Chuck Palahniuk - Asfixia

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Basada en una novela de Chuck Palahniuk (El club de la lucha), "Asfixia" narra la historia de Victor (Sam Rockwell) que para sufragar el caro tratamiento médico en un hospital privado de su madre (Anjelica Huston), se dedica a timar a la gente. Su trabajo diario es representar el papel de un miserable campesino del siglo XVIII en un parque temático de carácter histórico, mientras está tratando de recuperarse de su adicción al sexo.
Pero cuando su cada vez más débil madre insinúa poder revelar la identidad secreta de su perdido padre, Victor recobra la esperanza de encontrar finalmente las respuestas que ha estado buscando. Victor hace amistad con la joven doctora de su madre (Kelly McDonald), quien le lleva a creer que sus orígenes quizás puedan ser mucho más sorprendentemente divinos de lo que jamás pudo nunca haber imaginado.
Así, ¿es todavía Victor Mancini el perdedor sin honor que siempre ha creído que iba a ser durante el resto de su vida o es posible que sea una especie de loco salvador?

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Le digo:

– ¿Que le pasa a tu vagina?

Gwen se mira y dice:

– ¿Qué? -dice-, Ah, eso. Es un femidón, un condón femenino. Los bordes sobresalen así. No quiero que me contagies nada.

Debo equivocarme, le digo, pero yo pensaba que la violación era más espontánea, ya sabes, un crimen pasional.

– Eso demuestra que no sabes ni una palabra sobre violar a la gente -dice-. Un buen violador planea su crimen meticulosamente. Ritualiza hasta los pequeños detalles. Esto tendría que ser casi una experiencia religiosa.

Lo que sucede aquí, dice Gwen, es sagrado.

En la cafetería de la librería me pasó la hoja fotocopiada y me dijo:

– ¿Puedes aceptar todas estas condiciones?

La hoja decía: No me preguntes dónde trabajo.

No me preguntes si me estás haciendo daño.

No fumes en mi casa.

No esperes quedarte a pasar la noche.

La hoja decía: La palabra de seguridad es GARBEO.

Le pregunté qué quería decir «palabra de seguridad».

– Si la escena se vuelve demasiado fuerte o no funciona para alguno de los dos -dice-, uno dice «garbeo» y la acción se detiene.

Le pregunté si podía correrme.

– Si es tan importante para ti… -dijo ella.

Estas patéticas adictas al sexo. Todas hambrientas de polla.

Sin ropa está un poco flaca. Tiene la piel caliente y húmeda y parece que al apretarla vaya a salir agua caliente con jabón. Tiene las piernas tan delgadas que no se tocan hasta llegar al culo. Sus pechos diminutos parecen adherirse a su caja torácica. Sujetándole todavía el brazo detrás de la espalda y viéndonos en el espejo de la puerta del armario, ella tiene el cuello largo y los hombros caídos, como una botella de vino.

– Para, por favor -dice-. Me haces daño. Por favor, te daré dinero.

Le pregunto cuánto.

– Para, por favor -dice-. O gritaré.

Le suelto el brazo y retrocedo.

– No grites -digo-. Haz el favor de no gritar.

Gwen suspira, toma impulso y me da un puñetazo en el pecho.

– ¡Imbécil! -dice-. No he dicho «garbeo».

Es el equivalente sexual de «Simón dice».

Se da la vuelta para que la agarre otra vez. Luego camina sin soltarse de mí hasta la toalla y dice:

– Espera. -Va al cajón y vuelve con un vibrador de plástico rosa.

– Eh -le digo-, no intentes usar eso conmigo.

Gwen se estremece y dice:

– Claro que no. Es el mío.

Y yo digo:

– ¿Y qué pasa conmigo?

Y ella dice:

– Lo siento, la próxima vez tráete un vibrador para ti.

– No -le digo-. ¿Qué pasa con mi pene?

Y ella dice:

¿ Qué pasa con tu pene?

Yo digo:

– ¿Cómo encaja en todo esto?

Sentándose en la toalla, Gwen niega con la cabeza y dice:

– ¿Por qué hago esto? ¿Por qué siempre elijo a tíos que lo único que quieren es ser amables y convencionales? Lo siguiente que querrás hacer es casarte conmigo -dice-. Por una sola vez me gustaría tener una relación violenta. ¡Por una vez!

Ella dice:

– Puedes masturbarte mientras me violas. Pero solo en la toalla y solo si no me salpicas.

Ella extiende la toalla alrededor de su culo y da unas palmadas en una zona de toalla que tiene al lado:

– Cuando llegue el momento -dice-, puedes dejar tu orgasmo aquí.

Su mano da unas palmaditas.

Ah, vale, le digo, ¿y ahora qué?

Gwen suspira y me planta el vibrador en la cara:

– ¡Úsame! -dice-, ¡Degrádame, estúpido! ¡Ultrájame, subnormal! ¡Humíllame!

No tengo muy claro donde está el interruptor, así que ella me tiene que enseñar cómo encenderlo. Luego vibra tan fuerte que lo suelto. Luego se pone a saltar por el suelo y tengo que atrapar el puto chisme.

Gwen levanta las rodillas en el aire y las deja caer a los lados igual que se abre un libro. Yo me arrodillo en el borde de la toalla y meto la punta zumbante dentro de los bordes de plástico de su vagina. Con la otra mano me acaricio el rabo. Sus tobillos están afeitados y desembocan en unos pies curvados con pintauñas azul. Está tumbada de espaldas con los ojos cerrados y las piernas abiertas. Con las manos unidas y extendidas por encima de la cabeza de forma que sus pechos forman cúpulas perfectas, dice:

– No, Dennis, no. No quiero esto, Dennis. No. No, no puedes tomarme.

Yo le digo:

– Me llamo Victor.

Ella me dice que me calle y la deje concentrarse.

Yo intento que los dos nos lo pasemos bien, pero ese es el equivalente sexual de frotarse el estómago y rascarse la cabeza. O me concentro en mí mismo o me concentro en ella. En cualquier caso el resultado es tan malo como un trío que no funciona: siempre hay uno que se queda fuera. Además el vibrador resbala y es difícil sujetarlo. Se está recalentando y empieza a despedir un olor acre a humo como si algo se estuviera quemando dentro.

Gwen abre un ojo solamente un poco, me ve cascarme el rabo y dice:

– ¡ Yo primero!

Me sacudo el rabo. Hurgo dentro de Gwen. Hurgo dentro de Gwen. Me siento menos un violador que un fontanero. Los bordes del femidón no paran de meterse dentro y tengo que pararme y sacarlos con dos dedos.

Gwen dice:

– Dennis, no. Dennis, para, Dennis. -La voz le sale de las profundidades de la garganta. Se tira del pelo y traga saliva. El femidón se vuelve a meter dentro y yo ya paso de él. El vibrador lo hunde más y más. Ella me dice que juegue con sus pezones con la otra mano.

Le digo que necesito la otra mano. Mis pelotas se tensan, listas para disparar y digo:

– Oh, sí. Sí. Oh, sí.

Y Gwen dice:

– No te atrevas. -Y se chupa dos dedos. Clava su mirada en la mía y se mete los dedos húmedos entre las piernas, desafiándome.

Lo único que tengo que hacer es imaginarme a Paige Marshall, mi arma secreta, y la carrera se termina.

Un segundo antes de correrme, en ese momento en que sientes que el ojete empieza a tensarse, justo entonces me vuelvo hacia el lugar de la toalla que me ha indicado Gwen. Sintiéndose estúpidos y tratados como perros amaestrados para hacer sus necesidades, mis soldaditos blancos salen despedidos y, tal vez por accidente, equivocan la trayectoria y aterrizan sobre la colcha rosa. Sobre su enorme y suave paisaje mullido de color rosa. Formando un arco después de otro, llueven goterones calientes de todos los tamaños sobre la colcha, los cubrealmohadas y los faldones de seda rosa de la cama.

¿Qué NO haría Jesucristo?

Grafitis de semen.

«Vandalismo» no es la palabra adecuada, pero es la primera palabra que viene a la mente.

Gwen está tumbada en la toalla, jadeando con los ojos cerrados y el vibrador zumbando a su lado. Con los ojos en blanco, chorrea entre los dedos y murmura:

– Te he ganado…

Murmura:

– Hijo de puta, te he ganado…

Me pongo los pantalones y cojo la chaqueta. Hay soldaditos blancos por toda la cama, las cortinas y el papel de la pared, y Gwen está ahí tumbada, jadeando, con el vibrador sobresaliéndole en ángulo oblicuo entre las piernas. Un segundo más tarde, se le sale y cae en el suelo como un pescado mojado y gordezuelo. Es entonces cuando Gwen abre los ojos. Empieza a incorporarse apoyándose en los codos antes de ver los desperfectos.

Ya tengo medio cuerpo fuera de la ventana cuando digo:

– Ah, por cierto…

Digo «garbeo» y oigo a mi espalda su primer grito de verdad.

28

En el verano de 1642 en Plymouth, Massachusetts, un adolescente fue acusado de sodomizar a una yegua, una vaca, dos cabras, cinco ovejas, dos terneros y un pavo. Está en los libros de Historia. De acuerdo con las leyes bíblicas del Levítico, después de que el chico confesara fue obligado a ver cómo los animales eran sacrificados. Luego lo mataron y su cuerpo fue enterrado junto con los animales muertos en una fosa sin lápida.

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