Array Array - Historia de Mayta

Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Historia de Mayta» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на русском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Historia de Mayta: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Historia de Mayta»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Historia de Mayta — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Historia de Mayta», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

—Las raras veces que venía, buscaba a Juan y salían juntos —repite Adelaida—. A mí nunca me buscó, ni me llamó ni permitió que Juan le tocara siquiera la posibilidad de verme. ¿Usted puede entender un rencor así, un odio así? Al principio le escribí muchas cartas. Después, acabé por resignarme.

—Ya se ha pasado la hora —le recuerdo.

Recibió el paquete, entregó el recibo y salió. Con las sulfas y el mercuro–cromo de la última farmacia había agotado la lista. Los paquetes eran grandes, pesados, y al llegar a su cuartito del Jirón Zepita le dolían los brazos. Tenía la maleta lista: las chompas, las camisas y, en medio, cuidadosamente abrigada, la metralleta que le regaló Vallejos. Acomodó las medicinas y echó un vistazo a los libros alborotados. ¿Vendría Blacquer a llevárselos? Salió, escondió la llave entre las dos tablas sueltas del rellano. Si no venía, el dueño los remataría para pagarse el alquiler. ¿Qué podía importar todo eso, ahora? Tomó un taxi, hasta el Parque Universitario. ¿Qué podían importar su cuarto, sus libros, Adelaida, su hijo, sus ex–camaradas, ahora? ¿Qué podía importar Lima, ahora? Sentía su pecho agitado mientras el chófer colocaba la maleta en la parrilla. El colectivo partiría a Jauja dentro de unos minutos. Pensó: «Éste es un viaje sin regreso, Mayta».

Me levanto, le entrego el dinero, le agradezco y ella me acompaña hasta la puerta y la cierra apenas traspongo el umbral. Me resulta extraño ver, en la tarde que declina, la fachada impostora del castillo Rospigliosi. Una vez más debo someterme al registro de los avioneros. Me dejan pasar. Mientras avanzo, entre casas cerradas a piedra y lodo, adelante y atrás, a izquierda y derecha, los ruidos ya no son sólo tiros. También explosiones de granadas, cañonazos.

VIII

Parece un personaje del Arcimboldo: su nariz es una sarmentosa zanahoria, sus cachetes dos membrillos, su mentón una protuberante patata llena de ojos y su cuello un racimo de uvas a medio despellejar. Su fealdad resulta simpática de tan impúdica; se diría que Don Ezequiel la engalana con esos pelos grasientos que le cuelgan en flecos por los hombros. Su cuerpo parece aún más fofo embutido en el pantalón bolsudo y la chompa con remiendos. Sólo uno de sus zapatos lleva pasador; el otro amenaza salirse a cada paso. Y, sin embargo, no es un mendigo sino el dueño de la Tienda de Muebles y Artículos para el Hogar, en la Plaza de Armas de Jauja, junto al Colegio del Carmen y la Iglesia de las Madres Franciscanas. Las lenguas jaujinas dicen que, ahí donde uno lo ve, es el comerciante más rico de la ciudad. ¿Por qué no ha huido, como otros? Los insurrectos lo raptaron hace unos meses y es vox populi que pagó un alto rescate; desde entonces no lo molestan porque, dicen, paga el «cupo revolucionario».

—Ya sé quién lo mandó acá, ya sé que fue el hijo de puta del Chato Ubilluz —me para en seco, apenas me ve asomar por su tienda—. Vino por gusto, no sé nada ni vi nada ni estuve comprometido en esa cojudez de mierda. No tenemos nada que hablar. Ya sé que está escribiendo sobre Vallejos. No me meta en esto o aténgase a las consecuencias. Se lo digo sin enojarme, para que le entre clarito en la tutuma.

En realidad, me lo dice con los ojos hirviendo de indignación. Grita de tal modo que una de las patrullas que recorren la Plaza se aproxima a preguntar si ocurre algo. No, nada. Cuando se van, hago el número de costumbre: no hay motivo para alarmarse, Don Ezequiel, no pienso nombrarlo ni una sola vez. Tampoco figurará en mi historia el Subteniente Vallejos ni Mayta ni ninguno de los protagonistas y nadie podrá identificar en ella lo que realmente ocurrió.

—¿Y entonces para qué mierda ha venido a Jauja? —me replica, gesticulando con unos dedos como garfios—. ¿Para qué mierda está haciendo preguntas por calles y plazas sobre lo que pasó? ¿Para qué toda esa chismografía de mierda?

—Para mentir con conocimiento de causa —digo, por centésima vez en el año—. Déjeme por lo menos explicárselo, Don Ezequiel. No le quitaré ni dos minutos. ¿Me permite? ¿Puedo entrar?

La luz que baña el aire de Jauja es de amanecer: primeriza, balbuciente, negruzca, y, en ella, el perfil de la Catedral, los balcones del contorno, el jardincillo enrejado y con árboles del centro de la Plaza, se hacen y deshacen. El vientecillo cortante pone la piel de gallina. ¿Eran los nervios? ¿Era el miedo? No estaba nervioso ni asustado, apenas ligeramente ansioso, y no por lo que iba a ocurrir sino por la maldita altura que, a cada instante, le recordaba su corazón. Había dormido unas horas, pese al frío que se colaba por los vidrios rotos, y pese a que los sillones de la peluquería no eran la cama ideal. Lo había despertado a las cinco un quiquiriquí y lo primero que pensó, antes de abrir los ojos, fue: «Ya es hoy». Se levantó, se desperezó en la oscuridad, y, chocando con las cosas, fue hasta la palangana llena de agua. El líquido glacial lo despertó del todo. Había dormido vestido y sólo tuvo que calzarse las botas, cerrar su maletín y esperar. Se sentó en una de las sillas donde Ezequiel rapaba a sus clientes y, cerrando los ojos, recordó las instrucciones. Estaba confiado, sereno, y, si no hubiera sido por ese ahogo, se hubiera sentido feliz. Momentos después oyó abrirse la puerta. En el resplandor de una linterna, vio a Ezequiel. Le traía café caliente, en un tazón de lata.

—¿Dormiste muy incómodo?

—Dormí muy bien —dijo Mayta—. ¿Ya son las cinco y media?

—Falta poco —susurró Ezequiel—. Sal por atrás y no hagas ruido.

—Gracias por la hospitalidad —se despidió Mayta—. Buena suerte.

—Mala suerte, más bien. Toda mi culpa fue ser buena gente, un gran cojudo. —Su nariz se hincha y destacan innumerables venitas vinosas; sus ojos bullen, frenéticos—. Mi culpa fue compadecerme de un foráneo que no conocía y dejarlo dormir una sola noche en mi peluquería. ¿Y quién me metió el dedo a la boca con el cuentanazo de que el pobre no tenía techo y si no me importaría alojarlo? ¡Quién si no el hijo de puta del Chato Ubilluz!

—Han pasado veinticinco años, Don Ezequiel —trato de apaciguarlo—. Es historia vieja, ya nadie se acuerda. No se enoje así.

—Me enojo porque, no contento de hacerme lo que me hizo, ahora ese perro anda diciendo que me he vendido a los terroristas. A ver si el Ejército me fusila y se libra así de mi existencia —bufa Don Ezequiel—. Me enojo porque al cerebro de la cojudez no le pasó nada. Y a mí, que no sabía nada ni entendía nada ni vi nada, me encerraron en la cárcel, me rompieron las costillas y me tuvieron orinando sangre por las patadas que me dieron en los riñones y en los huevos.

—Pero usted salió de la cárcel y volvió a empezar y ahora es un hombre que Jauja envidia, Don Ezequiel. No se ponga así, no se sulfure. Olvídese.

—No puedo olvidarme si usted viene a fregarme la paciencia para que le cuente cosas que no sé —ruge él, accionando como si fuera a arañarme—. ¿No es lo más cojonudo? El que menos sabía lo que pasaba fue el único que se jodió.

Recorrió el pasadizo, se aseguró de que no hubiera nadie en la calle, abrió, salió y cerró tras él la puertecita falsa de la peluquería. En la Plaza no había un alma y la tímida luz apenas le permitía ver dónde pisaba. Fue hasta la banca. Los de Ricrán no habían llegado. Se sentó, puso el maletín entre sus pies, se protegió la boca con el cuello de su chompa y hundió sus manos en los bolsillos. Tenía que ser una máquina. Era algo que recordaba de las clases de Instrucción Pre–Militar: un autómata lúcido, que no se atrasa ni adelanta, y, sobre todo, que nunca duda, un combatiente que aplica lo programado con la precisión de una mezcladora o de un torno. Si todos actuaban así, la prueba más difícil, la de hoy, sería franqueada. La segunda resultaría más fácil, y, salvando una y otra, la victoria estaría un día a la vista. Oía gallos invisibles; detrás, entre las hierbas del jardincillo, croaba un sapo. ¿Se atrasaban? El camión de Ricrán estacionaría en la Plaza de Santa Isabel, donde confluían los vehículos que traían productos para el Mercado. Desde allí, repartidos en grupos, ganarían sus emplazamientos. Ni siquiera sabía los nombres de los dos camaradas que vendrían a reunirse con él para ir a la cárcel, y, luego, a la Compañía de Teléfonos. «¿Qué santo es hoy?» «San Edmundo Dantés.» Bajo la chompa que le cubría media cara, sonrió: la contraseña se le había ocurrido acordándose de El conde de Montecristo. En eso llegó el josefino, puntual. Se llamaba Felicio Tapia y estaba con su uniforme —pantalón y camisa caqui, Cristina del mismo color, una chompa gris— y libros bajo el brazo. «Van a ayudarnos a empezar la revolución y se meterán al colegio», pensó. «Tenemos que apurarnos para que no se pierdan la primera clase.» Cada uno de los grupos tenía adscrito a un josefino como mensajero, por si necesitaba comunicar algún imprevisto. Una vez que cada grupo iniciara la retirada, el josefino debía reanudar su vida normal.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Historia de Mayta»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Historia de Mayta» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Historia de Mayta»

Обсуждение, отзывы о книге «Historia de Mayta» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x