John Katzenbach - Juegos De Ingenio

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En un futuro no muy lejano, las armas y los chalecos antibalas son algo habitual. Tal vez la excepción sea una comunidad de EE. UU que dice garantizar la protección de sus habitantes gracias al control que ejercen los agentes del Servicio de Seguridad del Estado, el futuro estado 51.
En este contexto del tiempo, Susan Clayton, que trabaja elaborando pasatiempos para una revista, recibe un mensaje cifrado que parece significar «Te he encontrado». La críptica nota es especialmente siniestra en un momento en que un asesino en serie acecha Florida, un asesino que puede ser el desaparecido padre de Susan y al que piden, a su hermano, ayude a encontrar. Su madre Diana, muer fuerte y, al tiempo con miedo esta con un cáncer terminal pero sabe que juntos deberán enfrentarse a la amenaza.
Su hermano Jeffrey, reputado criminalista y experto en asesinos en serie es reclutado por la policía del nuevo estado para encontrar a un asesino en serie del que piensan es su padre sin embargo, el va mas como cebo que como experto.

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La secretaria sonrió.

– Por supuesto, profesor Clayton. ¿De qué se trata?

– Quiero una lista de todos los empleados del Servicio de Seguridad, con la dirección del domicilio de cada uno.

La secretaria pareció arredrarse.

– Señor Clayton, son casi diez mil personas en todo el estado. ¿Quiere los datos de los que trabajan en todas las subcomisarías y oficinas del Servicio de Seguridad? ¿Y los empleados de seguridad que trabajan para Inmigración? ¿También quiere una lista de ellos? Porque eso sería más…

– Oh -la cortó Jeffrey, sin dejar de sonreír-. Lo siento. Sólo de las mujeres, por favor. Y únicamente aquellas con acceso a las claves de los ordenadores. Eso seguramente reducirá la lista.

– Más del cuarenta por ciento de los empleados del Servicio de Seguridad son mujeres -señaló la secretaria-, y casi todas conocen algunas de las contraseñas y códigos de los ordenadores.

– Aun así, necesito la lista.

– Eso tardará un tiempo, incluso en la impresora de alta velocidad…

Jeffrey se quedó pensando.

– ¿Cuántos niveles diferentes de claves de seguridad existen? Es decir, conforme aumenta el grado de confidencialidad de la información del Servicio de Seguridad, ¿cuántos controles hay?

– Doce, desde los códigos de entrada, que sólo permiten consultar información rutinaria de la red de seguridad, hasta los más altos, que dan acceso a los ordenadores de todo el mundo, el de mi jefe incluido. Pero en los dos niveles superiores se requieren claves y códigos individuales, para proteger los documentos reservados.

– Muy bien, pues. Imprima sólo los nombres de las mujeres con autorización para los tres niveles más altos. No, que sean cuatro. En principio, alguien de esa categoría debe tener conocimientos avanzados de informática, ¿no?

– Sí, sin duda alguna.

– Bien. Ésos son los nombres que me interesan.

– A pesar de todo, me llevará un rato. Y una petición de ese tipo… bueno, seguramente no pasará inadvertida. Es probable que las personas cuyo nombre figura en esa lista se enteren de que un ordenador de esta oficina ha solicitado su nombre y dirección. ¿Es algo secreto? ¿Tiene algo que ver con el motivo por el que está usted aquí?

– La respuesta es tal vez. Procure que la recopilación de los datos parezca lo más rutinaria posible, ¿de acuerdo?

La secretaria asintió, con los ojos muy abiertos, al percatarse de las implicaciones de lo que Jeffrey le estaba pidiendo.

– ¿Cree que alguien de dentro del Servicio de Seguridad…? -empezó, pero él la cortó.

– Yo no sé nada. Sólo tengo mis sospechas. Y ésta es una de ellas.

– Tendré que decírselo a mi jefe.

– Espere al fin de nuestra reunión. No conviene darle más esperanzas de la cuenta.

– ¿Y si solicito los nombres tanto de hombres como de mujeres? -preguntó ella-. Tal vez eso llamaría menos la atención, ¿no? Puedo añadir a la petición una nota diciendo que el Servicio de Seguridad, concretamente la oficina del director, está contemplando la posibilidad de mejorar uno de los niveles de acceso. Es algo que hacemos de vez en cuando…

– Eso estaría bien. Una gestión que parezca lo más normal y corriente posible. De lo contrario… bueno, más vale ni pensar en lo que pasaría. Se lo agradecería mucho. Y también que el asunto no salga de este despacho.

La secretaria lo miró como si estuviera loco por insinuar que ella podía revelar información sobre su trabajo o el de su jefe a nadie, incluido su marido, amante o mascota. Sacudió la cabeza e hizo un gesto hacia la puerta del director.

– Hace rato que le espera -dijo con brusquedad.

Dentro del despacho, Manson volvía a estar sentado en su silla giratoria, de cara a su ventanal panorámico.

– ¿Sabe? Es curioso, profesor Clayton -dijo el director sin volverse-, pero a los poetas les encantan el alba y el ocaso. A los pintores les gusta el atardecer. A los amantes les gusta la noche. Son las horas románticas del día. En cambio, a mí me gusta el mediodía. El resplandor del sol. El momento en que el mundo está en plena actividad, y uno ve cómo se construye, ladrillo a ladrillo… -apartó la vista de la ventana- o idea a idea.

Extendió el brazo por encima de su escritorio, cogió un vaso de una bandeja, y lo llenó de agua con una jarra de metal reluciente. No le ofreció a Jeffrey.

– ¿Y a usted, profesor? ¿Qué parte del día le gusta más?

Jeffrey reflexionó por un momento.

– Las altas horas de la noche. Poco antes del alba.

El director sonrió.

– Curiosa elección. ¿Por qué?

– Es cuando todo está más tranquilo. Una hora secreta. La que se adelanta a todas las cosas que empiezan a cobrar forma con la claridad de la mañana.

– Ah. -El director asintió-. Debí suponerlo. Es la respuesta de alguien que busca la verdad. -Manson bajó la mirada por un momento para posarla en un papel que descansaba justo en medio del escritorio, ante él. Jugueteó con la esquina de la hoja, pero no compartió su contenido con Jeffrey-. Dígame, señor buscador de la verdad, ¿cuál es la verdad sobre la muerte del agente Martin?

– ¿La verdad? La verdad es que o lo engañaron o lo siguieron hasta una trampa tendida detrás de la que había preparado él creyendo que resolvería el dilema del estado. Estaba allí, en lo alto de ese peñasco, vigilando la casa adosada en la que había instalado a mi madre y a mi hermana, como un pescador pendiente del corcho de su caña. Supongo que no cumplió la orden que le di, respecto a mantener en secreto la presencia y el paradero de ellas dos…

– Es una suposición acertada. Informó de su llegada al Departamento de Inmigración y el Servicio de Seguridad.

– ¿A través de la red de ordenadores?

– Así es como se hacen estas cosas…

– Con su aprobación, imagino…

El director titubeó, y su breve silencio resultó de lo más elocuente.

– No me costaría nada mentir -dijo-. Podría decir que el agente Martin actuaba por su cuenta, lo que, en gran medida, sería una afirmación cierta. También podría decir que sus actos eran iniciativas suyas. Eso también sería verdad.

– Pero no podría esperar que yo me lo creyese del todo.

– Puedo ser muy persuasivo. Quizá sólo sembraría en usted la sombra de una duda.

– Nunca estuvo previsto que el agente Martin me ayudara en la investigación. Sus dotes de inspector eran limitadas. Desde el principio debía ser el hombre que apretara el gatillo cuando llegara el momento. Lo sé desde hace algún tiempo.

– Ah, ya me parecía que se comportaba de un modo demasiado evidente, pero en cambio bordó su interpretación de un erradicador de problemas del estado, por así llamarlo. Era el mejor que teníamos, aunque supongo que el adjetivo «mejor» sería discutible.

– Pero ahora han asesinado a su asesino.

– Sí. -El director vaciló de nuevo, con una sonrisa-. Ahora me temo que tendrá usted que ganarse su sueldo de verdad, pues no cuento con reservas inagotables de agentes Martin…

– ¿No hay más asesinos?

– Yo no diría eso…

Jeffrey miró fijamente al director.

– Entiendo -dijo-. Lo que quiere decir es que el sustituto del agente Martin no será tan destacado. Mientras yo sigo buscando a la presa, alguien me vigilará sin que me dé cuenta.

– Eso sería una suposición razonable, pero confío -dijo Manson con frialdad- en que usted se ocupará de mi problema, tal como yo me ocupo del suyo, porque son el mismo. -El director tomó otro sorbo del vaso de agua sin despegar la vista de Clayton-. Todo esto tiene un regusto medieval fascinante, ¿verdad? O me trae su cabeza o me dice adónde debo ir a buscarla yo mismo. ¿Lo entiende? Estamos hablando de una justicia que funciona aún más rápidamente de lo que es habitual. Esto es lo que debe hacer, profesor. Encuéntrelo. Mátelo. Y si no se ve capaz de hacerlo, simplemente localícelo, y nosotros lo mataremos por usted. -El director bajó de nuevo los ojos. Sonrió, luego alzó la mirada hacia Jeffrey con los párpados entornados y expresión severa-. No nos queda tiempo.

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