En cualquier caso, ¿podía considerarse él un escritor? En modo alguno era un autor profesional, ya que su cargo en la East India House lo imposibilitaba para ello. Además, carecía de los arrestos necesarios para hacer frente a las dificultades y las decepciones de la vida literaria. Comparó su situación con la de William Ireland, que había encontrado un gran filón gracias a su descubrimiento de los papeles shakespearianos. Incluso cabía la posibilidad de que Ireland escribiese un libro.
***
– ¿Quieres continuar? -preguntó Mary.
– Querida, no te entiendo.
– ¿Quieres continuar en el jardín o hemos terminado el ensayo?
– Eso parece. Yo diría que hemos terminado. -Charles se dejó llevar por el tono implícito en las palabras de su hermana, que parecía deseosa de estar a solas.
– Tenemos que volver a reunimos todos una noche de esta semana. -Apartó su mano del brazo de Charles y se dirigió a la puerta-. Pídeles que preparen la próxima escena.
***
La mañana del miércoles siguiente, Mary Lamb y William Ireland bajaban los escalones de Bridewell Wharf rumbo al río. Había llovido y la madera estaba gastada por el uso constante, por lo que William la tomó del brazo y la sostuvo hasta llegar a la orilla. Mary se disculpó por su lentitud.
– Lo siento. Me temo que mi actitud no es muy elegante.
– Mary, tampoco deja de serlo. La necesidad tiene su propia elegancia.
– A veces dice cosas de lo más sorprendentes.
– ¿En serio? -William se mostró en verdad halagado-. Vaya, allí están.
En el muelle se veían tres o cuatro barqueros junto a las embarcaciones amarradas. Cuando William pidió que los cruzaran, los barqueros los remitieron a un tal Giggs, que había llegado primero, si bien no parecía muy dispuesto a interrumpir su alegre charla. En su gorra de lana el hombre lucía la insignia dorada de su oficio y, con un gesto típico, la abrillantó con la manga.
– Le costará seis peniques.
– Me habían dicho que valía tres.
– Es por la lluvia. Hace mucho daño a la barca.
– Podríamos haber cruzado por el puente -le comentó a Mary con tono bajo mientras se acercaban al amarradero.
– William, por el puente es muy aburrido. Esto es emocionante, es de verdad.
Subieron a la modesta embarcación. William cogió a Mary de la mano y la condujo hasta la banqueta de madera de la popa. Al grito ritual de «¡Todo bien!», Giggs soltó amarras y empujó el bote de remos.
– ¿Nos llevará hasta Paris Stairs? -preguntó William a gritos.
– Allá voy.
Mary nunca había atravesado el Támesis en barca y perdió el sentido de las proporciones en ese entorno desconocido.
– En el agua me siento muy pequeña -reconoció.
– No es por el tamaño, sino por el pasado que entraña.
En el centro del río el viento pareció soplar con más fuerza.
– William, pero eso no explica esta clase de aire, tan fresco y vivificante.
– Es el mismo recorrido que él hacía. Cuando vivía en Shoreditch, cruzaba desde esta orilla al Globe en una embarcación como ésta. Nada ha cambiado.
Se cruzaron con un balandro, que se dirigía río abajo con un cargamento de cenizas, y las aguas turbulentas rompieron en sus proas. Mary pareció disfrutar de la sensación de verse sacudida en medio del río.
– Huelo a mar -aseguró la muchacha-. ¡Ojalá pudiésemos dar la vuelta y navegar hacia el mar!
Aunque Giggs no entendió lo que decía la joven, al ver su expresión de contento y entusiasmo comenzó a entonar una de las canciones marineras que conocía desde su más tierna infancia:
Desde el sur mi amada llegó,
de la costa de Berbería,
donde con valerosos galanes de guerra se topó
de uno en uno, de dos en dos y de tres en tres.
También entonó el estribillo, que aludía al arriado de una vela e incluía juegos de palabras subidos de tono, con vocablos como «corte», «raja» y «agujero». William lo miró consternado y no se atrevió a regañarlo, mientras Mary parecía a punto de desternillarse de risa; se regodeó con la canción y hundió la mano en el agua.
– ¡Hemos llegado a Paris Stairs! -anunció Giggs antes de que tocaran la orilla. Los pasajeros disfrutaron del poderoso aroma de la brea de calafateo, que se mezclaba con el de las cazuelas de pescado y la madera en descomposición. Para Mary supuso un extraordinario instante de descubrimiento. Al aproximarse a la orilla sur contempló toda la vida fluvial que se desparramaba por las callejas estrechas extendidas tras los cobertizos y las barracas que bordeaban el Támesis. Arribaron al amarradero de Paris Stairs y, sin dirigirse a nadie en concreto, el barquero gritó-: ¡Atención, atención, atención!
Giggs lanzó la amarra hacia el noray de hierro y acercó el bote al pequeño embarcadero de madera, al que Mary saltó con impaciencia. Cuando William pagó los seis peniques del trayecto, la muchacha ya se había adentrado por una callejuela empedrada en la que el barro discurría con plena libertad.
– El foso de los osos estaba allí -explicó William-. La audiencia del Globe los oía a la perfección. Lo llamaban «el canto del oso».
– Aquí sigue habiendo mucho ruido.
– Los habitantes del río tienen fama de ser ruidosos. El ruido discurre por sus venas.
– Yo diría que es el agua la que fluye por sus venas.
– Es probable.
Caminaron hacia Star Shoe Alley y William percibió el excelente estado de ánimo de Mary.
– Más que a agua huelo a lúpulo -reconoció la muchacha.
El viento del sudeste arrastraba hasta ellos el aroma embriagador de la destilería Anchor.
– Mary, el sur abunda en olores y también ha sido un lugar de placeres. ¿Acaso existe mayor placer que el que proporciona la cerveza?
– Me temo que Charles estaría de acuerdo con usted.
– ¿Lo teme? No hay nada que temer. -De repente, Mary se dio cuenta de que a William le costaba contener su entusiasmo-. Tengo algo que decirle -añadió el joven.
– ¿De qué se trata?
– De momento no debe contárselo a nadie. -William vaciló unos segundos-. La he encontrado. He encontrado una obra perdida. Hace mucho tiempo que se la dio por perdida y ahora la he encontrado.
– Creo que comprendo lo que está diciendo…
– Entre los papeles encontré una obra de Shakespeare, un texto entero, completo. -Atravesaron Star Shoe Alley y se cruzaron con dos mujeres reclinadas en un portal con los postigos rojos. William no les hizo el menor caso y Mary las observó sorprendida-. Se titula Vortigern .
– ¿No es el nombre de un rey?
– Es un monarca de la antigua Britania. Mary, ¿no se ha dado cuenta de lo que estoy diciendo? Se trata de una obra desconocida de Shakespeare, de la primera en dos siglos. Es un gran acontecimiento, algo trascendental.
De modo inesperado, Mary se detuvo en medio de la calle.
– Todavía no lo asimilo. Discúlpeme, pero no soy capaz de considerarlo en toda su magnitud.
– No es inferior a El rey Lear ni a Macbeth . -William se paró junto a ella-. Al menos eso creo. Venga, estamos llamando la atención.
Varios niños andrajosos y descalzos se aproximaron a ellos con las manos extendidas.
Mary y William se dirigieron a George Terrace, una hilera de casitas en avanzado estado de deterioro. En lugar de ventanas había tablones clavados y el olor a aguas residuales invadía la atmósfera.
– Mary, quiero que sea la primera en verla, antes que nadie. Ni siquiera mi padre conoce su existencia.
– William, me asustaría tocarla por temor a que…
– ¿Por temor a que se le deshaga en las manos? De eso no tiene por qué preocuparse. He realizado una transcripción.
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