I:Sin tener serias intenciones de construirme una casa, empecé a construir, sin embargo, porque inesperadamente me llegó una pequeña suma de dinero. Desde ese día, todas las mañanas y todas las noches se me decía que necesitaba comprar madera y piedras y tejas y ladrillos y argamasa y clavos. Y he explorado y agotado todos los medios de conseguir dinero, todo a causa de esta casa, pero sin poder vivir en ella todo este tiempo, hasta que me resigné a tal estado de cosas. Un dia, por fin, está terminada la casa, han blanqueado las paredes y barrido los pisos; se han pegado las ventanas de papel y colgado pinturas de las paredes. Todos los trabajadores se han marchado, todos mis amigos han llegado y están sentados en sitios diferentes, en orden. ¡Ah! ¿No es esto felicidad?
I:Estoy bebiendo, una noche de invierno, y de pronto noto que la noche se ha puesto sumamente fría. Abro la ventana y veo caer los copos de nieve del tamaño de una mano, y ya hay tres o cuatro pulgadas ¿e nieve en la tierra. ¡Ah! ¿No es esto felicidad?
I: Cortar con un cuchillo afilado una brillante sandía verde sobre una gran fuente escarlata, una tarde de verano. ¡Ah! ¿No es esto felicidad?
I:Hace tiempo he deseado ser monje, pero me preocupaba porque entonces no me estaría permitido comer carne. Pero si se me permitiera ser monje y comer carne en público, ¡pues entonces calentaría un cuenco de agua y con la ayuda de una aguzada navaja me afeitaría la cabeza en un mes de verano! ¡Ah! ¿No es esto felicidad?
I: Mantener tres o cuatro manchas de eczema en una parte privada demi cuerpo, y quemarlas o bañarlas de vez en cuando con agua caliente tras puertas cerradas. ¡Ah! ¿No es esto felicidad?
I: Encontrar una carta manuscrita de algún viejo amigo en un arcón. ¡Ah! ¿No es esto felicidad?
I: Un sabio pobre viene a pedirme dinero, pero tiene timidez antes de mencionar el tema, y por ello deja que la conversación derive sobre otros temas. Veo su incómoda situación, lo hago a un lado, adonde estamos solos, y le pregunto cuánto necesita. Luego entro a casa y le doy el dinero, y después de hacerlo le pregunto: "¿Tiene usted que irse inmediatamente a arreglar este asunto, o puede quedarse un rato y beber algo conmigo?" ¡Ah! ¿No es esto felicidad?
I: Estoy sentado en un bote. Hay buen viento en nuestro favor, pero el bote no tiene velas. De pronto aparece una gran barca, que avanza tan veloz como el viento. Trato de enganchar el bote a la barca con la esperanza de que nos remolque, e inesperadamente el gancho prende en la barca. Lanzo entonces una cuerda, y nos remolcan, y empiezo a cantar los versos de Tu Fu: "El verde me hace sentir ternura hacia los picachos, y el rojo me dice que hay naranjas." Y estallamos en gozosas carcajadas. ¡Ah! ¿No es esto felicidad?
I: Hace tiempo que busco una casa para compartirla con un amigo, pero no he podido encontrar una que nos acomode. De pronto alguien trae la noticia de que hay una casa, no demasiado grande, sino de unas doce habitaciones, y que da a un gran río y tiene hermosos árboles verdes en torno. Pido a este hombre que me acompañe a comer, y después de la comida vamos juntos a ver la casa, porque no tenemos idea de cómo es. Al entrar por el portón, veo que hay un gran terreno baldío de unas seis o siete mow, y me digo: "En adelante no tendré que preocuparme por la provisión de verduras y melones." ¡Ah! ¿No es esto felicidad?
I: Un viajero vuelve a su casa después de un largo trayecto y ve la vieja puerta de la ciudad y oye a las mujeres y los niños, en ambas márgenes del río, que hablan su dialecto. ¡Ah! ¿No es esto felicidad?
I: Cuando se rompe una buena pieza de porcelana, ya se sabe que no hay esperanzas de repararla. Cuanto más vueltas se le dan, cuanto más se la mira, tanto más se exaspera uno. Yo entrego entonces la porcelana al cocinero, y le digo que la utilice como una vasija vieja, y le ordeno que no deje jamás que esa vasija vuelva al alcance de mis ojos. ¡Ah! ¿No es esto felicidad?
I: No soy un santo y, por ende, no estoy libre de pecado. Por la noche hice algo malo, y me despierto por la mañana y me siento muy incómodo. De pronto recuerdo lo que enseña el budismo, que no ocultar los pecados es lo mismo que el arrepentimiento. Y entonces empiezo a contar mí pecado a todos los que me rodean, sean extraños o viejos amigos. [Ah! ¿No es esto felicidad?
I: Mirar cómo alguien escribe grandes letras de un pie de altura. ¡Ah! ¿No es esto felicidad?
I: Abrir la ventana y hacer que salga del cuarto una avispa. [Ah! ¿No esesto felicidad?
I: Un magistrado ordena que redoble el tambor, y da por terminado el día. ¡Ah! ¿No es esto felicidad?
I: Ver un incendio en la pradera. ¡Ah! ¿No es esto felicidad?
I: Haber terminado de pagar todas las deudas. ¡Ah! ¿No es esto felicidad?
I: Leer el Cuento de Cabeza Ensortijada ( [20] ). ¡Ah! ¿No es esto felicidad?
¡Pobre Byron, que sólo tuvo tres horas felices en la vida! Era un espíritu mórbido y enormemente desequilibrado, o sólo fingía el Weltschmerz de moda en su década. Me creo obligado a sospechar que, si no hubiera estado tan de moda el sentimiento de Weltschmerz, Byron habría confesado por lo menos treinta horas felices en lugar de tres. ¿No es evidente, por lo que antecede, que el mundo es en verdad un festín de la vida, que se ha dispuesto para que lo gocemos sencillamente con nuestros sentidos, y que un tipo de cultura que reconoce estos placeres sensuales nos posibilita con ello para admitirlos francamente? Tengo la sospecha de que la razón por la cual cerramos voluntariamente los ojos a este mundo, glorioso, vibrante con su propia sensualidad, es la de que los espiritualistas nos han llevado a temer los sentidos. Un tipo más noble de filosofía debería restablecer nuestra confianza en este hermoso órgano receptor que tenemos, y que llamamos cuerpo, y desterrar primero el desprecio por nuestros sentidos, y después el temor a nuestros sentidos. A menos que estos filósofos puedan sublimar la materia y eterealizar nuestro cuerpo, para convertirlo en un alma sin nervios, sin sabor, sin olfato y sin sentidos del color y del movimiento y del tacto, y a menos que estemos prontos para hacer lo mismo que los hindúes que se mortifican la carne, debemos enfrontarnos valientemente con lo que somos. Porque sólo una filosofía que reconozca la realidad puede conducirnos a la verdadera felicidad, y sólo esa clase de filosofía es buena y sana.
IV. INCOMPRENSIÓN DEL MATERIALISMO
La descripción que hace Chin de los momentos felices de su vida, nos debe haber convencido ya de que en la vida humana real los placeres mentales y físicos están inseparablemente enlazados. Yo incluiría también los placeres morales. El que predica cualquier clase de doctrina debe estar dispuesto a que se le comprenda mal, como los epicúreos y los estoicos. ¡Cuan a menudo deja de advertir la gente la esencial bondad de espíritu de un estoico como Marco Aurelio, y cuan a menudo la doctrina epicúrea de sabiduría y constreñimiento ha sido interpretada popularmente como la doctrina del hombre de placer! Se dirá en seguida contra este criterio un poco materialista de las cosas, que es egoísta, que carece por completo del sentido de la responsabilidad social, que enseña a gozar solamente del yo. Esta clase de argumento proviene de la ignorancia; quienes lo emplean no saben de qué están hablando. No conocen la bondad del cínico, ni la suavidad de temperamento de estos amantes de la vida. El amor al prójimo no debe ser una doctrina, un artículo de fe, un punto de convicción intelectual o una tesis apoyada en argumentos. El amor por la humanidad que requiere razones, no es un verdadero amor. Este amor debería ser perfectamente natural, tan natural para el hombre como es para los pájaros agitar las alas. Debería ser un sentimiento directo y brotar naturalmente de un alma sana que vive en contacto con la Naturaleza. Un hombre que ame de verdad a los árboles no puede ser cruel con los animales o con sus semejantes. En un espíritu perfectamente sano, que obtiene una visión de la vida y de sus semejantes, y un conocimiento verdadero y hondo de la Naturaleza, la bondad es cosa natural. Esa alma no necesita ninguna filosofía o religión hecha por el hombre que le ordene ser buena. Porque su espíritu ha sido debidamente nutrido a través de sus sentidos, algo apartado de la vida artificial y de las enseñanzas aun más artificiales de la vida humana, ese hombre puede conservar una verdadera salud mental y moral. No se nos puede acusar, pues, de enseñar el egoísmo cuando estamos cavando la tierra y agrandando el pozo del que surgirá naturalmente esta fuente de bondad.
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