Douglas Kennedy - Tentación

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Como cualquier guionista de Hollywood, David Armitage aspira convertirse en rico y famoso para huir de la mediocridad de su vida. Cuando está a punto de dar por muerta su carrera, se produce el milagro: la televisión compra uno de sus guiones y se convierte en un rotundo éxito. Pasado un tiempo, el millonario Philip Fleck le propone ir a su isla privada para trabajar en un nuevo guión cinematográfico. David se lleva una desagradable sorpresa cuando descubre que se trata de uno de sus propios guiones, escrito unos años antes, copiado palabra por palabra. Furioso, David se niega a colaborar con el millonario. Pero su decisión le costará cara…
***
«¡Esto es una novela!: flechazos, dilemas, pesares, y la certeza de que el éxito se conjuga siempre con el condicional o el imperfecto.» Le Figaro.

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Sandy Meyer también me llamó el lunes, para informarme de que los doscientos cincuenta mil dólares que debía a Hacienda tenían que pagarse al cabo de tres semanas, y que estaba un poco preocupado por mi liquidez.

– Lo he comprobado con el Bank of America, y tienes unos veintiocho mil en la cuenta, lo que podría cubrir dos meses de pensión y gastos de tu hija. Pero después…

– Ya sabes que todo mi dinero está invertido con Bobby Barra.

– He examinado su último estado de cuentas, relativo a los últimos cuatro meses. Te ha hecho ganar bastante dinero, porque tu saldo de hace dos meses era de 533.245 dólares. El problema, David, es que no tienes otro dinero disponible, aparte del invertido en tu cartera.

– Se suponía que debía ganar dos millones de dólares este año, antes de que se me cayera el mundo encima. Ahora… ahora no voy a ingresar nada. Y ya sabes adonde han ido a parar mis grandes ganancias del primer año.

– Lo sé, a tu ex esposa y a Hacienda.

– Dios les bendiga.

– Pues parece que tendrás que liquidar la mitad de tu cartera para afrontar el pago de Hacienda. Alison también mencionó que la FRT y la Warner quieren cobrar medio millón de los derechos de autor. Si esas exigencias se hacen realidad…

– Lo sé, la suma no sale. Pero espero que Alison pueda negociar una reducción de esa cifra a la mitad.

– Lo que significa que tu cartera de inversiones quedará a cero. ¿Vas a tener algún ingreso?

– No.

– Entonces ¿cómo vas a pagar los once mil al mes de Lucy y Caitlin?

– ¿Lustrando zapatos?

– Seguro que Alison puede encontrar algún trabajo para ti.

– ¿Es que no te has enterado? Se supone que he cometido plagio. Nadie contrata a plagiarios.

– ¿No tienes ningún otro bien que yo no sepa?

– Sólo el coche.

Le oí revolver papeles.

– Es un Porsche, ¿verdad? Ahora debe de valer unos cuarenta mil dólares.

– Creo que sí.

– Véndelo.

– ¿Con qué voy a moverme?

– Con algo mucho más barato que un Porsche. Mientras, esperemos que Alison consiga hacer entrar en razón a la FRT y a la Warner. Porque, si deciden exigirte toda la cantidad, estamos jodidos.

– Ah, sí.

– Esperemos que no tengamos que llegar a ese extremo. Vayamos por pasos: según su secretaria, Bobby Barra estará de vuelta el fin de semana. Le he dejado un mensaje urgente para que me llame. Tú deberías hacer lo mismo. Para cuando vuelva, nos quedarán sólo diecisiete días para pagar a Hacienda, y se necesita tiempo para vender media cartera. Así que…

– Perseguiré a ese cabrón.

Al día siguiente, no pude evitar hablar de mis problemas económicos con Matthew Sims. Y él no pudo evitar preguntarme cómo me sentía.

– Estoy muerto de miedo -dije.

– De acuerdo -contestó-. Pongámonos en el peor de los casos posibles. Lo pierde todo. Se declara en bancarrota. Su cuenta bancària está a cero. ¿Entonces qué? ¿Cree que no volverá a trabajar?

– Claro que trabajaré, en un empleo en el que tenga que decir cosas como: «¿Quiere unas patatas con el batido?».

– Vamos, David, usted es un hombre muy inteligente…

– Pero también soy un hombre considerado persona non grata en Hollywood.

– Puede que por un tiempo.

– Puede que para siempre. Y eso es lo que me aterroriza. Que no pueda volver a escribir nunca más.

– Por supuesto que volverá a escribir.

– Sí, pero nadie lo comprará. Y, como el noventa por ciento de los autores, exceptuando a J. D. Salinger, vivo para un público: lectores, espectadores, lo que sea. Escribir es lo que sé hacer. Fui un marido desastroso, soy un padre mediocre, pero cuando se trata de palabras soy excelente. Me pasé catorce largos años intentando convencer al mundo de que era un buen escritor. ¿Y sabe qué? Al final los convencí. De hecho, llegué mucho más lejos de lo que jamás había soñado. Y ahora me lo han arrebatado todo.

– Del mismo modo que su ex esposa quiere arrebatarle a Caitlin, quiere decir.

– Está haciendo todo lo que puede.

– Pero ¿realmente cree que logrará que no vuelva a ver a su hija?

Y por quinta, o tal vez sexta vez seguida, nuestra sesión terminó conmigo diciendo:

– No lo sé.

Aquella noche dormí mal. Me desperté por la mañana con la sensación de mal augurio aguzada. Entonces me llamó Alison, y parecía un poco tensa.

– ¿Has leído el periódico esta mañana?

– Dejé de leer el periódico cuando vine aquí. ¿Qué pasa ahora?

– Muy bien, hay buenas y malas noticias. ¿Qué quieres oír primero?

– Las malas, por supuesto. Pero ¿cómo son de malas?

– Depende.

– ¿De qué?

– De lo apegado que estés al Emmy.

– ¿Esos hijos de puta quieren que lo devuelva?

– Ni más ni menos. Como aparece en Los Angeles Times de la mañana, la Academia Americana de las Artes y las Ciencias Televisivas ha aprobado una moción para retirarte el premio, debido…

– Ya me imagino el porqué.

– Lo siento mucho, David.

– No te preocupes. No es más que un pedazo de hojalata. ¿Te llevaste el Emmy de mi piso?

– Sí.

– Pues mándaselo. Que les aproveche. ¿Cuál es la buena noticia?

– Aparece en el mismo artículo de Los Angeles Times. Parece que ayer, durante la asamblea mensual, la Asociación de Autores aprobó una moción de censura contra ti…

– ¿Eso te parece una buena noticia?

– Espera. Te censuraron pero, por una mayoría de dos tercios, rechazaron la moción de recomendar que se te prohibiera trabajar durante un tiempo indeterminado.

– Qué bien. Los estudios y las productoras de la ciudad ya se encargarán de ello, con o sin moción de la asociación.

– Sé que te va a sonar a consuelo de loquero, pero la cuestión es que una censura no es más que un cachete. Podemos tomárnoslo como una buena señal de que en círculos profesionales la gente considera este asunto como lo que es realmente: una estupidez.

– Los del Emmy no.

– Eso es un juego de relaciones públicas. Cuando vuelvas…

– No creo en la reencarnación. Además, ¿no te acuerdas de lo que dijo Scott Fitzgerald, en uno de sus momentos de sobriedad, hacia el final?: «En las vidas americanas no hay segundos actos».

– Yo sigo una teoría diferente: la vida es corta, pero las carreras de los escritores son extrañamente largas. Intenta dormir un poco esta noche. Te noto por los suelos.

– Estoy por los suelos.

Evidentemente no dormí, sino que vi las tres partes de la Trilogía de Apu (seis horas de la vida doméstica hindú de los años cincuenta: espléndida, pero sólo un maníaco sería capaz de verla de un tirón). Finalmente me eché en la cama y me desperté cuando sonó el teléfono. ¿Qué día era? ¿Miércoles? ¿Jueves? El tiempo había perdido todo su valor para mí. Hacía poco, mi vida había sido un largo sprint de trabajo diario, en el que lograba meter muchas cosas: un par de horas escribiendo, reuniones de producción, sesiones de tormentas de ideas, llamadas interminables, almuerzo de trabajo, cena de trabajo, una película, una fiesta a la que debía asistir… Además estaban los fines de semana cada quince días con Caitlin. Los fines de semana que no estaba con ella, me pasaba nueve horas al día delante del ordenador, elaborando parte de un nuevo episodio, o un fragmento de mi guión, siempre más, más, más. Porque, como sabía perfectamente, estaba metido en una rueda. Y cuando estás en una rueda, no puedes permitirte parar. Porque si te paras…

El teléfono no dejaba de sonar y lo descolgué.

– David, soy Walter Dickerson. ¿Le he despertado?

– ¿Qué hora es?

– Casi mediodía. Le llamo más tarde.

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