Carla iba a invitarlas a tomar el té; para almorzar comieron bocadillos.
– He pensado que podíamos ir al Ritz -dijo-, he reservado mesa.
– ¡Al Ritz! -exclamó Jilly-. No voy al Ritz a tomar el té desde que era jovencita.
– No creo que haya cambiado -dijo Carla, sonriendo-. No creo que hayan cambiado ni los camareros.
– ¿Siguen sirviendo el té en el Palm Court?
– Siguen sirviéndolo en el Palm Court. Podemos tomar champán, si os apetece.
– No, creo que no debemos -dijo Jilly.
– ¡Abuela! Yo creo que sí. Tenemos que celebrar muchas cosas. ¿Tú qué crees, Marc? Vendrás, ¿no?
Coqueteaba con él, pensó Jilly; qué tierno.
– No puedo, lo siento -dijo Marc, con pesar-. Tengo que volver y mirarme todo esto. En otra ocasión, Kate. En otra sesión. Seguro que habrá más.
– ¿Tú crees?
– Estoy seguro. La otra Kate pronto estará durmiendo en sus laureles, créeme.
– ¡Uau! -dijo Kate.
Tomaron té con champán, sentadas entre los excesos del Palm Court, con sus lámparas de cristal y las enormes palmeras, murales pintados y un pianista deliciosamente anticuado. Champán, un montón de emparedados diminutos, galletas de crema, pastelitos, merengues y relámpagos de chocolate, y una tetera de Earl Grey aromático.
Jilly intentaba rechazar una segunda copa cuando Carla sacó su bloc de notas.
– Más vale que te la tomes, Jilly, tengo muchas preguntas aburridas que haceros, como la edad de Kate, dónde ha ido a la escuela, qué le interesa y qué quiere hacer. Cualquier cosa que añada color al artículo, como decimos nosotros.
– Mi nombre completo es Kate Bianca Tarrant -le dijo Kate-. No olvides poner el Bianca en medio. Kate es muy aburrido.
– No te preocupes. Podemos invertirlos si quieres. Bianca Kate suena mejor que al revés.
– De acuerdo, vale.
– ¿Por qué Bianca? Es bastante raro. ¿Significaba algo especial para tu madre?
– Oh, no, nada. Creo que le gustaba y ya está -dijo Kate. De repente se había puesto en guardia-: Mi cumpleaños es el 15 de agosto.
– ¿Y cumplirás dieciséis?
– Sí. ¡Entonces podré hacer lo que me dé la gana! -Sonrió feliz.
– ¿Y eso qué es?
– No tengo ninguna duda. Ser modelo. Ahora que sé lo mucho que me gusta.
– Bien. ¿Qué otros intereses tienes? ¿Aficiones?
– No tengo muchas. La ropa. Salir -dijo Kate vagamente-. Mi hermana tiene una beca de música, y ella toca el piano y el violín y está en dos orquestas.
– Esa niña vale mucho -dijo Jilly encantada-. Estamos muy contentos con ella.
– ¿También es adoptada? -preguntó Carla.
Jilly la miró con frialdad.
– No sabía que lo supieras.
– Ah, sí, Kate me lo dijo ayer, ¿verdad, Kate?
– Sí, sí. Se lo dije. Juliet no es adoptada, no.
– Bien. Veo que os lleváis bien.
– Bastante -dijo Kate-. Aunque a veces me hace sentir como si yo fuera un desastre.
– No es verdad, cariño -dijo Jilly-. Sólo sois diferentes.
– No es de extrañar -dijo Carla-, si no es tu hermana de verdad. Kate, ¿sabes quién es tu madre de verdad? ¿Estás en contacto con ella?
– No -dijo Kate concisamente.
– ¿Te gustaría?
– No, no me gustaría. Y es mi madre biológica, no mi madre de verdad -añadió, con bastante gravedad-. Mis padres de verdad son los que me han cuidado, ellos son los padres que me importan.
– Por supuesto -comentó Carla para calmarla-, seguro que ellos lo saben.
– Claro que lo saben -dijo Jilly-. Son una gran familia.
– No tengo ninguna duda. ¿Tienes novio, Kate?
– No. Nadie en serio al menos.
– ¿Qué chicos te gustan?
– Oh… -Una imagen de Nat pasó por la cabeza de Kate-. Los enrollados, claro. Altos, morenos, con ropa de moda.
– ¿Qué se ponen los chicos enrollados?
– Pantalones militares. Buenas botas, camisetas sin mangas. Chaquetas de piel. Y tienen coches enrollados.
– ¿Qué coches son enrollados para ti? ¿Los Porsches?
– ¡No! -La expresión de Kate era una mezcla de lástima y desdeño-. Eso es un coche de viejo. No, un Escort o un Citröen, trucado, con algún alerón, cosas así.
– Genial -dijo Carla-. Cuéntame a qué bares vas.
– Oh, a muchos -dijo Kate animada-. Al Ministry of Sound, al Shed de Brixton.
– Hoy los chicos se lo pasan en grande -dijo Jilly aliviada de que la conversación se hubiera apartado de la adopción de Kate-. Nosotros también, claro. A nuestra manera. Yo venía aquí a bailar, por cierto.
Kate suspiró y dijo que tenía que ir al servicio.
– Vuelvo enseguida. Tengo que quitarme el maquillaje.
– Kate parece un poco a la defensiva con lo de la adopción -dijo Carla como si nada, tras varios minutos de escuchar que Jilly y su marido habían sido dos de los primeros miembros del Annabel.
– Sí, no es de extrañar dadas las circunstancias.
– ¿Qué circunstancias?
– Oh, es que… -Jilly tomó un largo sorbo de champán-. Carla, ¿no vas a publicar esto, verdad?
– Por supuesto que no.
– No. Bueno, es que ella no tiene ni idea de quién es su madre. Nosotros tampoco lo sabemos.
– ¿De verdad? Creía que ahora todo se hacía de forma abierta, que los hijos adoptivos podían conocer la identidad de sus madres biológicas.
– Sí, es cierto. Normalmente pueden conocerla, pero como a ella la dejaron así… Oh, Kate, cielo, ya estás aquí. Debemos irnos ya. Estoy preocupada por Juliet.
– Tengo un coche esperando -dijo Carla-. Os acompañaré a casa. Bueno, mañana os mandaré algunas fotos y puedo ampliar un par para tus padres, Kate, si quieres. Como regalo de bienvenida.
– Sería una pasada -dijo Kate-. Gracias.
Jilly dijo que no sabía qué haría Kate si no existiera la palabra «pasada», acabó su copa de champán y siguió a Carla, un poco insegura, hasta la puerta del Ritz. Había sido un día maravilloso: estaba segura de que representaría un punto decisivo en la vida de Kate.
– Por Dios -dijo Chad-, ¿quién es esa que está con Eliot? Parece aquella antigua novia de Sven, Nancy del-no-sé-qué.
– Olio -dijo Janet-. Sí, es ella. ¿Tú crees que será su abogada de derechos humanos?
– No lo parece. Ha sonado muy sexista, ¿verdad?
– Mucho -dijo Janet en tono de reprimenda. Sonó su móvil. Empezó a hablar y a untar un bollo de mantequilla al mismo tiempo-. Sí -dijo-, sí. Me gustaría mucho oír tu poema. ¿Qué? No, léemelo ahora. Y después…, bueno, pues dile a papá que no. Dile que lo he dicho yo. Y… sí, te escucho. -Hubo un silencio y después dijo-: Precioso. Te lo juro, precioso. Me ha gustado sobre todo lo de apagar la luz del sol. Eres muy lista. Sí, llegaré a la hora del baño. Lo prometo. Te quiero. Adiós. Perdona -dijo apagando el móvil y levantando una mano-. Las servidumbres de la madre trabajadora. Bueno, servidumbres no. Usted debe de ser la señorita Harrington. Me alegro de conocerla. Eliot me ha hablado muy bien de usted. ¿Qué le apetece? ¿Un té?
Volvió a sonar su teléfono.
– Perdone -dijo, y después-: Hola, Bob, ¿qué hay? Sí, es esta noche. Aquí. Perdona, pero ahora no puedo hablar. Ya nos veremos. Adiós… Veamos, señorita Harrington, siento no tener mucho tiempo. Como habrá oído, tengo una cita incancelable en un cuarto de baño, pero me gustaría que habláramos. Eliot me ha dicho que trabaja mucho para Amnistía Internacional…
Era una profesional, pensó Chad, mirándola, aparentando ser encantadora y colaboradora, cuando en realidad estaba engatusando a Suzanne Harrington.
– Precisamente ahora estoy trabajando en una comisión mixta sobre ese tema. Si me da detalles concretos de la clase de problemas que se encuentra, me ayudaría mucho. Cuanto antes. Y…
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