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Douglas Kennedy: Tentación

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Douglas Kennedy Tentación

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Como cualquier guionista de Hollywood, David Armitage aspira convertirse en rico y famoso para huir de la mediocridad de su vida. Cuando está a punto de dar por muerta su carrera, se produce el milagro: la televisión compra uno de sus guiones y se convierte en un rotundo éxito. Pasado un tiempo, el millonario Philip Fleck le propone ir a su isla privada para trabajar en un nuevo guión cinematográfico. David se lleva una desagradable sorpresa cuando descubre que se trata de uno de sus propios guiones, escrito unos años antes, copiado palabra por palabra. Furioso, David se niega a colaborar con el millonario. Pero su decisión le costará cara… *** «¡Esto es una novela!: flechazos, dilemas, pesares, y la certeza de que el éxito se conjuga siempre con el condicional o el imperfecto.» Le Figaro.

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Un día después de que apareciera ese artículo, Theo MacAnna desapareció de escena. Hollywood Legit anunció que su columna ya no aparecería más, y aunque alguno de sus colegas periodistas intentó localizarle (para que respondiera al artículo de Los Angeles Times), no hubo forma de encontrarle.

– Se rumorea que ha vuelto a Inglaterra. O eso es lo que dice mi investigador. ¿Sabes qué más me ha dicho? Según los estados de cuentas de MacAnna, recibió un millón la semana pasada de Lubitsch Holdings. Y ya puedes imaginarte la clase de trato que Fleck le ha propuesto: tú te la cargas, tú te quedas sin reputación, tú te largas de la ciudad a toda prisa y no vuelves nunca más, tú cobras un millón de dólares.

– ¿Cómo lo hace tu pies planos para saber esas cosas?

– No se lo pregunto. Y ya no trabaja para mí. Desde hoy, está fuera del caso. Porque el caso está cerrado. Ah, por cierto, el contrato por tus cuatro guiones de Fleck Films ha llegado hoy. Diez millones. Contantes y sonantes.

– Aunque no piensa rodar ninguno de ellos.

– A excepción de Nosotros, los veteranos.

– A mí me dijo que la anularía.

– Sí, pero eso lo dijo después de que le tendieras la trampa en Today. Creo que su esposa le ha convencido de lo contrario.

– ¿Qué quieres decir?

– Hay un artículo en la página tres del Daily Variety de hoy, que anuncia que Nosotros, los veteranos empezará a rodarse dentro de seis semanas, y que la esposa de Fleck, Martha, será la productora de la película. Por lo que parece, Martha es una admiradora tuya.

– No tenía ni idea.

– Bueno, ¿qué más da si le gustas o no a la señora? Van a hacer tu película. Es una buena noticia.

Las buenas noticias no paraban de llegar. Una semana después, recibí una llamada de Brad Bruce.

– Espero que todavía estés dispuesto a hablar conmigo -dijo.

– No te culpo de nada, Brad.

– Eres más generoso de lo que sería yo dadas las circunstancias. Pero gracias. ¿Cómo va todo, David?

– En comparación con los últimos seis meses, bastante mejor.

– ¿Sigues en esa casita de la costa donde me dijo Alison que vivías?

– Si. Trabajando los últimos quince días en la librería del pueblo.

– ¿Has estado trabajando en una librería?

– Tenía que comer.

– Lo entiendo. Pero ahora que has sacado diez millones con ese trato con Phil Fleck…

– Sigo trabajando en la librería cinco días más.

– Bien, bien. Admirable en realidad, pero vas a volver a Los Ángeles, ¿verdad?

– Es donde está el dinero, ¿no?

Se echó a reír.

– Me alegro de ver que todavía te quedan respuestas ingeniosas y rápidas.

– ¿Cómo va la nueva temporada de la serie?

– Bueno…, te llamaba precisamente por eso. Cuando te marchaste, pusimos a Dick LaTouche a cargo de la edición general del guión. Y tenemos seis de los episodios de la nueva temporada. Pero si te soy sincero, los jefazos no están nada contentos. Les falta agudeza, brío, la ironía que le dabas tú a la serie.

No dije nada.

– O sea que queríamos saber si…

Una semana después, firmé un contrato con la FRT, para volver a trabajar en Te vendo. Escribiría cuatro de los últimos ocho episodios. Volvería a encargarme de la supervisión general del guión (y acepté que mi primera tarea sería mejorar los primeros seis episodios de la nueva temporada). La deuda que presuntamente les debía por el episodio discutido de la temporada anterior se anuló inmediatamente. Se me devolvió mi bonificación por «Creado por…», además de mi despacho, mi plaza de aparcamiento, mi seguro médico y -por encima de todo- mi credibilidad. Porque en cuanto se anunció en el sector el contrato con la FRT -por más de un millón trescientos mil dólares-, todos querían volver a ser amigos míos. La Warner llamó a Alison pare decirle que pensaban volver a poner en marcha Romper y entrar (y, naturalmente, aquella tontería del primer pago de los honorarios por el primer borrador…, dile al señor Armitage que se quede el cambio). Me llamaron viejos conocidos del trabajo. Un par de colegas me invitaron a almorzar. Y no, no pensé para mis adentros: «Sí, claro, pero ¿dónde estaban cuando les necesitaba?». Porque no es así cómo funciona este negocio. Estás arriba, estás abajo. Estás o no estás. Estás de moda o no lo estás. En ese sentido, Hollywood era una construcción darwiniana pura. A diferencia de otras ciudades -que disimulaban la misma vena despiadada bajo una elaborada capa de abogados, cortesía y afectación intelectual- allí se funcionaba con una premisa sencilla: «Me interesas mientras puedas hacer algo por mí». Para mucha gente, aquélla era la superficialidad de Los Ángeles. Pero yo admiraba el despiadado pragmatismo de su forma de ver el mundo. Sabías con quién estabas jugando. Conocías las reglas del juego.

La misma semana que firmé el contrato de la FRT, me mudé a la ciudad. Aunque podría haberme puesto a buscar casa con facilidad, una nueva y elemental precaución me frenó. Nada de decisiones rápidas. Nada de quedarme la primera cosa maravillosa que me ofrecieran. Nada de creer en la ardiente incandescencia del éxito. Así que, en lugar de un gran loft minimalista o una mansión de Brentwood de súper nuevo rico, alquilé una casa moderna y agradable en una urbanización moderna y agradable de Santa Mónica. Tres mil dólares al mes. Dos dormitorios. Bonita y luminosa. Perfectamente asequible para mí. Sensata.

Y cuando tuve que elegir el indispensable símbolo totémico de Los Ángeles, es decir, el coche, decidí quedarme con mi desvencijado Volkswagen Golf. El primer día que me presenté en la FRT a trabajar, llegué justo detrás del Mercedes descapotable de Brad Bruce. Miró muy divertido.

– A ver si lo adivino -dijo-. Has vuelto a la universidad y tienes la guantera llena de cintas de Crosby, Stills y Nash.

– Me ha servido muy bien en Meredith. Así que creo que puede servirme también aquí.

Brad Bruce sonrió con complicidad, como si dijera: «Vale, si quieres juega a hacerte el pobre un poco más, pero verás lo pronto que te pones al día. Porque eso es lo que se espera de ti».

Yo sabía que tenía razón. Algún día me desharía de mi cafetera. Pero sólo cuando no arrancara por las mañanas.

– ¿Preparado para el gran regreso? -preguntó Brad.

– Sí, claro -dije.

Cuando entré en la oficina de producción de Te vendo, todo el personal se puso de pie y aplaudió. Tragué saliva y sentí que me escocían los ojos. Cuando la ovación se acalló, hice lo que se esperaba de mí: una bromita.

– Deberían despedirme más a menudo. Gracias por tan extraordinario recibimiento. Ninguno de vosotros está a la altura de esta industria, sois demasiado buenas personas.

Después me refugié en mi despacho. Mi mesa seguía allí. Como mi silla Herman Miller. La ajusté a mi altura y me senté. Me recosté en el respaldo y pensé: «Éste sí es un sitio que no esperaba volver a ver».

Al poco rato, Jennifer, mi antigua ayudante, llamó a la puerta.

– Ah, hola -dije amablemente, pero de una forma que dejaba claro que no había olvidado cómo me había tratado el día que me habían despedido.

– ¿Puedo pasar? -preguntó, hecha un manojo de nervios.

– Trabajas aquí. Por supuesto que puedes.

– David… Señor Armitage…

– David está bien. Me alegro de ver que no te despidieron, después de todo.

– Tuve un golpe de suerte a última hora, cuando otra ayudante decidió marcharse. Oye, David, ¿me perdonarás algún día por cómo…?

– Entonces era entonces y ahora es ahora. Me gustaría un café doble, por favor.

– En seguida -dijo, manifiestamente aliviada-. Y también te traeré la lista de llamadas de inmediato.

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