Array Array - Atlas de geografía humana
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Atlas de geografía humana» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на русском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Atlas de geografía humana
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Atlas de geografía humana: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Atlas de geografía humana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Atlas de geografía humana — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Atlas de geografía humana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
—Estupendo. Seguro que él no se merecía otra cosa
—¿Y tu solidaridad?
—Estoy dispuesto a ser absolutamente solidario contigo, ya te lo he dicho.
—Muy bien. Pero antes necesito una copa.
—Ponme a mí otra, anda…
Mientras dejaba caer los cubos de hielo entre las paredes de dos vasos de cristal con una parsimonia que traicionaba gráficamente mi in–certidumbre, intenté en vano anticipar los efectos que mi historia con Félix podría llegar a producir en el delicado y fragilísimo embrión de algo, una cosa de rango todavía indeterminado, que parecía haber brotado a lo largo de mi conversación con Javier Álvarez. Pero si al final decidí contárselo todo con pelos y señales no fue porque sospechara que era fácil que se quedara colgado de la enloquecida adolescente que fui una vez, y difícil que
pudiera ver en mí, tantos años después, una fiel prolongación de aquella caprichosa aventurera que cayó de cabeza en su propia trampa. Sí se lo conté fue porque de repente me dije que, a lo mejor, todo aquello había sucedido solamente para que yo pudiera contárselo a Javier, aquella noche.
Cuando se marchó por fin, al tercer intento, eran las doce y media de la mañana.
Yo le acompañé desnuda hasta la puerta, me escondí detrás de la hoja, y le besé en la boca. Ninguno de los dos dijo adiós, ni siquiera hasta luego. Después, cuando deduje por el ruido del motor que el ascensor había comenzado a descender, me pregunté qué podía hacer yo. Levanté los ojos hacia el Retrato de Ana como diosa de la fecundidad que tenía delante y pensé en descolgarlo en aquel mismo instante, pero no me sentía con fuerzas ni siquiera para eso. Mis párpados cayeron suavemente sobre mis ojos y sólo entonces me di cuenta de que estaba sonriendo, y mi sonrisa parecía despegarse de mis labios, dibujarse en el aire, multiplicarse entre las esquinas de aquella habitación, entre las esquinas de mi cuerpo y de mi alma, como la feroz sonrisa del gato de Chesire. Pero tú no te llamas Alicia, me advertí, e intenté ponerme seria.
—No estás enamorada, Ana —me dije en voz alta a mí misma—. No te has enamorado, no lo creas porque no es verdad, no puede ser verdad, no es posible…
Ha estado bien, seguí negociando en silencio con mi propio deseo, bueno, vale, ha estado muy bien, un tío cojonudo, unos polvos estupendos, una noche de amor… No, de amor no. Bueno, de amor, pero ¿y qué? Está casado, tiene un montón de alumnas más jóvenes que tú para ligar con ellas, y no lo vas a volver a ver, así que…
—¡Oh, Dios mío! —mis labios rompieron de nuevo el silencio cuando comprobé que toda mi inteligencia, toda mi sensatez, todo el peso de la experiencia acumulada en treinta y seis años de vida, no lograban acortar la amplitud de mi sonrisa ni en una miserable milésima—. ¡Dios mío! —y no encontré nada mejor que decir—. ¡Dios mío!
Entonces comprendí que mi estado era muy parecido a la convalecencia de una enfermedad imprevista y fulminante, y volví a la cama, me tendí en el lado en el que había dormido él, acerqué el cenicero a la esquina de la mesilla, y me fumé el pitillo más espléndido de toda mi larga trayectoria de fumadora. Me había enamorado de Javier Álvarez, y aunque me empeñara en vivir negándolo desde aquel mismo momento hasta el instante previo al de mi muerte, la verdad es que estaba muy contenta de haberme precipitado de golpe en el abismo sin fin donde se pierden los únicos seres humanos que han llegado alguna vez a estar vivos.
Lo intuía ya cuando serví la segunda copa, mi relato avanzando muy despacio entre las continuas interrupciones que forzaban sus preguntas —¿en el muslo?, ¡no me digas!, pero ¿dónde exactamente?—, sus minuciosas puntualizaciones de alumno aplicado —un momento, un momento…, eso no lo he entendido, yo creo que a través de las medias no se puede leer nada—, sus sutiles matizaciones de profesor en ejercicio —pero tú no debías de ser nada aniñada, ¿verdad?, claro que tiene que ver, porque en un grupo de COU el aniñamiento es la norma, todo lo contrario que en la universidad—, entonces lo intuí, casi lo supe, porque no había conocido a nadie como él, y esa insólita mezcla de curiosidad y conocimiento, de serenidad y agitación, de jocosidad y reflexión, que le convertía en un hombre muy joven y muy maduro al mismo tiempo, me gustaba mucho más que cualquier otra posible combinación de aquellos ingredientes. Y no sé cuánto aprendió él de mí mientras me escuchaba con una sonrisa indescifrable, que parecía irónica a veces, y a veces incrédula, pero siempre complacida, mientras me miraba con la contenida avidez de un entomólogo que estudia minuciosamente la mariposa que dentro de un instante va a clavar sin piedad en un cartón, pero yo, que estaba al acecho de la menor de sus reacciones, descubrí también algunas de sus cartas, porque me di cuenta de que no era absolutamente nada tímido, por más que se esforzara en cultivar la apariencia de lo contrario, justo al revés de lo que hace todo el mundo, e incluso llegué a sospechar que su agudísima curiosidad, ese interés pretendidamente ingenuo con el que me pedía detalles cada vez más difíciles de confesar en voz alta, era sobre todo una estrategia
que buscaba alargar la historia, fomentar mi excitación, y también la suya, conducir la situación hasta un punto para el que sólo existía una salida posible, a Ja que llegamos, sin embargo, de una manera imprevista.
Antes me equivoqué al menos media docena de veces, porque no se abalanzó sobre mí cuando le conté de qué manera había devuelto Félix mi falda a su lugar en pleno examen de historia —grave error, opinó, yo te hubiera dejado las piernas destapadas—, ni cuando le expliqué cómo había dejado testimonio escrito de mi gratitud sobre mis muslos —¡pero eras el mismísimo demonio!, dijo solamente—, ni cuando recordé el anónimo taconeo que puso fin a nuestro primer beso en la misma aula donde dábamos clase —me habría encantado ser yo, comentó—, ni cuando le tocó el turno a la conferencia sobre el simultaneísmo —¿hace mucho calor?, me preguntó justo entonces, riendo, y yo le dije que no lo tenía, y él me replicó, no, lo decía porque estoy empezando a sudar mucho—, ni cuando le confesé con qué clase de ceremonia había decidido conmemorar la muerte del tío Arsenio —porque fuiste a su casa a follar, claro, afirmó, y yo lo negué, no exactamente, y él volvió a afirmarlo, ¡anda que no!—, y ni siquiera cuando terminé, trazando sin ganas un boceto apresurado y muy resumido de las miserias de mi vida conyugal.
—Bueno —dije entonces, todas mis expectativas intactas pese a su control, o su cautela, o su pereza, porque sus ojos quemaban, y por eso no podían mentir—. Ya está. ¿Qué, te ha gustado?
—¿No hay más? —preguntó, haciéndose el desconcertado.
—Pues… no. Quiero decir, divertido no. Si te apetece, te puedo contar mi divorcio.
—No, gracias. En mis circunstancias, un empujón podría ser peligroso —no quise acusar recibo directamente de aquel comentario para no volverme loca demasiado pronto, y él aprovechó la pausa para insistir—. Pero a ti, desde los veinticuatro años hasta ahora, te habrán pasado un montón de cosas…
—No creas —le contesté, preguntándome por dentro si sería posible que efectivamente él estuviera indagando en esa dirección para averiguar si en aquel momento concreto yo estaba sola o no, y resignándome justo después a haberme vuelto loca demasiado pronto—. Nada divertido. A veces pienso que quemé de golpe a los diecisiete años todos los cartuchos que me iban a tocar en esta vida.
—No, eso es imposible… —y me miró, una mirada tan honda que me atravesó, para clavarse en algún punto situado detrás de mi nuca—. Estoy seguro de que te quedan un montón.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Atlas de geografía humana»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Atlas de geografía humana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Atlas de geografía humana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.