Alguien abre la puerta de entrada.
– ¡Hola! -grita mi madre desde el vestíbulo.
– Aquí estamos, mamá -digo yo.
Mi madre entra en la tienda rugiendo como un leopardo en marzo, lleva una trinchera moteada apta para los aguaceros ocasionales de primavera. En realidad es como una leona en marzo, pero el beige sólido la palidece y, además, los estampados de leopardo son su marca personal. Mamá lleva mallas negras, brillantes botines de hule negro y un sombrero de charol, de ala ancha, atado debajo de la barbilla con una cinta.
– ¿Están preparadas las niñas?
Tess va al pie de la escalera y llama a sus hijas. Ellas no responden, oímos que grita: «Vale, voy a subir». Tess sube las escaleras.
– En verdad necesita un respiro de esas niñas -dice mi madre en voz baja.
– Espera que tú se lo des. ¿Dónde está papá?
– En casa, no se encuentra bien hoy -dice mamá, forzando una sonrisa-. Está fatigado por los tratamientos.
– Pero funcionan, ¿no?
– El médico dice que sí. El equipo de radiación de Sloan es muy optimista.
Mi madre parece cansada por primera vez desde que le diagnosticaron el cáncer a papá. Las constantes citas le han pasado factura. Cuando no está llevando a mi padre a los médicos, está estudiando la enfermedad. Lee acerca de lo que él debe comer, lo a menudo que debe descansar y los suplementos holísticos que debe ingerir y cuándo debe hacerlo. Tiene que salir y encontrar todas las cosas, la comida orgánica y las hierbas medicinales, luego debe volver a casa y preparar la comida, el té y luego, la parte más difícil de todas, obligar a mi padre a seguir el régimen. Él es un hombre que esparciría, si pudiera, queso rallado en una tarta. No es precisamente un paciente obediente y eso se nota en el rostro de mi madre. Ella no ha tenido una noche relajada en meses y me queda claro que necesita un descanso.
– Mamá, te veo agotada -le digo con amabilidad.
– Lo sé. Gracias a Dios existe el Lemon Aid de Benefit. Me he embadurnado ese corrector sobre las ojeras como si le pusiese mantequilla a un pan.
June le sirve una taza de café a mi madre. Ella coge la taza y está a punto de ponerla encima de mi libreta de dibujo, pero la quito y la coloco a un lado. Le doy, a modo de posavasos, un tacón de hule de Cat's Paw.
– ¿Qué puedo hacer? -suspira mamá. Sorbe su café, sostiene la taza con una mano y abre mi libreta de dibujo con la otra. Distraída, pasa las hojas. Luego les presta atención y se detiene en mi último diseño del zapato para Bergdorf. Estoy a punto de quitarle la libreta cuando dice:
– Mi padre tenía tanto talento. -Sostiene el dibujo y se lo muestra a June-. Mira esto. -June lo mira y asiente con la cabeza-. Este hombre era un adelantado a su tiempo. Los cordones anchos, el detalle de los botones. Mira el tacón. La base amplia que se adelgaza en forma de huso hacia la punta. Completamente al día, y eso que el hombre murió hace diez años.
– No es un diseño del abuelo -digo, tomando aire-. Es mío.
– ¿Qué? -dice June, agarrando la libreta-. Valentine, esto es genial.
– Es el zapato que haremos para la competición de Bergdorf. Por lo menos, es uno de los diseños que le enseñaré a la abuela y, si le gusta, lo haremos.
– Realmente tienes talento -dice June, poniendo la libreta sobre la mesa-. ¡Caramba!
– Genética, todo está en el ADN. El buen gusto no se puede aprender ni comprar -dice mi madre mientras aprieta el cinturón de su trinchera-. El talento es innato y se perfecciona con el trabajo duro. Valentine, todas las horas que estás dedicando a esto están dando sus frutos.
– Es un señor zapato -dice June-. Complejo. ¿Cómo piensas hacerlo?
– Bueno, espero encontrar los materiales en Italia.
– Bien, porque en esta tienda no tenemos un cuero estampado como ése. Y ese trenzado…, nunca he visto nada igual.
June niega con la cabeza.
– Lo sé, sólo estaba… inventando.
Charisma y Chiara entran en el taller y dicen:
– Tía June, ¿tienes dulces?
– ¿A qué habéis renunciado por la Cuaresma? -les pregunta June, la católica que se alejó de la fe.
Chiara mira fijamente a June. Charisma, que no es tonta, se adelanta y responde:
– Bueno, no renunciamos a los dulces, sólo hacemos buenas acciones.
– ¿Cómo cuáles?
– Soy buena con el gato.
– Qué gentil.
June abre su bolso y le da un caramelo de menta a cada una.
Charisma hace una mueca y dice:
– Pero éstos los dan gratis en el restaurante chino.
– Sí, así es. Así que pasad por ahí y dad las gracias a los chinos alguna vez, ellos inventaron los macarrones y las chancletas.
Escépticas, Charisma y Chiara sostienen sus miserables dulces y se miran entre sí.
– Venga, chicas, nos vamos. El abuelo nos espera en casa.
Tess ayuda a las niñas con sus abrigos y dice:
– Mamá, muchas gracias por cuidarlas el fin de semana.
Mi madre lleva a las niñas hasta la puerta.
June se alegra de verlas partir, aunque sólo yo podría notarlo, y dice:
– ¿No son encantadoras?
– A veces -dice Tess mientras se pone su abrigo-. Llego tarde. He quedado con Charlie en Port Authority, tomaremos el autobús a Adantic City.
– ¿Un fin de semana romántico? -pregunta June.
– Su compañía tiene una convención. Iré a jugar a las tragaperras mientras él observa los últimos detectores de humo -dice Tess mientras se marcha. Escuchamos cómo se cierra de golpe la puerta de la entrada.
– ¿Detectores de humo? ¿Para apagar qué fuego? ¿El de la pasión? -silba June quedamente-. Yo digo que el comprador tenga cuidado y huya. Ese es el mejor anuncio publicitario sobre el matrimonio, Valentine, tenlo presente.
Me despierta una corriente de aire frío que entra por la ventana. Me siento en la cama y miro alrededor envuelta con la sábana de algodón y el edredón. Nieve. Nieve en marzo. La West Side Highway es una alfombra blanca con negras cremalleras, impresas por los camiones de reparto durante la madrugada. Hay una placa de hielo en el cristal de la ventana y una capa de copos de nieve en el marco.
He dormido con placidez durante la noche. Sola. Roman estaba muy atareado, porque el restaurante estaba lleno y tenía que terminar el trabajo previo de una fiesta privada, así que se fue a dormir a su casa en vez de venir aquí y despertar conmigo. La abuela vuelve mañana por la noche, y del mismo modo que me ha gustado tener la casa para mí, debo admitir que también la he echado de menos.
Ayer pasé la mayor parte del día limpiando y poniendo las cosas en su lugar. Investigué un poco acerca de nuestro viaje a Italia y localicé algunos proveedores a los que visitar además de los viejos conocidos de la abuela. Encontré algún talento de vanguardia que fabrica cordones y ribetes. Estoy deseando conocerlos en nuestro viaje y añadirlos a la lista de proveedores que tenemos en este momento. Quiero entregar un zapato a Bergdorf con unos adornos que Rhedd Lewis nunca haya visto antes. Los diseñadores italianos tienen desde hace poco la influencia del talento de los inmigrantes, así que me he encontrado con montones de acentos, ruso, africano y centroeuropeo, en los botones y los ribetes. No veo la hora de enseñarle a la abuela el nuevo material.
Cuando terminé mi investigación, fregué el cuarto de baño, limpié la cocina e hice lasaña. El trabajo del taller va a buen ritmo. La abuela volverá a una casa limpia y a un trabajo de primera clase, con todas las fechas de entrega cubiertas y los pedidos cumplidos.
Me levanto, me pongo con rapidez un cómodo chándal y un jersey con capucha, y me meto en el cuarto de baño. Me unto en el rostro algunas de las enriquecidas cremas botánicas que Tess me regaló por Navidad. También podría darme un día de descanso, pues no pienso ver a nadie. Es domingo y tengo el día para mí.
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