Paullina Simons - Tatiana y Alexander

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Tatiana y Alexander: краткое содержание, описание и аннотация

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Tatiana, embarazada y viuda a sus dieciocho años, huye de un Leningrado en ruinas para empezar una nueva vida en Estados Unidos. Pero los fantasmas del pasado no descansan: todavía cree que Alexander, su marido y comandante del Ejército Rojo, está vivo. Entre tanto, en la Unión Soviética Alexander se salva en el último momento de una ejecución.
Tatiana viajará hasta Europa como enfermera de la Cruz Roja y se enfrentará al horror de la guerra para encontrar al hombre de su vida… Dolor y esperanza, amistad y traición se mezclan en esta conmovedora novela protagonizada por dos personajes entrañables y llenos de coraje, capaces de desafiar por amor al destino más cruel.

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Lo llevaron otra vez a la celda y lo dejaron tirado sobre la paja, con los brazos encadenados por encima de la cabeza. Tres veces al día entraba un guardián y le embutía un poco de pan por el gaznate.

Un día, Alexander apartó la cara y no quiso el pan, aunque aceptó el agua.

Al día siguiente, volvió a rechazar el pan.

Dejaron de darle pan.

Una noche abrió los ojos y sintió frío y sed. Estaba muy sucio y le dolía todo el cuerpo. No podía moverse. Intentó cubrirse con paja, pero no le sirvió de nada. Volvió la cara a un lado y clavó la mirada en la oscura pared. Se volvió hacia el otro lado y pestañeó.

Harold Barrington estaba en cuclillas, con la espalda apoyada en la pared. Vestía unos pantalones anchos y una camiseta blanca y se había peinado. Parecía joven, más joven que Alexander. Llevaba mucho rato sin decir nada. Alexander lo miró sin pestañear: temía que su padre desapareciera si lo hacía.

– Papá… -susurró.

– ¿Qué te ha pasado, Alexander?

– No lo sé. Creo que todo ha acabado ya para mí.

– Nuestro país de adopción te ha dado la espalda.

– Así es.

– Ya te traicionó una vez con esta guerra absurda, y volvió a trai cionarte cuando no quiso tratarte como un ser humano en los campos de prisioneros, y ahora te traiciona por tercera vez, cuando te castiga por ayudarlo a salvar su forma de vida.

– Así es. Y mis amigos han muerto o han desaparecido.

– Olvídate de ellos. ¿Te has casado?

– Sí, me casé.

– ¿Dónde está tu mujer?

– No lo sé. -Alexander hizo una pausa-. Hace años que no la veo.

– ¿Te está esperando?

– Creo que ya hace mucho que rehízo su vida.

– ¿Y tú, has rehecho tu vida?

– Sí -respondió Alexander-. Yo también, y ahora disfruto de la vida que construí para mí.

Harold guardó silencio en la oscuridad.

– No, hijo -dijo al final-. Disfrutas de la vida que yo construí para ti.

Alexander estaba tan asustado que no pestañeó.

– Pensaba que llegarías muy lejos, Alexander. Y tu madre tam bién lo pensaba.

– Ya lo sé, papá. Y durante un tiempo no me fue mal.

– Yo había imaginado otra vida para ti.

– Yo también.

Harold se colocó a su lado.

– ¿Dónde está mi hijo? -susurró-. ¿Dónde está mi niño, el niño al que puse el nombre de Alexander Barrington? Quiero que vuelva, quiero to marlo en brazos y llevarlo a la cuna, como hacía cuando era recién nacido.

– Aquí estoy -dijo Alexander.

– Pídeles pan, Alexander -dijo Harold, con voz débil-. Por favor, no seas tan orgulloso.

Alexander no respondió.

Harold se acercó a su oído y susurró:

– «Si puedes mantener en la ruda pelea / alerta el pensamiento y el músculo tirante / para emplearlos cuando todo flaquea, / menos la voluntad que te dice: "¡Adelante!"…»

Esta vez, Alexander parpadeó. Y Harold ya no estaba.

Capítulo 36

Nueva York, diciembre de 1945

– ¿Jeb podrá ser mi papá, mami? -preguntó Anthony mientras su madre lo arropaba.

– Me parece que no, cariño -respondió Tatiana.

– ¿Y Edward?

– Edward quizá sí. ¿Te gusta Edward?

– Sí, es bueno conmigo.

– Sí, cariño. Edward es un buen hombre.

– Cuéntame un cuento, mami.

Tatiana se arrodilló junto a la cama de su hijo y juntó las manos como si rezara.

– ¿Quieres que te cuente el del Osito Pooh, que encontró tarro de miel que nunca se acababa y engordó y engordó y tuvo que ponerse a dieta…?

– No, ése no. Uno de tedor.

– No sé ningún cuento de terror.

– Uno de tedor -insistió el niño en un tono que no admitía discusiones.

Tatiana lo pensó un poco.

– De acuerdo: te contaré la historia de Dánae, la mujer del cofre.

– ¿La mujer del cofre?

– Eso es. En museo muy importante de Leningrado, la ciudad donde yo nací, había cuadro de Dánae pintado por Rembrandt. Pero cuando estalló la guerra tuvieron que vaciar museo y no sé si ese cuadro y los demás están a salvo.

– Cuéntame la historia de la mujer del cofre, mamá.

Tatiana tomó aliento y empezó a hablar.

– Había una vez un hombre muy cobarde que se llamaba Acrisio y tenía una hija que se llamaba Dánae…

– ¿Dánae era joven?

– Sí.

– Era una linda princeza?

Anthony soltó una risita.

– Si -Tatiana hizo una pausa-. Pero Acrisio escuchó al oráculo…

– ¿Qué es oráculo?

– Alguien que puede ver el futuro… Y Acrisio se asustó mucho porque oráculo le había dicho que el hijo de Dánae lo mataría.

– ¿No quería que lo mataran?

– No. Por eso encerró a Dánae en torre de bronce, para que nadie pudiera acercarse a ella y hacerle un niño.

Anthony sonrió.

– ¿Y entró alguien?

– Sí: entró Zeus. -Tatiana juntó las manos-. El dios Zeus se transformó en una lluvia de oro, entró en torre de bronce y amó a Dánae… y le dio un hijo, un niño. ¿Sabes qué nombre le pusieron? Lo llamaron Perseo.

– Perseo… -repitió Anthony.

Tatiana asintió.

– Cuando Acrisio descubrió que su hija había tenido niño, se asustó tanto que no sabía qué hacer. No se atrevía a matarlo pero no podía dejarlo vivo. Por eso encerró a la madre y al niño en cofre de madera y los arrojó al mar en plena tormenta.

Anthony la escuchaba embobado.

– No tenían comida y el cofre se agitaba con el fuerte oleaje. Dánae tenía mucho miedo. -Tatiana sonrió-. Pero Perseo sabía que su padre no dejaría que les sucediera nada malo. -Hizo una pausa-. Y así fue: Zeus pidió ayuda a Poseidón, el dios del mar, y Poseidón calmó las aguas y permitió que el cofre llegara sin problemas a las costas de una isla griega.

Anthony sonrió.

– Sabía que se salvarían. -Respiró hondo-. ¿Y vivieron felices para siempre jamás?

– Sí…

– ¿Qué fue de Perseo?

– Un día, cuando seas mayor, te contaré qué futuro le esperaba a Perseo.

– ¿Harás de oráculo?

– Eso es.

– ¿No murió?

– No. Creció y se volvió un hombre muy guapo. Los isleños sabían que era de alta cuna… no sólo hijo de un rey, sino el hijo de un dios. De mayor, Perseo se convirtió en un hombre fuerte que siempre ganaba a sus rivales en los juegos, pero él quería someterse a pruebas más difíciles, para demostrar su heroísmo.

Anthony miró muy serio a su madre.

– ¿Llegó a ser un héroe?

– Sí, hijo -respondió Tatiana-. Llegó a ser un gran héroe. Cuando seas mayor te contaré qué les hizo a la Gorgona, la Medusa y el monstruo marino… Ahora no, porque no quiero que tengas pesadillas. Quiero que sueñes con algodones de azúcar y con el juego del escondite. ¿Entendido?

– Espera un momento, mamá… ¿El oráculo tenía razón? ¿Perseo mató al hombre?

– Sí, hijo. Perseo mató a Acrisio sin darse cuenta de lo que hacía.

– Entonces Acrisio hizo bien arrojándolo al mar.

– Supongo que sí. Pero no le sirvió de nada, ¿verdad?

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