Almudena Grandes - EL CORAZÓN HELADO
Здесь есть возможность читать онлайн «Almudena Grandes - EL CORAZÓN HELADO» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:EL CORAZÓN HELADO
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
EL CORAZÓN HELADO: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «EL CORAZÓN HELADO»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
EL CORAZÓN HELADO — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «EL CORAZÓN HELADO», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
pero qué alegría… Ni siquiera su hermano Mateo se alegraba tanto al ver los regalos de Navidad como su abuela Anita al ver las berenjenas, Raquel lo sabía, pero nunca, hasta aquella mañana de septiembre, se le había ocurrido pensar que su abuelo Ignacio, que jamás dejaba pasar la ocasión de recordarle a su mujer que por supuesto que en Francia había berenjenas, y por supuesto que los franceses sabían hacerlas, echara algo de menos.
—El cielo, sobre todo el cielo —le respondió aquella misma tarde, cuando se le ocurrió preguntárselo por fin y le escuchó enhebrar un argumento tras otro sin vacilar, como si hubiera dedicado cada día de los últimos treinta y siete años de su vida a memorizar en secreto aquella lección—. La luz de las mañanas de invierno, ese aire fino, tan seco, que te corta la cara y te despierta por dentro. El agua del grifo, que sabe mejor aquí que el agua mineral en cualquier otra parte. La primavera de febrero, aunque siempre sea tan corta, y tan tramposa, aunque no dure nada, diez días, como mucho quince, pero esa alegría de salir a la calle a tomar el sol, sin paraguas, sin abrigo, y las aceras de repente llenas de terrazas, como si el destino hubiera decidido perdonarnos el frío sin motivo… —la miró, sonrió, movió la cabeza como si ni siquiera él estuviera muy seguro de entender lo que iba a decir—. Me he acordado mucho de los febreros de Madrid, ¿sabes?, aunque parezca [78] mentira. Me he acordado todos los días de todos los meses de febrero que he vivido en Francia. Y luego los bares, la calle, salir de casa muy temprano por la mañana, cuando todos están durmiendo, comprar el periódico y desayunar en un bar, en una mesa al lado de una ventana, café con leche y una ración de porras, o dos, una detrás de otra, y leer las noticias mientras los parroquianos las comentan en voz alta…
—¿Eso te gusta? —su nieta le interrumpió, muy extrañada.
—Pues claro —él la miró un momento con atención y se echó a reír—. ¿Qué pasa, te parece raro?
—Rarísimo. Lo bueno es desayunar en casa, ¿no? Con el pijama puesto, calentita…
—Eso mismo dice siempre tu abuela, pero a mí nunca me ha gustado desayunar en casa. Claro que hay una cosa que todavía me gusta menos, y son los bares donde te meten prisa para que te vayas. Eso lo odio más que ninguna otra cosa en este mundo, y por eso echo tanto de menos los bares de aquí, en los que se puede empalmar tranquilamente el desayuno con el aperitivo… —y al fin hizo una pausa, como si por primera vez tuviera que pararse a pensar antes de continuar—. Es duro acostumbrarse a vivir sin aperitivo, ¿sabes? Una costumbre tan tonta, fíjate, una comida de más, tan pequeña, tan innecesaria, tan insana, decía mi madre, porque en lugar de abrir el apetito, te lo quita, y eso es verdad, un par de vermús con unas anchoítas, unas patatas fritas, un par de mejillones, y luego otro, y otro, y al llegar a casa ya has comido, pero estás tan borracho, tan bien, tan a gusto, que te vas derecho a la cama, una horita de siesta y como nuevo, y a las nueve de la noche, a empezar otra vez. Eso es ser rico, ¿sabes?, eso es vivir bien, vivir en los bares. Joder… Y mira que yo disfruté bien poco de esa vida, nada, tres años escasos, porque luego empezó la guerra, y empezó mal, los fascistas avanzaron muy deprisa, tomaron Toledo, siguieron avanzando, y una noche que estábamos todos cenando en casa, nos enteramos de que el
gobierno estaba pensando en irse, en marcharse a Valencia, que estaba a punto de dejarnos solos, abandonados, porque daba la ciudad por perdida…
A aquellas alturas, Raquel ya se había dado cuenta de que el abuelo no hablaba para ella, una niña de siete años que apenas sabía que una vez en España había habido una guerra, que su familia la había perdido, que por eso antes vivían en Francia y que menos mal, porque a los que se habían quedado, los habían matado. Sabía también que eso tenía que ver con las dos únicas manías de la abuela Anita, que jamás comía albaricoques ni había vuelto a decir el nombre de su pueblo en [79] voz alta, pero sus conocimientos no iban mucho más allá. Y sin embargo, siguió escuchando a su abuelo con tanta atención como si entendiera lo que decía, porque sus ojos brillaban otra vez como los de un hombre mucho más joven, y eran capaces de contagiarle calor sólo con mirarla.
—Nunca en mi vida olvidaré esa noche, nunca. La noticia no era oficial, y en la calle había mucha gente que no le daba tanta importancia, pero nosotros estábamos muy politizados y vivimos la marcha del gobierno como una huida y, sobre todo, como una traición, la primera… Mi padre, que era un republicano acérrimo y llevaba ya dos semanas de mal humor, desde que se largó Azaña, porque ése, que era el presidente de la República, salió corriendo el primero, no te lo pierdas, estaba indignado. Mi hermano Mateo, que era el que se había enterado de que el gobierno se había reunido con los partidos políticos para informarles de que era imposible defender Madrid, estaba tan furioso que ni siquiera justificó a Largo, el presidente del Consejo, que era socialista, igual que él… Pero el que se puso peor, o mejor, en realidad, fue mi cuñado Carlos, el marido de mi hermana Paloma, la bella Paloma, la llamábamos, te acuerdas de ella, ¿no?
—Sí… —Raquel se acordaba de ella, una mujer mayor, con el pelo blanco, que parecía la madre de la abuela Anita y casi del abuelo también. Vivía en casa de su hermana María, en las afueras de París, tenía cara de loca y no salía nunca a la calle—. Pero no me parece nada guapa.
—Pues lo era. Guapísima. La mujer más guapa que he conocido en mi
vida.
—¿Más que la abuela? —le preguntó su nieta, extrañada, porque hasta aquel día, Anita Salgado Pérez había ostentado, sin ninguna competencia y con poco más de metro y medio de estatura, el título de belleza oficial de la familia Fernández Perea.
—Bueno… Era distinto. La verdad es que la abuela me gustaba mucho. Era muy pequeñita pero muy guapa, una preciosidad, como una miniatura, perfecta, eso es verdad, pero mi hermana era más mujer, más alta, más… —se quedó un rato pensando, como si a él mismo le sorprendiera lo que estaba diciendo, y buscó una manera de explicarse mejor—. A lo mejor es sólo que los demás no éramos guapos, y por eso Paloma destacaba tanto. Mi hermano Mateo… En fin, tenía las orejas pegadas al cráneo, que ya es algo, y los ojos muy azules… También tenía cara de torta, el pobre, y era muy cabezón, pero supongo que no estaba mal. Sin embargo, María y yo salimos más bien feíllos.
—Tú no eres feo, abuelo. [80]
—¿No? —e improvisó una expresión de escándalo que desató la risa de su nieta—. ¿Con estas orejas de soplillo y este pedazo de nariz que tengo, y
este cuello tan largo, que parezco una cigüeña?
—No es para tanto… —protestó Raquel, cuando terminó de reírse—. Estás exagerando. Eres muy alto, tienes buen tipo… A mí me gustas. No me importaría ser tu novia.
—Gracias —y la besó en la cabeza—. Lo tendré en cuenta.
—¿Y el marido de Paloma?
—Él tampoco era lo que se dice guapo, pero sí atractivo, muy moreno, muy inteligente… Tenía mucho carácter. Estaba enamoradísimo de su mujer, y se le notaba. Mi madre decía que parecían una pareja de artistas de cine, la verdad es que daba gusto verlos.
—No, quiero decir que qué pasó con él.
—Lo fusilaron después de la guerra. Paloma se quedó viuda con veinticuatro años.
—¡No! Eso tampoco —Raquel se impacientó—. Eso ya lo sé, que lo fusilaron a él, y a tu hermano Mateo también, ¿no? Eso ya me lo habéis contado. Lo que yo quiero saber es qué pasó aquel día.
—¡Ah…! —hizo una pausa y la miró—. ¿De verdad quieres que te lo cuente? —ella asintió con la cabeza y mucha vehemencia, tanta que su abuelo recordó por fin que estaba hablando con una niña de siete años—. No vas a entender nada.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «EL CORAZÓN HELADO»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «EL CORAZÓN HELADO» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «EL CORAZÓN HELADO» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.