Lee:
– «¿Tienes segundo nombre?».
Ella bebe chai. No ve la televisión. Le encanta jugar a las cartas, al «rey en la esquina» o «los reyes a la esquina». Usa ese papel higiénico nuevo tan pijo, Cottonelle, que te hace sentir que estás usando un jersey de cachemir. En el sótano tiene la cabeza cortada de Steve, una réplica muy realista que sobró de un vídeo de skateboard y fabricada por el mismo equipo que hizo el vientre embarazado de Juliette para la película Semestre infernal.
Juliette Lewis sigue leyendo la lista:
– «¿Te decepcionan los gatos como mascotas o bien admiras su independencia?».
Durante las últimas veinticuatro horas me ha hablado de su familia, de su padre (Geoffrey Lewis), de su carrera, del rollo de la cienciología, de casarse y de escribir canciones. Lo de las canciones es importante para ella porque, después de años de seguir un guión, por fin pronuncia sus propias palabras.
La madre de Juliette, Glenis Batley, dice:
– Muy bien, he aquí la gran historia.
Me lo dice mientras desayunamos en Los Ángeles. Glenis bebe mucho café, tiene el pelo rojo y muy abundante y sigue siendo la misma mujer encantadora que se ve posando en una vieja fotografía que Juliette tiene enmarcada en casa.
Glenis dice:
– Me quedé embarazada y estaba siguiendo una dieta increíble que era absolutamente natural, pero no quería a nadie conmigo cuando me llegara el momento. Cuando me di cuenta de que las contracciones eran cada cinco minutos llamé, me pusieron con un médico que yo no quería y este me dijo que venía enseguida. Y me dijo: «Pase lo que pase, no empuje». Así que fui y me tumbé, y entonces llegó la siguiente contracción y me vino un ansia irrefrenable de empujar, y pensé: «No pasa nada por un solo empujoncito». Así es como nació. Y era muy ruidosa. En fin, que estaba yo cogiendo a aquel bebé y a punto estuvo de caérseme, y fue entonces cuando se dio cuenta de que yo no sabía lo que estaba haciendo, así que se echó a llorar. Y estaba amaneciendo, y las palomas nos arrullaban, y hasta aquel momento no supe que se iba a llamar… ¡Juliette!
Y dice:
– Decidí escribirlo a la francesa porque la tragedia es un coñazo.
Juliette sigue leyendo su lista:
– «¿Alguna vez le has roto la nariz a un tipo?».
Sigue leyendo:
– «¿Dirías que has ganado más peleas de las que has perdido?».
En su cocina, moliendo granos de café, Juliette dice:
– Cuando estaba creciendo, lo que más me influyó fueron los musicales. Como Fama. Ese era mi sueño. Cómo me habría gustado estar en una escuela donde se cantara y bailara. O sea, Fama, y Flashdance, y Grease. ¿Has visto alguna vez la película Hair ? A mí me hizo llorar. Ese musical me mata.
Dice:
– Antes que nada iba a ser cantante. Antes de ser actriz quería cantar. Y siempre pensé que actuar sería una actividad secundaria. Siempre pensé en los musicales. En cantar y bailar. Y todavía quiero cantar, así que he escrito canciones con un amigo mío que es músico. Lo más divertido de todo es que las letras son mías.
»La única forma que tuve de meterme fue que mi padre me presentara a una pequeña agencia. Introducirme. El gran problema para los actores que empiezan es conseguir agente. Los agentes quieren que tengas carnet del sindicato de actores, pero no se puede conseguir un carnet del sindicato a menos que tengas un agente que te consiga trabajo. Es una situación sin salida. Así que mi padre me llevó a la oficina de un agente, pero aun así tuve que hacer una audición. Hice una lectura y algo tuvieron que ver en mí.
»Si me hubieras conocido cuando era más joven, yo era muy callada. Una vez salí en televisión y la gente le preguntaba a mi agente: “¿Está bien? Parece muy triste”. Era un rollo típico de adolescente. Solamente porque no sonrío a todo el mundo y les pregunto cómo están, ¿tengo que estar triste?
Sentada en un sofá de anticuario, Juliette sigue leyendo su lista:
– «¿Hubo una época en que te sentiste desconcertado por el funcionamiento de tu pene?».
Y sigue leyendo:
– «¿Te pareces más a tu padre o a tu madre?».
La grabadora avanza sin parar, escuchándolo todo.
Y ella dice:
– Ya a los dieciocho años les dije: «¿Dónde está el libro oculto de normas que dice que tienen que maquillarme?». Porque tenían una butaca y un montón de maquillaje. «¿No podemos sacar la foto y ya está?» Es por eso por lo que en todas las revistas donde aparecía antes no salía maquillada ni tampoco sin maquillar. Estaba a medio camino, y lo que me identificaba era lo que ellos llamaban la «chica alternativa» o la «chica rara», porque no me convertía en vampiresa en cuanto ellos daban una palmada.
»Cuando era más joven tenían un armario lleno de ropa que nunca me ponía… Tenían una persona de maquillaje… ¿Y se suponía que yo tenía que representarme a mí misma? Era un rollo muy raro. Yo siempre había querido ser como mis predecesores masculinos, como Brando o como De Niro. Coges a un hombre y te limitas a documentarlo para tu película.
»Lo que uno exuda, su sexualidad, es parte de uno mismo. Así que un atractivo sexual prefabricado que incluya la boca abierta y brillo de labios y colores vivos, es ese atractivo sexual del porno americano que no tiene nada que ver con el sexo. Son como muñecas inflables. Yo podría hacerlo sin problemas. No es que no pueda. Es que nunca ha sido mi objetivo.
»Ahora me he dado cuenta de que lo que una hace es vender cosas -dice Juliette-. Así que te conviertes básicamente en un perchero.
Sigue leyendo:
– «¿Has salido con alguna mujer mayor a la que consideraras una mujer mayor, y qué te ha enseñado?».
»“¿Cuál es la primera imagen que tienes del cuerpo femenino?”.
Pregunta:
– «¿Hay un bajón del factor respeto cuando una mujer tiene implantes de pecho?».
Dice Juliette:
– Tuve dos sueños con De Niro cuando estaba trabajando con él. Creo que todo se debió a mi expectación por una escena. Porque aquella era, en mi cabeza, la gran escena. En un sueño, estábamos bajo el agua en una piscina y salimos a coger aire. El se sumergía y yo me sumergía y los dos buceábamos el uno frente al otro de forma deliberada, tal como jugarían en una piscina un chico y una chica que se gustaran. Como un flirteo. Pero me desperté de aquel sueño y resultó que ahora él me gustaba.
»En aquella escena, el pequeño tango entre nuestros personajes, lo único que yo sabía era que se me iba a acercar y me iba a decir: “Danielle, ¿puedo rodearte con el brazo?”. Según el guión, entonces me besaba, pero lo único que dijo Scorsese fue: “Bob va a hacer algo. Tú déjate llevar por la escena”.
»Antes de aquella escena yo sabía que íbamos a filmar la parte del beso. Acababa de comer. Había comido siluro o algo parecido y me estaba preguntando si tenía que enjuagarme la boca. Pero no quise hacerlo, porque si lo hacía él se daría cuenta de que yo había pensado en ello. No quería dar la impresión de que estaba pensando en el beso. Era una putada si lo hacía, y otra putada si no lo hacía. Así que no lo hice. No me enjuagué. Llegué al plato y Bob se puso a mi lado y olí a enjuague bucal. Y en aquel preciso momento caí en la cuenta, y me sentí como una niña porque pensé: “Está siendo profesional. Está siendo considerado conmigo. Está siendo cortés”. Pero para entonces ya era demasiado tarde para volver a la caravana. No sé si lo ofendí o no.
»La que se ve en la película es la primera toma que hicimos. La repetimos una vez. Él me pone el pulgar en los labios. Es muy intenso porque estamos casi pegados el uno al otro y yo lo estoy mirando fijamente. Él intenta meterle el pulgar en la boca y ella se aparta. Él insiste y por fin ella se lo permite. Después de hacerlo la gente no paraba de hablar de la sexualidad y del despertar a la sexualidad de aquella edad, pero yo nunca lo vi de aquella manera. Tal como yo lo vi, antes de hacer lo del pulgar él la estaba escuchando, la estaba tomando en serio de una forma en que sus padres eran incapaces, y luego hizo aquella cosa sexual. Pero lo que ves en mis ojos, después de que ella le chupe el pulgar y él lo saque, es una mirada que dice algo así como: “¿Lo he hecho bien? ¿Te ha gustado?”. Un deseo de complacer.
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