Adriana Trigiani - Valentine, Valentine

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Valentine, la segunda de las tres hermanas de una familia de origen italiano afincada en Nueva York, nunca ha sido considerada ni la más guapa, ni tampoco la más lista. Ella es, simplemente, lagraciosa. A sus treinta y tres años todos la presionan para que se case y funde una familia tradicional, pero Valentine se siente realizada con su vida, en la que la pasión que comparte con su fascinante abuela por la confección de zapatos de novia ocupa el primer lugar.

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Mientras ojeo las fotografías en blanco y negro de la boda de mis abuelos, busco algunas claves. Hay algo que recuerdo de estas fotografías que me ayudará con el diseño, pero no estoy segura de qué es.

Finalmente encuentro una fotografía en la que se ve el calzado de boda de la abuela, cuando ella levanta la bastilla de su vestido ligeramente para mostrar el liguero. La abuela lleva un par de sandalias con plataforma, color crema, elaboradas en cuero. En el empeine, los pliegues del cuero hacen bastas en forma de diamante, acentuadas con pequeños botones de cuero.

Interesante: botones de bota en una sandalia abierta.

El vestido del dibujo, con sus capas de material desgarrado aparentemente distribuidas al azar, necesita un zapato consistente, pero no una bota, que lo estabilice. Las plataformas no están de moda, pero las correas fuertes, las hebillas grandes y los lazos son lo último. De alguna manera tengo que hacer que el ojo se pose en el zapato y no en el vestido. Empiezo a comprender el sentido del reto de Rhedd Lewis. Este vestido está pensado para que no se mire, para poner la vista directamente en el zapato. Y aquí está la epifanía, el rayo de claridad, el momento de la verdad que he estado esperando: hacer que el zapato mande sobre el vestido.

Saco mi libreta y empiezo a dibujar a la abuela. Copio la expresión de su rostro en el álbum de fotos, sus ojos grandes, su cabello en bucles. Luego vuelvo a pintar el vestido del dibujo sobre el cuerpo de la abuela. Trazo una nueva silueta, femenina pero fuerte. La contención moderna ha reemplazado a la ñoñería. Las anchas serpentinas de chifón rasgado ahora parecen refrescantes, no puestas al azar.

Paso las páginas de mi libreta de dibujo. Trazo la forma de un pie, luego la voy vistiendo con anchas correas unidas por una lengua de cuero suave, luego les añado textura, unas con un poco de cuero terso, otras con las estrías de la seda, una combinación de materiales que da una sensación de nuevo siglo. Luego me preocuparé por la forma de hacerlo, ahora mismo trato de tener libertad para que la idea se desarrolle en la página. El vestido muestra la pierna, así que sigo esa línea hasta el tobillo del zapato, creando un enorme lazo alrededor del tobillo, un toque de feminidad que se muestra poderoso, como las cintas en las botas de la poderosa Isis, un personaje de tebeo que adoraba cuando era niña. El tipo de tela me da licencia para crear un zapato que necesita retales, trozos de materiales de lujo, cueros suaves, raros estampados en el cuero, caprichosas trenzas, atrevidos adornos y perlas gigantes en el amarre de las correas.

Dibujo y borro, borro y dibujo y dibujo de nuevo. No tardo en tomar la goma de borrar y dar una forma nueva al tacón. Es demasiado definitivo, necesita ser más arquitectónico, es decir, moderno. Ahora mismo es demasiado parecido al tacón cuadrado de la abuela en 1948, así que le añado unos centímetros al peso del tacón y lo esculpo hasta que deja de ser el centro de atención y armoniza con el resto del zapato. Entonces comienza a sonar mi móvil y respondo.

– ¿Estás conectada? -pregunta Gabriel.

– No, estoy dibujando.

– Bueno, conéctate, sales en el noticiario de WWD.

– ¡Imposible!

Voy por el ordenador portátil. Women's Wear Daily tiene un tablón de anuncios en línea que da cuenta de los cambios en la industria de la moda, las adquisiciones y las ventas.

– Desplázate hacia «Los escaparates de Rhedd Lewis».

Me desplazo y leo:

Rhedd Lewis ha conmocionado a los estetas de la Quinta Avenida anunciando un concurso entre diseñadores de zapatos escogidos cuidadosamente (por ella), que rivalizarán por tener sus colecciones en los escaparates de Navidad. Los incondicionales incluyen a Dior, Ferragamo, Louboutin, Prada, Blahnik y a los norteamericanos Pliner, Weitzman y Spade. Se dijo que Tory Burch también participa. Y que se contempla la posibilidad de que participe la tienda artesanal del Village, zapatos Angelino.

– ¡Lo conseguiste!

– ¿Qué conseguí? Está mal escrito, ¿Angelino?

– Quizá creen que eres latina, eso está bien, lo latino está de moda. Ya sabes, te dirán «ValRo», así como llaman «JLo» a JLo. Ahí tienes, ya estás en el ajo.

– Estamos en el ajo, Gabriel -le digo, defendiendo mi incipiente marca.

– Eh, no decapites al mensajero.

Cuelgo y cierro el ordenador. Descanso la cabeza sobre la mesa. Me gustaba más este asunto cuando no sabía quiénes participaban en el concurso. Todas estas enormes corporaciones multimillonarias disponen de todos los recursos del universo y yo estoy aquí sentada, buscando inspiración con mi pegamento, algunos zapatos viejos y una muñeca de croché. ¿En qué estaría pensando? ¿Cómo podemos ganar? Mi hermano Alfred tiene razón, soy una soñadora, y una no muy capaz.

Cojo un lápiz y vuelvo al trabajo. Si empecé este proceso, lo tengo que terminar. Es raro. Mientras pinto el refuerzo, observo el zapato completo en mi cabeza. ¿Esta imagen me hará perseverar? ¿O se trata tan sólo de un despropósito?

El timbre de la puerta principal me sobresalta y me levanto para apretar el botón que abre la puerta y dejar pasar a Roman. El reloj del horno dice que son las 3:34 de la madrugada. Escucho los pasos de Roman, que está subiendo las escaleras. Guando llega al final de la escalera se detiene en la puerta, apoya el cuerpo en el marco con las dos manos y dice:

– Hola, cariño.

Sigo dibujando y digo:

– Ahora voy.

Quiero terminar este tacón antes que olvide lo que imaginé.

Entra en la cocina y abre el grifo, llena un vaso con agua. Se acerca y se detiene detrás de mí. Termino el botón de perla gigante y dejo el papel y el lápiz. Me pongo de pie y le abrazo. Está exhausto, cansado por las horas de trabajo. Ni siquiera tengo que preguntar, pero lo hago de todas maneras:

– ¿Cómo ha ido el trabajo?

– Un desastre. Despedí a mi ayudante, porque no trabajaba al máximo y era demasiado temperamental. No puedo tener dos cascarrabias en la cocina. -Se sienta-. No sé cómo lo hicieron mis padres, cómo han estado en el negocio tanto tiempo. Tener un restaurante es imposible.

Roman deja el vaso sobre la mesa y pone la cabeza entre las manos. Le froto el cuello.

– Ya te las apañarás -le susurro al oído.

– A veces lo dudo.

Bajo las manos hasta sus hombros y le digo:

– Tus hombros parecen de cemento.

Continúo masajeándoselos, y noto que me duele la mano derecha de tanto dibujar. Me detengo y me froto la muñeca.

– Vamos a la cama -le digo, y le guio escaleras arriba.

El se mete en el cuarto de baño mientras yo abro la cama. Atenúo la luz del dormitorio. Roman entra, se desviste y se mete en la cama. Acomodo las mantas alrededor y él se acurruca entre los cojines. De pronto empieza a roncar.

Me recuesto sobre las almohadas y miro el techo, como he hecho cada noche desde que me mudé aquí. Mis ojos recorren la moldura de la cornisa, está aquí desde que el lugar fue construido, su diseño de grecas me recuerda el glaseado de un bizcocho. El centro blanco del techo es como una hoja de papel para dibujar, vacía y a la espera de ser llenada. Lleno el espacio con la vivida imagen de mi abuela llevando el vestido de Rhedd Lewis y los zapatos que inventé. Se mueve a través de la extensión blanca con parsimonia y decisión. Ella lleva los zapatos, los zapatos no la llevan a ella; aunque están adornados y estructurados también son artificiosos y divertidos, como deben ser los zapatos de alta costura.

Suspiro lentamente, como si soplara sobre las imágenes del techo para borrarlas de mi mente. Imagino la rué tal o cual en un día soleado en París y a Christian Louboutin examinando su diseño para Rhedd Lewis, rodeado por un equipo de genios franceses en su enorme, moderno y vanguardista laboratorio de diseño. Los empleados le traen unas láminas de suave piel de cordero, cubren la mesa con telas suntuosas: seda de muaré, tafetán, crespón y terciopelo bordado. Christian apunta algunos aspectos de su genial diseño a los trabajadores. Ellos aplauden. Por supuesto, ellos ganan los escaparates, ¿por qué no lo harían? El aplauso se torna ensordecedor. Jodida, pienso, estoy jodida. Y mi mayor locura fue pensar por un instante que podría realmente competir contra los grandes. La compañía de zapatos Angelino. ¿Ganar? Las posibilidades de que eso suceda son tantas como que mi padre aprenda a pronunciar «próstata». Jamás pasará.

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