Me giro y rodeo con el brazo a Roman, que duerme profundamente. He imaginado para nosotros muchas más cosas.
He soñado con noches románticas en las que bebíamos vino en la terraza mientras distinguíamos los matices y los cambios del río Hudson. He imaginado a Roman preparando la cena en la vieja cocina de la planta baja, y que luego hacíamos el amor en mi habitación, en esta cama. Algunas noches, en las que sólo nos relajaríamos, él apoyaría los pies sobre la vieja otomana y yo estaría a su lado mientras mirábamos La llamada de la seba, y le enseñaba todo lo que sé sobre Clark Gable. Pero el está fuera todo el día, trabaja a la hora de la cena y toda la noche, llega a casa casi al amanecer, extremadamente cansado, y se duerme. En cuanto sale el sol, y después de una rápida taza de café, se va otra vez.
No tenemos las largas e intensas conversaciones que anhelo; de hecho, apenas hablamos largo y tendido, porque parece que él nunca tenga suficiente tiempo. Los SMS, las llamadas de veinte segundos, aunque numerosas, me hacen sentir querida, pero también abandonada, sobre todo cuando él cuelga en mitad de una frase. En el ajetreo cotidiano, le asigno sentimientos y afectos que quizá no tenga, porque nunca hay tiempo para averiguar qué es lo que siente. Cuando a duras penas nos reunimos una hora aquí o allá, su teléfono no para de sonar y siempre hay una crisis en su cocina que sólo él puede resolver y que por lo general necesita atención inmediata. Para ser justos, a mí también me consume el trabajo, los pedidos de la tienda, la búsqueda de financiación para seguir adelante y la competición por los escaparates de Bergdorf. A lo mejor no soy muy divertida porque el trabajo y la vida me ocupan mucho tiempo. Además, estoy preocupada por la salud de mi padre y por mi futuro.
Quizás así sean las relaciones. Quizás éste es el trabajo al que se refieren mi madre y mi abuela cuando hablan del matrimonio. Quizá debería aceptar los desengaños porque es prácticamente imposible hacerle un lugar a alguien en una vida abarrotada de ambición, acción y fechas límite. Es el momento de consolidar nuestras carreras, pues tal vez no tengamos otra oportunidad. Roman tuvo una llamada de atención, se mudó a Nueva York y abrió su propio restaurante. Yo tuve la mía cuando supe de la deuda y de la decisión de mi hermano de vender el edificio. Ya no soy una aprendiz, tengo que organizar el futuro para tener un lugar donde trabajar en los años venideros. Roman y yo sabemos hacia dónde van nuestras carreras, pero ¿adónde nos dirigimos en nuestras vidas íntimas? Toco su cara con la mano, abre los ojos.
– ¿Qué pasa? -dice medio dormido.
Quiero decirle todo, pero no puedo. Así que murmuro:
– Nada, no es nada, vuelve a dormir.
– Me da igual si es Cuaresma. Un soborno es un soborno y funciona -me dice Tess mientras saca dos bombones Hershey de su bolso-. ¿Charisma? ¿Chiara?
Las niñas bajan las escaleras con bastante escándalo, luego cruzan el umbral del taller a empujones, como dos rosados cohetes. Tess las mira y dice:
– Basta de correr, saltar y hacer ruido, jovencitas, deberíais tener un poco de educación. Parecíais vacas al bajar esas escaleras.
– Bueno, tú nos has llamado -dice Charisma. Está de pie frente a su madre y lleva una brillante camiseta rosada que tiene escrito «princess» y una falda larga de tul que evoca al cisne principal del ballet. Lleva zapatillas Converse de lona, negras, sin cordones y dos juegos de calcetines de tres cuartos, enrollados a la altura de los tobillos. A Chiara todavía la viste mi hermana, así que lleva un mono de pana de rayas rosadas, una blusa con un cuello estilo Peter Pan y unas botas Stride Rite con cordones.
– Tranquilizaos. Si lo hacéis, os daré un chocolate. Vuestra madre intenta hablar con tía Valentine.
Charisma y Chiara extienden las manos. Tess le da un bombón a cada una.
– ¡Guardaré el mío! -grita Chiara mientras sigue a su hermana escaleras arriba.
– Soy una madre malísima. Uso el soborno.
– Hay que hacer lo que sea necesario -le digo.
– ¿Cómo van las cosas con Roman?
– No muy bien.
– Bromeas. ¿Qué sucedió con la idea de convertir el 166 de Perry Street en un idílico balneario de amor durante el retiro de la abuela?
– No es un idílico spa. Trabajo todo el día, diseño toda la noche. Él trabaja todo el día y toda la noche, llega a las tres de la madrugada, se duerme, se levanta a la mañana siguiente y se va. Me estoy haciendo una idea de lo que será una relación duradera con él y, digámoslo así, lo único duradero que hay en Roman es que está en movimiento constante.
– Eso podría cambiar si te casas con él.
– ¿Casarme con él? Ni siquiera consigo que se comprometa a ir al cine conmigo.
– Tienes que hacer que Roman se fije en ti. Cuando nosotros salíamos, Charlie estaba tan inmerso en su trabajo que me asustaba. Cuando nos casamos, cambiaron sus prioridades. Nuestra familia siempre es lo primero. Ahora va al trabajo y cuando llega a casa empieza la vida -Tess se lleva la mano al corazón-: nosotros. La parte de su vida que importa.
Oímos un fuerte estallido arriba y corremos hacia el vestíbulo. Chiara aparece al final de la escalera con Charisma.
– ¿Qué ha sido eso? -grita Tess. La mano de su cariñoso corazón se ha convertido en un puño que sacude en el aire.
– He hecho girar a Charisma en un pas de deux, no te preocupes, ha aterrizado en la moqueta.
– Deja de jugar con tu hermana. Sentaos a ver la televisión.
Las niñas van hacia el salón.
Tess me mira y dice:
– No consideres a mis hijas el ejemplo de lo que tendrás algún día. Tú tendrás hijos que se porten bien. -Tess mira su reloj-. Mamá debería llegar ya. Ella sabe cómo controlarlas.
June empuja la puerta con la cadera, lleva dos tiestos de plástico verde repletos de jacintos púrpuras.
– Necesitamos un poco de primavera aquí -dice June, dándole los tiestos a Tess.
– Val va a romper con Roman -dice Tess mientras deja las flores en el fregadero y llena de agua los tiestos.
– No he dicho eso.
– Eso me ha parecido -dice Tess.
– ¿A santo de qué piensas darle la patada?
– Casi no nos vemos. Él está ocupado y yo estoy ocupada.
– ¿Entonces? -dice June. Se mete las manos en los bolsillos y se da la vuelta para mirarme.
– ¿Entonces? Me parece bastante preocupante que casi no nos veamos.
– Todo mundo está ocupado. ¿Crees que la gente está cada vez menos ocupada conforme pasa el tiempo? Se pone peor. Yo estoy más ocupada ahora que nunca y si me siento y trato de entender por qué, no puedo. Allí fuera no existe lo perfecto, y recibir una dosis de un buen hombre de vez en cuando no está mal.
– Estoy de acuerdo -digo yo.
Cuando todo funciona con Roman es genial. A veces pienso que las cosas buenas me impiden ver la realidad, me convencen de seguir intentándolo. Pero ¿es suficiente? ¿Debería serlo?
– Tenéis una situación inmejorable -dice June, sirviéndose una taza de café-. Os veis, os divertís, luego cada uno se va por su lado. En este momento yo estaría con un hombre si al final no acabara fastidiándome con el deseo de mudarse.
No quiero alguien en mi casa veinticuatro horas al día los siete días de la semana. Me gusta mi vida, gracias.
– Mi hermana quiere algún día tener una familia -dice Tess. Lleva los jacintos frente a la ventana, donde el sol pueda alcanzar los grupos de pétalos estrellados-. Es una antigua.
– ¿Lo soy? -pregunto en voz muy alta. Nunca me he visto a mí misma como alguien particularmente antiguo. Supongo que pertenezco a mi tribu, pero la verdad es que cada vez que tengo la oportunidad de andar por la línea de la tradición vacilo.
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