– Te perturbo, ¿eh? -avanzó otro paso. Ella retrocedió pero se encontró con la pared de la casa a la espalda-. Me gusta perturbarte -apoyó una mano en la pared y la atrapó. Con la otra le acarició el pelo, como fascinado por la textura de esos robustos bucles. Ella gimió-. Pero intentaré perturbarte menos para que puedas concentrarte en el caso -murmuró con sinceridad, aunque nada arrepentido-. ¿Cuál será tu siguiente paso?
Centrando sus pensamientos en el olvidado caso, Georgiana se dio cuenta de que le quedaban pocas opciones, de modo que soltó lo primero que le pasó por la cabeza.
– Supongo que tendré que seguir al vicario para ver si comete algún desliz.
– Me temo que no podré permitirlo -susurró tan cerca que ella pudo captar la suave caricia de su aliento.
– ¿A… a qué te refieres? -tartamudeó. A pesar de la calidez que la invadía, se sintió un poco indignada, ya que no tenía derecho a darle órdenes.
– Soy tu guardián, ¿lo has olvidado? Deberé acompañarte para evitar que te metas en problemas, de modo que descartarás esa absurda idea de despedirme, ¿verdad? -la intención de ella era la de negarse con un gesto de la cabeza, pero descubrió que asentía en otro ejemplo de que su cuerpo había abandonado a su cerebro-. Gracias -ronroneó él, y Georgiana se quedó con la vista clavada en sus labios-. Prométeme que esta noche no harás ninguna temeridad y mañana estaré a tu disposición.
¿A su disposición? La sola idea la mareó. Quería probar esos labios maravillosos, sentir cómo la besaba de esa manera profunda y lujuriosa, por lo que contuvo el aliento a la espera de su contacto. Pero justo cuando contaba con que posaría los labios sobre los suyos, dio un paso atrás, confundiéndola una vez más.
– No quiero que esta noche salgas de tu casa. No es una noche adecuada para estar por ahí, y tu investigación aguardará hasta mañana.
– Investigación -repitió atontada. ¡Oh, sí, el caso! Se apartó de la pared y se alejó de él, respirando hondo para desterrar la tentación que representaba-. Me temo que se nos empieza a escapar de las manos. Debemos actuar, y pronto -afirmó con toda la convicción que logró transmitir. Con la mente más despejada, se puso a pasear por la hierba, ajena a que le iba a mojar el bajo del vestido-. ¿Quién sabe qué hará el vicario? ¿Crees que ya se ha deshecho del collar?
– No -respondió Ashdowne.
– Bien. ¡Entonces aún tenemos una oportunidad para recuperarlo! ¡Debemos sorprenderlo en algo sospechoso! Quizá ni siquiera haya escondido las joyas en su apartamento, sino en otra parte. Por eso debemos vigilarlo.
– Y lo haremos. Pero quiero que me prometas que no intentarás seguirlo, a él ni a nadie, sola.
– De acuerdo -aceptó al ver la expresión implacable que exhibía.
– ¿Lo prometes? -se acercó más.
– Lo prometo -concedió con una mueca.
– Buena chica.
Georgiana iba a rechazar esas palabras, pero volvía a tenerlo de nuevo ante ella, alto, elegante y atractivo, una figura de sombras y tantas cosas más. Sintió una oleada de mareo unida a un profundo anhelo, que se esforzó en apagar.
– Pero tú debes acordar no… distraerme tanto -retrocedió para escapar de su poderoso encanto-. Si vamos a trabajar juntos como tú exiges, entonces hemos de mantener la mente en la investigación y evitar una conducta impropia… como la que tuvimos esta tarde en la casa del vicario -el rostro se le encendió y agradeció la oscuridad; sin embargo, y para su consternación, Ashdowne soltó una risa entre dientes. ¡No la tomaba en serio!- Con semejante coqueteo no se puede conseguir… nada -repitió con más firmeza-. Lógicamente, debemos…
– Eres un completo fraude, Georgiana Bellewether -la cortó plantándose ante ella; la suavidad de su voz mitigó la acritud de sus palabras.
– ¿A qué te refieres? -inquirió tentada de ofenderse pero incapaz de despertar su indignación. Ashdowne lucía una expresión que nunca antes había visto, una mezcla de ternura y algo más…
– Sin importar cuánto te esfuerces por fingirlo, te guías por el corazón, no por la cabeza -musitó. Acalló su protesta tomándole el rostro entre las manos y acariciándole las mejillas con los pulgares-. Por el hecho de ser inteligente e inventiva, crees que eso te vuelve pragmática, cuando eres la mujer más romántica que he conocido -le alzó el mentón.
– Eso no es verdad -susurró sin aliento, aunque ya no puedo hablar cuando la boca de él cayó sobre la suya.
Con suavidad le mordisqueó los labios, como si quisiera probarlos y no saciar su sed. Entonces, justo cuando Georgiana iba a apoyarse en su cuerpo duro, se retiró, dejándola con una vaga insatisfacción.
Le sonrió con una gentileza que jamás habría esperado de él y se dirigió hacia la puerta, desde donde le llegó la voz de su madre.
– Una romántica incurable -repitió él.
Por una vez, muda por una sensación casi abrumadora de anhelo, Georgiana no quiso discutir.
Ashdowne no confiaba en ella en absoluto.
Según sus cálculos, apenas disponía de tiempo para regresar a Camden Place. Sin importar lo que Georgiana pudiera prometer cuando estaba aturdida por la pasión, no tardaría en volver a ser una criatura lógica. Y entonces sin duda olvidaría el juramento que le había hecho.
Mientras tanto, tendría que responder a algunas preguntas de su familia sobre su súbita asociación con un marqués. Con un poco de suerte, el interrogatorio y las posteriores buenas noches la mantendrían ocupada, al menos durante un rato.
Al principio había desdeñado la exuberancia y la conducta irracional de Georgiana, pero empezaba a sentirse cada vez más hechizado. ¿Qué otra mujer tenía tantas facetas? ¿En qué otra parte la razón y la imaginación podían medrar en un único y delicioso envoltorio?
Hacía tiempo que Ashdowne se había entrenado para anticipar todas las posibilidades; no obstante, ella lo desconcertaba. Jamás había conocido una mujer que intentara minimizar su belleza, pero Georgiana trataba la suya como si fuera un inconveniente. Desde luego, esos vestidos que le elegía su madre eran espantosos, y prácticamente indecentes.
Para ella elegiría un atuendo más recatado, telas sencillas carentes de volantes que dejaran brillar su belleza innata sin atraer el interés excesivo de otros hombres.
Pero, sin importar qué se pusiera, seguiría siendo fiel a su naturaleza y soslayaría sus atributos a favor de sus tendencias más cerebrales. Sin embargo, tenía una idea aproximada de lo que le gustaría hacer con esa voluptuosa criatura; pensar en ello le tensó el cuerpo. Durante un largo y deliciosa momento la imaginó desnuda, esa forma gloriosa lista para ser tomada por él. De inmediato desterró esa visión. A pesar de lo tentadora que resultaba, Georgiana era una virgen educada con cuidado, y no estaba a su alcance.
Recordó que a punto había estado de sobrepasar sus límites. No había tenido intención de tocarla ese día, pero jamás se había reído con tanta libertad como al observarla en la habitación del vicario. Aunque tampoco había esperado que ella le devolviera su ardor con una reacción tan entusiasta.
Por desgracia, no podía permitirse semejante preocupación, y menos en ese instante; el conocimiento lo serenó. Entró en la casa y mientras se dirigía al estudio llamó a Finn. A la luz de la lámpara que aún ardía, se apoyó en la repisa de la chimenea. Estaba demasiado inquieto para sentarse. Cuando Finn entró y cerró la puerta a su espalda, se apartó de la madera dorada.
– Y bien, ¿qué tal ha ido la incursión a la casa del vicario? -preguntó el irlandés con una sonrisa.
– Un juego de niños -repuso para alegría de Finn. Se quitó el cuello de la camisa con un movimiento elegante.
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