John Updike - El Centauro

Здесь есть возможность читать онлайн «John Updike - El Centauro» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Centauro: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Centauro»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Centauro es un texto diáfano para el lector, sin zonas que para ser transitadas requieran de su complicidad, servido una vez más por la voluntad de estilo puntilloso que personaliza la prosa de Updike. Si los personajes casi nunca logran hacernos olvidar la firmeza y la elegancia formales que los especifican, es decir, la riqueza del verbo aplicado a sus vidas ficticias, se debe en gran medida a que expresamente son deudores de la leyenda mitológica que Updike quiso insertar en la historia contemporánea, con lo cual en su composición tiene más peso lo arquetípico que lo propiamente substantivo de las criaturas humanas susceptibles de desenvolverse libres de vínculos o afinidades prefijadas.
Por lo tanto, no alimento la menor duda acerca del valor de Centauro como una obra que al mismo tiempo que ejemplifica con fidelidad las maneras narrativas de John Updike -las virtudes y las servidumbres del Updike de la primera etapa-, se aparta un buen trecho del camino real que a lo largo de una cuarentena de títulos le llevarían a erigirse en el novelista por excelencia de la domesticidad norteamericana, el que con mayor profundidad ha analizado los conflictos y evolución de la pareja liberal, esto es, de la familia, y la transformación de sus esquemas sociales y morales al ritmo de los acontecimientos históricos que a su vez han modificado la sociedad desde el ya lejano mandato de Kennedy al de Bush.
Updike no ha vuelto a servirse de la mitología griega como soporte, quizá porque ha sido precisamente él, junto con Saul Bellow, quien de manera convincente ha creado una simbología no codificada del individuo moderno en una sociedad lastrada por la violencia, la dureza y el vacío espiritual, que lo perturba. En tanto que cronista veraz de esa confrontación trascendental, molesta e inquietante, John Updike es soberbio y, aunque sólo fuera por eso, habría que leer sus obras de ficción con interés y respeto.
De la Introducción de Robert Saladrigas

El Centauro — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Centauro», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

A nuestra derecha apareció el cementerio; las lápidas rectangulares estaban dispuestas en diversos grados de inclinación junto a los montículos. Después, la robusta aguja de piedra arenisca de la iglesia luterana de Firetown se elevó por encima de los árboles y por un instante lamió con su nueva luz el sol. Mi abuelo había ayudado a construir esa aguja, empujando grandes piedras en una carretilla por un camino de tablones combados. Muchas veces nos explicaba, acompañando sus palabras de exquisitas indicaciones de sus dedos, cómo se arqueaban hacia abajo los tablones a su paso.

Empezamos a descender la cuesta de Fire Hill, la más larga y menos pronunciada de las dos colinas de la carretera que iba a Olinger y después seguía hasta Alton. A mitad del descenso, el follaje de los bordes de la carretera empezó a desaparecer y se abrió ante nosotros una magnífica vista. El valle que se abría ante nosotros me recordaba el fondo de un Durero. Dominándolo desde unas cuantas hectáreas de montículos y ondulaciones cortados por vallas grises y salpicados de rocas que parecían ovejas, había una casita que daba la sensación de haber brotado de la tierra. Esta casita ofrecía del lado de la carretera una ancha chimenea en forma de botella construida contra una pared con piedras del campo y recientemente encalada. Y de esta ancha chimenea blanquísima, cuya tosca mole unía la plana pared a la ondulada tierra, salía una delgadísima columna de humo que evidenciaba que alguien vivía allí. Imaginé que cuando mi abuelo ayudó a construir el campanario, toda la zona debía de tener este aspecto.

Mi padre hundió todo el starter. La aguja del indicador de temperatura parecía haberse pegado a su lecho en el lado izquierdo de su cuadrante; la calefacción se negaba a hacerse sentir. Las manos de mi padre se movían con dolorosa rapidez por el metal y la dura goma.

– ¿Dónde tienes los guantes? -le pregunté.

– Detrás, ¿no?

Me volví y miré; en el asiento de atrás estaban, con los dedos cerrados, los guantes de piel que le había comprado yo por Navidad, entre un arrugado mapa de carreteras y un rollo de cuerda de embalar. Me habían costado casi nueve dólares. El dinero procedía de una pequeña cuenta de ahorros que había abierto el verano anterior con dinero ganado con mi proyecto para el club 4-H, una parcelita de fresales. Los guantes salieron tan caros que a mi madre sólo pude comprarle un libro y a mi abuelo un pañuelo; yo quería que mi padre cuidara más su atuendo y su comodidad, como los padres de mis amigos. Y los guantes le gustaron. Se los puso el primer día, pero luego se quedaron en el asiento delantero del coche, hasta que un día, en que se apretujaron tres personas en el asiento delantero, fueron arrojados al de atrás.

– ¿Por qué no te los pones nunca? -le pregunté.

Casi siempre que yo le hablaba lo hacía con tono acusador.

– Son demasiado buenos -dijo-. Son unos guantes preciosos, Peter. Sé reconocer la piel buena. Debieron de costarte muchísimo dinero.

– No tanto, pero ¿no tienes frío en las manos?

– Sí. Chico, hace muchísimo frío. Estamos en pleno invierno.

– ¿No quieres ponerte los guantes?

Una nube de vapor y porquería de la carretera cruzó rozando el perfil de mi padre. Él emergió de sus pensamientos para decirme:

– Si alguien me hubiese regalado unos guantes como éstos cuando yo era un chico, me hubiera puesto a llorar de verdad.

Estas palabras le hicieron daño a mi estómago porque estaban cargadas con el peso de lo que había oído al despertarme. Lo único que había llegado a comprender era que mi padre tenía algo dentro , pero pensé que no sería difícil averiguar qué era eso, que, en mi opinión, debía de ser lo mismo que le hacía resistirse a usar mis guantes; y eso a pesar de que yo sospechaba que mi padre era demasiado viejo y demasiado mayor como para que yo pudiera enmendarlo o hacerle cambiar completamente, e incluso para que mi madre pudiera conseguirlo. Me acerqué a él y estudié los bordes de carne blanca que se formaban en los puntos donde sus manos apretaban el volante. Las arrugas de su piel parecían fisuras; los pelos, pedazos de hierba negra. El dorso de sus manos estaba salpicado de verrugas de color castaño claro.

– El volante debe de estar como el hielo -le dije.

Mi voz sonó igual que la de mi madre cuando un rato antes dijo:

– Esas cosas no se pueden sentir.

– La verdad, Peter, me duele tanto la muela que no siento nada más.

Me sorprendió y me alivió oírselo decir; un dolor de muelas era algo nuevo; quizás eso que tenía dentro no era más que una neuralgia.

– ¿Cuál? -le pregunté.

– Una de la parte de atrás.

Mi padre sorbió saliva y aspiró aire; su mejilla, que se había cortado esta mañana al afeitarse, se arrugó. La sangre del corte parecía muy oscura.

– Es muy fácil, basta que vayas al dentista a que te lo mire.

– No sé exactamente cuál es. Probablemente son todas. Tendría que hacerme arrancar todos los dientes. Y que me pusieran una dentadura postiza. Tendría que ir a uno de esos carniceros de Alton a que me los sacara todos y me lo arreglara en un día. Ahora te incrustan los dientes artificiales en las encías.

– ¿De verdad?

– Sí. Son unos sádicos, Peter. Unos sádicos mongoloides.

– No puedo creerlo -dije.

La calefacción, deshelada por el descenso de la pendiente, se puso a funcionar; un aire marrón calentado por tubos oxidados llegó a mis tobillos. Cada mañana, este acontecimiento era como un rescate. Ahora que este margen de comodidad estaba garantizado, puse la radio. Su pequeño cuadrante en forma de termómetro brillaba con una macilenta luz anaranjada. Cuando las válvulas se calentaron, surgieron crujientes y melladas voces nocturnas que cantaban en la brillante mañana azul. Sentí comezón en el cuero cabelludo; la piel se me puso tensa. Las voces, negroides y rústicas, parecían abrirse paso a través de la melodía por encima de obstáculos que las hacían resbalar, saltar y tartamudear; y este recortado terreno parecía ser mi tierra. Lo que expresaban las canciones era los Estados Unidos de América: montañas cubiertas de pinares, océanos de algodón, tostadas inmensidades del Oeste embrujadas por voces incorpóreas y quebradas por el amor que invadían el aire cerrado del Buick. Un anuncio dicho con untuosa ironía hablaba consoladoramente de las ciudades, a las que yo esperaba que mi vida me condujera, y después sonó una canción como un ferrocarril a vapor, una canción de ritmo muy marcado, irresistible, que arrastraba al cantante como un vagabundo hasta sus momentos culminantes, y me pareció que mi padre y yo éramos irresistibles en nuestro subir y bajar por las irregularidades de nuestra sufrida tierra, gozando del calor en medio de tanto frío. En aquellos tiempos la radio me aproximaba a mi futuro, un futuro en el que yo era poderoso: tenía los armarios llenos de ropa bonita, y mi piel era suave como la leche, y pintaba, rodeado de riqueza y fama, cuadros celestiales y fríos como los de Vermeer. Sabía que el propio Vermeer había vivido oscura y pobremente. Pero sabía que había vivido en tiempos atrasados. Y sabía por las revistas que leía que los tiempos que yo vivía no eran atrasados. Cierto, en todo el condado de Alton sólo mi madre y yo parecíamos habernos enterado de la existencia de Vermeer, pero en las grandes ciudades tenía que haber por fuerza miles de personas que le conocieran, miles de personas que además eran ricas. A mi alrededor había jarrones y muebles barnizados. Sobre un almidonado mantel había una hogaza de pan tierno adornado con puntillistas toques de luz. Al otro lado de mi balcón brillaba el millón de ventanas de una ciudad permanentemente iluminada por el sol que se llamaba Nueva York. Mis paredes blancas aceptaban una suave brisa aromatizada con especias. En el umbral había una mujer cuya imagen reflejaba como una sombra el pulido embaldosado. La mujer me miraba; su labio inferior era ligeramente grueso y negligente, como el labio inferior de la chica del turbante azul de La Haya. Entre las imágenes que las canciones de la radio pincelaban rápidamente para mí, el único espacio en blanco era el de la tela que yo estaba cubriendo de manera bellísima, elegante y preciosa. No era capaz de visualizar mi obra; pero era, pese a carecer de rasgos, tan radiante que se convertía en el centro de todo mientras arrastraba a mi padre en la cola de un cometa a través del espacio expectante de nuestra nación llena de canciones.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Centauro»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Centauro» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


John Updike - Rabbit Redux
John Updike
John Updike - Rabbit, Run
John Updike
John Updike - Rabbit Remembered
John Updike
John Updike - S
John Updike
John Updike - The Centaurus
John Updike
John Updike - Rabbit Is Rich
John Updike
John Updike - Rabbit At Rest
John Updike
John Updike - Terrorista
John Updike
libcat.ru: книга без обложки
John Updike
John C. Lennox - Contra la corriente
John C. Lennox
Отзывы о книге «El Centauro»

Обсуждение, отзывы о книге «El Centauro» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x