– ¿Y qué me dices de Lanzadera?
Selwyn Onions no pudo contenerse y añadió un dato:
– Es tejedor, ¿no? ¿Sabías que «lanzadera» hace referencia al corazón de porcelana en el que se enrolla el hilo?
– ¿Estás diciendo que en realidad Shakespeare no quería aludir al trasero? -Benjamin se mostró incrédulo-. ¿No tiene nada que ver con las posaderas, con el punto en el que la espalda pierde su nombre? [2]
– Eso no tiene nada que ver.
– Selwyn, es absurdo. ¿Qué me dices del verso «Provocaré tormentas»? Nunca hubo un apunte más claro para tirarse un pedo.
Mary se acercó y comentó:
– Están todos muy serios.
– Señorita Lamb, hemos analizado nuestros papeles -le informó Benjamin, que sentía un poco de miedo hacia la hermana de Charles.
– Bueno, han de ser osados y briosos.
– Es exactamente lo que he explicado. Tienen que pasarlo de maravilla.
– Así me gusta, señor Milton. Caballeros, hoy ensayaremos la escena del muro. Tengan la amabilidad de ocupar sus sitios.
Selwyn Onions, que interpretaba al calderero Hocico, que a su vez hacía de Muro, permaneció de pie en el fondo del jardín, con los dedos de las manos totalmente separados.
– Recuerde que debemos ver a través de sus dedos -acotó Mary-. Tiene que abrirse una grieta. Charles se situará a su lado y el señor Drinkwater se pondrá del otro.
– Señorita Lamb, ¿se trata de una cita?
– Sí, es una cita. ¿No es lo que hacen los enamorados?
– Es un comentario sobre la obra propiamente dicha -anunció Alfred Jowett a quien estuviese dispuesto a escucharlo-. Se trata de una obra dentro de otra. ¿Qué es real y qué falso? Si nos referimos a una ilusión, ¿es la obra mayor más verdadera o ambas son, sin más, dramas?
Mary recordó un sueño reciente. Estaba en un huerto de hierbas aromáticas y disfrutaba de la dulce fragancia que despedían los arbustos cuando alguien se acercó y comentó: «Si se hiciera monja, la recibiríamos con los brazos abiertos».
Alfred Jowett seguía con su parloteo:
– Creo que Shakespeare sabía que sus obras eran fantasías y ficciones. No las confundió nunca con el mundo real.
– Señor Jowett, ¿considera que el bardo intentó comunicarnos algo?
– No, su propósito se limitó a entretenernos.
En los papeles de Píramo y Tisbe, Charles Lamb y Siegfried Drinkwater se situaron a sendos lados de Muro. Tisbe tomó la palabra con tono agudo:
¡Oh, muro! ¡Cuántas veces has oído mis lamentos
por tenerme separada de mi hermoso Píramo!
Mis labios de cereza han besado tus piedras a menudo,
tus piedras con cal y pelo entretejidas…
– En aquellos tiempos, «piedras» era la palabra con la que se referían a los testículos -susurró Tom a Benjamin.
– ¿De modo que Shakespeare está diciendo una obscenidad?
– Claro. Está diciendo «beso tus huevos».
Charles respondió a la entrada:
Veo una voz. Ahora voy a la abertura
a espiar para poder oír el rostro de mi Tisbe.
¡Tisbe!
¡Amor mío! Eres mi amor, presumo.
Mary dio un paso al frente.
– Señor Drinkwater, ¿no debería decir «¡Eres mi amor! Amor mío, presumo»? Tisbe reconocería la voz de su amado. Charles, como amante te muestras demasiado contenido. Un enamorado debe exhalar pasión.
– ¿Y cómo sabe ella eso? -preguntó Benjamin a Tom con tono bajísimo.
– ¿No te has enterado? Tiene un admirador.
– ¿Mary Lamb tiene un admirador?
– Sí, me lo contó Charles.
– Es francamente extraño.
– Y eso no es todo.
***
Reanudaron el tema pocas horas después cuando, terminados los ensayos, se reunieron en la Salutation and Cat. Charles y los demás estaban de pie junto a la barra; Tom y Benjamin se habían apiñado en un rincón y se reían al recordar los acontecimientos de la mañana.
– Si Mary Lamb tiene un pretendiente, el hombre tendrá que andarse con mucho cuidado -opinó Tom-. Esa mujer muerde. ¿Te fijaste en cómo riñó a Charles por hacer payasadas? Es muy severa.
– Sólo fue un juego.
– Yo no estaría tan seguro. En tanto Lanzadera, él se rió, pero en su condición de Charles, puso mala cara.
– ¿Cómo se llama?
– El admirador responde al nombre de William Ireland. Por lo que comentó Charles, es un librero del barrio. -Hizo un alto en el camino para llenar su jarra con la voluminosa botella de cerveza negra que tenía al lado-. Según parece, se trata de un gran amante de Shakespeare, y ha llevado a cabo varios descubrimientos que los estudiosos aplauden.
– Beso sus huevos.
– Lo que me gustaría saber es si ella también.
– Horribile dictu.
Apoyado en la barra, Charles escuchaba el disparatado diálogo que Siegfried y Selwyn sostenían sobre la Royal Academy cuando vio que William Ireland entraba en la taberna en compañía de un joven excéntricamente vestido con una chaqueta verde y sombrero de piel de castor del mismo tono.
Ireland reparó en el acto en la presencia de Charles y se acercó a la barra. El joven de verde permaneció a sus espaldas mientras saludaba a Lamb.
– Te presento a De Quincey. -El joven se quitó el sombrero y saludó-. De Quincey está de visita.
– Señor, ¿dónde se hospeda?
– Me alojo en Berners Street.
– Tengo un amigo en Berners Street -aseguró Charles-. Se llama John Hope. ¿Lo conoce?
– Señor, Londres es una ciudad muy grande y salvaje. No conozco a nadie de esa calle.
– Pues ahora nos conoce a nosotros. Aquí están Selwyn y Siegfried. -Palmeó las espaldas de sus amigos-. Y allí, en el rincón, se encuentran Rosencrantz y Guildenstern. ¿Cómo conoció a William?
– Asistí a su charla.
– ¿A su charla? ¿De qué charla habla?
– ¿Mary no le dijo nada?
– Que yo recuerde, no. -Charles había aprendido a ser cauteloso en todo lo referente a su hermana.
– La semana pasada ofrecí una charla sobre Shakespeare. De Quincey tuvo la amabilidad de asistir y al día siguiente me visitó.
– ¿Y se han hecho amigos con tanta rapidez? -Charles estaba pasmado porque Mary había asistido a la charla sin comunicarle que se celebraría-. Caballeros, ¿quieren sentarse conmigo? -Lamb se apartó de Selwyn y de Siegfried, que siguieron en la barra hablando del suicidio del pugilista Fred Jackson, y ocupó una mesa pegada a la pared del estrecho local-. Me habría gustado escuchar su charla.
– Le aseguro que no se ha perdido nada. Al fin y al cabo, no soy actor.
– ¿No?
– Es el don imprescindible…, el don imprescindible para hablar con seguridad y entusiasmo. Soy incapaz de hacerlo.
– William, usted posee esas virtudes.
– Es fácil tenerlas y harto difícil transmitirlas.
Charles no supo si mencionar el texto de Vortigern : tal vez Mary le había dejado la obra en secreto. William pareció adivinarle el pensamiento.
– ¿Cómo está Mary? La noté algo cansada durante la charla. Después de su caída…
– Se ha recuperado del todo. Está resplandeciente. -Charles seguía sin conocer la profundidad del afecto de William hacia su hermana-. Usted le ha proporcionado un nuevo interés.
– ¿Está seguro?
– Por supuesto, el interés por Shakespeare.
– Ya estaba medio enamorada de él.
– Mi hermana jamás se enamora a medias. Con ella no hay medias tintas, siempre la verá en los extremos.
– Lo comprendo. -Ireland se volvió hacia su acompañante-. No se quejará, De Quincey, está usted en buena compañía. Charles también es escritor.
De Quincey miró con renovado interés a Charles e inquirió:
– ¿Ha publicado algo?
– Sólo pequeñas cosas, nada más que artículos en Westminster Words .
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