Por la noche, sin hacer el más mínimo comentario, entregó la pieza a Charles. Con la esperanza de que su hermano llegara a sus propias conclusiones sobre la autoría, no le reveló la historia del hallazgo. Después de cenar, Charles se la llevó a su alcoba y no volvió a aparecer. Antes de retirarse a su aposento, Mary llamó con suavidad a la puerta de la habitación de su hermano.
– Pasa, querida. -Charles, sentado ante el escritorio, redactaba una carta-. ¿Es eso lo que quieres? -preguntó al tiempo que señalaba la carpeta con la obra, que había dejado sobre la cama.
– ¿Has terminado de leerla?
– Claro está. No es demasiado larga.
– ¿Cuál es tu impresión?
– ¿Te refieres a quién la escribió? Simplemente se trata de un título.
– ¿Te lo imaginas?
– Cuando se trata de estas cuestiones, prefiero no imaginar. Se parece mucho a Kyd, pero también podría tratarse de uno de los dramaturgos clásicos, con la salvedad de que no está en latín.
– ¿No se te ocurre nadie más?
– Querida, tu pregunta es demasiado amplia.
– Es de Shakespeare.
– Imposible.
– Charles, te lo aseguro.
– Es el texto menos shakespeariano que he leído en mi vida.
– ¿Cómo dices tamaño disparate? Para mí resulta evidente.
– ¿Por qué?
– Por la majestuosidad.
– La majestuosidad puede fingirse.
– Por la puntuación, la cadencia y la dicción. Por todo.
Charles tuvo la sensación de que su hermana se ponía nerviosa, así que intentó tranquilizarla.
– Mary, sólo es una obra de teatro.
– ¿Y nada más? ¡Es la vida de la mente! -La mujer se calmó y recobró la compostura-. ¿Recuerdas las palabras de Vortigern a su esposa? «Ahora se desliza la copa que no puedo apurar hasta que uno de los dos expire.» ¿No te parecen excelsas?
– Reconozco que lo son. -Charles abandonó el escritorio y abrazó a su hermana-. Querida Mary, se trata de uno de los descubrimientos del señor Ireland. Lo supe enseguida. Sin embargo, piensa un poco. ¿No es posible que esté equivocado?
– En un tema tan importante, no.
– ¿Estás del todo segura? ¿El propio Ireland tiene las mismas certezas?
– Charles, te muestras deliberadamente ciego. Cada verso es de Shakespeare. Mientras la leía lo sentí a mi lado.
– ¿Te refieres al bardo o a alguien más?
– Supongo que estás aludiendo a William.
– Después de todo, te gustaría estar cerca de él.
Charles se arrepintió de esas palabras en cuanto las pronunció. Su hermana se puso muy pálida.
– ¡Ese comentario es imperdonable! -Mary se apartó-. ¿Cómo te atreves a decir semejante disparate?
La mujer abandonó la alcoba.
***
Pocos días después de ese tenso diálogo entre hermanos, William Ireland estaba en pie ante el público del Mercers' Hall de Milk Street. La Sociedad Shakespeariana de la Ciudad lo había invitado a dar una charla sobre «Las fuentes de las tragedias de Shakespeare». Matthew Touchstone, presidente y fundador de dicha sociedad, había leído los dos artículos de Ireland en Westminster Words y quedó impresionado por su dominio del estilo isabelino. Por ejemplo, fue Ireland quien le comentó que «sombra» era sinónimo de «actor».
Al principio, William se mostró nervioso; le costó pronunciar sus primeras palabras y sacó un pañuelo para enjugarse la frente. Miró a Mary Lamb y sonrió; allí estaba junto a su padre, que asintió enérgicamente y, con profunda satisfacción, agitó las manos en el aire.
– Existen otras fuentes muy prometedoras -aseguró William-. El señor Malone, afamado erudito y editor… -Edmond Malone también formaba parte del público, ya que Samuel Ireland lo había invitado-. El señor Malone ha encontrado un documento crucial en la oficina de antiguas acusaciones de la corporación de Stratford. Se trata del informe de una investigación que el once de febrero de 1580 tuvo lugar en Stratford-upon-Avon. Es la fecha en la que suponemos que el bardo trabajó en el bufete de un abogado de Stratford. En efecto, como la mayoría de los mortales, de joven se vio obligado a ganarse la vida. -Esperaba ligeras risas, pero el público guardó silencio, si exceptuamos varias toses y algún que otro chirrido de botas-. El documento hace referencia a la defunción de una joven que responde al nombre de Katherine Hamnet o Hamlet. -Tal como esperaba, logró llamar la atención de su auditorio-. La mujer murió ahogada. -William se tomó su tiempo-. No estaba casada. Bajó hasta el río Avon, donde la encontraron con posterioridad. Según la familia, se dirigió al río a buscar un cubo de agua. La investigación arribó a las siguientes conclusiones. -Dirigió una rápida mirada a Mary, que tenía la cabeza inclinada. Edmond Malone se encontraba en la fila de atrás y sonreía de oreja a oreja-. El oficial de justicia lo expresó con los siguientes términos: «De pie en la orilla del mentado río, la susodicha Katherine tropezó súbita y accidentalmente y cayó en dicho río, en cuyas aguas se ahogó; su muerte no se produjo de otra forma o manera». -William dejó a un lado el papel del cual había leído-. Se trata de una explicación muy clara que, como es evidente, se anticipa a la acusación de suicidio. Si Katherine se hubiera quitado la vida, no habrían enterrado su cuerpo en campo santo y lo habrían trasladado a terreno no consagrado. -Samuel Ireland cuchicheó con Edmond Malone-. Con probabilidad corrieron comentarios acerca de aquel suicidio en la pequeña población y esas habladurías llegaron a oídos del joven Shakespeare, que trabajaba en el despacho del abogado. Damas y caballeros, aquí acaba la historia. Una joven flota en el río y se apellida Hamlet. ¿Es posible que sea el origen de Ofelia? -William ya no sentía la turbación y la ansiedad que había experimentado al inicio de la charla-. Cabe, pues, la posibilidad de que Katherine flotara por el Avon rumbo a la inmortalidad.
Muchos asistentes conocían la muerte prematura; dadas las condiciones imperantes en Londres, no se trataba de algo inesperado. En Londres también eran habituales los suicidios en el río. El público lo escuchó en silencio y hubo quienes evocaron imágenes de algún niño perdido o de parientes ahogados.
***
Entre los presentes en la sala se hallaba el joven Thomas de Quincey, que un año antes se había trasladado de Manchester a Londres. Thomas se acordó de Anne. Sólo sabía de ella como Anne. Cuando llegó a la ciudad, De Quincey no conocía a nadie; puesto que disponía de pocos medios, recabó la ayuda de un pariente lejano, un primo segundo o tercero. Ese familiar era dueño de varias propiedades en la ciudad, entre ellas una casa abandonada y en mal estado de Berners Street; entregó las llaves a De Quincey y le dijo que podría vivir allí hasta que encontrase alojamiento. Thomas aceptó de buena gana y de inmediato se dirigió a Berners Street. Con sus escasas pertenencias se instaló en la planta baja, donde una pequeña alfombra y una vieja funda de sofá le servirían de cama. Le quedaba media guinea para comestibles y estaba convencido de que esa cantidad le alcanzaría hasta que encontrase trabajo como calígrafo o recadero. La primera noche que pasó en la casa descubrió que tenía compañía. Se trataba de una muchacha de no más de doce o trece años, que había entrado allí para cobijarse de las inclemencias del tiempo. «El viento y la lluvia no me gustan. En las calles son muy duros de sobrellevar», había explicado. Thomas le preguntó cómo había encontrado la casa, pero la joven malinterpretó la pregunta, ya que respondió: «Las ratas no me molestan, pero los fantasmas sí».
La muchacha explicó cómo había llegado a esa situación. Se trataba de la habitual historia londinense de carencias, abandono y dificultades, que la habían llevado a parecer mayor de lo que realmente era. Se hicieron amigos o, mejor dicho, aliados contra el frío y la oscuridad. Solían deambular juntos. Recorrían Berners Street hasta Oxford Street y se detenían en la esquina de la joyería antes de cruzar; pasaban junto al fabricante de carros de Wardour Street y giraban por Dean Street. Una vez allí, siempre hacían un alto ante la pastelería. De Quincey apenas tenía dinero para lo imprescindible y ambos se dedicaban a mirar el escaparate de bordes dorados en el que se exponían a la venta diversos pasteles, pastelillos y buñuelos.
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