Julia Navarro - Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos.
Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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Pensó en las contradicciones de Max, en su empeño para que Gran Bretaña frenara a Hitler antes de la guerra, en la repugnancia y el desprecio que sentía por el nazismo, pero aun así, había luchado junto a ellos porque en aquel momento representaban a Alemania y él nunca habría traicionado a su patria, como si el nazismo no hubiera sido la peor traición. Pero Albert no dijo nada, no quería discutir con el barón, y mucho menos con Amelia. Les veía a ambos como dos seres perdidos, sin futuro ni esperanza, atados el uno al otro como si de una condena se tratase. Sólo Friedrich, el pequeño Friedrich, reía en aquella casa silenciosa y triste. Albert se daba cuenta de que el hecho deque tanto Max como Amelia conocieran al coronel Winkler le podía resultar útil; aún no sabía cómo, pero lo pensaría.

Salió de la casa y decidió dar un paseo antes de regresar al sector norteamericano del dividido Berlín.

Más tarde Albert se reunió con Charles Turner, un miembro de los Servicios de Inteligencia británicos que, como él, estaba destinado en la antigua capital alemana. Se conocían de los duros días de la guerra, y ambos habían simpatizado más allá de haber llevado a cabo algunas acciones conjuntas.

– Necesito que me dejes echar un vistazo al expediente de Amelia Garayoa.

– ¿Y quién es Amelia Garayoa?

– ¡Vamos, Charles, estoy seguro de que sabes quién es Amelia Garayoa!

– No la conozco, pero creo que tú sí -respondió Charles Turner con ironía.

– Ha trabajado para vosotros, la captó mi propio tío, lord James, de manera que no perdamos el tiempo en duelos dialécticos.

– ¿Y se puede saber para qué quieres el expediente de Garayoa? En primer lugar, yo no tengo acceso a los expedientes de los agentes, que, como supondrás, están bien guardados en Londres. En segundo lugar, Garayoa ya no trabaja para nosotros. Uno de nuestros hombres la localizó en Berlín al poco de acabar la guerra, y en su opinión, no estaba muy bien de la cabeza, lo que no es de extrañar teniendo en cuenta que la tuvieron prisionera en Ravensbrück. Ninguna mujer que haya pasado por allí volverá a ser la misma.

– Vaya, veo que te empiezan a funcionar las neuronas y ya sabes algo de Amelia Garayoa.

– No puedo darte su expediente, pero quizá pueda ayudarte si me dices qué quieres saber sobre ella que no sepas ya.

– Necesito saber qué pasó en Roma; al parecer, la acusaron de haber asesinado a un oficial de las SS, pero no se pudo probar. Quiero saber si lo hizo o no.

– Veré lo que puedo hacer.

Charles Turner lo llamó al día siguiente para ir a tomar una copa.

– Tu amiga española se cargó al coronel Ulrich Jürgens de las SS; al parecer, lo hizo en colaboración con partisanos del Partido Comunista Italiano. Jürgens había ordenado ahorcar a una amiga de Garayoa, a Carla Alessandrini, una diva del bel canto, Esta mujer colaboraba con los comunistas y con un sacerdote alemán de la Secretaría de Estado del Vaticano, que ayudaba a sacar judíos de Roma. Por lo que he podido averiguar, tu amiga fue una agente muy eficaz. Lástima que ahora no esté bien de la cabeza. Como bien sabes, vive con un ex oficial alemán, el hombre que durante la guerra le sirvió de coartada.

– Está perfectamente de la cabeza, pero no quiere volver a saber nada de guerras ni de violencia. No es tan extraño, ha sufrido mucho.

Turner asintió con indiferencia, pero en realidad estaba deseando saber por qué su colega norteamericano estaba tan interesado en lo que había sucedido en Roma años atrás.

– Charles, tú sabes que tanto nosotros como vosotros, y desde luego los rusos, estamos interesados en los científicos alemanes que trabajaban en proyectos de armas secretas. Algunos se han escapado, entre ellos un tal doctor Fritz Winkler, un nazi fanático, con un hijo coronel en las SS, que fue el principal acusador de Amelia en Roma. Ese tal Jürgens al que Amelia ejecutó era amigo de Winkler, y éste juró vengarse de ella; por eso, años más tarde, logró enviarla a Ravensbrück.

– Y tú andas en busca de ese Fritz Winkler.

– Sí, pero se lo ha tragado la tierra, a él y a su hijo el coronel. No figura en ninguna de las listas de oficiales de las SS detenidos, ni tampoco en la de fallecidos. Ha desaparecido junto a su padre como tantos otros jefes nazis. Se me ocurrió preguntarle al barón Von Schumann si le conocía, y tanto Max como Amelia se pusieron lívidos.

– Si supieran dónde están te lo dirían, al menos Amelia Garayoa lo haría, sólo tiene razones para odiarle si él fue el causante de que la encerraran en el campo de Ravensbrück.

– Sí, Amelia me lo diría, pero no lo sabe. He comprado alguna información, pero ya sabes que hoy en día nos venden de todo y muchas veces intentan engañarnos, pero mi informante me asegura que los Winkier se marcharon el mismo día en que Hitler se suicidó. Mi informante asegura que huyeron a Egipto, donde se han refugiado algunos de sus amigos.

– Así que te vas a El Cairo.

– Antes tengo que saber algo más de los Winkier; no he encontrado ninguna fotografía, salvo una de Fritz Winkier saludando al Führer. En cuanto a su hijo, el coronel, intentó borrar su rastro en los archivos de las SS.

– Hubo muchas fugas antes de que terminara la guerra: a Siria, Egipto, Irak, Sudamérica… Tu hombre puede estar en cualquier sitio.

Hablaron durante un buen rato y cuando se iban a despedir Turner pareció dudar en si darle un consejo.

– Creo que tienes una manera de encontrar a Winkier.

– ¿Ah, sí? Pues dime cómo -respondió Albert con ironía.

– Ponle un cebo, un cebo ante el que no pueda resistirse.

– ¿Un cebo? -Albert empezaba a vislumbrar lo que le iba a proponer Turner, y no quería oírlo.

– Si el coronel Winkier ha huido junto a su padre como parece, y si odia tanto a Amelia Garayoa como también parece, sólo se hará visible si tiene la oportunidad de acabar con ella. Hay muchos alemanes viviendo en El Cairo, algunos con su propia identidad, otros con identidad falsa. A nadie le extrañaría que el barón Von Schumann se uniera en El Cairo a esa corte de expatriados. Una vez que Winkier sepa de Garayoa la intentará matar; pero no improvisará, tendrá que elaborar un plan, y para ello se hará visible; será el momento de seguirle la pista y, a través de él, llegar a su padre, a ese Fritz Winkier que es a quien tú buscas.

– ¡Es un plan disparatado! -exclamó Albert.

– No, no lo es; es un buen plan y tú mismo lo pondrías en práctica si no estuvieras implicado sentimentalmente. En nuestro oficio sólo hay una manera de sobrevivir y hacer bien el trabajo, y, como sabes, consiste en despojarnos de sentimentalismos personales. El consejo es gratis, pero la copa la pagas tú. La OSS tiene más fondos que la Inteligencia Británica.

Albert sabía que Charles Turner tenía razón. Era el único plan viable para encontrar a Fritz Winkler, pero para llevarlo a cabo tendría que contar con el consentimiento de Amelia; ella por nada del mundo se separaría de Max, y éste no estaría dispuesto a permitir que ella se fuera; tanto él como Friedrich dependían de la atormentada española.

Pese a sus dudas, Albert expuso la estrategia de Turner a sus jefes y les pidió carta blanca para utilizar cualquier medio que fuera necesario para convencer a Amelia.

Luego decidió que lo mejor era hablar con ella a solas, de manera que una mañana se encaminó hacia la casa de Max y esperó hasta que la vio salir.

– ¿Qué haces aquí? -preguntó ella sorprendida de verlo.

– Te invito a un buen desayuno, necesito hablar contigo.

Fueron a un café y, pese a la negativa de Amelia, él pidió un desayuno opíparo. La obligó a comer. En Berlín escaseaba todo, y mucho más para quienes apenas tenían nada, como era el caso de la familia que formaban Max, Amelia y Friedrich.

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