Julia Navarro - Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos.
Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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– ¿A Moscú?

– Sí, ya le he dicho que su bisabuela siguió a Pierre Comte a Moscú. No ponga esa cara. Le he conseguido una cita con la profesora Tania Kruvkoski. Es una mujer notable y, a mi juicio, una historiadora independiente, toda una autoridad en lo que se refiere a la Cheka, la GPU, la OGPU, la NKVD y la KGB. La profesora Kruvkoski es la persona indicada para contarle todo lo referente a la estancia de Amelia en Moscú. Es una de las pocas personas a las que han dejado ver algunos archivos de la KGB, aunque con restricciones y el compromiso de no contar más allá de unos límites. O sea que le han permitido echar un vistazo a los archivos del pasado, de los años treinta y cuarenta, digamos que hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. La KGB es el esqueleto sobre el que se ha montado el nuevo estado, de manera que no le han permitido indagar nada de lo sucedido desde el cuarenta y cinco. La he telefoneado esta misma mañana y, aunque no tiene ningunas ganas de recibirle, lo hará, dada su amistad con el profesor Soler y conmigo. Eso sí, le aconsejo que sea prudente en el trato con ella; Tania Kruvkoski tiene un carácter endiablado y si no se gana su respeto le despedirá con cajas destempladas.

Regresé al hotel pensando en qué hacer. Estaba claro que el profesor Muiños daba por zanjadas sus conversaciones conmigo y además me había fijado una cita en Moscú para dos días después.

Decidí llamar a mi madre, al periódico y a mi tía Marta, por ese orden, para saber si podía coger ese vuelo a Moscú.

Estaba cansado; en menos de una semana había estado en Barcelona, Roma, y Buenos Aires, pero si tía Marta daba su visto bueno ya me veía rumbo a Moscú.

Tal y como me esperaba, mi madre me regañó. Llevaba cuatro días sin llamarla, y me reprochó que por mi culpa le doliera el estómago.

La conversación con Pepe, el redactor jefe del periódico, tampoco fue demasiado halagüeña.

– Guillermo, pero ¿dónde te has metido? Oye, una cosa es que la entrevista con el profesor Soler haya sido un puntazo y otra, que creas que te van a dar el premio Nobel. Te he enviado a casa tres libros para que hagas una crítica urgente y no has dado señales de vida.

– Vale, Pepe, no me eches la bronca. Mira, la crítica de los libros puede esperar, porque tengo algo mejor para el periódico. Te dije que tenía que venir a Buenos Aires, y precisamente se está celebrando la Feria del Libro, que ya sabes que, junto a la de Guadalajara en México, es de las más importantes de América Latina.

– ¡Chico, qué nivel! De manera que estás en Buenos Aires.

– Sí, y te voy a enviar unas cuantas crónicas sobre la feria, incluso unas entrevistas con algunos autores, y además no te voy a pasar nota de gastos, pero quiero que me las paguéis mejor que las críticas literarias, ¿vale?

Pepe refunfuñó durante buen rato pero aceptó, eso sí, conminándome a que le enviara la primera crónica antes de una hora.

No le dije ni que sí ni que no, y llamé a mi tía Marta, a la que encontré con su malhumor habitual.

– ¿Lo estás pasando bien? -me preguntó con ironía.

– Pues sí, la verdad es que sí. Buenos Aires es una ciudad asombrosa, deberías venir en vacaciones.

– ¡Déjate de idioteces y dime qué estás haciendo!

Le resumí la marcha de la investigación sin darle grandes detalles, lo que le produjo mayor irritación, tanta que cuando le anuncie que debía viajar a Moscú, su respuesta fue fulgurante: me colgó el teléfono.

Decidí darme un descanso para pensar qué hacer y, mientras tanto fui a visitar la Feria del Libro para mandar las crónicas a las que me había comprometido. Lo difícil iba a ser convencer a algún escritor de que me diera una entrevista. Al fin y al cabo no tenía acreditación para la feria y nadie me esperaba.

Seguramente tengo un ángel de la guarda, porque fue llegar al recinto donde se celebraba el certamen y encontrarme con un par de jóvenes escritores españoles, invitados a participar en una de las mesas redondas organizadas por los responsables de la feria. Me pegué a ellos como una lapa, asistí al debate de la mesa redonda, que versaba sobre las últimas tendencias literarias, y les hice una docena de preguntas a cada uno, que me servirían como entrevistas; y a riesgo de que me consideraran un gorrón no me separé de ellos, de manera que terminé conociendo a cuatro escritores argentinos, un editor, un par de críticos literarios y unos cuantos plumillas como yo.

Cuando regresé al hotel tenía una «cosecha» suficiente para quedar bien con el periódico y ganar tiempo, si es que al final podía ir a Moscú.

Volví a llamar a mi tía por teléfono.

– ¿Sabes qué hora es aquí? -me preguntó gritando.

– La verdad es que no…

No me lo dijo, simplemente colgó el teléfono. De manera que decidí despertar a mi madre y pedirle un préstamo para ir por mi cuenta a Moscú, pero ella tampoco se mostró predispuesta a ayudarme, ya que me seguía culpando de su dolor de estómago.

Fin del viaje, me dije a mí mismo. Lo cierto es que lo lamentaba profundamente, porque la historia de Amelia Garayoa se estaba convirtiendo en una obsesión, no porque fuera mi bisabuela, que eso tanto me daba, sino porque estaba resultando una historia apasionante.

Dejé pasar unas cuantas horas para no despertar a nadie más en España, y telefoneé a doña Laura.

El ama de llaves me hizo esperar casi diez minutos al teléfono y suspiré aliviado cuando escuché la voz de la buena señora.

– Dígame, Guillermo, ¿dónde está?

– En Buenos Aires, pero tengo que darle una mala noticia: no puedo continuar con la investigación.

– ¿Cómo? ¿Qué ha sucedido? El profesor Soler me ha asegurado que le están marcando los pasos a dar y que tiene usted una cita concertada en Moscú.

– Precisamente ése es el problema. Mi tía Marta no quiere financiar más la investigación, de manera que no voy a poder ir a Moscú. En fin, lo siento, sólo quería decírselo. Mañana o pasado regresaré a España y si no le molesta, pasaré por su casa para agradecerle la ayuda que me ha, prestado. La verdad es que sin ella no habría podido dar ni un paso.

Doña Laura no parecía escucharme. Se había quedado en silencio aunque a través de la línea creí escuchar su respiración agitada.

– Doña Laura, ¿me oye usted?

– Sí, claro que sí. Verá, Guillermo, quiero que continúe con su investigación.

– Ya, a mí también me gustaría, pero carezco de medios, de manera que…

– Yo pagaré los gastos.

– ¿Usted?

– Bueno, nosotras. Al principio nos pareció… Bueno, no nos causó demasiada buena impresión, pero lo que está haciendo alguien tenía que hacerlo, y ahora creemos que es la persona adecuada. Tiene que seguir adelante. Déme un número de cuenta y le ingresaremos dinero para sus gastos. Pero eso sí, a partir de este momento trabaja para nosotras; eso quiere decir que la historia que escriba no se la podrá dar ni tampoco dejar leer a su tía Marta ni al resto de su familia.

– Pero… Yo, la verdad es que no sé qué decirle… No me parece bien que ustedes paguen esta investigación. No, no me sentiría cómodo.

– ¡Bobadas!

– No, doña Laura, no puedo aceptar, bien que lo siento, pero no puedo.

– Guillermo, fue usted quien se presentó en nuestra casa pidiéndonos ayuda para poder escribir sobre Amelia. Nos costó lomar la decisión, pero una vez que decidimos confiar en usted no hemos dejado de ayudarle, de hecho… En fin, como bien dice, sin nosotras no habría podido averiguar nada. Lo que no sabe es que, bueno, ha desencadenado algo que ya no se puede parar. De manera que acepte trabajar para nosotras, escriba todo lo que averigüe sobre la vida de Amelia Garayoa, y luego olvídese de ella para siempre.

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