablando:
– No sabéis cuántas actividades delictivas descubrimos aquí, en el lago. El otro día, sin ir más lejos, pillamos a una pareja ahí arriba haciendo, bueno, ya sabéis qué. Pronto veréis sus nombres anunciados en carteles. Ambos recibieron amonestaciones oficiales por indecencia. Esto va a quedar en sus expedientes para siempre. Lo tienen bien merecido. La gente tendría que ser más como vosotros dos: paseando, hablando y conociéndose uno a otro, nada más.
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