Array Array - Atlas de geografía humana
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Atlas de geografía humana» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на русском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Atlas de geografía humana
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Atlas de geografía humana: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Atlas de geografía humana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Atlas de geografía humana — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Atlas de geografía humana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
otra cosa.
Él no dijo nada al principio. Me acarició la cara con los dedos y todavía estuvo callado un poco más. Luego, se desperezó bruscamente, e improvisó un tono prosaico, con cierta punta de experta ironía que no acabó de salirle bien del todo.
—Claro, por eso has dicho antes lo de San Sebastián… —yo no quise añadir nada, y él soltó una risita—. ¡Qué atrocidad! Es brutal, ¿no? Y en el fondo igual de… anormal, igual de perverso, que los efectos de la educación católica más reaccionaria, no sé… ¡Lenin convertido en un sex–symbol. Nunca había escuchado nada parecido…
—Sí —asentí al fin, decepcionada a medias por su reacción, y a medias sostenida por la sospecha de que no era sincera—. Es difícil de explicar, pero yo creo que, en realidad, ha sido la única experiencia religiosa de mi vida. Si hubieras sido un cura, me habría convertido a tu fe, si hubieras sido un guerrillero, habría cogido un fusil, si hubieras sido una mujer, habría aceptado que soy homosexual, si hubieras sido un extraterrestre, te habría seguido hasta tu planeta… Como eras tú —abrí por fin los ojos, y le miré—, me enamoré de ti.
Sostuvo mi mirada con firmeza y los labios entreabiertos, y los dos guardamos silencio mientras una extraña codicia guiaba su mano izquierda a través de mi cuerpo, sus dedos ejerciendo una presión tan distinta de la levedad de las caricias como de la violencia que al principio prometían. Yo ya era sólo emoción, no podía sentir ninguna otra cosa, excepto que mi carne se evaporaba al contacto con su piel, y su calor derretía lentamente mis huesos, mi cerebro consumiéndose en un fuego sin llama, un incendio tenaz, ahogado en las cenizas de mi propia memoria. Apenas sabía algo más, salvo que yo ya no era yo, y que nunca podría sentir ninguna otra cosa porque acababa de elegir aquella muerte, deshacerme para siempre en él, disolverme poco a poco hasta gastarme del todo a favor de su cuerpo, pero entonces fue Martín quien halló refugio en la curva de mi cuello, y desde allí emitió una sola sílaba, ni siquiera una palabra, un sonido apenas articulado y sin embargo infinitamente potente, ¡oh!, apenas dijo eso, nada más que ¡oh!, y el eco de su voz resonó en un rincón de mi conciencia que yo no había visitado todavía para obligarme desde allí a seguir viviendo. En ese instante, su sexo empezó a crecer contra mi vientre, y las lágrimas asomaron a mis ojos aunque mis labios sonrieran solos, de puro placer, porque me di cuenta de que aún podía sentir mucho más, y más intensamente, y afronté un escalofrío helado, el terrorífico riesgo de aquel descubrimiento, mientras sus labios repetían en mi oído aquella misteriosa contraseña que justificaba de golpe toda mi existencia, ¡oh!, dijeron otra vez, solamente ¡oh!, pero fue bastante, porque su aliento ardía, y ardió su cuerpo cuando cubrió completamente el mío, y por fin, víctima yo también de su prisa, y de su codicia, le busqué con las caderas y atenacé su cintura con garfios desesperados, mis piernas firmes y rapaces como garras, para arder con él, y sucumbí con una energía desconocida al destino que me arrasaba por dentro.
Mantuve los ojos abiertos para mirar los suyos, fijos y enturbiados por un velo líquido, y disfruté, uno por uno, de todos sus gestos, pero mientras aún tenía conciencia, en esa zona de compromiso donde la lucidez, como las bombillas moribundas, reluce más intensamente que nunca cuando está a punto de extinguirse, asumí lo que me estaba jugando en aquella breve aventura italiana y tuve miedo, y por eso, aunque Martín jamás llegaría a saberlo, quise atarlo a mi vida para siempre, en silencio, una fórmula infantil revistiendo la certeza de que nada volvería a ser como antes, porque tú me has elegido, prometí con los labios sellados, serás desde ahora mi único padre, y porque tú me has deseado, serás desde ahora mi única madre… Mis párpados no pudieron retener las lágrimas por más tiempo a pesar de que las palabras seguían acudiendo a mi lengua muda por su propia misteriosa voluntad, y tú serás mis hermanos, mis hermanas, añadí mientras sus acometidas se hacían más intensas, más sinceras, más feroces, y serás mi familia, y serás mi casa, y serás mi patria, y serás mi dios… Sólo entonces cerré los ojos.
Después, cuando mi cintura logró recuperar la memoria de su lugar y mis piernas volvieron a aprender que eran capaces de moverse solas, apuré el último resto de ingravidez, esa invisible dosis de desapego disuelta en el placer que desterró el centro de mi cuerpo, apenas un gran hueco desde el
techo del estómago hasta el borde de las rodillas, a una fugaz provincia de la inexistencia, como si la plenitud que acababa de conocer acarreara inevitablemente su sucesiva anulación, o como si la naturaleza animal de mi piel, más presente que nunca poco antes, debiera desvanecerse ahora hasta en su raíz más remota para que yo lograra recobrarla más tarde. Martín aceleró bruscamente el final del proceso. Su voz no era más gruesa que un hilo, pero aquella frase sólo tenía sentido en los dominios de la realidad, donde el tiempo es siempre uno, y exacto.
—Nunca había hecho llorar a una mujer en la cama.
Abrí de nuevo los ojos presintiendo una sonrisa radiante, un ridículo gesto de triunfo, un acceso de satisfacción casi juvenil bailando en las comisuras de sus labios entreabiertos, pero encontré un rostro serio, asustado, casi exhausto, la boca apretada y los ojos muy hondos. Me abracé a él con todas mis fuerzas. Se había hecho de día, y creí que iba a romperme por dentro.
—Al final, se casó con él, supongo…
Las irrupciones de la analista ya no me sobresaltaban tanto como al principio. Asentí mecánicamente con la cabeza mientras miraba el reloj para medir mi última ausencia. Demasiado larga, me dije, aunque perder el tiempo en aquel despacho había dejado de pesarme de repente.
—Sí, o él se casó conmigo, como usted prefiera… —aunque ni siquiera me apetecía fumar, tanto tabaco quemaba en cada una de aquellas visitas, encendí un pitillo de más antes de emprender mi último monólogo de la tarde—. Y han pasado quince años, ¿sabe?, pero he empezado a creérmelo del todo hace muy poco tiempo… Lo que quiero decir es que, al principio, desconfiaba de mi propia suerte. Me acostaba con Martín todas las noches y me lo encontraba en la cama todas las mañanas, claro, él era mi marido, vivíamos juntos, y sin embargo, no sé, a lo mejor usted no me entiende, pero es que no sé explicarlo de otro modo, la verdad es que no me lo podía creer, simplemente. Me sentía como si en lugar de existir a ras del suelo, flotara dentro de una inmensa burbuja que pudiera estallar de un momento a otro sólo con rozar cualquier objeto afilado, una reja, la aguja de un campanario, o un simple alfiler en la mano de un niño. Quizás ése sea el precio que hay que pagar por enamorarse de un dios y acabar casándose con él, o quizás… —me detuve un instante para escoger bien las palabras—. Yo a mi marido le gusto mucho, ¿sabe…? Sexualmente, quiero decir. Eso tampoco lo entiendo muy bien pero es verdad, y lo sé desde el primer momento, desde la primera noche que dormimos juntos. Antes incluso de contarle que llevaba años enamorada de él, me di cuenta. No debe de ser una cuestión estética, que me encuentre más guapa o más fea, ya sabe, sino algo más extraño, más… profundo, aunque parezca una cursilada decirlo así. Tal vez es mi olor, mis hormonas, que atraen a las suyas, o algún otro fenómeno por el estilo. Eso supongo, porque desde luego no creo ser una amante técnicamente perfecta. Más bien al revés, por lo menos desde fuera, porque soy lo menos parecido a una mujer fatal que pueda concebirse, ya me ve, aunque Martín dice siempre que los amantes universalmente irresistibles ni existen ahora ni han existido jamás, y yo creo que tiene razón. Una noche de borrachera mutua, muy al principio de todo, me confesó que había algo muy particular en mi aspecto, una especie de señal que él nunca había detectado antes, en ninguna otra mujer… Él siempre me ha considerado muy inteligente y, bueno…, empezó por ahí. Es como si tuvieras alguna piel de más. me dijo, niveles que le faltan a la mayoría de la gente. Al principio no le entendí, y me describió mi propia imagen, la idea de mí que conservaba de las primeras veces que nos vimos, una chica muy lista, muy segura de sí misma y hasta un poco altiva, la sumamente previsible hija de su padre, acostumbrada a mandar y a viajar por Europa, lo típico… Y sin embargo, él presentía algo distinto, por eso se alegró tanto de encontrarme en Italia. Ahora ya sé lo que es. me anunció aquella noche, un par de meses después de que hubiéramos vuelto juntos a Madrid. Tienes miedo, Fran, eso me dijo, siempre tienes miedo, de la gente, de las cosas, y ahora, de mí… Eso dijo, y tenía razón. Acababa de descubrir mi punto débil, esa odiosa docilidad innata en mi carácter, la tendencia natural a caerme a cada paso que me obliga a caminar mirando al suelo, a medir las consecuencias de la más leve huella de mis pies. Todo eso
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Atlas de geografía humana»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Atlas de geografía humana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Atlas de geografía humana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.