– No, Luke no. Laúd.
Mami se queda de piedra, y aunque me mira de frente, alcanzo a sentir que se aleja de mí como el día que le conté que me pegaban con la regla. Baja la mirada y musita «Laúd…» en voz apenas audible, y veo que se aprieta la marca de nacimiento con la mano derecha como si estuviera a punto de cantar.
– Laúd… es increíble…
– ¿Quién es, mami? -susurro-. ¿Lo conoces? Me ha asustado, así que le he cerrado la puerta en las narices.
– Ay, no, Sadie. Ve a decirle que pase y se siente. Dile que ahora mismo salgo.
Dejo entrar al hombre y le digo «Siéntese, por favor», cosa que no entiende, así que le indico un sillón y él apenas se sienta en el borde mismo y se queda mirando la puerta del cuarto de baño, de manera que voy hasta la puerta de mi cuarto y me quedo allí, tan lejos de él como puedo. Cuando sale mami del baño tiene todo el aspecto de una aparecida, con su largo albornoz de terciopelo negro, el cabello rubio húmedo despuntando en todas direcciones como el del Principito. El desconocido se pone en pie y los dos se quedan inmóviles con la mirada clavada el uno en el otro, sin decir nada.
Nunca había notado a mami tan lejos de mí como en este instante, ni siquiera en todos los años que viví lejos de ella. Es como si estuviera hipnotizada, como si se hubiera convertido en otra persona. Entonces susurra una palabra que suena como «Yanek», aunque el hombre ha dicho que se llama Laúd. No entiendo lo que ocurre y no me gusta. Carraspeo para que mi madre salga del trance, entre en razón y se comporte otra vez con normalidad. («Vaya, vaya… cuánto tiempo. ¡Qué sorpresa tan agradable! ¿Quieres un té o algo?») Pero no es eso lo que ocurre. Lo que ocurre es que mami se vuelve hacia mí a cámara lenta con los ojos vidriosos como si se le hubiera metido en el cuerpo el alma de un muerto, y murmura, atravesándome con la mirada:
– Sadie… Ve a tu cuarto, cierra la puerta y no salgas hasta que te lo diga.
Las palabras son como una bofetada y retrocedo un poco, pero obedezco de inmediato; no sólo cierro sino que incluso echo el pestillo de la puerta para que sepa que obedezco a pies juntillas. Luego cojo la almohada de la cama, la pongo en el suelo delante de la puerta y me arrodillo para sacar la llave y mirar por el ojo de la cerradura.
Es como si estuviera viendo una obra de teatro. Mami y el desconocido se quedan donde están un par de minutos sin hablar, luego mami da un paso lento hacia él y él tiende los brazos y ella avanza hacia ellos como una sonámbula, se cierran en torno a ella y el desconocido rubio aplasta a mi madre contra su pecho y solloza. Mami también se echa a llorar y luego empieza a reír al mismo tiempo, pero lo que resulta más terrible es que todas y cada una de las palabras que pronuncia son en un idioma que no le he oído hablar nunca. Podría ser yidis o alemán, hablan a retazos entre lloros y risas, mirándose faltos de resuello.
La escena continúa un rato y la nieve sigue cayendo en la calle a mis espaldas. La mano de mami sube y acaricia el pómulo del hombre rubio y dice algo que suena a: «Yanek mío, Yanek mío», sólo que dice «mío» delante, y él también murmura su nombre -el de verdad, no Erra-, sólo que suena distinto en esa lengua que hablan, suena a «Kristinka».
Él tira del cabo que pende de su cinturón y el nudo se deshace, y le abre lentamente el albornoz negro dejando al descubierto sus pechos y la besa en el cuello y ella echa atrás la cabeza mientras la de él se inclina para besarle la base del cuello y no puedo dejar de mirar, ella le dice palabras en ese idioma que comparten y me excluye, ahora le está desabrochando la camisa y lo besa en la boca, ahora él le coge la cabeza de Principito entre las manos y entonces el albornoz cae al suelo. Ahora mi madre está desnuda por completo con ese desconocido que aún tiene toda la ropa puesta. Va a desplegar el sofá para convertirlo en una cama (que es la misma que comparte con papi todas las noches) y mientras tanto el hombre se desviste, poco a poco, hasta que él también está desnudo por completo y veo su cosa, que se yergue y se menea de aquí para allá.
Él se arrodilla en la cama y, para mi horror, mi madre se arrodilla delante de él y se mete su cosa en la boca, lo que me da tanto asco que me aparto del ojo de la cerradura con el corazón desbocado e intento tranquilizarme mirando los copos de nieve que descienden flotando a la luz de la farola, y cuando por fin vuelvo a ponerme de rodillas, mi madre está de espaldas al hombre, que le sujeta las manos firmemente a la espalda como si la tuviera esposada y mientras tanto entra y sale de ella por detrás, tal como hiciera Regocijo con la chihuahua blanca, sólo que lenta, muy lentamente, y en vez de jadear le gime palabras en voz queda y ella arquea la espalda y profiere un sonido grave con la garganta y la escena entera es tan insoportable que vuelvo a encender la luz y me acuesto, temblorosa. Mi Demonio se alza en mi interior más fuerte que nunca, devastador, casi hasta el punto de destruirme, y dice: «Vas a dejar que ocurra, Sadie, porque eres malvada y embustera y tu madre es malvada y embustera y has heredado su tara, te poseo por completo y durante el resto de tu vida seguirás pecando igual que peca ella. ¡No te dejaré nunca, Sadie! -Y empiezo a temblar y estremecerme en la cama-. Levántate -me dice-. No hagas ningún ruido, no molestes a la puta de tu madre, ella también me obedece y debe traicionar a su marido hasta la saciedad. Hasta la saciedad, ¿me oyes? Ahora tranquilízate, ve al armario ropero y métete dentro, cierra la puerta y golpéate la cabeza contra el fondo un centenar de veces, y no te olvides de contarlas.»
Obedezco, temblorosa y con náuseas ante la imagen de lo que estaba haciendo mi madre hace un momento y lo que puede estar haciendo ahora. Cuando acabo de golpearme la cabeza contra la madera y salgo dando traspiés del armario tengo muchísimas ganas de hacer pis, pero mami me ha dicho que me quede en el cuarto, así que estoy desesperada, busco alguna clase de recipiente donde hacer pis y lo único que encuentro es la taza que uso para mis lápices de colores de cera, de modo que la vacío, me bajo los pantalones y las bragas y me acuclillo encima de la taza en el suelo e intento hacer pis, pero resulta difícil acertar, el pis salpica todo el suelo y lo empapo en unos pañuelos de papel, pero luego no sé qué hacer con los pañuelos y es con mucho el peor día de mi vida porque ya no podré volver a confiar en mi madre nunca más.
De alguna manera me duermo y antes de que me dé cuenta mami está aporreando la puerta mientras dice:
– ¡Sadie… Sadie… la cena está lista! -Y yo me apresuro a dejar la almohada otra vez en la cama para que no sepa que estaba espiándola-. ¿Cómo es que has cerrado la puerta con pestillo?-me pregunta cuando la abro, y entonces ve el desaguisado de pañuelos de papel empapados en pis en el suelo y cae en la cuenta de lo que ha ocurrido y dice-: ¡Ay, cariño, cuánto lo siento!
No respondo. Sencillamente voy a lavarme las manos en el cuarto de baño y dejo el desaguisado para que lo limpie ella porque es culpa suya y no puedo verla ni en pintura.
Durante la cena (macarrones con queso) sigo enfurruñada y ella no me pregunta qué me pasa porque lo sabe. Al final, deja el tenedor y dice:
– Sadie, a tu edad ya entiendes muchas cosas, pero hay otras que no se puede esperar que entiendan los niños, y no te debo ninguna explicación.
No digo nada, y ella continúa:
– No estés furiosa, cariño, por favor.
Sigo comiendo los macarrones con queso y dejo que sufra durante cinco minutos, pero al cabo le pregunto:
– ¿En qué idioma hablabais?
Y ella ríe y dice:
– Intentábamos hablar en alemán… Pero hace tanto tiempo que ninguno de los dos lo utilizaba, que apenas nos acordábamos.
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