Array Array - Atlas de geografía humana
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Atlas de geografía humana» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на русском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Atlas de geografía humana
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Atlas de geografía humana: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Atlas de geografía humana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Atlas de geografía humana — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Atlas de geografía humana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
—Hola —la voz de Javier actuó como la única llave capaz de liberar mi cuerpo de las imaginarias cadenas que lo apresaban—. ¿Cómo tienes la tarde? Es que he pensado que podríamos quedar en alguna terraza, a tomar una horchata o algo… —me eché a reír instantáneamente y él protestó—. ¿De qué te ríes?
—De lo de la horchata…
—¿Por qué? —y adoptó un tono profesoral que evidentemente dominaba—. Es de chufa, muy rica y refrescante, tiene muchas vitaminas… —la risa me impidió continuar y él siguió por los dos— . Bueno, a las siete y media, ¿qué me dices?
Cuando colgué, riéndome como sólo se ríen los niños pequeños y los amantes desesperados, le dije a Amanda que era Javier, y que iba a salir a tomar un café aunque volvería, como muy tarde, a las ocho y media, con tiempo de sobra para desplegar sobre la mesa su cena favorita y llevarla luego al cine, a ver una película española que no había llegado a estrenarse en París y le apetecía mucho, tal y como habíamos quedado por la mañana, y ella me contestó que le parecía muy bien. No tardé ni un minuto en arreglarme, cogí el bolso, y salí a la calle como si hubiera vivido años enteros en un calabozo, soñando solamente con pisar una acera. Respiré el aire sofocante y recalentado de la tarde de junio con el mismo placer, el mismo minucioso detenimiento, que habría empleado para paladear el plato más delicioso, y advertí que, más allá de mis buenas, y de mis malas intenciones, esa especie de angustia grumosa, espesa y sucia, que había digerido con el desayuno como una secreta infección, se había disuelto sin esfuerzo en un regocijante hormigueo, muy parecido al que me explotaba por dentro de pequeña, al estrenar las vacaciones de verano.
Llegué al Comercial a las siete y veinte, pero él ya me estaba esperando en una mesa situada
justo enfrente de la boca del metro, una elección que me pareció muy rara, de puro expuesta, para un amante adúltero hasta en una ciudad de cuatro millones de habitantes. Tal vez por eso no me atreví a acercar mucho mi silla a la suya, pero él salvó audazmente esa distancia al responder a mi saludo con un beso largo, larguísimo y profundo, que quizás llegó a durar minutos enteros, o quizás no, pero fue suficiente de todas formas para producir un efecto paradójico y seguramente deliberado, evocando con precisión una fiebre por cuya injustísima ausencia pretendía recompensarme. La llegada del camarero, que tuvo que carraspear un par de veces para conquistar nuestra atención, puso fin a aquel aparatoso premio de bienvenida, pero después de que él pidiera un whisky con hielo y yo, desde luego en su honor, una horchata, volvimos a besarnos. Cuando por fin pude levantar la cabeza vi, en la mesa de al lado, a tres adolescentes, dos chicos y una chica de la edad de Amanda más o menos, que se estaban retorciendo de risa, y comprendí que les parecíamos demasiado mayores para exhibir en público una pasión tan exasperada. Javier, que descubrió la dirección de mi mirada y la siguió hasta tropezarse con ellos, debió de interpretar su alborozo igual que yo, porque se irguió en el asiento, me cogió de la mano, y sonrió.
—Es horroroso, ¿verdad? —y su sonrisa se precipitó en un brote de risa auténtica—. Estar aquí, haciendo manitas…
Las carcajadas me impidieron contestarle, y me limité a mover la cabeza para darle la razón, un gesto que se estrelló contra sus propias carcajadas, cada vez más espesas, más ruidosas, nos reíamos con ganas de nuestras miserias, de nosotros mismos, de nuestra edad y de nuestra forma de besarnos, y era una risa limpia, desprovista de sarcasmo, de vergüenza y de sentido del ridículo, y yo descubrí que me alimentaba extrañamente, aquella risa, que me daba fuerza, y valor, pero no decidí inclinar la frente hacia delante, fueron mis labios quienes decidieron besar la mano que apretaba mi mano, yo sólo me di cuenta de que en aquel brevísimo trayecto había dejado de reírme, y él tampoco se reía y a cuando sentí su cara pegada a mi cabeza, sus labios besándome en el pelo, igual que besaba yo a mi hija cuando era pequeña, como si dos personas adultas pudieran naufragar a media tarde en la mesa de un café.
Pero, a veces, las cosas cambian.
Parece imposible, es increíble, pero a veces, pasa.
—El otro día se me ocurrió una cosa… Verás, lo he visto muchas veces en las películas de espías, tú has tenido que verlo también, seguro, se trata de establecer una serie de citas fijas, todos los días, elegir dos o tres horas especialmente… bueno, cómodas, lo he estado pensando, claro que a ti te gusta mucho ir a la playa, ¿no? —asentí con la cabeza para inspirar una mueca de desaliento que amargó casi instantáneamente las comisuras de sus labios—. Eso complica un poco las cosas, porque si estuvieras en casa a la una, por ejemplo… Adelaida suele marcharse con los niños a las once y media, como mucho, y yo muchos días ni siquiera voy a buscarles, pero… En fin, podríamos quedar a las doce y media… ¿Eso sería muy duro para ti? —volví a mover la cabeza, esta vez para negar, sonriendo, porque no tenía ni idea de qué me estaba contando, pero ninguna cosa que me pidiera sería nunca demasiado dura para mí—. Bueno, entonces a las doce y media. Pero como tengo que contar a la fuerza con el clima del Cantábrico, y seguro que se tirará la mitad del tiempo lloviendo, pues un montón de días me tocará salir de excursión con el perrito, que mira que se lo he dicho un millón de veces a la tonta esa, tanto comprarse bañadores y decir que está deseando ponerse morena y nos tenemos que ir a veranear al único sitio de la puta península donde no hace sol en agosto, joder… Total, que tendríamos que fijar dos horas más. Yo creo que las cuatro y media de la tarde estaría bien, porque en verano siempre se come más tarde, pero no tanto como para que a esa hora todo el mundo no se haya ido ya a dormir, y tampoco es tan tarde como para que tú te quedes sin siesta, con lo dormilona que eres. Y si la cita de las cuatro y media falla, podríamos quedar tres horas después, un poco antes de que salgas de paseo, porque me imagino que saldrás de paseo, a tomar algo y eso, ¿no? —volví a asentir—, que es una buena hora para mí porque siempre me quedo en casa por las tardes, estudiando… Ya sé que es un coñazo, pero es que en la casa que Adelaida tiene alquilada no hay teléfono y… No me gustaría estar un mes entero sin hablar contigo.
Entendí por fin el sentido de aquel discurso y apreté con tuerza la lengua contra el paladar para impedir que el corazón se escapara de mi cuerpo por la boca, y le miré, para comprobar que aquella fluida confesión de dependencia no había alterado su expresión en lo más mínimo. Parecía tan tranquilo y risueño como antes de emprenderla, una calma tan asombrosa al menos como la naturalidad que había sido capaz de desplegar para hablar de un tema tan fronterizo con las palabras prohibidas, porque a mí, en cambio, me temblaban hasta las uñas cuando me atreví por fin a aprobar su plan.
—Creo que yo no lo resistiría…
El 1 de agosto ya había comenzado, y avanzaba a buen ritmo mientras nosotros seguíamos despiertos, en mi cama, apurando el largo fin de semana de libertad incondicional que nos había regalado, al expirar, el mes de julio más complicado y más intenso que he vivido en mi vida. Aquel lunes, que ya se había convertido en martes, no había tenido que ir a trabajar, pero eso no lo sabían ni mis padres ni Amanda, que se habían marchado el viernes anterior a Fuengirola, compadeciéndose amargamente de mi mala suerte y poniendo a parir los estrictos criterios laborales de la editorial, la única empresa de España que obligaba a sus trabajadores a seguir firmes en sus puestos cuando la semana empezaba un 31 de julio. Aquel milagroso capricho del calendario me permitió compensar de alguna forma a Javier por la pobreza de mi respuesta a su ilimitada oferta de los últimos quince días, porque él había conseguido convencer a Adelaida para que se marchara a Santander quince días antes que él, pero nadie lograría convencer jamás al jefe de personal de mi editorial, que no consentía que ningún departamento se tomara vacaciones escalonadamente, de que los fascículos siguen saliendo en el mes de agosto aunque en España no trabaje nadie, y por mucho que supiéramos de antemano que tendríamos que dejar cerrados ocho, y no cuatro números, en un solo mes, habíamos acumulado un retraso suficiente como para volver a trabajar por las tardes en pleno verano. Por supuesto, aquello no era culpa mía, pero no podía evitar sentirme culpable por el despilfarro de todas aquellas horas extras. La única vez que me atreví a decirle a Javier que habíamos tenido muy mala suerte, él me contestó que no me preocupara, que para él estar solo en casa era ya un premio suficiente, pero esa absolución no acortó mis jornadas laborales, que llegaron a resultarme tan insoportablemente injustas y extenuantes como las de un forzado en una cantera de granito.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Atlas de geografía humana»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Atlas de geografía humana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Atlas de geografía humana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.