– Por supuesto. La ofensiva para captar simpatizantes continúa. ¿Te las arreglarás con los niños? Kirsty tiene el fin de semana libre.
– Siempre me las arreglo -dijo él secamente.
Martha había roto una de sus leyes inquebrantables y había dicho que estaba enferma para no ir a trabajar. Habló con Paul Quenell, que estaba tan contento con su actuación en Question Time que Martha pensó que le habría dado toda la semana libre si se lo hubiera pedido.
– Por supuesto, Martha. Es espléndido que mencionaran a Wesley. Bien hecho. Eres una chica lista. Disfruta del fin de semana. Nos veremos el lunes.
Martha colgó el teléfono preguntándose si volvería a verle. Una vez más, supuso, cuando dimitiera.
Se sentía curiosamente tranquila. Eran las diez de la mañana. Ed estaba dormido; él también había llamado diciendo que estaba enfermo. Se duchó, puso un poco de orden en el piso y organizó la colada. Se quedó mirando en la ventana. Estuvo un rato mirando. Y pensó en Kate y en lo que podía decirle y cómo.
Clio también había llamado diciendo que estaba enferma. A las diez de la mañana estaba en la cocina esperando ver a Jocasta.
Gideon estaba allí, en albornoz. Le sonrió.
– Hola, querida. Disculpa mi vestuario informal. He estado en la piscina. Deberías probar mi piscina mecánica, es muy ingeniosa. Es aburrido, pero ingenioso. ¿Cómo estás? Cansada, supongo.
– No del todo mal -dijo Clio-. ¿Está Jocasta en casa?
– Estoy aquí. -Jocasta entró en la cocina. Estaba bastante pálida.
– Jocasta, he estado pensando -dijo Clio-. Si Martha está de acuerdo, creo que deberías decírselo tú a Kate. De entrada, me refiero. Quiero decir, que no conoce a Martha, sería un impacto muy fuerte. Y a ti te tiene cariño. A ti no te afectará su reacción y en cambio a Martha sí. Seguramente Kate se cabreará mucho y se lo tomará muy mal.
– Estoy de acuerdo -dijo Gideon-. ¿Tú qué crees, Jocasta?
– También lo creo. También podría decírselo a su madre y ella a Kate.
– Se lo tomará mejor viniendo de ti -dijo Clio-. Además, tú conoces a Martha. Aunque quizá su madre debería estar presente. Y su padre. No creo que sirvan de mucho, pero se lo tomarían mal si se lo dijeras a ella primero.
– Dios mío -dijo Jocasta-. No me apetece nada.
Nick estaba cruzando el vestíbulo central cuando vio a Janet Frean.
– Oye -dijo ella-, sobre nuestra conversación de ayer he visto que todavía no lo habías publicado.
– No, necesitaba comprobar algunos datos.
– Bien, pero no esperes mucho. No querría que se desperdiciara y estoy segura de que al Sun le encantaría.
– Estoy seguro de que sí.
– Entonces ¿qué? ¿Cuándo crees que lo vas a publicar?
– Janet, entiendo que es urgente, pero tengo que hablar con Martha, y Chris Pollock tiene la última palabra.
– Sí. Bueno, infórmame.
– Por supuesto.
– Kate, cielo, soy Jocasta.
– Hola, Jocasta, ¿Cómo estás?
– Bien, gracias. Kate, oye, ¿qué vas a hacer hoy?
– Nada, la verdad. Ir de compras con Bernie. Quedar con Nat más tarde. ¿Por qué?
– Pensaba pasar a verte.
– Genial. ¿No prefieres que vaya yo al centro?
– No, Kate, lo cierto es que querría que estuvieran tus padres.
– ¿Qué? Ah, es por lo del contrato. ¿Va a venir Fergus?
– Sí, creo que sí -dijo Jocasta-. Sí. Oye, estaré en tu casa dentro de una hora. ¿Te parece bien?
– Sí, pero papá no estará.
– ¿Está tu madre en casa?
– Sí. ¿Quieres que se ponga?
– Sí, por favor.
– Vale. Hasta luego.
Esa irritante frase nunca había sido tan amenazadora.
– ¿Por qué tardan tanto? -preguntó Martha. Estaba blanca, tenía los ojos hundidos-. ¿Qué hacen?
– Martha -dijo Ed-. Jocasta lleva sólo media hora en la casa y no es una conversación que pueda liquidarse en un minuto. Dos horas más y puedes empezar a preocuparte. Ahora mismo, creo que deberíamos dar un paseo.
– ¡Un paseo!
– Sí, un paseo. Sí, un paso detrás de otro, caminar por la calle, esas cosas. Puedes llevarte el móvil, no te perderás nada. Venga, vamos.
Helen fue a la tienda de la esquina a comprar galletas. Podían tomarlas con el café, pensó. Al salir, vio a Kate caminando hacia ella. Caminaba muy deprisa y gesticuló al ver a Helen. A lo mejor Jocasta ya había llegado, pensó Helen, tal vez la había traído a ella, tal vez Jocasta ya las había presentado, y Kate se acercaba a Helen para hablarle de ella, de esa maravillosa persona que por fin había entrado en su vida.
Pero dijo:
– Hola, mamá. ¿Te importa si le digo a Nat que venga? Es que estaba muy interesado en el contrato y tiene algunos comentarios muy interesantes que hacer.
– Bueno… -¿Le importaba? ¿Sí? Quizá no.
Nat había formado parte de la familia en las últimas semanas, y le había cogido afecto. Después de todo resultó ser agradable y considerado, podía contribuir a aliviar la tensión emocional.
– No, no me importa -dijo.
– Genial. ¿Te encuentras bien, mamá? Pareces nerviosa.
– No, estoy bien.
Kate rodeó a Helen con un brazo.
– Mamá, siento haberme puesto tan antipática con lo del contrato. Lo siento mucho. Nat me dijo que sólo querías lo mejor para mí, y tiene toda la razón. Es muy inteligente, ¿sabes?, aunque diga todas esas estupideces que dice su padre… Mamá, ¿por qué lloras? ¿Qué te pasa?
– Nada -dijo Helen, sonriéndole a través de las lágrimas-, nada de nada. Y no importa que te enfadaras, lo comprendo. Oh, mira, ahí está tu padre. Entra y pon el hervidor, Kate. Gracias, cariño.
La observó correr por el camino con sus largas piernas desnudas, los cabellos ondulados cayéndole por la espalda, apretando teclas en el móvil para llamar a Nat, y pensó que era la última vez, la última vez de verdad, que Kate era realmente suya…
– ¿Por qué no ha venido ella? -pregunto Kate.
Estaba pálida y muy trastornada, sentada muy cerca de su madre, con Nat al otro lado, cogiéndole la mano.
– Yo… Nosotros…
– ¿Quiénes son nosotros?
– Clio, Martha y yo pensamos que sería mejor que te lo dijera yo -dijo Jocasta-. Me conoces, puedes ponerte furiosa, no me importa. Pensamos que era más prudente.
Kate asintió.
– Entonces, ¿ella quiere verme?
– Kate, por supuesto que quiere -dijo Jocasta, rezando para que fuera cierto-. Pero prefiere que te acostumbres a la idea. Es una total desconocida para ti.
– Sí… Sí, lo es. -Se quedó un momento callada y después dijo-: ¿Cómo es, Jocasta? ¿Qué clase de persona es?
– Bueno, yo tampoco la conozco mucho. Cuando teníamos tu edad, bueno, un par de años más, coincidimos viajando, y creo que pasamos una semana juntas. Desde entonces han pasado dieciséis años y nos hemos encontrado dos veces. Muy brevemente.
– Pero ¿te gusta?
– Sí…, creo que sí.
– Y nunca se lo ha dicho a nadie.
– A nadie. Excepto a esa loca, y fue el día de la fiesta.
– Pero ¿me había visto en el periódico?
– Sí…, sí.
– ¿Y por qué coño no vino a verme entonces? -Estaba furiosa.
– Kate, no hay necesidad de hablar así -dijo Jim.
– ¡Sí la hay! Es una imbécil, una estúpida. ¡La odio! No me gustó en la fiesta, me pareció una estirada, y ahora me gusta mucho menos. A mí me parece que la única razón de que quiera verme es que no tiene más remedio, porque le aterroriza que salga en los periódicos, no porque yo le importe una mierda, no porque quiera verme. ¡Imbécil! -Se soltó de la mano de Nat y cruzó los brazos-. Ya puedes decirle que no quiero verla. Nunca. Que la odio.
Читать дальше